sábado, 30 de enero de 2016


     Detalles.  La tapa descompensaba, así que agregué a Alicia a punto de abrir la puerta. (Recordar: no es conveniente dibujar con lapiceras de gel sobre cartapesta pintada con barniz al agua para madera.  Absorbe demasiado y roba nitidez; y las arrugas distorsionan las líneas. Recordar: cartapesta no es soporte cómodo al dibujo.)






     Y las rositas que pintan los guardias-cartas de la Reina de Corazones merecían cumplir el mandato de todo rojo.  Glitter colorado que quedó de las máscaras le dió un toque sin agregar peso ni deformar por humedad.  












viernes, 29 de enero de 2016


     Lista la primera etapa de diseño de mi book-art de caja de vino y papel de diario.  Ahora viene la parte divertida (retocar con un poco de pintura, lacas, dimensionales, o sea: ¡cachivache!).  Y tratar de solucionar el problema de siempre: los ángulos y la estabilidad del conjunto.  Por ahora (por ahora) mantiene el equilibrio.  Veremos si con el peso extra de la pintura y el barniz no modificamos los precarios contrapesos.  Veremos.















jueves, 28 de enero de 2016


         La trampa del Huso Horario (o los peligros de twittear cuando uno está ya medio dormido).




     Empezó como una tontería, un mero juego de palabras.  Otro artista había levantado la noticia de que el próximo 29/30 de enero se llevaría a cabo un Simposio en la Fundación Jumex con patrocinio del Museo Guggenheim de New York, cuyo eje central sería la cuestión “¿Existe el arte latinomaericano?”.  Siendo ambos artistas latinoamericanos (él de Montevideo yo de BAires) nos planteamos, en la hipótesis que el Museo Guggenheim decidiera que no existe el arte latinoamericano, si nosotros dos nos desintegraríamos automáticamente en el Cosmos. 





     Ya era medianoche en el Río de la Plata, y personalmente andaba con los párpados a media asta.  Cuando recibo un par de twitts directos presuntamente de los organizadores del evento cuestionado:



  
     Y como por deformación profesional tengo que ir siempre a las fuentes (debo ser la única de mi camada que adoró tener como materia obligatoria historiografía), oficialmente medio dormida, linkié la data y me informé literalmente de la propuesta del Simposio La Universidad Desconocida.

     Textual:  “DÍA 1 / 3-7PM - CONFERENCIA: Enrique Dussel “Epistemologías del Sur”.
Sesión 1. El problema latinoamericano
Esta sesión abre una serie de discusiones urgentes sobre la relevancia del tema de América Latina en el campo del arte, que pasa por el cuestionamiento del término “arte latinoamericano” y ahonda en las especificidades sociales, políticas, económicas y culturales inscritas en una producción artística consciente del contexto donde se produce. Tomando como punto de partida una afirmación de Jorge Glusberg, fundador del Cayc y del Grupo de los trece en 1971, quien declaraba que no existía un arte latinoamericano, sino más bien un problema latinoamericano, la discusión girará en torno a las implicaciones y pertinencia de esta categorización, la cual ponía de relieve un pasado colonial común, una dependencia económica y cultural de los centros hegemónicos, y la modernidad como imposición neo-colonial, como denominadores comunes del arte producido en la región.
Ponentes: Cuauhtémoc Medina, Gabriela Rangel, Carla Stellweg.
Modera: Pablo León de la Barra.”






          Puede que fuera porque a fines de los ochenta fui rechazada sistemáticamente en los ultimísimos tiempos del CAyC,  o porque firmé indignada cuando Glusberg –ya director del Bellas Artes- permitió la imperdonable “desaparición de unos dibujos de Toulouse-Lautrec del patrimonio del Museo bajo el argumento de que “no eran importantes”, o porque dar por sentada que la realidad del 1971 es la misma realidad que en 2016 sonó a que nos consideran congelados en el tiempo, lo cierto es que me indigné.

     Yo soy latinoamericana.  Del sur más al sur del continente.  Y me he dedicado al arte desde que tuve conciencia de que uno podía dedicarse con absoluta obstinación a tamaña nadería.  Y se con la conciencia que da ser concreto protagonista del hecho que no dependo económica y culturalmente de los centros hegemónicos ni que se me impone como realidad neo-colonial la modernidad en la producción de mi obra.

     Esa terminología de barricada de los setenta me sacó de quicio.  Que la usen políticos populistas para ganar votos de nostálgicos frustrados o chiquilines ignorantes ávidos de falsas epopeyas, vaya y pase, pero que sea el leit motiv de un presunto debate intelectual es tomarnos a los artistas (latinoamericanos) como estúpidos.

