viernes, 31 de octubre de 2014

Por qué dedicarse al arte.  Decálogo Mitológico.


   Si se buscan definiciones, podría decirse que un mito urbano es una leyenda o relato folklórico moderno, propagado de boca en boca en las grandes urbes, y que dada la cercanía y confianza hacia la fuente de transmisión directa uno tiende a darle plena credibilidad sin detenerse a un  mayor análisis.

   Con relación al arte en sí y a la vida del artista en particular existen multitud de mitos urbanos que, como corresponden, son tenidos por verdades incontrovertibles y hechos sobradamente probados.  Y ante la pregunta de ¿por qué dedicarse al arte? es más que probable que la primera respuesta que surja sea –pre-si-sa-men-te- de rango mitológico.


 Mito 1.  “Porque me va la vida bohemia del artista”.

  Según dice Wikipedia (lugar mítico si los hay y a dónde vamos a parar todos irremediablemente): “El tópico bohemio muestra a un individuo, preferentemente varón, con vocación de artista, de aspecto despreocupado, apariencia llamativa pero desordenada, ajeno a las directrices de comportamiento, etiqueta, estética y obsesión material de la sociedad tradicional, aspectos estos que el bohemio suele considerar superficiales y, desde una perspectiva romántica,  barreras para su libertad. En el mejor de los casos, el bohemio defiende su permanencia en el mundo de las ideas, el conocimiento, la creación artística, el enriquecimiento intelectual, el interés por otras realidades o manifestaciones culturales.”

   Una especie de  “dandi” cuya descripción labró Baudelaire para siempre: “El dandi no aspira al dinero como a algo esencial;  tendría bastante con un crédito infinito; de buen grado deja esa trivial pasión a los hombres vulgares.  El dandismo no es, como muchas personas poco reflexivas quieren creer, un exceso de aseo y de elegancia material.  Estas cosas no son para el perfecto dandi más que un símbolo de la superioridad aristocrática de su espíritu. (…)  Es, antes que nada, la necesidad ardiente de crearse una originalidad… (…) Es el placer de sorprender y la satisfacción de no sorprenderse nunca.” 
 Charles Baudelaire,  El pintor de la vida moderna, 1869 – Umberto Eco Historia de la Belleza  Editorial Lumen S.A. Milán 2004, pág. 334.


    Hay una variante del bohemio post flower power cuyo estereotipo es más hippie, con cabellos largos y descuidados (o rastas al estilo jamaiquino), ropa holgada colorinche y exaltación del consumo de drogas “amables”. Ya no son exclusivamente “varones” y en las mujeres se propende al kitsch y a la falta de maquillaje.  Pero todas las variantes de bohemia mantienen, como rasgo fijo, la indiferencia al dinero y ese aire genérico de despreocupación.  Un hacer como los lirios del campo que no trabajan ni hilan…

   Me temo que la bohemia y las artes plásticas son de una incompatibilidad absoluta. 

   Hasta me atrevería a afirmar que el arte en general -en cualquiera de sus manifestaciones- requiere disciplina y rigor, dos requisitos que no veo como compatibilizar con el desinterés, la dejadez y el rechazo de las normas establecidas.  La teoría del color, la proporción y la perspectiva para el dibujante, la gramática y la ortografía para el escritor, el solfeo para el músico; hay reglas estructurales para edificar una obra artística, y aun para violarlas intencionalmente primero hay que conocerlas y dominarlas.  La cosa dejada y de relax narcótico contemplativo no concuerda con la lucha constante del verdadero artista por la creación perfecta.


   Pero además, y me parece el punto central, pintar es caro.  Bastidores,  tablas y láminas, lápices, pinceles, óleos y acrílicos,  mas todos los accesorios que se pueda suponer (diluyentes, aceleradores de secado, barnices y lacas, pigmentos sueltos para texturizar y los etcétera infinitos) implican una importante inversión previa a la creación.  Y después los vidrios y enmarcados, los soportes o atriles,  los traslados a sitios para su exhibición (y su retiro para la vuelta al hogar) implican muchísimos gastos, todos ellos por demás onerosos.  Pintar es MUY caro.  Tal vez un poeta (en una hipótesis de laboratorio) sólo necesite una servilleta de papel y una birome y pueda luego divulgar su creación parado en la silla declamando a todo el auditorio del bar donde se emborracha habitualmente. Pero esa receta (que también me suena a mito urbano) no es aplicable a las artes plásticas.

    Así que, por muy pintoresco que sea para el ideario popular, la vida bohemia no es una realidad factible para el pintor, ya que este tiene que trabajar (mucho) de lo que sea para conseguir el dinero (mucho también) con el que comprar los materiales para poder luego crear su obra.  Y la plástica es muy exigente a nivel técnico,  requiere horas y horas de trabajo a destajo antes de lograr un objetivo: uno puede leer y memorizar todo un tratado de cómo hacer una veladura con óleo pero lograrla en la práctica puede llevar añares de fracasos continuos.  El artista NO TIENE TIEMPO para la bohemia; cuando cesa su trabajo “civil” -con el que logra su sustento- sigue el robo de horas al sueño para poder trabajar en su obra.  No queda margen para la despreocupada vida bohemia...


