jueves, 31 de octubre de 2013

 
 
 
     A veces pareciera que la vida se empecina en alimentar los malos humores, en particular los míos. Innecesariamente. ¿Para qué? Para nada. Pero con una saña desproporcionada a la atención que merezco habitualmente del cosmos, una tras otra, vienen las provocaciones a mi temperamento naturalmente calmo con el único e inconducente fin de desencadenar mi furia. No bastaron semanas y semanas de politiquería barata por doquier, estupideces crónicas pegoteadas en las paredes, la cara –producida- de incompetentes comprobados sonriendo felices y expectantes por seguir robando con la impunidad del poder y la dejadez placentera del jamás, ¡jamás!, haber tenido que trabajar. Pero pasan las elecciones y uno dice: ¡bueno, ya está! Pero al día siguiente la Corte Suprema –a la que uno quiere, NECESITA respetar- viene con un fallo no sólo asquerosamente político sino que absolutamente retrógrado.


 
 
 
 
     Por si alguien no entendió es así de simple: la confiscación vuelve a ser viable si “el bien social”, prioridad del Estado (¡ja!) lo requiere. No hay ningún derecho adquirido por nadie que no pueda ser tirado abajo porque al “Estado” (léase al mediocre político de turno que tenga la sartén por el mango con las Cámaras del Congreso con mayoría real o mayoría al mejor postor) ha decidido en su absoluta e infalible sabiduría que mutilar el patrimonio de sus ciudadanos habrá de lograr el bienestar y la “justicia” social. Adios la seguridad jurídica que durante el último siglo se intentó cimentar en base al derecho constitucional. Político mata juez. El voto da derecho a todo. La faraona debería haber pedido que votaran quién le tenía que abrir el cráneo. No hay que capacitarse para nada, ni para ser juez ni para ser neurocirujano. La tendría que haber operado D´Elia. Todo muy lindo.



 
 
 
     Y ahí ya estaba yo bullendo como olla a presión cuando me veo obligada (¡qué mal gusto!) a tener que discutir con una psicóloga que la va de “perito” (¿alguien le presta atención al significado de las palabras?) y que no encuentra mejor pasatiempo que disertar alegre e impunemente sobre la salud mental de una persona que todos sabemos (ambas sabemos, ella y yo de modo concreto y personal) que la buena mujer es una simuladora. Digo yo: cuando alguien se define ab initio como actriz y luego despliega todo un parlamento prolijo y cliché de su “sufrimiento” y su “deterioro emocional” por la muerte de un familiar al que en los hechos trataba con absoluto menosprecio… bueno, yo opto por ser, como menos, un poco escéptica.
 
     La señora Psicóloga opta por el aplauso y me bombardea en justificación nebulosa con frases como ligera hipomnesia de evocación… No se detectó hipermnesias ni paramnesias… no se detectan signos patognomónicos de psicoorganicidad… Yo le discuto. Sé que no vale la pena. Pero no lo puedo evitar. Mi adversaria circunstancial saca un montón de dibujitos más propios de una maestra jardinera que de una auxiliar judicial y me señala con una uña larga y amarillenta por la nicotina y una suficiencia escandalosa un monigote con techito. En persona bajo la lluvia se observa una búsqueda de seguridad, frente a la falta de equilibrio y sostén (pies/presión/extremidades/cuello) indicadores de fragilidad yoica ¡No! Es indicador de falta de voluntad al dibujar. Es un monigote de cinco palitos (palito del centro, dos palitos como brazos, dos palitos como piernas, redondelito chueco como cabeza) ¿Qué cuello, que pies? ¡Eso no significa nada! Recurriendo a la agresión como modo de enfrentar el mundo y a un intento de controlar dicho impulso (sin paraguas/sin manos) ¡Sin vergüenza! Es de manual. Alguien que se dedica a ser “víctima” y a litigar con cierta inteligencia : una vez que hizo una pericial psicológica, trazó los consabidos dibujitos y después leyó la pericia consecuente, ya sabe que garabato hacer para que salte la perdiz por el lado que le conviene correrla.



 
 
 
     Está bien. Ya sé que son las reglas de juego. Nada nuevo bajo el sol. Pero que al menos me reconozcan la poca seriedad de esos test gráficos, el estúpido test de Bender y el de “Relaciones Objetales Phillipson”, que son una tanda de obviedades manipulables por un crio de seis años. Puede que un psicólogo (serio) en múltiples entrevistas pueda definir la realidad de los eventuales cuadros psíquicos de alguien. Puede ser, no me consta. Pero estas pericias de hora y media haciendo dibujitos (a alguien que desde el vamos se define como actor) son pura literatura barata de ciencia ficción.
 
 
 
 
 

domingo, 27 de octubre de 2013

 
 
 
     Como corresponde, desde la televisión y desde la radio (que por mor de agravar mi migraña están encendidos al mismo tiempo) se reseña el recuento de votos. Y como corresponde, poco me importa en definitiva quién gane mientras asegure que las pretensiones de eternidad de la faraona queden sepultadas bajo siete llaves (¿A Néstor lo llamaban “eternauta” por sus ansias de inmortalidad? No quiero hacer un chiste –fácil- al respecto porque sé que sería de mal gusto, justo hoy, pero… ).
 
      En lo personal, gane quien gane, mi realidad cotidiana no va a modificarse. Vivo de mi trabajo y si no trabajo no vivo. Ningún político ni ningún partido me mantiene. En un plano general, quiero que quién gane deje de destrozar el país, pero poca fe tengo en eso porque si algo no le importa a la política nacional es, precisamente, el país. Así que, aunque uno hace como que está “pendiente” de las elecciones, deja discurrir los discursos paparruchescos de los mismos de siempre mientras hace alguna otra cosa que realmente valga la pena.


 
 
 
 
     En mi caso esa "otra cosa digna de atención" es disfrutar a mi presa más esquiva finalmente atrapada: Tras los pasos de Ripley, la única novela de Patricia Highsmith de la saga de Tom Ripley que no tenía. Llevaba largos años buscándola por las librerías de Baires y, finalmente, con el GPS de Mercado Libre, di con un ejemplar usado pero impecable, en un rinconcito de San Telmo. Estoy en pleno goce de una eficaz cacería pero también en el disfrute de una novela bien escrita de uno de mis personajes favoritos.
 
