miércoles, 31 de agosto de 2016




     Soy demasiado susceptible si lo tomo como algo personal.  Si desde febrero estoy tratando de conseguir fecha para exponer mi trabajo en un espacio municipal, si me indicaron condiciones y me requirieron material, si envié (¡tres veces!) fotografías de todas y cada una de las obras que pretendía exhibir y si hasta llegaron a indicarme “disponibilidad en el mes de julio”, el que después entraran en el cono del silencio y sólo al cabo de mi inconmovible insistencia me informaran que el espacio iba a estar en obra los próximos ocho meses, que eventualmente avise si me interesa ser considerada para el próximo año…  bueno, no es nada personal, ¿no?






    ¿Qué respeto o consideración merece un artista, máxime uno desconocido, autogestionado, sin amigos influyentes, como yo?  Ninguno, obviamente.  ¿Quién soy para pretender que me den información clara y que tengan en cuenta que si doy por seria la negociación con ellos no estoy negociando por otro lado un espacio alternativo, ya que ni mi obra ni yo somos duales y nos gusta hacer una cosa a la vez en la intención de hacerla bien?







     Pero el enojo me aburre y al final ni vale la pena dedicarle demasiado tiempo a la indignación.  No es la primera vez ni seguramente será la última que el maltrato es la moneda corriente con la que se le paga al artista empeñoso y honesto que trata de hacer las cosas por su cuenta y a su exclusivo costo.  Buscaré otro lado, seguiré postergando una individual, pero iré más o menos por el mismo camino.  Ni todo el destrato ni el eterno fracaso van a lograr que deje de intentarlo.  Pinto porque quiero (porque no puedo no hacerlo), no para que alguien de afuera lo apruebe o me lo facilite.  Una mancha más al tigre (que en realidad es un leopardo camuflado)  confirma su identidad de gato.  Sólo me reservo la revancha infantil de que si alguna vez el Municipio de Lanús viene a buscarme (¡ja! ¡cómo si lo fueran a hacer!) les voy a decir que NO.









martes, 30 de agosto de 2016





     No es bueno tomar decisiones estando enojada.  ¿Es mejor tomarlas estando aburrida?  El tercer estadio debe ser la indiferencia y quizá ahí, sí, el momento óptimo para las elecciones definitivas.

    Aunque uno se lleve bien con el rol de espectador y deje el centro de la escena a esas personas a las que les encanta llamar la atención (y eventualmente filar el ridículo) todo el tiempo, no necesariamente significa que hemos renunciado al derecho de tener opinión propia.  Podemos ceder el protagonismo pero no renunciamos a ser personas.  Y cuando nuestra amable pasividad se toma por servilismo amorfo de séquito obediente, bueno, uno primero se enoja, después se aburre y al final los destierra a todos al páramo de la nada que se extiende por afuera de nuestras vidas.




     Tal vez peco de poco práctica, de cero diplomacia, de imprudente ser con principios y códigos éticos.  Es probable.  Seguramente me convenga más mantenerme del lado de personas “bien relacionadas”, con “contactos convenientes”, “posicionadas en el medio”, soportándolas con estoicismo a la eventual espera de sacar alguna vez algún beneficio de su insufrible compañía.  Pero me temo que no me alcanza ni la paciencia ni la buena educación para soportarlos.  Se los agradezco, pero no.

     Seamos realistas: ni tengo grandes aspiraciones ni tendría chances de alcanzarlas si realmente las tuviera.  Lo mío ha sido siempre la periferia, el medio pelo, la marginalidad indecisa.  Me conformo con poco, con ser quién soy sin pedir permisos ni disculpas.  Sigan con lo suyo, yo me voy.









domingo, 28 de agosto de 2016




     Supongamos por un momento que un artista, cualquiera, dedica su vida a crear según la opinión de los demás.  Sigue el criterio del crítico de moda, enfant terrible algo envejecido y gordo, que destroza sin piedad pero con gracia cualquier cosa que haga quién sea:  todo lo hacen mal, nadie sabe nada, el único preclaro es él –aunque jamás diga qué le gusta, limitándose al defenestramiento genérico-.  Movido por el acatamiento a la voz despiadada del crítico sarcástico y eternamente insatisfecho, probablemente el artista no haga nada, así evita desatar la voz burlona y lapidaria de su mentor de turno. 

     Tal vez, cuando sea el turno del crítico clásico y formalista, se pondrá a imitar estilos de los que jamás estuvo a la altura; y cuando llegue el momento de arribar al podio al crítico amante de lo conceptual, el artista olvide que alguna vez dibujó para dedicarse al mero amontonamiento intelectualoide y a la postura críptica y desganada.