   Habrá excepciones; habrá algún que otro privilegiado que pueda darse a una existencia relajada, contando con fortuna suficiente para pintar cuando se le da la gana y usar el resto del tiempo para defender su permanencia en el mundo de las ideas, pero yo no he conocido a ninguno.  Diré que, por experiencia personal, sé que los que nos dedicamos al arte por estos lados lo hacemos “de penalti”, robando horas al trabajo, al sueño y a la vida social, acaparando el espacio que otros usan para juntarse con familia o amigos para aislarnos en nuestros caballetes o en los tableros a trazar líneas y empastar colores de manera escurridiza, tratando de que la realidad no nos atrape.  

     La vida bohemia de los artistas es un mito urbano que reviste (para los artistas) carácter de chiste de mal gusto.  Una falsa afirmación que nos obliga a exclamar con añoranza: ¡¡¡Ojalá!!!


jueves, 30 de octubre de 2014

Por qué dedicarse al arte.  Otros casos prácticos.


   “Nunca supe ser un alumno mediocre.  A veces, parecía negado a toda enseñanza, dando muestras de la inteligencia más obtusa, y otras me lanzaba al estudio con un frenesí, una paciencia y una voluntad de aprender que desconcertaban a todo el mundo.  Pero, para que mi celo se sintiera estimulado, había que ofrecerme forzosamente algo que me complaciera.  Atraído por lo que se me ofrecía, mostraba entonces un apetito insaciable.

   El primero de mis profesores, don Esteban Trayter, me repitió durante un año que Dios no existía.  Para hacer más hincapié, añadía que la religión era ´cuestión de mujeres´.  A pesar de mi escasa edad, esta idea me seducía.  Se me antojaba de una autenticidad resplandeciente.  Tenía ocasión de comprobarla a diario en mi familia, donde únicamente las mujeres frecuentaban la iglesia, mientras que mi padre se negaba a hacerlo proclamándose librepensador.  Para mejor afirmar la independencia de sus ideas, esmaltaba el más insignificante de sus discursos con blasfemias enormes y pintorescas.  Si alguien se lo reprochaba, se complacía en repetir el aforismo de su amigo Gabriel Alomar: ´La blasfemia constituye el ornato más bello del idioma catalán´.

(…)  En esa época de mi infancia, cuando mi espíritu se afanaba por saber, yo no encontraba en la biblioteca de mi padre otra cosa que libros ateos.  Hojeándolos, aprendí con todo celo, sin dejar prueba alguna al azar, que Dios no existe.  (…)  Cuando descubrí a Nietzsche por primera vez, quedé profundamente atónito.  Vi que tenía la audacia de afirmar en letras de molde: ´¡Dios ha muerto!´.  ¿Cómo se explicaba eso?  ¡Había estado aprendiendo que Dios no existía, y ahora alguien me participaba su defunción! Zaratustra se me antojaba un héroe fabuloso de quién admiraba la grandeza del alma, pero al mismo tiempo se daba a conocer con unas puerilidades que yo, Dalí, hacía tiempo que había superado.  ¡Tiempo llegaría en que yo habría de ser más grande que él!  El día de mi primera lectura de Así hablaba Zaratustra, me formé ya mi concepto de Nietzsche.  ¡Se trataba de un hombre débil, que había tenido la debilidad de volverse loco!  Estas reflexiones me proporcionaron los elementos de mi primera consigna, aquella que debería convertirse, andando el tiempo, en el lema de mi vida: ´¡La única diferencia entre un loco y yo es la de que yo no estoy loco!´. (…)

…Bastó para que me expulsaran de la familia.  Me vi repudiado por haber estudiado con exceso de celo y seguido al pie de la letra la enseñanza atea y anarquizante de los libros de mi progenitor, que no estaba en modo alguno dispuesto a tolerar que yo le superara en nada, ni mucho menos a consentir que mis blasfemias fuesen aún peores que las suyas.”

Salvador Dalí, Diario de un Genio  Tusquets Editores Barcelona 1992, páginas 17/21.

     “Ilustrísimo Señor, habiendo visto y considerado suficientemente las experiencias de todos los que se dicen maestros e inventores de máquinas de guerra, y encontrando que sus máquinas no difieren en nada de las que se emplean comúnmente, trataré, sin ánimo de perjudicar a nadie, de hacerme entender por Vuestra Excelencia para informaros de mis secretos y demostraros cuando gustéis todas las cosas enumeradas brevemente aquí debajo:

1.- Puedo construir unos puentes muy ligeros, sólidos, robustos y fácilmente transportables, para perseguir y, en caso de necesidad, hacer huir al enemigo, y otros más sólidos que resistan al fuego y al asalto, cómodos y fáciles de quitar y poner.  También tengo los medios para quemar y destruir los del enemigo.