 
      En mi lista de personajes literarios por los que profeso una lealtad casi mística en la cúspide va Jacopo Belbo, del Péndulo de Foucault, cabeza a cabeza con mi adorado Baudolino, ambos de Eco. El arrogante intelectual escéptico y cínico y el mentiroso hacedor. De mi adolescencia conservo mi amor por Allan Quartermain, el cazador moralista y pacato, y por Ludovico Horacio Holly, otro intelectual pero este feo y apasionado, los dos de Haggard. Y Tom Ripley, monsieur Tome, un asesino frio y eficaz aficionado a la pintura. Probablemente (probablemente si me psicoanalizara, lo que afortunadamente no hago) mi elección de héroes sería claro síntoma de algo. Puedo vivir con esa incógnita. Sólo sé que con esos cinco caballeros he pasado los mejores momentos de mi vida.
 
 
      Parafraseando aquel viejo tema de musical que recuerdo habérselo oído cantar a Enrique Pinti: los políticos pasan, los libros quedan. Gracias a dios por ello.



 
 
 
Post Data al borde de una crisis nerviosa: Me llega el discurso de Boudou ("seudo presidente en seudo ejercicio") que dice que ellos ganaron (¿qué?) y que son los campeones mundiales del mundo. Menos mal que está sin la guitarrita... Es todo tan lamentable que dan ganas de reírse, lo que uno no hace sólo por no darles el gusto a ellos que EVIDENTEMENTE SE ESTÁN RIENDO DE NOSOTROS.
 
 
 
 

miércoles, 23 de octubre de 2013

 
 
 
     Pura lógica farnelliana: no podemos avanzar, entonces retrocedemos hasta el principio y empezamos otra vez. Ni atajos, ni pensamiento lateral, ni la imaginación al poder. Para atrás, a recoger las cartas y barajar de nuevo. Mi dificultad para lograr dar con el punto, no ya perfecto sino meramente satisfactorio, de mis Ángeles me hace optar por reandar el camino que alguna vez seguí para desarrolla la estética del desnudo femenino. Mucha revista de modas, mucha modelito patilarga, mucho dibujar y dibujar omitiendo la ropa de la temporada. Lograr comprender como funcionan los músculos, como se texturiza la piel, cual es la línea que define la gracia, y el color, siempre el color. Así funcionó entonces y hoy por hoy me siento cómoda trabajando la figura femenina. Pero no la voy con ellos, no-me-doy-cuen-ta. No logró una imagen que me haga sentir que se entiende, que tramite, que la mirada ajena lo vea un poco como lo veo yo. Mis amagues de Abdizuel y compañía son frustrantes.



 
 
 
     Entonces, lógica farnelliana decía, empecemos otra vez. Revolví entre los montones de revistas que se apilan y estorban en mi taller y separé una buena cantidad de Vogue, Elle y Harper´s Bazaar. Diré que ciertamente no abundan los muchachos en ellas, pero algo hay y con disciplina fanática de principiante me puse a dibujar sólo para comprender. A veces creo que mi única virtud es la obcecación (aunque esta no sea, exactamente, una virtud).



 
 
 
Post Data intimista 1.: Me signan esta mañana como “un milagro”. No tomo en serio el comentario -viniendo de quién viene-, pero no deja de saberme a dejá vú: hace años, ¿situación similar?, una frase casi idéntica. Entonces y ahora una voz le grita a mi interlocutor ¡qué milagro: una maldita trampa!", pero por fortuna la voz no se extiende más allá de mi cabeza. Me pregunto si es casualidad o una tendencia. Si mi errática conducta tiende a patrones reiterativos. Sé que la mayor parte del tiempo no presto demasiada atención a mi entorno y no voy para donde quiero sino para donde van las circunstancias. Todo es, ni más ni menos, para que me dejen en paz y me dejen pintar. Pero se ve que el universo tiende a colocarme siempre en el medio de laberintos similares.



 
 
 
Post Data intimista 2.: ¿Hay una razón para que yo permita que me introduzcan en semejantes situaciones grotescas? No. Nada lo justifica. Cierto es que mucha veces se debe a que tiendo a no discutir, a que digo invariablemente lo que el otro quiere escuchar, pero, bueno, ¡en algún lugar tiene que sonar una alarma que me advierta! Mi tendencia al absurdo (al surrealismo, traduzco para pretender justificarme “artisticamente”) tiene que tener un límite. Pero cuando mi natural cortesía impide colocar coto al disparate ajeno acabo encontrándome con el quid de un limón gigantesco (mutante seguramente, afectado por la radiación, ¡un limón “normal” nunca puede tener ese tamaño!) sobre el escritorio, traído como ofrenda en bizarro amague de seducción. Lo acepto, supongo que disimulando mi asombro y sonriendo como mandan las buenas costumbres. "Gracias. Qué bonito. Pero no tendría que haberse molestado." Mi cerebro está demasiado ocupado primero preguntándose como alguien puede regalar un limón y, segundo, como un limón puede ser tan desproporcionadamente grande. Me niego a detenerme en las interpretaciones psicoanalíticas del gesto pero instintivamente me ajusto los botones del escote de la blusa.
 
      Sé que no soy responsable de las fantasías ni de los delirios ajenos, pero ¿por qué siempre tengo que estar en el medio de tanto desquicio?
 
 
 
 
 

domingo, 20 de octubre de 2013

 

 
      ¡Oh!, ¡los placeres de la vida doméstica! Demasiados libros y demasiada memoria, gruñe una voz en mi oído mientras me cita con exactitud traducida a Rimbaud:
 
En cuanto a la ventura establecida, doméstica o no… no, yo no puedo. Soy muy disipado, muy débil. La vida florece por el trabajo, antiguo mérito: en cuanto a mí, mi vida no es muy pesada, ella se eleva y flota lejos, por encima de la acción, este caro objetivo del mundo. ¡Cómo me convierto en una solterona, con esta falta de coraje para amar la muerte! … ¡Farsa constante! Mi inocencia me haría llorar. La vida es la farsa de todos.”
 
     Dios santo, si arrancamos el día así… Pero en el otro oído la memoria también me auxilia con la voz aguardentosa de Sabina susurrando “No tengo en un altar a la familia, culpable de mis fobias y mis filias…” Y disimulo una carcajada inoportuna mientras corroboro para mis adentros, y mirando mi entorno, la certeza de las variadas y múltiples parafilias que nos aquejan.



