lunes, 30 de mayo de 2016





      ¿Por qué habla todo el mundo –entiéndase: críticos, curadores, dealers, presuntos “coleccionistas”- menos los artistas? 
     Un cotejo superficial de medios, publicaciones especializadas y sitios de arte, tanto tradicionales como digitales, demuestra la predominante mayoría de opiniones y comentarios de todos los agentes del mercado de arte ante la casi nula voz de los que se supone son los protagonistas.  ¿Por qué?  Obvio: es el factor menos importante.  ¡Hay tantos!
    Y lo que hace que alguien sea “un artista” es la opinión de ese mismo mercado.  Entonces, ¿qué importa lo que haga, lo que piense o siquiera que realmente exista?  Serán los agentes mercantiles, los críticos y demás intermediarios, los que escojan al favorecido y lo posicionen en el atrio e indiquen al resto del cosmos que ese “elegido” es el artista de moda al que hay que venerar.  Lo que haga o lo que diga no tiene importancia, es secundario.  El mercado le ha dado sus quince minutos de fama y ¡quién pude discutir eso!

 


 

      No digo nada nuevo, y si me apuran, digo algo que ni siquiera me importa.  Uno no se mete en las naderías del arte, de modo real y honesto, para convertirse en un “artista de moda”.  Uno lo hace por un millón de razones o por ninguna: es un destino, no una elección.  Y nos preste atención o no el mercado (con sus críticos, galeristas, mecenas y compradores) lo habremos de hacer igual.
     ¿Entonces?  Debe ser  esta lluvia, que dura siglos, la que colabora al malhumor.  Y la temporada de “ferias”.  Y los críticos que elaboran biblias de loas a cachivaches indescriptibles y vergonzantes.  Y que uno se imagina a un adolescente que le gusta dibujar parado frente a esa aparente realidad y oyendo sólo la versión del mercado.  Y el arte no es eso, o al menos no es sólo eso. 
     Habría que oír la otra campana, la de los artistas que llevan años poniendo su vida en la forma y el color, en un lenguaje privado, en una vida de irrealidades inútiles pero gratas.  Debería haber un espacio donde los artistas –no de moda, no consagrados; la mayoría, los que conviven diariamente con una acción creativa sin destino ni prensa ni remuneración- dejaran su voz.  Sólo para equilibrar.  Sólo por amor a la verdad verdadera.  Para los que vienen atrás.
 
 
 
 
 
 
 
 

 

viernes, 27 de mayo de 2016


    ¿Decía yo que internet es una maravilla?  ¿Doy otro ejemplo concreto?  Mientras me alistaba a las corridas esta mañana para salir a trabajar un viernes con huelga de subtes y lluvia pringosa, me entra un mail de una galería de Madrid:







     Imagino que la obra que vieron en Arcotangente es París





y resulta que todo este evento –originario del interés de la galería que me contacta- ha sido exclusivamente vía web: yo envié la imagen de la obra, las chicas de La Galería de Magdalena (https://lagaleriademagdalena.wordpress.com/) imprimieron las postales que se distribuyeron y crearon el espacio de exhibición virtual en Tumbr.  




     La actividad on line genera la posibilidad concreta de actividad off line (la feria en Santa Fe, Nuevo México, USA).  Insisto, ¿cómo hacíamos antes?  No hacíamos nada, porque yo vivo y trabajo en Buenos Aires y trasladarme a España para hacerme conocer en el medio del arte local era imposible. Y de haber podido (renunciando a mi vida acá, cosa poco probable), sólo hubiera podido centrar mi acción en una ciudad y en un país.  Internet, es innegable, nos ha posibilitado el mundo.








miércoles, 25 de mayo de 2016





























      Maravillas de internet.  Tengo edad suficiente para saber por experiencia como era ser artista antes y como es ser artista ahora con la red de redes como herramienta cotidiana de trabajo. Un artista de medio pelo, emergente y de la periferia, sin galería, representante ni publicista, web mediante, puede organizar actividades para la exhibición de su trabajo en la otra punta del mundo, de modo sencillo y prolijo, sin tener que poner un pie fuera de su taller.  Y no es teoría sino puro trabajo de campo.

