viernes, 28 de junio de 2013




     Mi vida “civil” es ciertamente una vida mentirosa. Aunque sea absolutamente auténtica. Y en este caso algo verdadero puede ser completamente falso. ¿Qué marca la diferencia? Obviamente: la pasión. Cuando uno realiza lo que sea movido por la pasión, esa acción es visceralmente real. Todo lo demás es hecho porque debe ser hecho, por obligación o aun por lealtad. Pero es menos real que lo otro y se aproxima peligrosamente a la farsa. Aunque el resto no se percate (para el otro es una realidad lógica y conveniente, ¿por qué cuestionarla?), uno sabe que está en territorio paralelo, cierto, concreto, pero mucho más intrascendente. Pura rutina y acción refleja. Y no niego que en esa otra dimensión no haya momentos de intenso placer o diversión. Pero todo suavecito, superficial, sin dejar huellas. Es en la otra vida, en la que todo funciona a fuerza de intensidad, vértigo y adrenalina, en donde uno puede sentirse concretamente uno mismo. Vivo y real.






     La conciencia permanente de estar desperdiciando tiempo en vivir a medias o en limitar potenciales por obligaciones prácticas puede tornarse agobiante. Pero no hay mucho que hacer, sólo seguir con la promesa de que algún día, algún día… ¿De qué me quejo? De nada. Sólo que por un instante me vino la palabra honestidad a la cabeza y me quedé pensando. Si a quién se engaña es a uno mismo ¿puede cualquier otro hacernos un juzgamiento ético? No. Sólo yo podría (y ya sabemos que además de carecer de alma, conciencia y culpa tampoco tengo moral) y la verdad que me aburriría la cuestión si me pusiera a pensar en ella. Si me miento diariamente a mí misma cuando salgo a hacer frente a una vida “civil” cada mañana, obligándome a la energía y entrega que sé que no me viene de ningún lado, y transcurro la jornada tachando las horas que me faltan para el rato de recreo que le doy a mi yo real, es un asunto absolutamente personal. ¿Sería menos yo si tuviera más tiempo para serlo? Quizá. ¿O sería aún más definida si me diera el espacio para recortarme definitivamente? Es una opción también. Pero sí hay algo cierto: sólo una no sería yo.






Podría serte bueno y manso Podría serte quien Podría ser Lo que quieras podría ser…/ 
Podría serte justo y casto Claro que podría ser Pero no Ese nunca sería yo Eso no…/ 
Obvio es que me quieras santo Es obvio y tan suave-eh Como al tac-to de cachemira/ 
En piel…Verde sé me quieres verde Como la hierba que Lisa y tier-ná que puán/ 
Pisar tus pies Y eso no… Y eso no Te quede claro que Eso no Non e possibile/ 
 Eso no No sería yo, eso no…”


 Miguel Bosé Podría ser lo que quieras… del Álbum Cardio



martes, 25 de junio de 2013




"Sobre la decadencia en el arte de mentir -(Ensayo oído y presentado en una reunión del Círculo de la Historia y Antigüedades, de Hartford)- No pretendo sostener a priori que el hábito de mentir sufra cierta decadencia o interrupción. No, la Mentira es eterna como la Virtud. La Mentira, considerada como un recreo, un consuelo, un refugio en la adversidad, la cuarta gracia, la décima musa, el mejor y el más seguro de los amigos del hombre, es inmortal y no puede desaparecer de la tierra mientras este Círculo exista. Lo que voy a poner de relieve es la decadencia en el arte de mentir. Ningún hombre de clara inteligencia y de sentimientos elevados puede contemplar las mentiras pesadas y feas de nuestros días, sin entristecerse, al ver un arte tan noble tan prostituido. (…) No hay ninguna verdad más comprobada que ésta: Hay circunstancias en que la mentira es necesaria. De aquí se infiere lógicamente que en esas circunstancias la mentira es una virtud. Todas las virtudes han menester cuidado progresivo y diligente para alcanzar la perfección necesaria. Y no hay que añadir, que el arte de perfeccionar la virtud se nos debe enseñar de continuo en las escuelas públicas, en el hogar paterno y hasta en los periódicos. ¿Qué papel puede representar un embustero ignorante, al lado de un embustero instruido y experimentado? (…) Un hombre regularmente verídico, es sencillamente una criatura insoportable.” 

