martes, 30 de septiembre de 2014


 Sobre la presunta tendencia a la dispersión de los artistas.



     La razón por la que los artistas –en su mayoría- propenden a la dispersión en su conducta obedece a un cúmulo confluente de causas.  La primera a señalar, quizá la más sorprendente, es la de resultar ser el artista una “persona”.  Con una vida propia de una persona, esto es, una vida afectada por extorsiones emocionales parentales en líneas ascendente, descendente y colaterales; con preocupaciones viles como el pago de alquileres y suministros eléctricos o cloacales, la inestabilidad constante de la señal de internet y la mala cobertura del celular si uno se mueve, digamos, un centímetro de dónde comenzó la conversación.

    Como persona tiene también el agravante de calificar para el rango de ciudadano, lo que le suma todos los conflictos éticos y frustraciones temperamentales que saben generar los representantes electivos al presunto soberano al que debieran responder por sus actos.  Y si ante la lógica sobrecarga el artista pretende desligarse de sus cuestiones ciudadanas, no pasan demasiados segundos antes de que se produzca el recordatorio imperativo con un señor que a punta de pistola en la puerta de nuestra casa nos arrebata la bolsa de la compra recién hecha en el super chino, donde a dura penas logramos sobrevivir al leer los renovados cartelitos de precios de la góndola de la yerba mate.


   El artista tiene que ser persona, ciudadano y  artista a un mismo tiempo y con únicos, limitados y ciertamente destartalados, cuerpo y alma.  Y está muy bien eso de que como artista se retira a la solitaria introspección creativa para fluir renacido hacia la acción hacedora magistral, pero a la vez tiene que cumplir con el trabajo civil con el que cubre las miserias de sus necesidades humanas, correr a sacar la ropa de la soga porque empezó a llover sólo por contradecir al servicio meteorológico, atender con estoicismo a las quejas filiares telefónicas de parte diario, deambular veloz con los sentidos  hiperactivos por la vía pública intentando evadir el robo nuestro de cada día y aplicar conocimientos de macroeconomía frente a cada compra para merituar si se logra con ella escabullir aunque más no sea medio puntito a la creciente inflación galopante. Aun reconociendo en el artista alguna capacidad excepcional, pretender que a esta multiplicidad de acciones aplique, a cada una, el cien por ciento de su atención es probablemente exigir demasiado…


   A quien corresponda este comentario –que doy por hecho  recibe y recoge el guante sin necesidad de que coloque destinatario a la esquela- sabrá entender que no es “disperso” sino “excesiva y desquiciantemente ocupado” aquel artista que no puede vivir, trabajar, crear su obra, difundirla, y responder los mails dentro del rango de los cinco minutos de recibidos. No es dispersión sentarse frente a la computadora sólo un rato, cuando el resto de todo lo demás lo permite.  No es desinterés ni irresponsabilidad.  Es, simplemente, la vida






domingo, 28 de septiembre de 2014



   La única reacción digna sería la indiferencia, pero mi dignidad está en baja y la única reacción que me sale es la furia frustrada.   El asunto de alistar las piezas que conforman mi políptico El Portal de las Listas de Ángeles y Demonios para que se pueda colgar es tan desesperante como inútil.  

   Desespera por un montón de pequeñeces estúpidas que todas juntas pueden desequilibrar al más estoico de los mártires.  Primero, en las tres ferreterías que fui no tenía la cantidad de pitones (esos tornillitos con la cabeza en forma de rulo por donde se pasa la tanza o el alambre en la parte posterior de los cuadros) que yo necesitaba.  Son once piezas, veintidós pitones, pedía veinticuatro en un exceso de tener un repuesto por si se me caía alguno al suelo y no tenía ganas de barrer para buscarlo. (Cuestión aparte que la única escoba de casa la intervine para el evento de la UBA y no voy a usar a mi Escoba Enmascarada para barrer, ¡y menos antes de la muestra!, pero eso que le importaba al ferretero...)  Yo necesitaba 24 pitones y él ¡no tenía semejante cantidad! ¿Existe un límite de pitones que puede pretenderse comprar sin ofender al señor de la ferretería?  