      Hace unas semanas cumplí con los preparativos necesarios (girar el dinero del arancel, enviar la obra por encomienda) para participar en el proyecto Who Art You en Thiers, Francia.  Aunque aún no tengo las fechas definitivas de los eventos, ya puse en marcha la maquinaria para que la camperita que delata mis máscaras y mis ojitos de gato se paseen por territorio francés.








      También concreté la participación de Resabio de Conquista, reproducido sobre seda, en la muestra  colectiva coordinada por Beatriz Zucaro en la Gallería della Pigna – Palazzo Pontificio Maffei  Maresotti en Roma, Italia, el próximo octubre.






      Y ayer me llegó por mail la invitación a participar en la Parallax Art Fair, Londres, Reino Unido, los próximos 21/23 de octubre.   Si bien todavía estoy tratando de traducir toda la data y convertir los costos de libras esterlinas a pesos para evaluar la realidad de mis posibilidades, lo cierto es que -de estar dentro de los límites de mi presupuesto- poder enviar un par de obras a una feria londinense es una chance real que no lo sería fuera del universo casi mágico de internet.









    Hace unos años la sola idea de poder mostrar mi trabajo en Europa era como una de esos sueños desbocados próximos a cuentos de hadas a los que uno aspira  sabiéndolos imposibles.  Vino la World Wide Web y desembarcar, como una Conquista a la inversa, en tierras europeas se ha vuelto algo más o menos común, definitivamente muy fácil, y sin salir de casa contando con la inestimable asistencia del correo postal y la transferencia bancaria.   







lunes, 23 de mayo de 2016


 
 
 
      ¿De qué viven los artistas?  La respuesta no es única pero podría acercarse a la exactitud clasificando en dos grupos: los que viven de otras actividades que nada tienen que ver con el arte y los que viven de actividades próximas al arte.
    Los primeros, entre los que me cuento, abocamos nuestra vida civil a una actividad cualquiera que nos provee del dinero necesario para vivir.    El trabajo es trabajo, nada más; sin pasión ni vocación.   Somos  mercenarios conscientes y sin culpas.  Nos domesticamos, negociamos con el pragmatismo y dedicamos muchas horas de nuestra vida a producir el dinero necesario para comer, vestirnos y comprar telas, pinceles y óleos.  Sospecho que somos los más simples.  No tenemos que elaborar justificaciones de ningún tipo.  Trabajamos por  dinero y pintamos porque sí.  ¿La ventaja?  Que como no dependemos de comercializar nuestra obra para sobrevivir nos podemos dar el lujo (¡impagable!) de ser auténticamente libres.
 
 
     El segundo grupo es más complejo.  Están los artistas que se dedican a la educación tradicional, como maestros o profesores de plástica.  Los que aplican su visión artística a la publicidad, el diseño comercial y el marketing en general.  Están los que montan sus talleres y dan clases fuera de currícula a aficionados.  Los que ilustran y grafican para editoriales.  Y están los empleados públicos en áreas relacionadas a la cultura.  Unos pocos coordinan –bajo la figura de galerías o espacios de arte- muestras colectivas y eventos de distinto tipo cobrando a los artistas participantes los costos y el remanente de beneficio propio.  Este grupo necesita justificar la parte remunerada de su obra.  Son los que aceptan que el mercado (¿la moda de turno?) digite su hacer.  Puede considerarse que a través de estas actividades vinculadas este grupo  efectivamente vive del arte.     
 