 
 
 
      Es triste (para el resto) que en una pequeña familia convencional, sencilla, de esas de descendencia de barcos y cultura empecinada en el trabajo embrutecedor que salvífica, de esas donde la culpa y el sacrificio son las únicas razones de existir sobre la tierra, que se den dos (¡dos!) exóticos desadaptados abocados a las naderías del arte: uno a la música, la otra a las disciplinas plásticas. Obviamente -¡cómo corresponde!- ninguno fue ni remotamente alentado en semejante desvarío, ninguno contó jamás con el más elemental apoyo para persistir en tal sinrazón básica. Y sin embargo, al cabo de los años, ahí seguimos insistiendo casi en privado, soportando el menosprecio y la burla de la parentela de sangre originaria y de la que -¿incomprensiblemente? ¡Doctor Freud!- luego voluntariamente incorporamos al ruedo. Daría risa sino fuera tan patéticamente triste.



 
 
 
     Mi memoria (la del mismísimo Funes) me guía hacia unos párrafos que leí en mi adolescencia del Diario de Ana Frank. Lo corroboro en la versión actualizada que ostenta hoy mi biblioteca y, no me sorprende, Funes siempre tiene razón en sus recuerdos:

Qué mamá salga a defender a Margot es normal, siempre se andan defendiendo mutuamente. Yo ya estoy acostumbrada, que las regañinas de mamá ya no me hacen nada, igual que cuando Margot se pone furiosa. Las quiero sólo porque son mi madre y Margo; como personas, por mí que se vayan a freír espárragos. Con papá es distinto. Cuando hace distinción entre las dos, aprobando todo lo que hace Margot, alabándola y haciéndole cariños, yo siento que algo me carcome por dentro, porque a papá yo lo adoro, es mi gran ejemplo, no quiero a nadie más en el mundo sino a él. No es consciente de que a Margot la trata de otra manera que a mí. Y es que Margot es la más lista, la más buena, la más bonita y la mejor. ¿Pero acaso no tengo yo derecho a que se me trate un poco en serio? Siempre he sido la payasa y la traviesa de la familia, siempre he tenido que pagar dos veces por las cosas que hacía: por un lado, las regañinas, y por el otro, la desesperación dentro de mí misma. Ahora esos mismos frívolos ya no me satisfacen, como tampoco las conversaciones presuntamente serias. Hay algo que quisiera que papá me diera que él no es capaz de darme. No tengo celos de Margot, nunca los he tenido. No ansío ser tan lista y bonita como ella, tan sólo desearía sentir el amor verdadero de papá, no solamente como su hija, sino como Ana-en-sí-misma. Intento aferrarme a papá, porque cada día desprecio más a mamá, y porque papá es el único que todavía hace que conserve los últimos sentimientos de familia. Papá no entiende que a veces necesito desahogarme sobre mamá. Pero él no quiere hablar, y elude todo lo que pueda hacer referencia a los errores de mamá. Y sin embargo es ella, con todos sus defectos, la carga más pesada. No sé que actitud adoptar; no puedo refregarle debajo de las narices su dejadez, su sarcasmo y su dureza, pero tampoco veo por qué habría de buscar la culpa de todo en mí. Soy exactamente opuesta e ella en todo, y eso, naturalmente, choca. No juzgo su carácter porque no sé juzgarlo, sólo la observo como madre. Para mí, mamá no es mi madre. Yo misma tengo que ser mi madre. Me he separado de ellos, ahora navego sola y ya veré dónde voy a parar. (…) …lo peor es que ni papá ni mamá son conscientes de que están fallando en cuanto a mi educación, y de que yo se los tomo a mal. ¿Habrá gente que pueda satisfacer plenamente a sus hijos?

Diario de Ana Frank, De Bosillo – Random House Mondadori S.A. Buenos Aires 2012, pág. 60/61




martes, 15 de octubre de 2013

 
 
 
     Todo es culpa del himno uruguayo. Los breves instantes que levanté la cabeza de mi fallido nuevo intento de dar con mi ángel Abdizuel, mis ojos cayeron sobre la pantalla del televisor en los momentos previos del partido Uruguay-Argentina por las eliminatorias. Noté que entonaban los himnos y paso siguiente, que el uruguayo cantaba: “Orientales… orientales… orientales…” Y me enganché. ¿Cómo no nos va a odiar si ellos son en razón a nosotros? Porque sólo pueden ser “orientales” con respecto a este lado del río. Buenos Aires los define e identifica. Supongo que el ser desde el punto de vista del otro tiene que resultar, definitivamente, un poco molesto. A mí me gusta mucho Montevideo y la costa esteña. Pero me gusta a la manera porteña: porque es como nosotros pero más lento y más limpio. Con menos gente y menos vértigo. Con ese dejo al hablar que es como el nuestro pero más “paquete”. Y ese culto al aperitivo –antes del almuerzo y apenitas bajar el sol- que a mi criterio define a los pueblos que han alcanzado un alto grado de civilización. Pero me gusta para volver a Baires y sentir, en el regreso, que acá es todo definitivamente más: más grande, más caótico, más sucio, más poblado, más real.



 
 
 
     Y ese pensarlos a ellos desde acá me recordó el tema sobre el que leí en abundancia y comenté brevemente en uno de los pocos blogs que frecuento (www.loveartnotpeople.org): ¿El “medio”, el mercado del arte, los art dealers, los galeristas, sus anexos, variantes y crías múltiples, son necesarios para el artista? Sí, claro, digo rápido. ¡Cómo no! No puedo negar que llevo la vida intentando ingresar a ese medio. Treinta años tratando de que se me acepte, se me conozca, se me integre a él. Infructuosamente, resta señalarlo. Pero mi falta de éxito no significa que no lo haya intentado, año tras año, sin ningún resultado positivo en ningún momento. Puedo decir que he sido rechazada sistemáticamente en todos los premios nacionales y salones de importancia en que intenté participar y que no existe persona alguna “del medio” del arte vernáculo que tenga noticias de mi existencia. Fuera de radar, sin alcance de periscopio.
 
      ¿Entonces? Entonces, nada. Ellos allá en su olimpo, bien gracias, y yo acá, en mi subsuelo, pintando. Entre rechazo y rechazo seguí elaborando mi propia visión estética, buscando definir un lenguaje y un mensaje personal y distintivo. Experimenté, traté de mejorar mis limitaciones, maduré. Y disfruté, por supuesto. Soy estructuralmente hedonista, no pintaría si no me diera placer.
 