    Paralelamente, el artista podrá también dejarse guiar por los curadores iluminados por el poder, esos que hoy tienen las llaves de las salas y los museos donde se cocinan las cosas.  Esos curadores, sabios de toda sabiduría y los únicos con posibilidad de tener un espacio seguro donde colgar, son los que dicen de qué va hoy la cosa.  El artista, si quiere mostrar su trabajo al público, deberá ajustar su obra a lo que los curadores quieren hoy.  Así, pues, con inteligente practicidad, el artista hará no lo que quiere, lo que puede o lo que necesita hacer, sino lo que el curador dice que esta temporada se usa.

    Y como también hay que comer, el artista deberá ajustar su obra a lo que el art dealer mejor conectado dice que se está vendiendo.  Hoy sale el minimalismo, dibujar un escueto gorrioncito en el centro del bastidor y dejar el entorno en blanco.  Un poco de color en el pico, dale un toque de luz en el ojo, no más.  Las medidas que ronden el  30X30, que entre en la cartera.  Vendamos obritas al costo de una revista, vendamos al “nuevo coleccionista”, vendamos como quien vende un caracol pintado “Recuerdo de Pehuajó”.




     Supongamos que uno se dedica a crear (esa acción otrora considerada íntima, privada, auténtica) conforme las pautas que le dan el crítico, el curador y el art dealer.  Especie de multiple-choice donde cubrimos todos los cuadraditos de los requisitos exigidos para catalogar como artista de moda- artista conocido- artista que vende.  Supongamos que nos dedicamos a hacer todo de manera de dejarlos contentos a ellos, a los críticos, curados y dealers.  Supongamos que nos acostumbramos a semejante impostura, mutante en el tiempo conforme las modas y a los “influencers” de turno.  Supongamos.  Y entonces ¿qué? 


     Hubo un tiempo que ser artista implicaba un compromiso con la libertad, con la identidad, con aceptar ser a pesar de todo y de todos.  Hubo un tiempo que ser artista era estar solo, pagando el precio de cierto apartamiento del mundo para resguarda la autenticidad de la obra.  Hubo un tiempo.  Hubo.  Ya no hay nada.  








jueves, 25 de agosto de 2016





     Según la legislación vigente, en la Argentina un curador es el representante legal y forzoso de aquellas personas que revisten el carácter de incapaces, no por minoría de edad (en ese caso son tutores) sino cuando su capacidad plena se halla restringida por cuestiones de hecho (demencia, analfabetismo extremo, deficiencias cognitivas patológicas o derivadas de adicciones, entre otras).  Artículo 468 Código Civil y Comercial: Se da curador al mayor de edad incapaz de administrar sus bienes.  Artículo 475: Los declarados incapaces son considerados como los menores de edad, en cuanto a su persona y bienes. Las leyes sobre la tutela de los menores se aplicarán a la curaduría de los incapaces.

 


     Entonces, el artista es equiparable a un incapaz que requiere a un señor o señora, el curador, que maneje su obra y disponga dónde y cómo colgarla ya que el artista por sí está limitado por su propia condición de artista.  El artista como un enano mental, como un tarado, como alguien ciertamente de una categoría inferior a cualquier otro integrante del mercado del arte.  ¿Y si mi indigno es que yo no entiendo nada?  ¿Si opino –algo furibundamente, lo acepto- en contra a la moda estúpida de la curaduría estoy siendo imprudente y políticamente incorrecta?  ¡Me están tratando de imbécil y pretenden que les sonría y asienta obedientemente con la cabeza!  Me temo que es imposible.  Ya no odio a los curadores: esta mañana me encuentro en guerra declara con ellos.

 
 
 
 
 
 

miércoles, 24 de agosto de 2016



“No sé si la educación puede salvarnos, pero no sé de nada mejor”. 

Jorge Luis Borges.



























Borgeanas by  farnell




El Inmortal

grafito - 70X100cms.