   Hubo que ir en peregrinación, compilando los malditos tornillos que ni son todos iguales ni tienen (descubro al usarlos) el debido filo y la conveniente punta.  Los odiosos tornillitos no atornillan.  Entonces hay que tratar de calzarlos agujereando la madera primero, lo que tampoco es fácil, porque el estúpido pino de los bastidores tiene nudos de madera más dura y como se supone que los pitones van todos a la misma altura para que cuando se los cuelgue queden derechos…  Parece mentira que tarea tan mínima pueda causar tanto fastidio.  ¿Y todo para qué?  Para que queden igualmente horrorosamente torcidos al colgarlos y venga entonces el curador de turno (el que seguramente en su vida tuvo que lidiar con un desgraciado pitón sin punta que no entra en el bastidor porque el nudo de la madera decidió ponerse ahí, justamente ahí, donde debería ir el tornillo) a opinar a los gritos -con el tono de falsete grandilocuente que corresponde a esas funciones- que está todo pésimamente colgado y que hay que modificarlo inmediatamente.  Claro, ¿cómo?  ¿Pegó las obras a la pared con engrudo?  


   Y no nos olvidemos de la dichosa tanza, el sedal, ese hilito de nylon que uno intenta anudar a la cabeza del pitón, pero el nudito se deshace, y entonces uno tira y tira, para apretar el nudo, y lo único que logra es cortarse los dedos y sangrar copiosamente sobre el cuadro que ingenuamente pretende alistar para colgar.  ¿Por qué usamos tanza?  Supongo que por la misma razón que en un tiempo (cuando yo empecé a mostrar mis trabajos) usábamos anzuelos para colgar.  Y si la tanza te corta la piel el anzuelo puede hasta sacarte un ojo.  Eran épocas salvajes aquellas, ni quién lo dude; a veces me pregunto cómo logré sobrevivirlas.  Y si uno tuviera honestidad intelectual debería dejar de comer pescado; la vida de estos seres es absolutamente miserable.


   Pero lo gracioso (¡perverso!) de todo este suplicio, es que es absolutamente inútil. Estoy colocando pitones y tanza que seguramente cuando en concreto intente colgar las obras en el C. C. Borges voy a tener que sacar de los bastidores para poder apoyarlos contra la pared en forma pareja y que no se desmerezca la obra en conjunto por los desniveles.  Y cuando eso pase, voy a estar peor que al principio, porque voy a seguir sin saber cómo colgarlos pero con las manos todas cortajeadas y con mi sistema nervioso destrozado.  Y un par de las mascaritas de El Portal con los rastros sanguinolentos de mi obstinación y mi torpeza.



sábado, 27 de septiembre de 2014


   “Entre los escritores que había deseado conocer hay uno que sólo vi una vez en 1946 y con el cual me pasó algo cómico: Shaw. (…) Confieso que al encontrarme sola con el famoso G.B.S., … sentí que no tenía nada que decirle y que su fragilidad me daba miedo.  Lo único que me habría gustado decirle estaba en uno de sus libros y era él quien lo decía de sí mismo.  En aquel momento este pensamiento se me antojaba más mío que suyo: Sea que hubiera nacido loco, o un poco demasiado cuerdo, mi Reino no era de este mundo: sólo me sentía como en mi casa en el reino de mi imaginación, y a mis anchas sólo como los mighty dead (los grandes muertos)”.  También yo sólo me encuentro como en mi casa en el reino de mi imaginación.  En ese reino los mighty dead no me dan miedo, y los tuteo.  Y en media hora, ¿qué podía decirle a Shaw que llegara a alcanzarlo; qué podía decirme Shaw que no me hubiera repetido mil veces en sus libros?  Estábamos sentados frente a frente, con una taza de té en la mano, yo invisible para él aparte de lo corpóreo; él demasiado visible para mí, pues yo veía en él todos los Shaw superpuestos que su obra me había revelado.  (…)  Cuando nos despedidos… él se quedó en el umbral de la puerta, haciéndome un saludo con la mano, Mefistófeles de cabello blanco y de cejas hirsutas.  Lo miré, segura de no volver a verlo, segura de no haberlo visto más que en sus libros, segura de no haberle dicho nado, segura de haberle simplemente estrechado la mano, como en el andén de una estación, cuando ya silva el tren.”
Victoria Ocampo, The Mighty Dead, Revista SUR Nro. 200, Junio 1951 pág. 5/7.


   Leí este texto en una revista en mi adolescencia, después lo perdí y ahora he podido recuperarlo al obtener el ejemplar de SUR  en homenaje a Show y a Gide donde se publicara completo.

   La primera vez que lo leí me identifiqué por completo con la imagen de los Mighty Dead y la seguridad del mundo privado de nuestra imaginación.  Creo que cualquier lector  va apropiándose de esos dioses menores que componen el panteón personal de sus muertos amados, de sus maestros del alma, de sus leales amigos de siempre. 