      Vuelvo, ¿entonces? ¿Treinta años pintando sin el apoyo y la aprobación del medio? Así parece. ¿Entonces sí se puede crear, disfrutar del proceso, sentirse satisfecho de la auténtica vocación y la honesta convicción sin la bendición de los Manda Más del mercado? Supongo. Debo ser el trabajo de campo de alguien que está tratando de refutar alguna hipótesis, pero sí, yo he seguido pintando pese a que nadie más que yo opinará que esa acción valiera la pena.



 
 
 
     ¿Me gustaría el reconocimiento de alguna de las galerías de las importantes? ¿Qué me “descubrieran” (como a las Américas, que antes de Colón no existían)? ¡Claro! Aunque a estas alturas seguramente me generaría una profunda desconfianza… ¿Y que un art dealer de movida internacional tomara las riendas de mi carrera? ¡Alucinante! Aunque probablemente lo mandara al diablo a la primera opinión que me diera de como yo debería hacer las cosas. ¿En qué quedamos? Qué se yo. Que sí, que no, que blanco, que negro. Gataflorismo puro. Pero es lo que hay. ¿Qué quiero realmente? Fácil: lograr pintar un desnudo masculino que me convenza y que me produzca similar satisfacción a la que me produjeron algunos de mis desnudos femeninos. Acercarme a los ángeles de mi Lista. ¿Lo consigo si me apoya alguna institución cultural o me esponsorea una mega galería? Me temo que no. ¿Si alguien me pone un millón de dólares? Tampoco. ¿Entonces?
 
      Sí, el medio será importante y todo lo que vos quieras, pero a la hora de pintar uno está solito con su alma (y su talento y la dichosa inspiración o la ausencia de ambos) y nada de afuera te puede dar lo que vos ya no tengas dentro.




 
 
 
      Concluyo mi divague. Está muy bien indignarse de los negociados, la venta de influencias, la “invención” de un arte a gusto del consumidor. Y también está muy bien añorar el reconocimiento y trabajar duramente y al costo que sea por “el honor y la gloria”. Está muy bien priorizar el dinero y está muy bien el no priorizarlo. ¿Me contradigo? Absolutamente.
 
      En la realidad real, en la búsqueda de la verdad verdadera, todo es confuso y se choca entre opuestos que están ahí y al mismo tiempo. A la larga uno sólo puede tener unas poquitas certezas, y si se las alcanza es más que suficiente. Una de esas certezas para mí es que pinto porque quiero, puedo y lo disfruto; y que lo único que actualmente me importa es acercarme lo más posible a mi esquiva Lista de los Ángeles. Todo lo demás… es literatura.
 
 
 
 

domingo, 13 de octubre de 2013

     Mientras continúo en batalla abierta (y perdida) contra los evasivos Ángeles de mi Lista, en los impasses en los que me gratifico dibujando casi de memoria casi sin prestar atención lo que simplemente me divierte, empecé con mi Lista de los Demonios. El primero, Aamon, un demonio en verde; un demonio decididamente relajado y satisfecho.






     Dice Wikipedia de Aamon, el primero de los demonios de mi Lista: “Aamon en demonología es un marqués del infierno el cual comanda cuarenta legiones de demonios. Él cuenta las cosas del pasado y del futuro. Es descrito como un lobo con cola de serpiente que arroja fuego, un hombre con cabeza de cuervo y dientes de perro o simplemente un hombre con cabeza de cuervo. Probablemente esté inspirado en el dios egipcio Amón, a quien los judíos guardaban rencor debido al sometimiento de su pueblo por parte del Imperio Egipcio.”  






     Trato de hurgar conocimiento sobre los cuatro demonios cuyos nombres en séquito acompañan a mi Aamon, Aarazel, Abigor, Abracace y Adramelech. Sobre Aarazel nada dice ni Wiki ni la web (remite a Azazel que en mi fuente es otro demonio). De Abigor remite a Eligos: “ (también llamado Abigor o Eligor), en demonología, es un gran duque del infierno, que comanda sesenta legiones de demonios. Descubre lo oculto y conoce el futuro, sabe de guerras y de soldados. También atrae favores de señores, caballeros y otras personas importantes. Se le muestra como un caballero portando una lanza, un estandarte y un cetro (una serpiente según algunos autores. También se le representa como un espectro fantasmal, a veces montado en un caballo alado.”






     Abracace nuevamente Wiki reconoce ignorancia. En poco fiables sitios de “brujos” se lo define como “Abracace es el demonio de la herejía. De su nombre deriva la palabra "Abracadabra" tan utilizada en la brujería.”






     Por último, Wikipedia se congracia explayándose sobre Adramelech: “Su nombre deriva de "Melec", que significa "el Rey". Él fue una especie de dios solar, el centro de su adoración era la ciudad de Sefarvaim (2 Reyes 17:31) y fue traído por los colonos de Sefarvaim en Samaria. También existió un dios llamado "Baal Adramelec"; su nombre "baal" significa señor. En la mitología asiria, el título Baal se utilizaba para muchos dioses, y es descrito como un hijo de Senaquerib, rey de Asiria (2 Reyes 19:37; Isaías 37:38). En los tiempos posteriores, se asoció con Moloch de Cartago. Esto a menudo conduce al concepto de que los niños eran sacrificados como tributo para él. Tradicionalmente se ha interpretado Moloch como el nombre de un dios, probablemente denominado el rey, pero pronunciado a propósito como Molek en vez de Melek utilizando las vocales de la palabra hebrea bosheth (ignominia). El concepto de sacrificio de niños mediante la hoguera, o la colocación de ellos dentro de una estatua de bronce (con calefacción) del dios viene del griego y no es históricamente comprobable como ninguna prueba arqueológica de que una estatua tan grande, de bronce existe. Como otros dioses paganos, Adramelec fue convertido en un demonio en la tradición Judeo-Cristiana. Según el libro "Collin de Plancy's" sobre demonología, Adramelech se hizo el presidente del senado de los Demonios. Él es también el Canciller del Infierno y supervisor guardarropa de Satán. Es generalmente representado con un torso humano y cabeza, y el resto del cuerpo de una mula (o a veces como un pavo real). Una descripción poética de Adramelec puede ser encontrada en la colección de historias cortas de un cuento de Robert Silverberg. Adremelec es descrito como "El enemigo de Dios, más grande aún en ambición, astucia y acciones que Satán. Un demonio más maldito - un hipócrita más profundo".