Mark Twain Cuentos Humorísticos, Editorial Tor, Buenos Aires 1942, pág. 83/85






     La mentira virtuosa. La cuarta gracia, la décima musa”. La mentira como arte. Si todos nos mienten, la mentira es evidentemente parte estructural de una convivencia civilizada. Lo más difícil es saber, al cabo, cual es la verdad. La civilización nos atrofió la capacidad de diferenciarla. Cuando alguien como el “amigo” Coscia sale a decir que Fito Páez les hizo “un recontra precio” por cobrarle al gobierno más de dos millones de pesos por un par de recitales; cuando es este mismo Fito Páez el que argumentó que más de la mitad de la ciudadanía porteña le daba asco porque no votaba a los K; cuando uno recuerda de sus épocas de derecho político en la Facultad que gobernar significa aplicar la cosa pública (léase: los impuestos) a las necesidades más urgentes de la ciudadanía la pregunta de ¿cuándo un recital –de quién sea- se volvió más prioritario que evitar que los trenes choquen y que la gente se ahogue dentro de sus autos cuando llueve? se volvió una pregunta estúpida. Ya no es cierto nada y, siendo todo mentira, esta falsa verdad ilusoria es la única realidad. ¿Y entonces? ¿De qué verdad se puede hablar? ¿Qué mentira es menos virtuosa que otra? Son mentiras las declaraciones de impuestos de los políticos y la edad de nuestras divas de televisión. Son mentiras las caras de cualquiera que salga en una revista (¡bendito photoshop! Alcanzamos la perfección de la especie). Son mentira las ideologías y las lealtades que se supone que éstas acarrean. Son mentira tanto las promesas de amor como las promesas de pago, los reconocimientos de mérito y las deudas de honor. Son mentiras todas y cada una de las palabras vacías de los integrantes de Carta Abierta. Son mentiras las proezas del “Relato” y las memorias del pasado que hoy pretenden que “recordemos” como mantra fundacional y de eterno sustento. Son mentira el paraíso y el infierno. Hasta las mentiras son falsas. No nos queda nada.






En búsqueda de la realidad/ 
En un mundo que gira y gira/ 
Hay más de una verdad/ 
Y todas son mentira./ 
Son mentiras…/ 
Las islas del Tesoro/ 
Son mentiras…/ 
Los becerros de oro/ 
Son mentiras…/ 
La virtud y el decoro/ 
Son mentiras…/ 
Los tribunos del foro/ 
Son mentiras…/ 
Las quimeras que añoro/ 
Son mentiras…/ 
Las pancitas del coro/ 
Son mentiras…” 

Serrat-Sabina “Ocupen su localidad - Hoy puede ser un gran díadel Álbum Serrat & Sabina en el Luna Park





viernes, 21 de junio de 2013




     Primer parada de mi Silk Road: Romani Imperii. Pequeña, sobre cartulina de color, para facilitar su traslado a la proyectada muestra en España. Sin pretensiones, combinando mi afición por las odaliscas y los mapas. Aunque pretendía trabajarla con más óleo, el frío me impide estar mucho rato en mi taller, por lo que terminé usando más en grafito y tinta ya que con esos materiales puedo pintar en la cocina (mi lugar de trabajo favorito, el pese a quién le pese).








jueves, 20 de junio de 2013




     El contar con dinero propio (no mucho, el que se obtiene con un trabajo normal, no las fortunas obscenas que obtuvo en El Relato una joven faraona como “abogada exitosa”) autoriza al sentido común y agrava el escepticismo. Con dinero uno –como artista independiente- puede mover su obra. Claro: uno paga aranceles en concursos y certámenes, uno paga espacios, alquila galerías, cubre los costos –altísimos y a veces desproporcionados- de catálogos, tarjetas, afiches o folletos publicitarios. Armar carpetas decentes de presentación para postularse a becas o convocatorias internacionales, con fotografías de las obras o proyectos, currículum y antecedentes en el medio, también sale caro. Lograr una página en una revista de arte puede llegar a equivaler los sueldos –normales- de un año, y una crítica firmada en un matutino (o sus revistas dominicales) ya significa tener que vender un órgano –aunque el arancelario de esto último sea absolutamente sotto voce-.





     ¿Y los mecenas? Se quedaron en el Renacimiento. Seamos sinceros: ser un artista es estar destinado a generar fondos por donde sea para poder moverse un poco en el medio y darse a conocer. Reconozco que internet puede hoy facilitar en cierta manera las cosas (aunque esto también tiene un costo), pero las artes plásticas tienen que vincularse al espectador en persona, “en vivo y en directo”; la imagen fotográfica no alcanza a dimensionar la fuerza que aun tiene la pintura y sus variantes (y la escultura, la instalación, la performance, y siguen las firmas…). Y para eso se necesita un espacio físico. Y eso significa alquiler y servicios varios. Ergo: dinero.






     Con esa insoportable tendencia a la racionalización de la que no puedo desprenderme y me hace adherir con tanta frecuencia al método científico diré que esto es pura experimentación de campo, recopilación de datos, comprobación y desarrollo de hipótesis. Desde los catorce años he participado en certámenes de arte (en todos pagué aranceles de participación); recibí contundentes rechazos hasta los diecinueve, cuando alguna obra me empezaron a dejar colgar, siempre pagando. A los veinte empecé a mostrar en bares, donde se te quedaban con una obra como “arancel por el espacio” y cubriendo por cuenta propia los costos de cualquier tipo de catálogo o folletería para repartir, los carteles para anunciar en el lugar y la gacetillería que se envía a los diarios. De ahí en adelante todo lo que hice me significó pagar diversos costos. Siempre. En mi país y en el exterior. El único lugar donde no pagué fue en La Manzana de Las Luces, pero lo que gasté en folletería y en un vernissage decente equivalió al alquiler de cualquier pequeña galería de medio pelo.