     Ser inmortal es baladí; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues ignoran la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal. He notado que, pese a las religiones, esa convicción es rarísima. Israelitas, cristianos y musulmanes profesan la inmortalidad, pero la veneración que tributan al primer siglo prueba que sólo creen en él, ya que destinan todos los demás, en número infinito, a premiarlo o castigarlo Más razonable me parece la rueda de ciertas religiones del Indostán; en esa rueda, que no tiene principio ni fin, cada vida es efecto de la anterior y engendra la siguiente, pero ninguna determina el conjunto... Adoctrinada por un ejercicio de siglos, la república de hombres inmortales había logrado la perfección de la tolerancia y casi con desdén. Sabía que en un plazo infinito le ocurren a todo hombre todas las cosas. Por sus pasadas o futuras virtudes, todo hombre es acreedor a toda bondad, pero también a toda traición, por sus infamias del pasado o del porvenir. Así como en los juegos de azar las cifras pares y las cifras impares tienden al equilibrio, así también se anulan y se corrigen el ingenio y la estolidez, y acaso el rústico poema del Cid es el contrapeso exigido por un solo epíteto de las Églogas o por una sentencia de Heráclito. El pensamiento más fugaz obedece a un dibujo invisible y puede coronar, o inaugurar, una forma secreta. Sé de quienes obraban el mal para que en los siglos futuros resultara el bien, o hubiera resultado en los ya pretéritos... Encarados así, todos nuestros actos son justos, pero también son indiferentes. No hay méritos morales o intelectuales. Homero compuso la Odisea; postulado un plazo infinito, con infinitas circunstancias y cambios, lo imposible es no componer, siquiera una vez, la Odisea. Nadie es alguien, un solo hombre inmortal es todos los hombres. Como Cornelio Agrippa, soy dios, soy héroe, soy filósofo, soy demonio y soy mundo, lo cual es una fatigosa manera de decir que no soy…

Jorge Luis Borges,  El Inmortal (fragmento)






Posesión del Ayer

grafito - 50X70 cms.


      Sé que he perdido tantas cosas que no podría contarlas y que esas perdiciones, ahora, son lo que es mío. Sé que he perdido el amarillo y el negro y pienso en esos imposibles colores como no piensan los que ven. Mi padre ha muerto y está siempre a mi lado. Cuando quiero escandir versos de Swinburne, lo hago, me dicen, con su voz. Sólo el que ha muerto es nuestro, sólo es nuestro lo que perdimos. llión fue, pero llión perdura en el hexámetro que la plañe. Israel fue cuando era una antigua nostalgia. Todo poema, con el tiempo, es una elegía. Nuestras son las mujeres que nos dejaron, ya no sujetos a la víspera, que es zozobra, y a las alarmas y terrores de la esperanza. No hay otros paraísos que los paraísos perdidos.

Jorge Luis Borges,  Posesión del Ayer






La Suma

grafito - 50X70 cms.




La Suma II

grafito - 50X70 cms.





La Suma III

grafito - 50X70 cms.




 Ante la cal de una pared que nada
nos veda imaginar como infinita
un hombre se ha sentado y premedita
trazar con rigurosa pincelada
en la blanca pared el mundo entero:
puertas, balanzas, tártaros, jacintos,
ángeles, bibliotecas, laberintos,
anclas, Uxmal, el infinito, el cero.
Puebla de formas la pared. La suerte,
que de curiosos dones no es avara,
le permite dar fin a su porfía.
En el preciso instante de la muerte
descubre que esa vástaga agarabía
de líneas es la imagen de su cara.

Jorge Luis Borges,  La Suma







La Luna

grafito - 70X90 cms.



Cuenta la historia que en aquel pasado
Tiempo en que sucedieron tantas cosas
Reales, imaginarias y dudosas,
Un hombre concibió el desmesurado

Proyecto de cifrar el universo
En un libro y con ímpetu infinito
Erigió el alto y arduo manuscrito
Y limó y declamó el último verso.

Gracias iba a rendir a la fortuna
Cuando al alzar los ojos vio un bruñido
Disco en el aire y comprendió, aturdido,
Que se había olvidado de la luna.

La historia que he narrado aunque fingida,
Bien puede figurar el maleficio
De cuantos ejercemos el oficio
De cambiar en palabras nuestra vida.

Jorge Luis Borges, La Luna (fragmento)






Beppo

grafito - 50X70


El gato blanco y célibe se mira en la lúcida luna del espejo
y no puede saber que esa blancura y esos ojos de oro que no ha visto
nunca en la casa son su propia imagen.
¿Quién le dirá que el otro que lo observa
es apenas un sueño del espejo?
Me digo que esos gatos armoniosos
el de cristal y el de caliente sangre,
son simulacros que concede al tiempo
un arquetipo eterno. Así lo afirma,
sombra también, Plotino en las Ennéadas.
¿De qué Adán anterior al paraíso,
de qué divinidad indescifrable
somos los hombres un espejo roto?

Jorge Luis Borges,  Beppo






Que dios detrás de Dios la trama empieza

mixtura sobre papel y tabla - 100X70 cms.


Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada 
reina, torre directa y peón ladino 
sobre lo negro y blanco del camino 
buscan y libran su batalla armada. 

No saben que la mano señalada 
del jugador gobierna su destino, 
no saben que un rigor adamantino 
sujeta su albedrío y su jornada. 

También el jugador es prisionero 
(la sentencia es de Omar) de otro tablero 
de negras noches y de blancos días. 

Dios mueve al jugador, y éste, la pieza. 
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza 
de polvo y tiempo y sueño y agonía?