viernes, 11 de octubre de 2013




La historia… de los cuadros secretos del Prado es de lo más curioso y, desde luego, sería para reír si no fuese porque realmente es para llorar. … Resulta que, durante siglos, nuestros reyes, empezando por Felipe II, fueron grandes coleccionistas de pinturas de desnudos para uso y disfrute personal. Felipe II primeo compró la Dánae de Tiziano, después Venus y Adonis, también de Tiziano, creando para ambas un “camerino” privado. Después vino Felipe III, a quien parece que no le interesaban ni el arte ni los desnudos. Felipe IV, en cambio, fue un gran coleccionista de pinturas de desnudos (llegó a reunir más de cuarenta de altísima calidad), para las que habilitó un espacio íntimo “donde su Majestad se retira después de comer”. Pasaron los años y los reyes y las colecciones de desnudos fueron creciendo y guardándose celosamente. Con Carlos III, tenido por rey “ilustrado”, las cosas cambiaron y a punto estuvieron de acabar en una hoguera por “lascivas”. Menos mal que alguien con sentido común logró disuadirle. Pero no sólo los reyes poseían desnudos y los confinaban en habitaciones reservadas. También los nobles como Antonio López o el todopoderoso Godoy, poseedor nada más y nada menos que la Venus del espejo, de Velázquez o las Majas de Goya. Cuando se creó el Museo del Prado, todos estos desnudos fueron a parar a otra “sala reservada”, colocados sin más criterio que el de su desnudez. A esta sala sólo podían acceder “las personas portadoras de un billete especial”. Todo esto sucedió entre 1827 y 1838.


 De la Carta Editorial, Descubrir el Arte, Nro. 3 Mayo 1999, pág. 7.






En 1831, Prosper Mérimée publicó en la revista L´Artiste un artículo sobre el Museo de Madrid… Después de dar un repaso a las principales escuelas representadas en la institución, se detiene en un espacio “que sólo se enseña a las personas portadoras de un billete especial”, y que debía ese particular estatus a que “contiene todas las desnudeces que hubieran podido asustar a las damas”. El escritor francés se estaba refiriendo a lo que se conocía como “sala reservada”… y que contenía algo más de setenta cuadros pertenecientes a varias escuelas y artistas. En ese lugar estuvieron encerradas, juntas, obras que hoy se encuentran entre las más admiradas y reproducidas, como varias de las escenas bíblicas y mitológicas de Rubens, Tiziano, Durero, Guido Reni, Anibale Carraci o Poussin. (…) La decisión de Carlos III en 1762 de seleccionar las pinturas más lascivas de su colección para hacerlas quemar. Semejante iniciativa del que se considera rey “ilustrado” por excelencia puede sorprender actualmente. Pero en el fondo cuadra muy bien con otros datos sobre su perfil psicológico y su moral sexual, y también con su sentido de la responsabilidad personal, que le movía a “dar ejemplo” y a desterrar cualquier objeto o acción que consideraba perniciosa para la moral pública. (…) También hay que tener en cuenta el papel del funesto… padre Eleta, también llamado “fray Alpargatilla”, quién le predisponía contra esas mujeres desnudas que sólo sirven para excitar a la concupiscencia. Se trataba de su confesor y guía espiritual más influyente, y su estrechez de miras era universalmente conocida. El encargado de seleccionar los cuadros fue Mengs, una de las figuras claves del arte de su época. Afortunadamente logró convencer al marqués de Esquilache para que disuadiese al rey de sus propósitos purificadores. Para ello argumentó que se trataba de cuadros con grandes posibilidades para el aprendizaje del colorido, con lo que apeló a una de las razones que podía mover más eficazmente a un monarca ilustrado: la utilidad pedagógica. Pero aunque no perecieron en la hoguera, estas pinturas fueron confinadas en la llamada “Casa de Rebeque”. (…) Todo ello… demuestra hasta qué punto el desnudo es un tema conflictivo que propicia la creación de leyendas con objeto de adecuar la realidad a esquemas arquetípicos de comportamientos, como es, en este caso, la reacción destructora ante la figuración erótica.” 

Javier Portús, Historiador del Arte. Conservador del Museo del PradoConocer el Arte Nro. 3 Mayo 1999 pág. 72/80.






…En la historia del arte hay mucho sexo. Desde el placer… que, a lo largo de todos los tiempos, ha suscitado la contemplación del cuerpo humano –“quienes nada o casi nada se conmueven por la belleza de los hombres difícilmente poseen el sentimiento de lo bello”, se atrevió a escribir Winckelmann- a las contaminaciones significantes que rodean la representación del arrebato religioso: -“Si esto es un éxtasis místicos, yo he presenciado muchos”, exclamó Charles de Brosses al contemplar el Éxtasis de santa Teresa, de Bernini. (…) Durante el siglo XIX, el Romanticismo hizo de la pasión amorosa una justificación sine qua non de la existencia humana, lo que prodigó la representación de amantes arrebatados sexualmente en su complacida locura… el Realismo desprendió de misticismos ese deseo carnal y retrató, tanto en literatura como en artes plásticas, los aspectos más procaces que movían la pasión humana. (…) La liberación, no sólo estética sino ante todo moral, que supusieron las vanguardias hizo que el impulso sexual tendiera a formar abiertamente parte de toda creatividad… Tampoco es posible entender la obra de los grandes artistas formados en la órbita del Dadaísmo y el Surrealismo sin las asociaciones subsconscientes …: los ready made de Marcel Duchamp, las máquinas amorosas de Picabia, las estrellas de Miró, las formas blandas de Dalí… Se diría que el arte, en lugar de recurrir al sexo como motivo, hubiese hecho de él una metáfora esclarecedora del sentir del individuo en el mundo… de su utilización como medio de provocación política o religiosa; de su papel en la liberación psicoanalítica de obsesiones profundas; de su carácter de juego frívolo y desmitificador; o de su capacidad para evocar las contradicciones más profundas del alma humana…” 

 Carlos Reyero, Catedrático de Historia del Arte, Universidad Autónoma de Madrid, Descubrir el Arte, Nro. 33 Noviembre 2001, pág. 66.