     Esto no es una queja, es un HECHO. He podido mover mi obra (lo que me ha dado más gratificaciones de las que puedo detenerme a detallar en este espacio) porque conté con el dinero necesario para hacerlo. Si hubiera tenido más seguramente la hubiera movido mejor: hubiera alquilado un stand propio en ArteBA en sus primeras ediciones (cuando con suficientes billetes era muy fácil hacerlo) o contrataría un espacio en Expo-trastienda, Arte Clásica o La Feria del Libro. Pero no tengo tanto (o soy demasiado realista para invertir desproporcionadamente en algo que, honestamente, no vale tanto la pena).






     Porque la realidad es qué, por más gratificante –que lo es- y enriquecedora –más aun- que resulta la experiencia de mostrar tu trabajo e interactuar por un breve plazo con “el espectador”, no implica un cambio abrupto en el curso de la carrera de un artista. No se trata de invertir una fortuna y al día siguiente de la inauguración todos los focos de los grandes medios y los antológicos galeristas están sobre tu puerta. Nada que ver. Gastás una fortuna y al día siguiente todo sigue igual. No se produce el mágico descubrimiento estilo Hollywood. No llega el príncipe con el zapatito perdido.






     Vuelvo al punto. El dinero te permite desarrollar una carrera dentro del medio, en base a tus posibilidades económicas y tu perseverancia. Se disfruta, jamás lo he negado. Pero nada es gratis. Entonces te volvés más escéptico ya que sabés, por evidencia fáctica, que nadie cuelga tu obra porque te crea “bueno” y esté apoyando tu “crecimiento”, “apostando” por tu “talento”. No, te cuelga porque pagás el arancel y el galerista/art dealer/marchand/curador vive de lo que los artistas pagamos. ¿Está mal? Por supuesto que no. Es como es y punto.






     Resumiendo: el dinero te da independencia (te libera de los caballos) y escepticismo (te libera de los milagros). Al fin y al cabo debo concluir que la mala prensa que le han hecho es inmerecida. Un poco de dinero no viene mal.





martes, 18 de junio de 2013




     Si sigo hablando de dinero, debo reconocer que también implica independencia. La libertad de no negociar. Hay una vieja carga antropológica-cultural que hace que las mujeres prefiramos la paz al poder. Y de ahí nuestra natural tendencia a la negociación. Con dinero (que implica poder por la mera no dependencia económica) uno ya no está obligada a negociar y puede actuar y pensar como “hombre” (esto es: de un modo muy egoísta, caprichoso e infantil). 

      Con dinero uno puede ser un artista que hace, literalmente, lo que se le canta. No pintar lo que se “coloca” mejor, no seguir la “tendencia” del mercado, no resignarse a “elaborar” lo que se vende porque, bueno, de algo hay que vivir. Si me analizara seguramente me habrían señalado que mi postura sobre el particular encubre un antiguo trauma. Si me obligaran a bucear en mi inconsciente supongo que acabaría descubriendo que mi trauma viene de cuando alguien (sé, ciertamente, que sin ninguna mala intensión) me propuso pintar “caballos” porque tenía buenos compradores en el exterior para ellos. “¿Caballos?”- pregunté yo, confundida, ya que lo mío han sido las mujeres desnudas desde tiempo inmemorial. –“¿Caballos como el animal?” “-Sí, claro. Unos polistas ingleses están comprando todo lo que se les ponga delante. Hacé algo, ligero, sencillo, al estilo Vacarezza, por ejemplo. ¿Cuánto te puede llevar?”. Insisto: sé que me lo decía sin ninguna maldad. Lo de él era la venta y suponía -con su lógica de art dealer- que yo quería vender cualquier cosa con mi firma. Se trataba de dinero, de negociar, vender lo que se compra. Me gustan los caballos y puedo incluirlos en cualquier trabajo si la obra lo requiere. Pero yo no dibujo caballos para que cuelguen los polistas british en sus establos. ¿Por qué no? ( Pagan en libras esterlinas.) Porque no. Supongo que por esos tiempos miré mi trabajo “civil” con auténtico cariño. No pinto caballos (aunque lo haga). No compongo la redacción tema “La Vaca” cuando me lo piden. Aunque suene cursi, todavía la voy con la “inspiración” y la “visión” creativa.






     Entonces, decíamos, que, a mi criterio y por mi experiencia, el dinero te da la libertad espiritual para no pintar caballos. (Y poder seguir con mis desnudos que ruborizan a algunos espectadores y que hacen que mi entorno me tenga bajo amenaza cuando vienen a casa “las visitas”.) A veces cumplir con el estigma romántico de “dar la vida por el arte” implica, sencillamente, el trabajar diez, doce, catorce horas diarias en un empleo tedioso y estresante por la única razón de obtener –lícita y sudorosamente- el dinero necesario que nos permita pintar lo que se nos ocurra. Sin negociaciones ni caballos.








sábado, 15 de junio de 2013




     Hablábamos de dinero, insisto; ¿y para qué sirve el dinero –aparte de las obviedades-? Para comprar libros. Se acabó la discusión. 