     Internet acabó con toda dependencia. Ese cuento ya fue.   Si en los 70 solo podía formarse con una visión universalista el que económicamente contaba con medios para viajar, hoy sólo es necesaria una mínima inversión para acceder desde una computadora propia o una pública, en un cyber, un bar o una biblioteca escolar, a toda la actividad cultural del mundo.  Web mediante todo es accesible para todos.  Ya no alcanza la pose, ni las frases hechas y altisonantes.  Internet democratizó a un extremo que cualquiera que quiera ejercer su libertad de pensar, aprender, analizar, puede hacerlo sin necesidad de “pertenecer” a ningún sector ni adherir al “mandato neo-colonial” de nadie.

     Me ofende, honestamente, que se nos considere –por el mero hecho de ser latinoamericanos- tan inocentes y simplones como para desarrollar nuestra obra “mirando a los grandes centros hegemóncos”. Niñitos temerosos que necesitamos que papá nos diga lo que podemos o no podemos hacer.  La mayoría de los artistas estamos demasiado ocupados tratando de desarrollar nuestra identidad visceral, de conformar nuestra obra a base de  vivencia cruda y auténtica, como para perder el tiempo ocupándonos de esperar las directivas de quién demonios sea y hable en representación del “centro hegemónico”.  Que pavada.

      El arte latinoamericano existe ya que existen artistas en Latinoamerica.  Y obviamente hay disparidad entre los exponentes de los distintos países que la conforman.  Tanto como se diferencia un pintor catalán de uno de la movida madrileña.  O un colorista brasileño de un sobrio dibujante rioplatense.  ¿Y qué con eso?  Y si se habla de la escuela neoyorkina no se niega la existencia de un arte americano (entendiéndose sólo la América del Norte).

     Probablemente la cuestión no merezca el enojo, que no haya mala intensión de nadie, y que quizá hasta en el debate surjan conclusiones interesantes.  Pero partir de un fraseario del 71 (yo tenía entonces 4 años, ¡otro siglo otro planeta!) es hacer historia y no análisis del arte contemporáneo.

     Y puede que sea pura arrogancia (se sabe que es el gran defecto étnico de los argentinos), pero acá bien al sur no somos neo-colonia de nadie.  Coleccionamos políticos corruptos y torpes, algunos de un pintoresquismo inenarrable, pero somos sufridos ciudadanos que nos hacemos cargo de nuestra realidad y, al caso, de nuestra actividad creativa sin esperar ni las órdenes ni el permiso de nadie.












martes, 26 de enero de 2016


       
         Siendo mi última semana de vacaciones suena justo que derroche mi último tiempo libre según me venga en ganas.  Podría estar trabajando sin pausa ni presiones en alguno de mis proyectos en marcha; o podría, como estoy, vagabundeando en cualquier otra dirección.


     Ha sido una cadena de circunstancias complotadas.  Primero, mi mal humor ante la constante acusación de que no me enfoco, que desperdicio tiempo y energías que bien direccionadas  podrían hacerme llegar a algún lado -¡perdón!, es que no estoy yendo a ninguna parte-.  Ese mal humor me obliga, como cuestión de principios,  a desenfocarme mucho más.





     Estaba muy entretenida con mi experimento de la  bandeja de cartón de pre-pizza que no me permite desplazar cómodamente la pintura y que con su empecinada curvatura me hace perder la perspectiva, cuando se acabó el vino.  Había sido un regalo, la novedad del vino en cajas de tres litros, la bag in box.   Puntualmente, no me gustó  (estéticamente, la caja es tosca, no hay donde ponerla y servir de ahí en la copa es de una rusticidad incompatible con el disfrute).  Igual, el vino se tomó, la caja quedo vacía, y el conflicto sobre tirarla ocupó el podio de mis preocupaciones.  Entonces se encadenó la idea que venía arrastrando desde que en mi difusa investigación para la ambientación que hice para una amiga di con unos maravillosos book-art sobre Alicia.  Claro que yo no puedo descuartizar un libro por más que el resultado quede como gloriosa pieza de arte.  Sencillamente yo no puedo.  Entonces, pareció lógico que la caja de vino, la bag in box, sirviera para falsear un libro que fuera  base a una alegoría de un book-art  sin libro y sin romper nada.  Simular las hojas con papel de diario, que en un juego de montajes pareciera que es un libro siendo –como siempre- solo un montoncito de material de descarte –pura y simple basura-.