   Hoy, con más experiencia encima, puedo comprender el silencio de Victoria ante la oportunidad de conocer en persona a uno de sus dioses.  Uno ya los conoce, los ama, uno es lo que es por su influencia.  ¿Qué puede decírseles?  No mucho más que “gracias” y como conversación eso es demasiado poco.  Supongo que en parte he recordado siempre este texto para justificar mi tendencia a huir y negarme a conocer a las personas –aunque más no sea fugazmente- que admiro.  Aun estando la oportunidad ahí, siempre prefiero apartarme y desaparecer.  Me identifico completamente: ¿qué podría yo decirle?  ¿Qué más podría darme de todo lo que me han dado ya?

  Supongo que hay algo de cobardía involucrada también; uno no quiere descubrirlos del todo humanos, vislumbrar su fragilidad o sus limitaciones.  Uno construye y adhiere al mito, porque para nuestra identidad ese mito es fundacional, nuestro tótem tribal.  Amamos la proyección de su genio en nuestra vida, y en esa medida, nuestro amor es incondicional y no necesita ni de presencia física ni de realidad. 

   En mi caso, mi cobardía se funda y se sostiene  en un poema de Baudelaire que aprendí de memoria a los doce años y que nunca ha dejado de acompañarme:

Por divertirse, a veces, suelen los marineros
Cazar albatros, grandes pájaros de los mares,
Que siguen, de su viaje lánguidos compañeros,
Al barco en los acerbos abismos de los mares.

Pero sobre las tablas apenas los arrojan,
Esos reyes del cielo, torpes y avergonzados,
Sus grandes alas blancas miserablemente aflojan,
Y las dejan cual remos caer a sus costados.

¡Qué torpe es y qué débil ese viajero alado!
El, antes tan hermoso, ¡qué cómico en el suelo!
Con una pipa, uno el pico le ha quemado,
Remeda otro, renqueando, del inválido el vuelo.

El poeta es como ese príncipe del nublado
Que puede huir las flechas y el rayo frecuentar
En el suelo, entre ataques y mofas desterrado,
Sus alas de gigante le impiden caminar.

Charles Baudelaire, El Albatros.


jueves, 25 de septiembre de 2014


    En uno de los portales de arte que frecuento (español pero con amplísima data internacional y links fiables) me encontré con una nueva sección, un “consultorio” para artistas atendido por una crítica inglesa  de quién recuerdo haber leído añares atrás algunas reseñas realmente desopilantes con las que no se  podía dejar de  coincidir.  Este reencuentro me sorprendió gratamente, y aunque ya el mercado del arte no es lo que era en los 90 (¡gracias a Quién Sea!) es una perspectiva interesante para acercarse a la lectura de alguien que ha tratado en el pasado de poner en evidencia la arrogancia “teórica” de las elites artísticas.

  Transcribo parte de lo publicado en Xtrart (www.xtrart.es):
 



XTRart tiene el placer de contar con la presencia de Vera Icon, una mujer brillante y experta británica en Contemporary Art, cuya principal misión es acercar el arte contemporáneo a todas las personas interesadas y guiarlas a través del proceloso mundo del arte contemporáneo en su consultorio VERA ICON CONTESTA.
Cada 15 días, Vera Icón responderá a vuestras inquietudes, que podréis enviar a través del e-mail  veraicon.contesta@gmail.com o a través de su página en Facebook https://www.facebook.com/MissVeraIcon.



VERA ICON
Investigadora rigurosa, licenciada en Fine Arts y divulgadora cultural que logró gran popularidad en el mundo anglosajón de los 90, vuelve a vincularse a la crítica de arte en todas sus vertientes. Con una perspectiva llena de peculiaridades, por su gusto, su experiencia y su inteligencia, Icon retoma con ganas una trayectoria que se ha nutrido de la filosofía, la estética y el arte contemporáneo, con la intención de acercarse a los nuevos artistas, orientar su dura ‘emergencia’ y protegerlos de las frívolas manos del Arte.

Os dejamos con su primera publicación:
 



Darlings,

Estoy encantada de estar de vuelta en el ciberespacio con mi consultorio. Habéis sido tantas las que me han animado a continuar, tras mi paso por http://doze-mag.com/arte/pregunta-a-vera-icon.html
, que no he podido más que aceptar la amable invitación de XTRart.

Comienzo esta primera intervención compartiendo mi verano con vosotros.