  Al igual que Borges, fue una lectora hedónica, omnívora. No es extraño entonces que en esos anaqueles convivan la más vasta recopilación de mitos, con los trece volúmenes de La rama dorada, de James Frazer, con más de noventas policiales de Georges Simenon; los Seminarios de Jacques Lacan dedicados de puño y letra por su autor, con las obras completas de W. H. Hudson; la edición original del Manifiesto del surrealismo de André Breton con una nutrida colección sherlockiana. Esta tumultuosa variedad revela un gusto independiente, desafiante en su singularidad, que procura formar su propio canon sin acatar jerarquías legisladas. La lectura fue para Victoria Ocampo un acto de libertad inaugural, una discreta insurrección que le permitió afirmar su individualidad en un terreno históricamente vedado para las mujeres latinoamericanas. En esa adolescente que leía a escondidas De profundis de Oscar Wilde, desafiando la prohibición de su madre, ya despuntaba “la formidable e inquietante mujer que nunca le pidió permiso a nadie para hacer lo que le daba la gana; con su fortuna, con su persona, con sus sentimientos” (Edgardo Cozarinsky). (…) Ajena a las veleidades de la bibliofilia, los libros eran para Victoria Ocampo objetos serviciales que invitaban al diálogo, que se ofrecían a la admiración o a la censura, nunca a una contemplación reverencial.” 


Ernesto Montequin Autorretrato con libros – La Biblioteca de Villa Ocampo, Publicación de Villa Ocampo-Escenario de Cultura






Poseedor de cinco mil libros, De Quincey escribió una frase que, más allá de la literatura, siempre me hará recordarlo: ´Los libros son los únicos artículos de propiedad en los que soy más rico que mis vecinos´.” 

 Julio Travieso Serrano, Prólogo de “Del Asesinato considerado como una de las Bellas Artes” de Thomas de Quincey, Editorial Lectorum S.A. México 2006, pág. 15






De las muchas y grandes obras emprendidas por don Hernando, la principal, la que resume más justamente su vida toda ´fue querer juntar todos los libros de todas las lenguas y facultades que por la Cristiandad y fuera della se pudiese hallar´ (Herández Diaz, J., y Muro, Orción, A. El testamento de D. Hernando Colón, Sevilla, 1941, pág. 227). Con estas palabras el albacea Marcos Felipe definía la verdadera pasión que tuvo en su vida su amigo Hernando. Y fue también en ese empeño donde más y mejor puso a prueba aquella condición y costumbre suya de ´dar a sus cosas toda la mayor perfección que en esta vida pudiesen tener´. Asomarse a su librería particular, conocida hoy universalmente como Biblioteca Colombina, es la manera más cumplida de comprobar estos dos testimonios. Fue el legado más señero que dejó a la posteridad. (…) La Biblioteca Colombina tiene su embrión en las obras que pertenecieron a la familia (sobre todo a don Cristóbal y a Bartolomé Colón), crecerá con obsequios y donaciones y se multiplicará ininterrumpidamente, sobre todo con las compras hechas por él hasta poco antes de morir. (…) Orgulloso de su obra y consciente de haber creado algo grande con sabor a posteridad, quiso que se conociera y se identificara obra y personaje, según el mejor espíritu renacentista, y así ordenó que todos sus libros llevaran esta inscripción: ´D. Fernando Colón, hijo de D. Cristóbal, primer Almirante que descubrió las Indias, dejó sus libros para uso y provecho de sus prójimos; rogad a Dios por él´.” 

Luis Arranz, Madrid Verano de 1984, Introducción “Historia del Almirante” de Hernando Colón, Dastin S.L. Madrid 2003 pág. 33/38






A don Diego le atraía la excentricidad de una biblioteca propia, aunque no encajara en la mentalidad dominante. En lugar de invertir sus ahorros en bienes productivos, los gastaba en volúmenes cuestionables. Trajo algunos de su Lisboa natal y compró los restantes en Potosí. Su colección hubiera suscitado aprecio en Lima o Madrid, donde funcionaba la Universidad y abundaban los eruditos. En la miserable Ibatín, en cambio, eran motivo de sospecha adicional. (…) Entre los volúmenes se destacaba el Teatro de los dioses de la gentilidad del franciscano Baltazar de Vitoria. Era un deslumbrante catálogo de divinidades paganas. Hervía de anécdotas sobre personajes fabulosos y mostraba las ridículas creencias que existieron antes de la Revelación. Fray Antonio Luque se opuso a que Francisco ojeara semejante libro. -Lo confundirá en materia religiosa. Su padre, en cambio, opinaba que le fortalecería el raciocinio. -Lo ayudará a no confundirse, precisamente. El pequeño lo leyó en forma salteada. Héroes, dioses, filicidios, engaños, metamorfosis y prodigios alternaban con argumentos verosímiles. Aprendió a respetar los disparates: también son poderosos.” 

Marcos Aguinis, La gesta del marrano Sudamericana S.A. Uruguay 2009 pág. 26/27






“-Cierto. Un día apareció un pueblo que pudo cambiar el mundo: ¡los griegos! ¡Platón! ¡Aristóteles! Sin embargo, los romanos acabaron con todo. Adoptaron el cristianismo y asestaron un durísimo golpe a la cultura pagana prendiendo fuego a las bibliotecas de Pella, Atenas, Antioquía, Pérgamo, Éfeso y Alejandría. KLO poco que quedaba se hallaba en Bizancio. Y ahora Inocencio III ha enviado a los cruzados a acabar con la tarea. Para quemar la ciencia de los hombres más grandes de la historia. Ahora bien, todo esto Dios no se lo perdonará jamás. Jamás. El viejo no daba crédito a sus oídos. -¡Papae! ¡Entones hay algo de los religiosos que no te convence! Loado sea Dios. Son los libros tu talón de Aquiles- y se oyó un profundo suspiro de alivio. -(…) Al quemarlos, se da al traste con mil quinientos años de historia. Como si el hombre, durante un milenio y medio, no hubiese dado un solo paso adelante. Y esto sí que lo saben los curas. Éste es su principal objetivo: mantener el mundo inmóvil… porque saben que si va hacia delante, tarde o temprano se los quitarían de encima.” 