Es curioso que Anthony Storr, en su reciente estudio sobre la psicodinámica del arte, haya utilizado las Majas como argumento (conjuntamente con la Venus de Velázquez) para demostrar la falta de carácter erótico-excitante de las grandes obras de arte. Será para él, pero no para una gran parte de los observadores. Más aún, sólo la captación de los valores estéticos (asequibles a un porcentaje muy pequeño de la población) puede apartar de la mente su notable y, sin duda, intencionado potencial erótico, quizá sin precedente equiparable desde Lucas Cranach y Clouet, que no ha dado sólo lugar al cómico y explicable incidente contemporáneo del guardia urbano de Cáceres; basta recordar en este sentido que durante los años treinta, cuando la preciosa emisión de sellos con las Majas, varios países se negaron a aceptar las cartas franqueadas con la Desnuda. (…) En 1814 tuvo Goya el famoso incidente con la Inquisición, por denuncia de “ejecutar pinturas obscenas, una mujer desnuda sobre una cama y una mujer vestida de maja sobre una cama.” Vemos que ni la vestida se libra de la aureola picante, y la conceptuación como impúdica mantendrá a la desnuda oculta en la Academia de San Fernando hasta el año 1900. El año siguiente pasó al Prado.” 

 Juan Antonio Vallejo-Nágera, Locos Egregios, Editorial Planeta S.A., Buenos Aires 1990, pág. 149/150.






-Si la dejan puede seguir subiendo y subiendo citas...- argumenta una de mis voces con manifiesto aburrimiento. La de anteojos, intuyo que ocupada en otra cosa, responde con tono de para qué la molestan con mis cosas:
  -Acaba de sentar las bases al pueril justificativo con el que va a rebatir las críticas a su inexistente sentido de la oportunidad: la pornografía intelectual.- Mi habitual defensora, la voz rubia, no interviene, pero se escuchan sus contagiosas carcajadas de fondo. 

     Puedo reconocer que cuando estoy tratando de conseguir espacio para exponer en Baires -donde han dejado en claro que NO QUIEREN mis desnudos- hacer alarde de que mi obra se exhibe en un sitio dedicado al Arte Erótico puede no ser una buena forma de ganar simpatías y tratar de restar, precisamente, el carácter "erótico" de mi trabajo, pero... el material de promoción que realizó OnlyEroticArt con mis obras es tan bonito que no puedo sino sucumbir a la tentación y subirlo a este blog. Que se le va a hacer. No es lo mío la estrategia ni la complacencia al mercado y a sus déspotas curadores de moda. 

     Vaya desde aquí de vuelta las gracias a Pictor Mulier que tanto talento y tanta pasión despliega en el emprendimiento y desarrollo de OnlyEroticArt. 





miércoles, 9 de octubre de 2013




Las maravillas más veneradas de los tesoros medievales eran as reliquias, aunque el culto de las reliquias no es solamente cristiano. Plinio nos habla de reliquias preciosas del mundo grecorromano: la lira de Orfeo, el sándalo de Elena o los huesos del monstruo que atacó a Andrómeda… La presencia de una reliquia constituía en la Edad Media un motivo de atracción para una ciudad o una iglesia y, por tanto, representaba además de un objeto sagrado una valiosa “mercancía” turística. En la catedral de San Vito, en Praga, se encuentran las calaveras de san Adalberto y de san Venceslao, la espada de san Esteban, un fragmento de la Cruz, el mantel de la Última Cena, un diente de santa Margarita, un fragmento de la tibia de san Vital, una costilla de santa Sofía, la barbilla de san Eobano, la vara de Moisés y el vestido de la Virgen. En el catálogo del tesoro del duque de Berry aparecía el anillo de compromiso de san José, pero en Viena puede aún admirarse un trozo del pesebre de Belén, la bolsa de san Esteban, la lanza que traspasó el costado de Jesús junto con un clavo de la cruz, la espada de Carlomagno, un diente de san Juan Bautista, un hueso del brazo de santa Ana, las cadenas de los apóstoles, un pedazo de la túnica de Juan Evangelista, otro fragmento del mantel de la Cena. Por no mencionar la laringe de san Carlos Borromeo que se encuentra en el tesoro de la catedral de Milán, y consultando el Inventario de ornamentos y objetos de la catedral de Milán, vemos que, además de los espléndidos paramentos, se encuentran dispersos por las distintas sacristías vasos, objetos de marfil, de oro, algunas espinas de la corona de Jesús, un pedazo de la cruz, restos de los brazos de santa Inés, santa Ágata, santa Catalina, santa Práxedes y de los santos Simpliciano, Cayo y Geroncio. Ni siquiera un incrédulo puede sustraerse a la fascinación de dos portentos. Ante todo, el objeto mismo, estos cartílagos anónimos y amarillentos, místicamente repugnantes, patéticos y misteriosos; estos jirones de ropa, de épocas ignotas, ajados, descoloridos, deshilachados, enrollados a veces en un frasco como un misterioso manuscrito en la botella, materias a menudo desmenuzadas, que se confunden con la tela y el metal o el hueso donde reposan. (…) Cuentan las antiguas crónicas que en el siglo XII se conservaba en una catedral alemana el cráneo de san Juan Bautista a la edad de doce años, y aun sin haberlo vista nunca podemos deleitarnos con sus venas rosáceas, el color ceniza del fondo, el arabesco de las junturas desmenuzadas y corroídas, la vitrina que debe contenerlo, de esmaltes azules como el altar de Verdún y el cojincillo interior de raso amarillento, cubierto de francesillas marchitas, dos mil años sin aire, inmovilizado al vacío, antes de que el Bautista creciera y perdiese bajo la espada del verdugo el otro cráneo, que ahora se conserva en la iglesia de San Silverio in Capite en Roma, aunque una tradición anterior lo situaba en la catedral de Amiens. En cualquier caso, la cabeza conservada en Roma carecería de mandíbula, que se conserva en la catedral de San Lorenzo en Viterbo. La bandeja que acogió la cabeza del Bautista está en Génova, en el tesoro de la catedral de San Lorenzo, junto con las cenizas del santo, aunque parte de estas cenizas también se conservan en la antigua iglesia del monasterio de las benedictinas de Loano, y uno de los dedos se encuentra en el Museo de la Opera del Duomo de Florencia, un brazo en la catedral de Siena y la mandíbula en San Lorenzo de Viterbo. En cuanto a los dientes, uno se halla en la catedral de Ragusa y otro en Monza, junto con un mechón de cabellos.” 


 Umberto Eco, El vértigo de las listas, Random House Mondadori S.A. Italia 2009, pág. 173/177.







     Mi cortesía natural (siempre, pero siempre, dar la razón al otro) se da de bruces con mi formación intelectual (¡maldita imprenta y maldita memoria!, demasiadas lecturas que no puedo olvidar). Tengo grabado en mi código genético que en una reunión social NUNCA se discute ni de religión ni de política. Y mi lista de prioridades tiene en sus primeros renglones la convicción de que a quien quiero jamás le ataco su fe honesta y conformativa de identidad. 