Jorge Luis Borges,  Ajedrez (fragmento)







El Aleph

mixtura sobre papel y tabla - 70X50 cms.



     En la parte inferior del escalón, hacia la derecha, vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa (la luna del espejo, digamos) era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo. Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo, vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó, vi en un traspatio de la calle Soler las mismas baldosas que hace treinta años vi en el zaguán de una casa en Frey Bentos, vi racimos, nieve, tabaco, vetas de metal, vapor de agua, vi convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena, vi en Inverness a una mujer que no olvidaré, vi la violenta cabellera, el altivo cuerpo, vi un cáncer de pecho, vi un círculo de tierra seca en una vereda, donde antes hubo un árbol, vi una quinta de Adrogué, un ejemplar de la primera versión inglesa de Plinio, la de Philemont Holland, vi a un tiempo cada letra de cada página (de chico yo solía maravillarme de que las letras de un volumen cerrado no se mezclaran y perdieran en el decurso de la noche), vi la noche y el día contemporáneo, vi un poniente en Querétaro que parecía reflejar el color de una rosa en Bengala, vi mi dormitorio sin nadie, vi en un gabinete de Alkmaar un globo terráqueo entre dos espejos que lo multiplicaban sin fin, vi caballos de crin arremolinada, en una playa del Mar Caspio en el alba, vi la delicada osadura de una mano, vi a los sobrevivientes de una batalla, enviando tarjetas postales, vi en un escaparate de Mirzapur una baraja española, vi las sombras oblicuas de unos helechos en el suelo de un invernáculo, vi tigres, émbolos, bisontes, marejadas y ejércitos, vi todas las hormigas que hay en la tierra, vi un astrolabio persa, vi en un cajón del escritorio (y la letra me hizo temblar) cartas obscenas, increíbles, precisas, que Beatriz había dirigido a Carlos Argentino, vi un adorado monumento en la Chacarita, vi la reliquia atroz de lo que deliciosamente había sido Beatriz Viterbo, vi la circulación de mi propia sangre, vi el engranaje del amor y la modificación de la muerte, vi el Aleph, desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo. 

Jorge Luis Borges,  El Aleph (fragmento)









martes, 23 de agosto de 2016


























     “-Hay algo que nunca he podido explicarme en las novelas policiales- prosiguió Finderlyme-, y es por qué el asesino no mata nunca al superdotado detective aficionado que, inevitablemente, ha de descubrirlo al final.
-Porque se acabaría la novela- replicó Blessington con no disimulado desprecio.
-No, señor- contestó vivamente el crítico-.  La novela se termina cuando descubren al asesino.  El protagonista no es el detective, sino el asesino…  Que es quien, en realidad, conduce la acción; quien cuenta el cuento.  Suprima usted al detective, y no pasará nada; suprima usted al asesino, y se queda sin novela.” 

Abel Mateo,  El Asesino Enamorado






     Sufro desde el viernes un lamentable estado seudo gripal o de alergia pre-primaveral o de decadencia absoluta y patética.   Y como corresponde a toda persona hiperkinética que se precie, la inmovilidad forzosa del decaimiento me pone –en mis escasos momentos lúcidos- de muy mal humor.

     Y justo se da que leo varias reseñas de muestras plásticas actuales en BAires donde, tras la cita obligada de los nombres de los artistas participantes, dedican párrafos y párrafos a analizar y merituar a la horda de “curadores”, presuntamente los auténticos “autores” de los eventos en cuestión.   Parafraseando a Abel Mateos: Suprima usted al curador, y no pasará nada; suprima usted al artista, y se queda sin muestra.




     ¡Que enorme fastidio!  Ya no se trata de lograr componer una obra coherente y capaz de transmitir a un espectador desconocido, distante y atemporal; ni de lograr conmover a un crítico escéptico y cínico, supuestamente hastiado de imitaciones y fraudes; ni de despertar el muy básico interés de un bruto sensible como estaca (la cita es de Rimbaud) que posee los recursos económicos para adquirir una obra o patrocinar un proyecto.  No.  Hay que trabajar para lograr ser  considerado viable por un sujeto de incalificables méritos e iluminada sapiencia, el curador, que es el único capaz de traducir nuestro imperfecto código primario de artista para hacerlo accesible a las masas populares (como si las masas concurrieran a las galerías de arte y a los museos).  ¿Soy yo –que estoy malhumorada, lo reconozco- o cada vez están todos más y más estúpidos?


     Odio a los curadores esta mañana.








domingo, 21 de agosto de 2016


     Puede derribarte la fiebre y sacarte del planeta por un par de días, pero afortunadamente Twitter sigue trabajando por tu obra.