Adriano Petta, ¡Muerte a los cátaros! Stampa Alternativa Barcelona 2009 Pág. 30







Abrir un libro es… abrir las infinitas puertas al mundo de la imaginación.” 

 De un señalador hecho por los nenes de Sala Turquesa del Instituto Albert Schweitzer de Lanus, año 2007.-





miércoles, 12 de junio de 2013




     ¿Qué tiene de bueno la vida “civil”? Nada, digo rápido. El dinero, agrego apenas después. Y el dinero es un punto que hace que uno se detenga a considerar las cosas desde el poco artístico pero certero punto de vista del sentido común. No somos del mundo pero estamos en el mundo, ¿era así la letanía, no? Uno tiene que pagar las cuentas, aun las de compra de pintura y papel. La de la luz eléctrica que nos ilumina el caballete. Y nadie que haya visto mis caballetes dirá que en ellos precisamente gasto yo mucho, pero, a veces, los repongo al igual que a mis pinceles. Está claro. Cierto grado de practicidad es aceptable aun en las altas esferas de la espiritualidad creativa.






     Hablamos de dinero. Nadie se dedica al arte para hacerse millonario. No al principio, al menos. Después vienen los mega-publicistas, los Saatchi del mundo real y nihilista, y te tocan con su lápiz óptico y ¡magia! sos Damien Hirst (pobre… -¡pobre, ja! Es una forma de decir- no tengo nada personal en su contra pero no puedo evitar el detestarlo). 

     Decía: uno no cae en las redes del arte para hacer fortuna. Cae porque no se puede evitar el perder el equilibrio. Y una vez captado no se puede salir. Ya perdido para el mundo de lo útil y lo productivo, uno empieza a despertar a la cruel verdad de que es necesario comer para vivir. Y comer (todos los días) es caro. Puede que no por acá, ya que NUESTRO MARAVILLOSO REGIMEN GOBERNANTE dice que con $ 6.- por día uno se sustenta sin violar la pirámide alimentaria, pero como los artistas somos dados a lo epicúreo esos números nos devienen insuficientes. 

      ¿Y entonces? Ahí llegamos. Uno no puede deshacerse de ese amante exigente y egoísta que es el arte, pero hay que trabajar a destajo para mantenerlo y subsistir nosotros más o menos alimentados y al abrigo de un techo. No queda otra que negociar. Algunos abandonan y otros se empecinan. La obcecación asnal es la clave, eso lo supe siempre. Así justifico lo terca que soy. Adoctrinan a los católicos con el latiguillo de que no se pueden servir a Dios y al Cesar (aunque, si mal no recuerdo, en alguna parte se recita también que hay que dar a cada uno lo suyo. “¿Qué me contradigo? Pues bien, soy amplio.”)







     No pretendo justificarme en mi dualidad. No siento que esté traicionando nada: necesito las dos partes de mi doblez. Puede que la notoria diferencia entre mis dos vidas sea lo marcadamente psicótico de mi diagnóstico, pero que las dos me son imprescindibles para la supervivencia es algo de lo que no me cabe la menor duda. ¿Podría, sin embargo y a futuro continuar con una sola? ¿Me sería posible realmente llegar a ser un solo yo? Y lo más importante: ¿valdría la pena? La simplicidad no es lo mío, ni de un lado no del otro. Quizá a esta altura de mi vida a ratos fantasee con reducir el caos, pero también tengo claro que a veces uno se queja solo por el gusto del sonido plañidero de su voz. Lo que nos agobia nos place sino no lo permitiríamos. Nadie ama honestamente la paz de los cementerios.





martes, 11 de junio de 2013




      La esquizofrenia como técnica de compartimentación de una doble vida voluntaria tiene sus pro y sus contras. Como todo, claro; ¡que descubrimiento vengo a hacer!. Hace años, cuando empecé a dividir, era fácil y sonaba razonable. Una parte de mí se dedicaba con obstinación al arte, trabajando para definirme y constituir una identidad,; y la otra era la buena hija del vecino, correcta y previsible, la que se dedicaba a estudiar y a trabajar, la que no pretendía nada más que ser “como debe serse” y aspirar “a lo mismo que todos”. En la segunda vida sólo se trataba de adherir al libreto y lucir prolija y juiciosa. Todo en orden, todo correcto. Buena gente.


 


      Ya desde el principio los ambientes en que me movía eran básicamente escindidos y resultaba poco probable toparse con personas que coincidieran en ambos. Por un lado la nadería relajada y fuera de foco del arte juvenil e improvisado, mucha sinrazón y estereotipo de incomprendidos; por el otro, el formalismo previsible de una universidad privada (y confesional), de una formación jesuítica de alta calidad. “La única aristocracia es la aristocracia intelectual” decía, arrogante y snob, uno de mis profesores, y, en ese contexto, sonaba tan razonable. 