     Y así, en mi última semana de vacaciones, estoy tonteando con recrear una visión global de Alice in Wonderland  de papel de diario en un falso libro que supiera ser una falsa botella de vino auténtico.  Debería estar trabajando en mis Postales Victorianas o -¡de una buena vez!- terminando mi serie de Ragnarök.  Pero me distraigo, me sigo distrayendo…





domingo, 24 de enero de 2016































         Deberíamos resguardarnos de las buenas intenciones como de la peste.  De los consejos constantes de aquellos que se suponen que nos quieren.  De las (supuestas) “críticas constructivas”.  Prefiero la crítica malintencionada.  O el desprecio indiferente.  Pero la buena voluntad invasiva, ese meterse constantemente con uno para decirnos lo mal que hacemos y cuanto mejor nos iría si hiciéramos otra cosa, me saca absolutamente de quicio.  Si tienen la verdad revelada, ¿por qué no lo hacen ellos directamente?  ¿Por qué en lugar de querer doblegar nuestras convicciones y nuestra visión personal para que actuemos según sus designios, directamente ellos, los Preclaros, Los Sabelotodo, Los Iluminados, hacen las cosas que ven con tanta claridad y simpleza?  ¿Por qué no se dedican al arte y demuestran en los hechos con qué facilidad alcanzan la gloria? 





     Reconozco que, probablemente, muchos de ellos actúen de buena fe, que estén convencidos de hacernos un favor cuando nos repiten hasta la letanía lo mal que manejamos las cosas, los errores constantes en los que perseveramos, las buenas ideas que desacatamos por capricho o tozudez innecesaria.  Pero insisto: guárdense sus visiones preclaras, su certeza para el éxito y la fortuna.  Guarden todo para sí o para quién se los pida.  No lo desperdicien en alguien como yo que no tengo ni interés ni lucidez para apreciar su sabiduría.  Déjenme haciendo dibujitos estúpidos, déjenme perdiendo el tiempo.  Ya me lo dijeron antes: “tanto talento desperdiciado…”  Así soy yo, un caso perdido.  Déjenme en paz.









jueves, 21 de enero de 2016





        Hace muchísimos años (en el siglo pasado) revolvía en la Biblioteca del Congreso Nacional  Anales de Jurisprudencia Argentina en busca de material para un par de monografías (una propia, otra ajena), actividad que era ya por entonces más un juego de placer que una tarea de estudio.  Si creyera en la reencarnación daría por hecho que en varias de mis vidas pasadas he sido una (feliz) bibliotecaria. 

     La cuestión es que en ese jolgorio de revisar y leer Repertorios, me topé con un texto que ya entonces me pareció ridículo.  Refería a un caso judicial sucedido en Buenos Aires, si mal no recuerdo por la década del 40.  A un señor le encuentran postales con desnudos y es sometido a un proceso penal por exhibiciones obscenas.  El fallo final –después del trajín de primera y segunda instancia, al llegar a la Corte-  lo absolvía porque se había acreditado en la causa que lo que el acusado portaba eran reproducciones de los desnudos que Miguel Ángel pintara en el techo de la Capilla Sixtina.

           Aunque yo encontré ese resumen de jurisprudencia en un Repertorio, en un estante de la Biblioteca del Congreso, creí que todo el asunto era una especie de chiste introducido en un texto solemne a la espera de que alguien se percataba de la burla.  Pero con el correr de los años volví a leer referencias a ese caso en otros textos, por lo que u otros autores siguieron el juego o realmente tamaña estupidez, en el siglo XX,  había sucedido.  Entonces me llamó mas la atención la ignorancia de los involucrados (¡no reconocer los frescos de la Sixtina!) que la elocuente pacatería de la cuestión.




          Siguen pasando los años y sigo siendo testigo de cómo se atribuye obscenidad al mero desnudo, como si todos portáramos bajo la ropa la más perversa y sórdidas de las bajezas.  No voy a repetirme  recordando que me descolgaron obra en más de una muestra por la temática de mi trabajo, prefiero creer que he sido censurada por mi mala calidad artística y no porque escandalicen un par de pechos de mujer.  Me bajaron de varios sitios de internet (también por el contenido “pornográfico” de mis imágenes), pero como desde 2012 este blog sobrevive he empezado a creer que evolucionó la  calidad de mi obra o que algunas cabezas finalmente se abrieron al sentido común.