Antes dedicaba mis estíos a visitar amigas en las grandes metrópolis mundiales y de paso a ver los bolos internacionales de las estrellas del arte. Pero este año estoy ascética y alérgica, y me he quedado en Madrid, la única capital europea que queda donde nunca pasa nada. Total, tampoco me he perdido gran cosa este verano: ¿Hacer cola en London para ver a Maligna Abramovic castigar cara a la pared a sus fans? ¿Hacer cola en NY para ver cómo el artista fracasado de turno se inmola ante un juguete de Jeff Koons? Qué pereza, nenas.

Los eventos interesantes, de todas formas, ocurren ahora en la red y se pueden ver desde la comodidad de la tumbona. Por ejemplo, cómo Donatella Versace ha cambiado el rumbo del performance art para siempre, simplemente con dos chulos y dos cubos de agua helada.

Así que mejor quedarme en el melting pot imposible de la piscina del Lago de la Casa de Campo, que deja al Toledo de las tres culturas a la altura del betún. El placer de tumbarme en mi toalla de Gilbert&George con mis amigas Gin Tonic, Cindy Pelma y Susana Torio y ver pasar la vida: Familias multiétnicas, gays y mariliendres, chicas y sus BGFs, chaperos, raperos, camellos, chonis unisex, curators en excedencia, artistas emergentes y sumergidos. Noé no lo habría hecho mejor.

Pero no todo ha sido ocio. También he estado ocupada con mi proyecto Vera Icon Collectibles, una serie de delicados objets d’art de edición limitada y precio asequible realizada con amor por algunos de los artistas más encantadores del momento. Están en https://www.etsy.com/shop/veraiconcollectibles .

See you soon, darlings.

 

 
 
 
 

miércoles, 24 de septiembre de 2014




   Pese a todo un día de trabajo aplicado a corregir los daños de la caída, sólo logré igualar la altura y la posición de las dos mitades de la máscara, pero no pude acercar los bordes de la punta de la nariz y del labio.  ¿Que pasó?  ¿Una de las mitades se achicó?  Si era una única máscara de plástico que corté por la mitad antes de trabajarla, ¿por qué ahora parecen tener distinto tamaño?  




   Tengo dos opciones: o tiro todo al diablo, lo que me tienta pero me apena, porque el resto de la obra me gusta mucho; o busco un "algo" que pueda agregarse y generar una razón para que de la punta de la nariz hacia la boca se abra la línea divisoria,  expandiéndose ¿hacia? y ¿para qué?  ¡¡Qué fastidio!! 

  Si no hubiera dejado el políptico en mi taller (¿y dónde podría haberlo puesto?), donde por esos misterios inconmensurables del cosmos hay una enorme cortadora de césped que nadie usa pero que logra, invariablemente, provocar un tropiezo y una caída tres veces por semana, yo no me hubiera derrumbado sobre el tablero, éste no se habría ladeado  abismalmente volcando la pila de carpeta que había sobre él encima de mi precario caballete, el que se fue en caída libre sobre la mesa donde estaba el par de bastidores con las dos mitades de máscara con sus pompones azules, los que volaron por los aires para caer, digamos, MAL.

   Dante estaba totalmente equivocado.  El camino al infierno no lo empiedran las buenas intenciones sino todos los "Si... " que constituyen la carga insoportable de nuestra conciencia inútilmente especulativa.


  En un puro alarde de masoquismo, para meterme más presión (¡cómo si hiciera falta!) me dediqué a perder el poco tiempo que me queda para solucionar el daño en mis medias máscaras buscando en la web como viene la acción de prensa y difusión de la 2da. Bienal Internacional de Arte Contemporáneo de Argentina, evento a dónde debería ir mi Portal en buenas condiciones...






































martes, 23 de septiembre de 2014


   Cuando recibí ayer el flyer de difusión (eso que antes llamábamos por estas tierras un volante o afiche publicitario) y el programa de actividades de la 2da. Bienal Internacional de Arte Contemporáneo  de Argentina tuve, literalmente, un ataque de nervios.  No porque no tuviera presente las fechas sino porque con mi personal teoría del timing ayer era apenas 22 de septiembre y yo tenía que tener todo listo recién para el 30. 

   Pero con este recuerdo inesperado las cosas se me aceleraron, sentí la lógica presión que debe sentirse en estos casos y tome conciencia de que, todo muy lindo, pero tras el “pequeño” accidente (¡habitual!) en mi  demasiado chico y poblado taller uno de los fragmentos enmascarados de mi políptico se había chuequeado espantosamente y ya no coincidía con la otra mitad de máscara que debía componer en el montaje. Esto había pasado hace días, yo tenía presente que debía arreglarlo o camuflarlo o inventar alguna versión que disimulara el defecto. Pero eso requería pensar en la cuestión y venía negándome a ello.  ¿Por qué?  ¡Qué sé yo!  Andaría a la espera de la correspondiente “inspiración”.  Citando a Serrat en la versión a dúo con Sabina: “las musas han pasado de mí, -han pasa´o de ti-,  andarán de vacaciones…”

   Ayer incautamente abrí el mail, comprendí que mi margen de acción se había reducido drásticamente, entré en pánico y, como corresponde a cualquier psicótico que somatiza, me pasé el resto del día absolutamente enferma.