      “Iba yo por un camino, cuando con la muerte dí…”, no en mi caso; iba por dos caminitos, en paralelo, y no me topé con obstáculo alguno. ¿Y la rebeldía? Le ganó el pragmatismo prudente: mientras uno hace “lo que debe” nadie presta atención si en paralelo uno hace “lo que quiere”. Asumo que la rebeldía “rebelde”, esa de gritos y portazos, de tatuajes y piercings, no va conmigo. Yo doy más el tipo silencioso y ladino en trajecitos sastre de tonos oscuros. No rendir cuentas ni respetar reglas mientras la imagen pública proyectada es exactamente lo opuesto. Como un juego de máscaras. O simplemente apostar a la paz y concluir que mientras yo sepa exactamente lo que estoy haciendo, ¿qué me importa lo que los demás crean que hago?



 



     El punto era, en un principio, que seguiría con mi vida “civil” hasta que el arte me permitiera mantenerme. Cuando llegase a ese punto quemaría las naves y patearía el tablero. Claro que el “arte” es bastante díscolo e ingrato y no suele ni salvar ni mantener a nadie. En algún punto comprendí que para que el arte fuera económicamente redituable tenía que negociar. Amagué a ello –demasiados testigos hay como para negarlo-: hice diseños para publicidad de pequeñas empresas (logos, llaveros, caligrafía pintoresca para imprimir lapicera y almanaques); preparé carpetas para presentaciones de estudiantes de terciarios de artes plásticas para jardines de infantes y colegios públicos; y hasta di clases durante un par de años en un taller. Pero esas actividades no generaban demasiado dinero y me requerían demasiado tiempo, que me quitaba el poco que ya por entonces tenía para pintar lo que yo quería. Los trabajos “civiles” me generaban mayores ingresos y podía libremente odiarlos sin sentir que me traicionaba en ese rencor. El dinero necesario va con tareas infames y cuando se trata de crear se hace sólo por pasión. Primó la paz y el placer. La doble vida seguía en curso y con un sustento todavía más lógico.



 



    En algún momento ya no se trató sólo de hacer dos cosas distintas e independientes. Empecé a ser una persona diferente para cada una. Obviamente no fue un desdoblamiento psíquico –creo, ya que no generé un “gemelo malvado” ni olvido lo que hice cuando paso de una a otra-, sino un acomodamiento de la multiplicidad natural de facetas que sospecho todos tenemos. Concentré en una vida todo lo que me sabe a auténtico: mi verdadera voz, mi verdadero instinto, mi auténtica fuerza pasional, la más sincera de mis convicciones. Mi yo dedicado al arte es definitivamente feroz, terco, caprichoso, desbordado. Propendo a los excesos y al vértigo, al todo o nada; carezco de remordimientos y condicionantes éticos. Soy. Punto. Que los demás se corran o que aplaudan. 


     El otro yo, el cotidiano, el que sociabiliza con el universo, es mi parte conciliadora y mansa, sin opinión tomada, el que puede creer que todos tiene parte de razón y que la verdad puede verse desde tantos ángulos como miradas diferentes haya. Mi yo más amable, el de la vida prolijita. El paciente, el comprensivo. El lleno de empatía. Ese que sabe fácil lo que el otro quiere oir y lo dice sin ningún escrúpulo. Ese que quiere que todos estén contentos. Ese yo que se mueve en el mundo con comodidad pero sin una identidad que destaque. Ese yo que no llama la atención.



 



      Pasan los años y las dos vidas van, cada una por su lado, con escasas personas como testigos pero tan acostumbrados a la dualidad que ya no la notan. Y voy, sigo, y es definitivamente normal todo. Desde que en mi computadora personal figure como usuario un yo y como otro usuario el otro yo. Con correos independientes y tiempos distintos. Aunque a ambos les gusten las bebidas verdes y la filatelia. La convivencia está tan arraigada que no me cuesta afirmar que mis dos yo son yunta, cordiales compañeros. Cada uno aporta al otro la escusa y la complicidad necesaria para que cada uno sea lo que tiene que ser. 

      ¿Entonces? ¿Cuál es el problema? Ninguno, supongo, salvo que después de tanto tiempo empiezo a oir el tic-tac de mi destino y me incomoda el permitirme pensar que el tiempo que aplico a mi vida civil me está hurtando el poco que me resta para pintar. Sin beligerancia y ningún rencor creo que ahora sí es momento de que el arte ocupe todo el escenario. El fin de fiesta. 