      Pero no puedo evitar que, tras un par de copas de buen vino, cuando alguien recita la letanía de los santos yo repique como eco lo de la “calavera de Juan Bautista a la edad de doce años…” Maldito Eco y sus listas. Maldito Baudolino y sus apócrifas cabezas del Bautista. Han pasado varios días y aun me remuerde la conciencia por haber abierto la boca cuando amigos de toda la vida y que siempre han sido consecuente con su fe infantil en Todos los Santos, recitaban prolijamente su convicción en el dogma y el catecismo, y yo replicaba con mi fe en los dragones, las hadas y en Mickey Mouse. Mickey es el Señor y Walt Disney su Profeta. Y explicaba mi peregrinar periódico a la Meca de Orlando: 2007, 2010, 2013… Y ante las miradas atónitas de otros comensales que no me conocían y no sabían si tomarme en serio o no, yo explicaba que Disney se congeló para que ahora que la ciencia puede, clonarlo y tener su Segunda Venida. Anunciada por los verdaderos Jinetes del Apocalipsis: Donald, Pluto y Tribilín… Mal, muy mal…. No hay que burlarse de los que creen aunque sea evidente que creen en cualquier cosa… Mal, muy mal… Rompí todas las reglas inquebrantables de la buena educación. 

      Creo que cuando me iba también violé lo de no hablar de política y me burlé con el marido de alguien de que iría a cierta famosa fundación con la pancarta de ¡Viva el coágulo! Qué vergüenza. Deberían vedarme el alcohol o la concurrencia a eventos sociales. Mi conducta es definitivamente vergonzosa. A quién corresponda: perdón.





domingo, 6 de octubre de 2013




Sobre los misteriosos caminos del señor (cualquiera sea) o la libre asociación de un cerebro sobre-excitado por el alcohol.


     El asunto es así: estábamos compartiendo una cena entre amigos para celebrar el cumpleaños de uno de ellos. Buen vino, lindo lugar, comida grata, la risa fácil. Alguien, en algún momento, me mostró su preferencia por una obra mía a punto de ponerla como protector de su celular. Debí sentirme altamente complacida –la inclusión de un trabajo en la vida cotidiana de una persona es el máximo aspirado, algo así como la Gioconda en las latas de dulce de membrillo-. Pero no, mi primera reacción fue el pánico. 

      Sé que soy rara por lo que mis raras reacciones son, más o menos, lo normal. Pero acá se trataba de algo más. Era la mitad de una obra inconclusa. Una cara mutada en máscara o una máscara a medio cobrar vida. Un dibujo con algo de color y cierta perspectiva de avanzar a algo más que nunca llegó, porque la otra mitad que mutaba a clavera terminó resultándome insoportablemente odiosa.






     Era, es, un trabajo a medio hacer bastante antipático. De esas pocas obras que no me generan placer sino incomodidad. Y siendo el hedonismo la primera (única) obligación en mi quehacer artístico, nada que vulnere esa premisa debe seguir su curso. Por lo general rompo los trabajos que abiertamente me disgustan. Este debió ser destruido pero por alguna imprudente desidia no lo fue. Y ahí estaba una joven mujer, muy agradable, colocando la mitad de esa odiosa obra en su celular. ¿Cómo puede verla cada día? Temí que le generara algún oscuro daño, alguna especie de maleficio. Me propuse firmemente al día siguiente hacerle llegar mi sugerencia de que pusiera en su pantalla alguna imagen más feliz que mis falsas caras medio máscaras cadavéricas.






     Puede que de eso derivara la conversación por la que acabamos planeando una huida a Andalucía con la excusa de mi muestra en Córdoba el año próximo con mis chicas del The Silk Road. Lo que era una charla leve e intrascendente me recordó unos párrafos sobre Abderrahman III que leyera hace poco y me hundí en una profunda tristeza. Nada más distante a la melancolía que mis coloridas odaliscas, pero la asociación de ideas con el célebre Califa cordobés me jugó una muy mala pasada. Estábamos ahí, era evidente, en uno de esos buenos momentos –que no exceden de 14- que uno pasa no prestando real atención a tal acontecimiento. Mi pesar empero no duró mucho. Alguien se rió a mi lado mientras me preguntaban amablemente si yo tenía una teoría elaborada respecto de los enanitos de jardín. No, de hecho no, pero ofrecí una sobre las hadas y los elfos. Después pasamos al concubinato de Mickey y Minnie y ya no estoy muy segura si lo que siguió a partir de ahí tuvo algún sentido.






“Abderrahman III, octavo emir de Córdoba y primero en usar el título de ´califa´, subió al trono a los 22 años y en él permaneció hasta su muerte en el año 961 (hecha ya un tanto excepcional), tras más de cincuenta años de reinado triunfal. Llegó en sus incursiones hasta Francia y Fez, Orán y Túnez. Acumuló inmensas riquezas que supo disfrutar, gozando asimismo de la cultura, que alcanzó un gran esplendor durante su reinado. Su interés por la Medicina (de la que fundó la primera Academia de Europa, en Córdoba) puede deberse en parte a padecimiento de la “enfermedad sagrada”, que compartió con Julio César y Napoleón, y, cómo este, manifestó un rasgo caracteriológico asociado a ciertas formas de epilepsia: la obsesión por el orden y organización, que en ambos casos les facilita la de sus respectivos imperios, y, de modo más destacado en Abderrahman, el matiz prolijo, detallista de este temperamento, que le lleva a anotar cuidadosamente y con toda precisión “el número exacto de días en que había sido feliz”, en un curioso testamento espiritual, que es el principal motivo de esta reseña biográfica. (…) Meses antes de morir Abderrahman sufre una terrible enfermedad psíquica… Como ocurre frecuentemente en estos enfermos, tenía intervalos libres de síntomas, en los cuales recuperaba su iniciativa, y fue durante uno de ellos, inmediato ya al momento de su muerte, cuando este hombre extraordinario, que tuvo el mundo en sus manos, dictó el balance de su vida , con la precisión enequética que le singularizaba, proporcionándonos uno de los documentos más interesantes ende la relación entre poder absoluto y felicidad. ´He reinado más de cincuenta años, en victoria o paz. Amado por mis súbditos, temido por mis enemigos y respetado por mis aliados. Riquezas y honores, poder y placeres, aguardaron mi llamada para acudir de inmediato. No existe terrena bendición que me haya sido esquiva. En esta situación he anotado diligentemente los días de pura y auténtica felicidad que he disfrutado: SUMAN CATORCE. Hombre, no cifres tus anhelos en el mundo terreno.´” 