   Hoy hice acopio de coraje, sentido común y resignada voluntad y me dispuse a arreglar el estropicio y a ocuparme seriamente de conseguir los pitones y soportes necesarios para poder colgar el conjunto.  Aunque aquí siga la veda de clavos, debo alistar cada pieza para que pueda colgarse y, que al hacerlo, cada bastidor quede paralelo a la línea de la pared porque si no el efecto de la figura conjunta se vería alterado por los desniveles. 

   No me divierten particularmente estas cuestiones logísticas.  Por un lado, a que negarlo, ¡soy tan torpe!; cuando juego con tenazas, pinzas, destornilladores y martillos acabo destrozándome las manos sin lograr jamás colocar ni un clavo ni un tornillo derecho (a más de quebrar las finas maderas de pino de los bastidores).  Por otro lado, lo que es más grave, me distraigo terriblemente pensando en nuevas posibilidades de lo que sea mientras sea algo distinto a lo que tengo que hacer. Cuando debería abocarme a ver como hago para colgar derecha una obra estoy absolutamente interesada en utilizar algo que rompí o algo que encontré en esa tarea para realizar otra obra que hasta ese momento no tenía la más mínima concepción en mi cerebro pero que de pronto es la única razón de mi existencia. 

   Supongo que un psicólogo le pondría nombre de síntoma a mi errático patrón de conducta.  Para él sería una patología de manual, para mi es mi realidad normal y no tengo más remedio que enfrentarla. El tic-tac, tic-tac de los plazos me acompaña como música de fondo.  En fin, habrá que  ponerse a trabajar…












lunes, 22 de septiembre de 2014



   Somos testigos de nuestro tiempo. 

   Somos el “público” de un grupo de circunstanciales “protagonistas” que están a cargo de esas efímeras acciones que han de quedar  como legado para las generaciones que nos siguen. 

   Pero no somos un público previsible.   Podemos tanto aplaudir como abuchear. Aclamar de pie o retirarnos en elocuente despectivo desapruebo. Como el Monstruo de Viña del Mar.  Podemos decidir que el protagónico pase a otro.  Aun siendo los menos importantes, los que no estamos sobre el escenario ni figuramos con luces en la marquesina ni en letra de molde en  Playbill, somos parte esencial del espectáculo.  Sin público no hay show. 

   Los testigos, como los que miran eso que si no fuera visto no existiría, tenemos un rol específico en el libreto de la historia.  Vemos, consideramos, recordamos. Somos la voz para el tiempo que vendrá y que carecerá de piedad. Solemos comportarnos apacibles, somos por definición tranquilos, expectantes, espectadores.   Pero no estamos al margen, no somos prescindibles.  Sin nosotros no existen ellos.  Simbióticos.  Como un liquen.

  ¿Por qué los políticos y los factores de poder suelen olvidarse de nosotros?  Porque somos parte de la escenografía.  Sólo registran nuestra ausencia cuando nos salimos y dejamos de darles soporte.  Entonces caen al vacío. 




sábado, 20 de septiembre de 2014


  "Se desnudó detrás del biombo siguiendo una tradición de pudor al revés, respetadísima en los estudios.  Subió al entarimado, alzó los brazos, separó una pierna, volvió graciosamente a un lado la cabeza y quedó petrificada en una suerte de paso de baile, como ninfa herida por la venganza de la deidad celosa.
  Era una vieja modelo todavía en carnes, excelente para Juno, Estío, Pomona, Ceres, Maternidad, Abundancia, Susana en el baño; modelo de grupa poderosa como caballo de circo, modelo hecha al yugo, que ha recorrido toda la trayectoria, desde los cursos vespertinos en los tiempos que se usaba estufa de cok y las modelos recibían una lira y con cincuenta la hora, cada vez más alto, hasta el estudio del Académico que no toma el pincel como no sea para pintar al fresco un Ministerio cuando menos, y luego poco a poco, cada vez más bajo, hasta los estudios para dos, escultor y pintor, que pagan a media el alquiler, la luz, el carbón y la modelo...