      Pero como todo en mí, primero tengo que racionalizarlo. Por eso lo escribo, para ir pensando en voz alta. ¿Este era el objetivo final del blog? ¿Relatar paso a paso mi despedida y mi regreso a la unidad? ¿Un obligarme “en público” a una decisión sin retrocesos posibles? ¿Es la audiencia la que torna en espectáculo la puesta, la que sino sería mera circunstancia y coincidencia? ¿Estoy tendiéndome una trampa? Probablemente. Sería muy yo (cualquiera de los dos).





domingo, 9 de junio de 2013




     Dice Casaubon en alguna parte de El Péndulo de Foucault:

  Creo que llegamos a ser lo que nuestro padre nos ha enseñado en los ratos perdidos, cuando no se preocupaba por educarnos. Nos formamos con deshechos de sabiduría. (…) ¿Qué pensaba yo en realidad hace quince años? Consciente de mi incredulidad me sentía culpable entre la multitud de los que creían. Puesto que sentía que no se equivocaban, decidí creer como quien se toma una aspirina. Daño no hace, y uno mejora.” (Umberto Eco, op. Cit. Pág. 73/74). 


     Causa profundo desgano el estar rodeado por personas que creen. ¿En qué creen? En cualquier cosa, invariablemente, en lo que toque según el día y la hora. En primer lugar, los crédulos religiosos. Esa es la variante clásica. Los que van a misa o andan con el casquito negro en la cabeza sujeto por horquillitas. Los que extienden su alfombra y se arrodillan mirando hacia cierto punto que me es inescrutable entre mi dislexia y mi desorientación visceral. Los que cuelgan un rosarios de su cuello y se persignan (acá esta la frente, este es el ombligo, acá un hombro, acá el otro… con perdón) al pasar frente a una iglesia desde arriba del bondi. Pasan los años y no dejo de sorprenderme cuando alguien (alguien normal, con quien tengo trato cotidiano, con quien puedo coincidir en millones de cosas y simpatizar con honestidad y afecto) me sale con que “Yo a misa no voy, los curas son todos unos chantas. Yo sólo creo en la Virgencita de Lujan.” O me mandan una cadenas de mensajes de textos para que Jesus me acompañe. O alguien más que me dice que me incluyó en una cadena de oración. No hago comentarios, obviamente. Una de las pocas cosas en que sí creo es que la buena fe ajena merece mi absoluto respeto. Me sorprendo y me callo. Agradezco con la misma urbanidad que agradezco el “buen día” circunstancial de un desconocido bien educado. No logro comprender como pueden creer, pero, en fin, el desconcierto parece ser asunto solo mío.




 




     Después están los crédulos políticos. Los que compran cualquier cosa. Y no porque el político de turno les tire un vuelto (esos no son crédulos, son mercenarios). No, esos que creen con su más honesta e infantil credulidad. Los veo, los escucho, los soporto (en muchos casos). Me cuesta más callarme frente a éstos, pero he sido educada en la cortesía. Los que adhieren a los “lideres” por necesidad de pertenencia, de encontrar un sentido a algo o a todo. Los que no pueden generarse la propia convicción. Los que aunque sea un evidente anacronismos necesitan apostar al "tercer movimiento", a la "revolución", a la caída del "imperio" (¿el romano? ¿no cayó ya?). Tanta necesidad de circo no puede no causar desconfianza. Pero bendita sea su ingenuidad, siguen comprando ticket para la farsalia. Y esta, claro, sigue y sigue...


 


      Y al final están los crédulos genéricos. En cualquier tema, en cualquier momento, para cualquier fin, siempre necesitan replicar la fe del otro. Los buenos hijos de familia, las buenas esposas, los buenos maridos. La convicción en bloque. Solo se trata de creer. ¿Por qué? Porque da sentido y aligera culpas. Mejor que nos digan desde afuera la razón de todo y lo que debemos hacer para merecerlo. Así no somos responsables de nada. Como cuando mi abuelo le indicaba a mi abuela a quién tenía que votar. Las cosas importantes que tenían que entender y decidir los hombres mientras las mujeres sólo aportaban cómoda sumisión.



 



    Tengo que concluir que creer es una pulsión tan natural como el hambre o el deseo sexual. Es necesario creer para pertenecer, para integrarse, para reconocerse siendo parte de un todo mayor a uno mismo. Yo debo haber venido fallada de fábrica. Tiendo a la individualidad y desconfío de las “uniones”, eternas o transitorias. 

      Sé con certeza que siempre se está solo, que sólo podemos confiar en nosotros mismos, que a nadie más le importa un bledo lo que nos pase y que, cuando la cosa se ponga dura y fatal, nadie, NADIE, estará ahí para salvarnos, sostenernos o comprendernos. No hay príncipe azul ni ángel de la guarda. Ni dioses ni héroes. No se me da creer en lo que sea aun cuando ello sea lo que más me conviene. Tarde para cambiar y dudo que, tratándose de mi, haya existido alguna vez la posibilidad de ser distinta a lo que soy. A-tea; a-política; a-moral; a-burrida.





jueves, 6 de junio de 2013

MUSEO






  Pero no es cierto que el escéptico no cree en nada. Cree en su escepticismo, esto es en la capacidad crítica de la razón. Y ese escepticismo le proporciona una virtuosa imperturbabilidad.” 


Umberto Eco, El Superhombre de masas, Random House Mondadori, Uruguay 2013, Pág. 148.




  


 “A quienes no creemos nos es muy fácil explicar en qué creemos. Lo que me resulta misterioso es saber en qué creen los que creen y, sinceramente, por más que los he escuchado nunca le entendido a qué se refieren. Sin embargo, los no creyentes creemos en algo: en el valor de la vida, la libertad y la dignidad, y en que el goce de los hombres está en manos de éstos y de nadie más. Son los hombres quienes deben afrontar con lucidez y determinación su condición de soledad trágica, pues es esa inestabilidad la que da paso a la creación y a la libertad.” 