Juan Antonio Vallejo-Nágera Locos egregios, Editorial Planeta S.A. Buenos Aires 1992 pág. 27/32.






jueves, 3 de octubre de 2013


   


Baudolino se había presentado por fin al emperador. -He venido, padre mío- le había dicho-, porque conozco los lugares y podría resultarte útil. -Sí- había contestado el Barbarroja-, pero también conoces a la gente y no querrás hacerle daño. -Y tú me conoces a mí, si no te fías de mi corazón sabes que puedes fiarte de mis palabras. No le haré daño a mi gente, pero tampoco te mentiré. -Al contrario, me mentirás, pero tampoco a mí me harás daño. Mentirás, y yo fingiré creerte porque tú mientes siempre con buenas intenciones. (…) En fin, Baudolino a las murallas iba, y también las cruzaba. La primera vez no fue fácil, porque trotó hasta las puertas, empezó a oír silbar una piedra- señal de que en la ciudad empezaban a ahorrar flechas, y usaban hondas, que desde los tiempos de David se habían demostrado eficaces y poco dispendiosas-, tuvo que gritar en perfecto rústico de la Frascheta, haciendo amplios gestos con las manos desarmadas, y suerte que le reconoció el Trotti. -Oh, Baudolino- le gritó el Trotti desde arriba-, ¿vienes a unirte a nosotros? -No me hagas el arbabio, Trotti, sabes que estoy con la otra parte. Pero desde luego, no estoy aquí con malas intenciones. Déjame entrar, que quiero saludar a mi padre. Te juro sobre la Virgen que no digo ni una palabra de lo que veo. -Me fío. Abrid la puerta, eh, ¿habéis entendido o estáis ñecos en la cabeza? Este es un amigo. O casi. Quiero decir, que es uno de los suyos que es de los nuestros, es decir, uno de los nuestros que está con ellos, venga, ¡abrid esa puerta u os parto los dientes a patadas! -Vale, vale- decían aquellos combatientes aturullados-, aquí no se entiende ya quién está aquí y quién está allá, ayer salió aquel vestido que parecía un paviano… -Calla la boca, animal- gritaba el Trotti. -Ja, ja- se regodeaba Baudolino entrando-, habéis mandado espías a nuestro campo… Tranquilo, tú, que he dicho que no veo y no oigo… (…) …he ahí a Baudolino en la plaza principal, bella, amplia y clara del solecillo de marzo… he ahí Baudolino admirando la nueva catedral, que no será grande pero está bien hecha y dice: cribio, si hay hasta un tímpano con un enano sobe el trono, y todos a su alrededor hacen: je, je, como para decir, mira de lo que somos capaces, pero, balengo, eso no es un enano, es Nuestro Señor Jesucristo, a lo mejor no está bien hecho, pero si Federico llegaba un mes más tarde, encontrabas todo el Juicio Universal con los vejestorios del Apocalipsis;… (…) Y así durante algunas semanas, después de cada escaramuza, Baudolino volvía a casa, más que nada para llevar la cuenta de los muertos (…) y luego volvía a decirle a Francisco que aquellos, de rendirse, nada. Federico ya no imprecaba, y se limitaba a decir: -¿Y qué puedo hacerle yo? (…) Baudolinoi había entendido, por una alusión que el emperador había hecho un día a su profecía de adolescente,… que si solo hubiera podido aprovechar un signo del cielo, uno cualquiera, para decir urbi et orbi que era el cielo el que sugería que había que volver a casa, no habría desperdiciado la ocasión…” 


Umberto Eco, Baudolino, pág. 220/225






     Resulta digno de estudió el franco interés que despierto en personas con profunda convicción religiosa. Ciertamente yo no los busco. Es obvio que no concurro a templos de ninguna especie. Pero, tal precaución no sirve de mucho. De un modo u otro, acabo rodeada de personas que hacen aspavientos de su “fe” y que, generosamente supongo, me incluyen en ella como si en mi frente se erigiera un llamativo cartel que diga: “ella cree en cualquier cosa”. 


      Tal vez por discreción y vergüenza ajena no debería aquí hacer estos comentarios, aunque calculo que cierto entorno de mi “vida civil” jamás podría llegar a este blog de mi “vida real” y aunque lo hiciera difícilmente me reconocería y, menos aún –espero-, se identificaría en mi críptica alusión. Pero es así, yo desahogo mi confusión escribiendo. 

      Y cuando anoche –por cortesía, por cumplir, porque así fui de bien educada- puse en el reproductor de DVD la filmación de la ceremonia en la que, por razones inexplicables, fui convocada como seudo protagonista, no pude no volver a preguntarme ¿por qué? ¿Por qué las personas tienden a incluirme en sus delirios? ¿Por qué yo no digo que NO, gracias, y me presto a participar en situaciones absurdas? ¿Por qué tanta gente tiene necesidad de “creer” en disparates a todas luces increíbles, chapuceros y precarios?

      Pese a mi convencido agnosticismo, conservo el respeto por las religiones históricas, y reconoceré que algunas discusiones con sacerdotes católicos o rabinos pueden ser muy interesantes dada la basta formación intelectual de este tipo de líderes religiosos. Pero los referentes “evangelistas”, al menos lo que se multiplican en el conourbano y por las zonas más empobrecidas, si de algo hacen alarde es de precariedad formativa. Apenas pueden hablar (y uno sospecha que apenas saben leer aunque no le dediquen a esa actividad precisamente mucha energía y menos aun tiempo) y las frases que repiten –sin convicción y probablemente sin entender ningún tipo de trascendencia espiritual más allá de la captación del diezmo- hacen que me venga a la cabeza el viejo Nietzsche y ese asunto consabido del opio de los pueblos.






     Mi natural respeto por el otro hace que estos comentarios no salgan de mi boca y haga profesión de vida el convencimiento de que cada cual es muy dueño de creer en lo que le plazca. Pero a veces me pregunto si el que estas personas me busquen con tanta insistencia no significa que, a nivel inconsciente, buscan a alguien que les permita ponerse en perspectiva y darse cuentas de la farsa patética en la que se encuentran sumergidos. Pero me quedaré con la duda (y no tenderé la mano a nadie para fugarse de la niebla de la estupidez) sólo por priorizar el libre albedrío ajeno. Cada cual puede hacer el ridículo tanto como quiera. Yo lo hago. Ayer lo vi grabado en HD.