  Subió al entarimado con un saltito airoso que conserva de su juventud lejana, como conservan el hop-lá los viejos jinetes de carreras de obstáculos.  Se puso en pose a la manera clásica, aguardando que se acercara el pintor para las "modificaciones" pero el jovenzuelo de las gafas grita: -No, no... ¡por amor de Dios!  Nada de pose, siéntate en esta silla.
  La modelo observa la silla con expresión casi de espanto en sus grandes ojos bovinos, tiene un leve movimiento de repugnancia cuando el pintor le dice que se ponga a horcajadas con los brazos cruzados sobre el respaldo, quisiera tener por lo menos los brazos en alto para que el pecho quede levantado, pero el jovenzuelo lo quiere lo más caído posible, y quiere que la modelo apoye el rostro sobre los antebrazos de modo que una mejilla aparezca deformada, y después de haberse cerciorado de que entre los nudillos del espinazo se alcanza a ver el vientre flácido, se aleja satisfecho, con la cabeza inclinada a un lado y, empuñando un pedazo de carbón, comienza el bosquejo.
  La modelo se ha resignado.  Se da cuenta que tiene que habérselas con un "novecentista" y sabe que hasta podrá cerrar los ojos y dormir mientras él trabaja.
  Acabada la sesión, volverá a vestirse y se irá a la calle sin dignarse a echar una mirada a la tela, para no ver su propia imagen como en uno de los espejos deformadores del Luna Park.  Entre ella y los pintores novecentistas no hay posibilidad de entenderse.  Dos épocas, dos concepciones de lo bello, dos mentalidades y en medio, único trait-d´union, el salario inicuo.
  Pasaron los tiempos de la cinta en el cabello, del ramo de rosas en la mano, el perrito acurrucado a los pies.  ¡Qué hermoso era, apenas acabada la hora, correr al caballete y observar los progresos del cuadro, apoyándose con un movimiento coquetón en la espalda del pintor...  ¡Hermosos tiempos!  Y además como si no bastase, la humillación de que los de hoy la quieren precisamente por jamona y caderuda.
  Mientras posa le parece ser cómplice de una práctica obscena.  No más rostro romántico de cabellera rubia y barbita franciscana que la contempla tras la tela sonriendo y canturreando una canción: un par de lentes de concha sobre un semblante contraído en un espasmo morboso acechan sus hombros caídos, escudriñan el pecho flojo, siguen el contorno del vientre en alforja, mientras sobre la paleta se amontonan tintas violáceas, rojo ladrillo y gris fango.
  Cuando la sesión acaba, en lugar de aquellas frases chistosas y un poco galantes subrayadas a veces por una palmadita confidencial en el trasero, oye rugir: -Stop!  ¡Por hoy basta!  Si quieres calentarte café, algo debe de haber quedado todavía en ese cacharro...
  El hombre de las gafas dice todo esto sin apartar la vista de la figura que ha esbozado, y entretanto se hurga los bolsillos en busca de las cinco liras...  tiene prisa de que la modelo se vaya para quedarse a solas con su fantasma, que está mitad en la tela y mitad aún en su cabeza, necesita trabajar para definir el problema pictórico que lo atenacea por dentro.  ¡Su problema pictórico!


  Sus padres, sus abuelos, que pintaban cantando, no hubieran imaginado siquiera tal cosa.  Pintar y sufrir...  La modelo no quiere el café, vuelve al biombo y se viste en silencio; luego alarga la mano con gesto furtivo, para coger la moneda.
  A punto de salir se detiene un momento para mirar al pintor, que se ha quitado los anteojos y se pasa la mano sobre el rostro convulso.  Sin anteojos parece otro.  Después cierra despacio la puerta y se va en puntas de pie.  Un oscuro instinto acumulado a través de treinta años de atélier le sugiere que, entre los dos sufrimientos y las dos condenas, la de ella es quizá la menor."

Ezio D´Errico "La Modelo", Milán 1937.  Revista SUR Número  44,  Mayo 1938 páginas 65/67






viernes, 19 de septiembre de 2014

 


  Ayer recibí por mail la siguiente carta:

Traducida (con mis limitaciones) sería más o menos:

Estimada Gabriella Farnell

Con placer le  informamos de que este año por fin hemos abierto las habitaciones de huéspedes en el Château des Réaux donde su pintura está colgada

Estamos encantados en proponerle pasar un par de noches en nuestras habitaciones señoriales y, por supuesto, para pintar algo allí. El Castillo cuenta con ocho espacios para pintar donde podrá encontrar  lienzos, pinturas, lápices, atriles y cómodas sillas con una hermosa vista sobre el parque

Todos los artistas participantes en la exposición Galería tendrán un descuento del 10% en el costo del alojamiento

Además, contamos con un encantador restaurante que está abierto las 24 horas, donde se sirven platos de la cocina francesa y ucraniana, cócteles y un montón de  cosas sabrosas, cerca de las chimeneas y en todo momento.