      Pero se ve  que no y a las pruebas me remito.   Primero (¡otra vez!) la estupidez de Facebook que sigue censurando obras de artistas contemporáneos (quiero creer que no lo harían con un Rubens o con la Maja de Goya, pero nunca se sabe; como diría Einstein lo único infinito es la estupidez humana):







      Después me entero por Twitter que la censura puede también dar alardes de oscurantismo sobre una foto -preciosa- de Frida:





    Y cuando leo que las performances se han vuelto también materia de escarnio, siento que andamos caminando para atrás:










     Según lo que leo en crónicas de otras tierras, la fotografía, aun dentro de un museo (es decir, el espectador entra libremente, escoge y decide lo que va a ver) constituye terreno óptimo para la censura:






     Muy lindo todo. ¿Soy yo -que ya estoy asquerosamente corrompida- o ninguna de las imágenes es ni mínimamente desagradable u ofensiva? 




     ¿Será una táctica  de distracción?  ¿Será que vende escandalizarse ante el cuerpo desvestido -plenamente humano-  mientras omitimos asumir las matanzas -indiscutiblemente inhumanasde todo tipo que se dan por todos lados? 

     ¿O será una forma de canalizar la ira contra ese ser ingobernable que se ha salido de su redil y ahora ya no discute sino que se asume como igual? ¿Castigamos la imagen de la mujer –desnuda, real  y poderosa- porque no es políticamente correcto manifestar a viva voz el deseo de seguir sometiéndola?  

     Es evidente que molesta el desnudo femenino –mayoritario-;  si se tratara de desnudos masculinos ¿habría igual nivel de escarnio? Tal vez los artistas deberíamos dedicarnos por una temporada a pintar y colgar sólo caballeros sin ropa, a ver si los censores se comportan de igual manera.  Por curiosidad, como ejercicio de investigación, para salir de dudas.  Aunque tiendo a creer que la estupidez, a este nivel de Estupidez con mayúsculas, no es cuestión de género sino de lamentable miseria de espíritu.  






     “…todos los imbéciles… que pronuncian sin pausa las palabras: “inmoral, inmoralidad, moralidad en el arte” y otras necedades me hacen pensar en Luisa Villedieu, puta de cinco francos, que, acompañándome una vez al Louvre, donde no había ido jamás, enrojecía y se cubría la cara y, tirándome a cada rato de la manga, me preguntaba, ante las estatuas y ante los cuadros inmortales, cómo se podía exhibir públicamente, semejantes indecencias”. 

Charles Baudelaire, El Mundo de Charles Baudelaire  Centro Editor de América Latina Buenos Aires 1980 página 64.-





miércoles, 20 de enero de 2016



       Frustraciones varias.

         Aprovechando los últimos días de vacaciones (lo que significa full time para pintar), avanzo en mi borrador de Postales Victorianas para probar un esténcil de estampilla.  Siguiendo normal mi línea de acción, busco el modelo adecuado dentro de mi álbum de filatelista aficionada, y cotejo  en el catálogo que mi elección corresponda al período adecuado.  Cincuentenario del reinado de Victoria.  Hasta ahí bien.  Hago un dibujo simplificado, calo lo que puedo sin romper, y se supone que ya tengo mi matriz de estampilla para aplicar a los dibujos.  No me gusta demasiado el resultado, pero, bueno, sigamos.




     Aplico el esténcil a mi diseño borrador y ¡queda espantoso!  Sucio, indefinido, una porquería.  Lo retoco con pincel primero y con lapiceras de gel después, pero sigue pareciéndome horrible.  Definitivamente esto no va.  Me fastidia la frustración de tiempo desperdiciado y relego por un rato todo el asunto de las Postales





     Y como suele pasar cuando me gana el mal humor, se me antoja pintar sobre una bandejita de cartón donde vino una pre-pizza que fue la cena rápida de hace un par de días.  Para mitigar mi ofuscado ánimo me autorizo a jugar los juegos que más me gustan.  Pego los cordoncitos de unas bolsas, aplico más papel para dar firmeza, desparramo acuarela para posicionar una de las Odaliscas de Fortuny que tanto me gustan,  sobre la que planeo entretenerme con algún mapa.  Y de vuelta me gana la frustración.  No me gusta, el cartón chupa la pintura de manera desigual y encima se encorva de modo para nada simétrico.







     ¿Por qué cuando tengo tiempo para pintar (lo que es casi nunca) todo sale mal?  ¿Sólo puedo trabajar bajo presión, robando tiempo de otras tareas, para que ya no la inspiración sino el mero oficio funcione?  Un total fastidio.