Fernando Savater, Los Diez Mandamientos en el Siglo XXI, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2004, pág. 18/19.


  


“-Ah, Jolivet- dijo el teósofo- desafió los diversos cielos asegurando que nuestro equipo sería ganador absoluto. Un arrebato de entusiasmo que, viniendo de quien viene, uno escucha a medias. Pero los dioses tienen oreja afinadísima para ese tipo de vanagloria. Su castigo fue ejemplificador: de los tres equipos de prisioneros compitiendo en el torneo, el nuestro quedó peor. En el último puesto, con los otros dos a leguas de ventaja. -¿Cuántos cielos fueron esos diversos cielos?- pregunto Derrourelle. -Varios, muchos, vio cómo es Jolivet. El cielo musulmán, el reformista de Lutero, el romano del Papa vaticano, el doméstico inglés de Enrique VIII, el cielo de los druidas, el de las walkirias gordas. Y, ya que estaba, el cielo pitagórico y el azteca. -¿Y el cielo sánscrito del Prajapati? -No- gruñó el teósofo-, de ese se olvidó. Es un cielo que controla muy poca gente. -Prajapati sea loado. Quiere decir que podemos contar con que él nos ayudará. -En efecto, puede ser. -Entonces, convóquelo esta misma tarde, sin demora. (…) Con Prajapati de nuestro lado, ¿quién nos para?” 

 Miguel Brascó, El Prisionero Vocación, Buenos Aires 2012 Pág.130/131





sábado, 1 de junio de 2013

La Bienal de Venecia y LPQLP (léase en porteño y a los gritos: ¡la puta que la parió!).






      Así que, polifacética si las hay aunque los últimos días sólo haya lucido histérica y desbordada, la dama de negro, la arquitecta egipcia, la abogada exitosa, la viuda o, como les gusta decir de un lado y otro, “Ella”, también tiene sobradas dotes de curadora. Si ya me tenía indignada la selección hecha por la Secretaria de Cultura para el Pabellón Argentino, el enterarme que la muestra estandarte de Nicola Costantino tenía otra visión y otro título –lo que en el ámbito de las performance y las instalaciones es todo un manifiesto de principios- y que fue por mandato de nuestra omnisapiente presidenta que se llama “Evita-Argentina, una metáfora contemporánea” ha logrado rebasar todo límite que le he impuesto a mi paciencia y a mi temperamento mal hablado cual estibador portuario integrante de la 12.


    ¿Pero qué les pasa? ¿Ya no nos queda ni la más mínima dignidad? ¿Será posible que una artista (una de nosotros, de esta especie de marginales que se supone nunca esperamos integrar el establishment ni hacernos rico por prebendas del erario público ni bailar al son de la pandereta del mono de circo de turno en el poder) se venda tan barato? Si, ya sé. Es la Bienal de Venecia, ¿quién, honestamente, no mata a su abuela por ir representando a su país? Pero matar a la abuela es más digno, a lo Caravaggio. Pero dejar que una –lo digo y me hago cargo- ANALFABETA CULTURAL como la señora, que destila la vulgaridad del advenedizo nuevo rico en sus carteritas Vuitton, disponga el cómo y el por qué de una instalación- performance artística (que supuestamente llevó un par de años de inspiración y creación) ES INACEPTABLE.

    ¿Todo tiene un precio? Me niego a creerlo y, definitivamente, me niego a aceptarlo. El arte nada tiene que ver con la política y, mucho menos, se somete a esa práctica pragmática del poder. Si lo hace, NO ES ARTE. Es mero oportunismo y no merece atención. 


     El desarrollo de la inauguración y del mensaje dado por la faraona está magníficamente reseñado en el sitio www.jaquealaarte.com pero, lamentablemente, los medios nacionales poca trascendencia han dado al asunto. Total, ¿a quién le importa? Vaya Evita a Venecia y que viaje del bracete con Boudou, que con sus billetitos colorinches de juguete tiene mucho que mostrar “internacionalmente” al respecto. Seguro llevó unos bolsos de “evitas” para trocarlos por euros reales que cotizará al “peso” a su regreso. Fantástico. Si semejante inepto y corrupto –con su guitarrita a cuesta- puede representarnos como Nación, a que pretender que el artista estandarte tenga mayor valor ético que éste. Sería incongruente. Todo se achata hacia abajo, ¡viva Perón!. 

      Sólo espero aprender de esta gente la persistente memoria. Recordar a cada uno de ellos, con nombre y apellido, asentar el listado de sus “méritos” y aguardar el cambio de los tiempos (por que sí, afortunadamente, nada es eterno; dice el I Ching postura 64 que todo lo que sube tiene que bajar). Mientras tanto, soportar esta vergüenza. Mientras, en el Pabellón central homenajearán a Xul Solar, ese entrañable amigo de Borges y de las Ocampo. Desde el más allá llegará la soberana puteada de Victoria que, respetuosamente y como un mantra,yo repito desde acá: ¡LA PUTA QUE LA PARIÓ!