Todos los platos van acompañados de los fantásticos vinos de Pays de la Loire y, por supuesto, con todo nuestro corazón.


Por otra parte, existe una gigantesca piscina climatizada, que está situada en un lugar encantador en el aire libre. También se puede hacer paseos en bote alrededor del Castillo y descubrir nuestro hermoso parque. Para los amantes del deporte contamos con un campo deportivo múltiple y  pista de tenis

Al final de un largo día, le ofrecemos una actividad relajante: el baño de cerveza con leche y miel

Por favor, encuentre a continuación el enlace a nuestro sitio web para reserva directa: www.chateaudesreaux.fr.
 
Fielmente suyo y con una gran-gran-gran respeto

YevhenYukhnytsya 

Propietario del  Château des Réaux que ha sido finalmente abierto!!)









  A veces algo tan simple como un mail de cortesía  puede cambiarte el ánimo en una semana que pintaba nefasta, y reconciliarte con la convicción de que abocar la vida al arte puede no compensarte económicamente pero te justifica toda la existencia.  Y más.

  Como corresponde, respondí por mail agradeciendo la invitación, augurando (deseando) poder -tal vez- cruzar el año próximo "los insondables abismos de los mares" para una muestra de mi obra en Londres y escaparme al Continente a una fugaz pero absolutamente grata  visita a esa preciosura del Chateau des Réaux.  

  Me queda la duda de si el destinatario de mi misiva (ucraniano que vive en Francia) logrará entender mi lamentable inglés en el que pretendo expresarme como en mi español natal pero sin lograrlo nunca.  

  Sólo me queda invocar al dios de las lenguas y encomendarme -con absoluta fe- al santo traductor de Google.



jueves, 18 de septiembre de 2014
























http://art-profiles.com/


  Entonces -me decía- el artista vendría a ser una especie de referente social...

No, pensé.  Más bien un cronista natural, un testigo involuntario.  Dudo mucho que un artista esté contemplando la posteridad en cada acción que emprende.  Sería agotador.  Y vulneraría por completo la esencia de su libertad creativa.  La reseña de su tiempo y de su entorno es inconsciente, y sólo puede leerse con claridad a la distancia.

  Él está esperando una respuesta.  Me encojo mentalmente de hombros y argumento "No sé".  Es demasiado tarde para discutir.  Estoy en Aeroparque, esperando un vuelo que viene con retraso, y carezco de la energía para emprender un debate vía mail.  

  Él es partidario de las moralejas; yo creo en un destino caprichoso dotado de un fino pero retorcido sentido del humor,  A esta altura de la vida nuestra conversación nopuede llegar a ninguna parte.








miércoles, 17 de septiembre de 2014

La profesión más antigua del mundo.


  Hace un par de semanas, cuando recorría las salas de Arte Egipcio de The Metropolitan Museum of Art, volvía a maravillarme no sólo la sofisticación y majestuosidad de la cultura mortuoria egipcia, sino esos múltiples pequeños detalles exquisitos que sólo pueden atribuirse a una pura finalidad estética.

  Al observar los diversos relieves sobre fragmentos de paredes de piedra arenisca, es fácil entender la finalidad religiosa o adoctrinante de las escenas retratadas (batallas, conquistas, ritos mortuorios, ceremonias de sumisión a los dioses o a los reyes).  Pero al mirar un poco más, uno descubre las guardas simétricamente labradas en las túnicas, el tallado puntilloso de los cabellos, el cuidado delineado de las uñas algunas veces acentuadas en contraste, el colorido con el que se busca más calidez que verismo en las imágenes.  Cuando uno observa ese esmero por la armonía, por el equilibrio estético, no puede no concluirse que –más allá de la finalidad práctica de cada manifestación- había una profunda sensibilidad artística (como hoy la entendemos)  y una constante búsqueda de belleza.

  Pensaba entonces, y sigo pensando ahora, que los egipcios no sólo creían en la inmortalidad sino que han  demostrado  ser inmortales.  De pie, contemplando casi reverencialmente la Esfinge de Hatshepsut (circa del 1470 a.C.), el esplendor del Antiguo Egipto seguía incólume ante mí, tantos siglos después, y sabiendo con total certeza de que seguirá allí, en su majestuosa belleza, cuando de mí no quede ni el más remoto recuerdo.