 
     Que viva sólo de vender su obra yo, personalmente, aun no conozco a nadie.  Si hay un grupo muy selecto –los consagrados- que cotizan bien y que captan la atención obsequiosa de galerías y marchands, pero que siguen teniendo su taller (donde las clases son muy caras y rara vez la dan en persona); que tienen líneas de productos utilitarios con sus diseños (en las tiendas de chucherías uno puede comprar zoquetes y cuadernitos con los dibujos de Milo Lockett, que a la vez tiene un bar y un espacio donde cobra a otros artistas por exponer) y los que tienen sueldos estatales por dar clases magistrales en la enorme cantidad de universidades y terciarios que se abrieron en los últimos años.  Pero sólo de la obra, todavía no he conocido a nadie.   
     ¿Está bien?  ¿Está mal? ¿Un grupo tiene más justificación ética que el otro?  Lo ignoro.  Más bien me resultan circunstancias por completo lógicas.  Uno –sea artista o no- hace lo que puede y lo que soporta.  ¿Quién nos prometió la gloria?  El artista no escapa de las premisas de todo ser humano.  Y sólo se trata de vivir.  La obra es la que definirá, pasado el tiempo y escindida de su autor, cual de ellas se aproximó a esa eternidad universal que sanciona el verdadero arte y el artista será sólo una anécdota, pintoresca pero intrascendente.  Entonces, ¿para qué hacerse problema?
 
 
 
 
 
 
 
 

sábado, 21 de mayo de 2016


    Tras justificar mi uso del papel de diario dentro de una obra precisamente por su carácter aleatorio, me contradigo optando por utilizar viejas revistas de arte eligiendo tendenciosamente cada fragmento a recortar.  Así surgió mi Cat-Art (¡cómo nos gustan los juegos de palabras estúpidos!), mi gatito catártico tanto de todos esos sitios sacro-santos donde jamás estará mi obra, tanto por ser mi espécimen  voluntario para probar las lacas con las que pretendo concluir mi Caballito de Carrusel.











    Post data: me encanta lo de outsider art fair.  Algo así como descubrir mi lugar en el mundo.  Outsider.  Los marginados de siempre.






viernes, 20 de mayo de 2016





       Ayer leí en la revista digital Cultura Colectiva (www.culturacolectiva.com)  un artículo que reseña el origen del Keep calm and carry on, historia que desconocía por completo y que me pareció una alegoría de como una acción puntual (dirigida al pueblo británico en guerra) puede universalizarse fácilmente independientemente de las intenciones de sus autores.  ¿Mérito de los medios de difusión o sencillamente que las personas somos iguales en un punto y otro del planeta y algunos mensajes nos llegan a todos sin necesidad de que nos estén dirigidos?   Pego el artículo, escrito por Montserrat Valle Vargas y el link para el acceso directo.



































miércoles, 18 de mayo de 2016


    En el suplemento dedicado a ArteBA que publicó el sábado próximo pasado el diario La Nación (sí, ya me enganché con el tema: dos días seguidos mencionando ArteBA –pero conste que sin enojarme-), se hace un raconto de los últimos 25 años en el ámbito del arte local tomando como mojón de inicio la Feria de Galerías de Buenos Aires.

    En esta línea de tiempo descubro –como eslabón inmediato posterior a la primera ArteBA- a la Fundación Espigas, entidad que si eventualmente oí nombrar alguna vez nunca había entrado de lleno en el radar de mi interés.  Por pura curiosidad y con ánimo de subsanar mi ignorancia, esta mañana la googleé.   





    Descubro que dicha Fundación tiene entre sus objetivos documentar la historia de las artes visuales en la Argentina, conformando un archivo y una base de datos de libre acceso.  ¿Y qué es lo más lógico que uno haga inmediatamente entonces?  Obvio, buscarse en ese archivo.  Y para mi absoluta sorpresa y grato regocijo ¡me encontré inventariada!







     La muestra de la que guardan registro es la que hice en la Manzana de las Luces allá en el año 1995 (¡cuánto tiempo pasó!), donde presenté por primera vez  en forma conjunta los dibujos de la serie Borgeanas.  





     Tras la alegría de encontrarme incluida en la historia de las artes visuales en la Argentina me entró la profundísima depresión de comprender que desde entonces hasta acá –y aun cuando creo haber hecho algunas cosas más interesantes que aquellas- la historia de las artes visuales en la Argentina me ha ignorado del modo más absoluto y contundente.  Fui hace más de veinte años pero desde entonces he dejado de ser.  Muy triste.  Como dice el tango: la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser…


    Igual, no puedo evitar recordar la muestra en la Manzana de las Luces con inmenso cariño.