  La búsqueda de la belleza por pura inquietud estética predomina también sobre el resto de las obras de otras culturas, desde la alfarería primitiva a los utensilios de uso cotidiano de pueblos más avanzados, como griegos y romanos.  Las guardas y entornos cada vez más elaborados, el amoroso cuidado en la reproducción de rostros, manos y pies, la suntuosidad en la réplica de vestimentas…  Todo demuestra ese más allá en la finalidad del creador de cada pieza.  Esos artistas anónimos no solamente decían lo que debían (por mandato externo) sino que en su acción se demoraban en decirlo del modo más bello. 

  Hoy, a la distancia, las obras del MET no sólo nos cuentan sobre culturas del pasado sino de la eterna búsqueda de la belleza y la expresión espiritual  llevada a cabo por ese tipo particular de personas que han sido –desde el origen de los tiempos- los responsables de apreciar y plasmar su entorno: los artistas.  Hacedores de inmortalidad.


  El último sábado, leyendo un artículo del diario (que transcribo al pie), me volvió todo esto a la cabeza.  Los artistas como constante desde el principio mismo, en toda circunstancia, bajo las peores condiciones, siempre ahí, reseñando desde el arte la historia real de la humanidad.  Definitivamente, la profesión más antigua y más consecuente de todas,  probablemente la que siga perdurando cuando la tecnología acabe con el resto de los oficios manuales.


Fernando Sánchez – para La NaciónLa Plegaria de los hombres-topo grabada en piedra.

  En 1914, con 23 años Otto Dix ya sabía que sería pintor. Becado por la Escuela de Artes y Oficios, por ese entonces lo suyo era pintar al estilo de los grandes maestros alemanes del siglo XVI.  Y cuando estalló la guerra, se alistó pensando que volvería antes de Navidad y sin saber que, a la vuelta de los días, lo esperaba la más siniestra de las profesoras.  “Soy un hombre de realidad”, diría décadas después, ya famoso.  “Tengo que experimentar todas las oscuridades de la vida.  Por eso me enrolé como voluntario”.  Esa experiencia le sirvió, entre otras cosas, para entender que entre el arte y la guerra hay secretos lazos de parentesco.

  Contada por Dix, la “gran guerra”… es un horizonte festoneado de cosas que pinchan: bayonetas, soles coronados de espinas, púas al cielo… Un mundo en negro y blanco donde todo lo bueno huyó despavorido. (…)

  Pero Dix no fue el único artista que cambió sus herramientas por una arma.  Hubo también otros iguales a él, sólo que peleando para el enemigo.  Y si hoy lo sabemos es porque –cuando la guerra de trincheras se hizo eterna- tanto alemanes como franceses decidieron cavar túneles por debajo de las posiciones enemigas, a la espera de dinamitarlas.  Encerrado allí hay, todavía, un mundo.  Un universo entero de esculturas, de dibujos, de nombres escritos en las paredes.  Allá asoma un soldado de bigotes; más acá, una dama; algo más adelante, una fecha: 1918.

  Pero hay, entre todas, una figura que es todas las demás.  Está en una de las capillas subterráneas y muestra a un soldado de perfil, rezando.  Las manos entrelazadas y cerca de la boca, la espalda tan curva, todo le da el extraño aspecto de un armadillo. Tantos años después, es verlo y escuchar la desesperación de ese hombre que pide, bajo tierra, no quedarse ahí para siempre.  Es saber que quién lo talló entendió que esa súplica no era personal.  Era por todos.  Ellos, y nosotros.

  Por cuatro años, los soldados metidos a artistas (los artistas metidos a soldados) vivieron acechando al enemigo que tenían pared de por medio…  Los anónimos soldados franceses, con sus pequeñas esculturas, tallas y anotaciones; Dix, bocetando en su mente y en un cuaderno lo que luego convertiría en cincuenta grabados y un tríptico, La guerra. Los nazis prohibiendo su arte no bien llegaron al poder, por “promover el antimilitarismo en el pueblo alemán”.

  Eso fue tal vez lo que –veinte años antes- intuyeron los hombres-topos de las trincheras y túneles subterráneos.  Lo que los puso a crear a todos al mismo tiempo: la certeza de que todavía faltaba algo más.  Otra guerra aún más arrasadora. (…)

La Nación, Domingo 14 de Septiembre de 2014,  Suplemento Enfoques, Sección Desde el Margen, página 2.-