2.- Para el sitio de una plaza fuerte, sé como sacar el agua de los fosos y construir una infinidad de puentes, arietes y escalas y otros ingenios adecuados a este tipo de empresa.

3.- Ítem, si una plaza no puede ser reducida por medio de un bombardeo a causa de la altura de su glacis o de su fuerte posición, tengo los medios de destruir cualquier ciudadela o plaza fuerte cuyos cimientos no reposen en la tierra.

4.- Tengo también métodos para hacer bombardas muy cómodas y fáciles de transportar, que lanzan piedras diminutas casi a semejanza de una tempestad, causando gran terror al enemigo por su humo y gran daño y confusión.

5.- Ítem, tengo también el medio, a través de subterráneos y pasos secretos y tortuosos, excavados sin ruido, de llegar al lugar determinado, aunque para ello se hubiera de pasar por debajo de fosos o de algún río.

6.- Ítem, haré carros cubiertos, seguros e inatacables que penetrarán en las filas enemigas con su artillería, y no habrá compañía de hombres armados, por grande que sea, que no puedan derribar; la infantería podrá seguirlos impunemente y sin tropezar con obstáculos.

7. Ítem, en caso de necesidad haré bombardas, morteros y hombres de paja con formas muy bellas y útiles, completamente diferentes a las que se emplean comúnmente.

8.- Donde el empleo del cañón no sea posible, fabricaré catapultas, maganeles, trabucos y otras máquinas de admirable eficacia poco usadas en general.  Resumiendo, según los casos, fabricaré un número infinito de ingenios variados, tantos para el ataque como para la defensa.

9.- Y si el combate fuera en el mar, tengo planes para construir unos ingenios muy apropiados para el ataque o la defensa, unos navíos que resisten al fuego de las más grandes bombardas, a la pólvora y al humo.

10.- En tiempo de paz creo poder igualar a cualquiera en arquitectura, en la construcción de edificios públicos y privados y en la conducción del agua de un lugar a otro.

  Ítem, puedo ejecutar esculturas en mármol, bronce o terracota; lo mismo en pintura, mi obra puede igualar a la de cualquiera.

  Además, emprenderé la ejecución del caballo de bronce que será gloria inmortal y homenaje eterno a la feliz memoria de vuestro Señor padre y a la ilustre casa de los Sforza.

  Y si alguna de las cosas arriba numerada pareciera imposible o impracticable, me ofrezco a experimentarla en vuestro parque o en cualquier otro lugar que plazca a Vuestra Excelencia, a quien me encomiendo con toda humildad.”

Leonardo Da Vinci, carta de presentación a Ludovico el Moro, Milán 1482, Códice AtlánticoJosé Enrique Ruiz-Domenec  Leonardo Da Vinci o el Mistero de la Belleza, Ediciones Península, Barcelona 2005, páginas 87/89.
  


     “Paul Gauguin contrajo matrimonio poco antes de los treinta años, una edad muy adecuada.  Muy atinado estuvo también en la elección de esposa: Mette-Sophie Gad, una joven dela alta burguesía de Copenhague.  Por aquella época, Gauguin, que había abandonado su carrera de marino mercante, trabajaba como agente de bolsa y tenía excelentes ganancias.   De su matrimonio con Mette nacieron cinco hijos.  Los buenos maridos escasean y Gauguin era un marido más que pasable.  Pero de pronto, alrededor de los treinta y cinco años, lo vemos cambiar radicalmente y abandonar trabajo, casa y familia.  ¿Para qué?  ¡Para pintar!  En una novela muy conocida de Somerset Maugham, ´La luna y seis peniques´, nos refiere su autor que la esposa de Gauguin, cuando supo el motivo de la decisión de su marido, se preguntaba atónita que por qué no le habría hablado jamás de su pasión por la pintura.

  Pero independientemente de si la ignoraba o no, queda en pie la pregunta principal: ¿Por qué el arte es tan a menudo incompatible con la vida ordenada del común de la gente?  Si se le hubiera preguntado a Gauguin, probablemente habría contestado: “¡Porque la vida ordenada del común de la gente no es vida!”

  El mundo en que vivía –el mundo de una pequeña burguesía dominado por los convencionalismos sociales- le parecía pobre y limitado.  Y su vocación artística necesitaba una libertad que no era conciliable con su rutinario trabajo ni con las preocupaciones cotidianas.  Gauguin abandonó, pues, una existencia que no se había hecho para él.  Y a los treinta y cinco años comenzó a vivir de verdad.  (…) 

…Se vio atraído irresistiblemente  por las lejanas islas de los mares del Sur, hacia las que partió en 1891.  Primero en Tahití y luego en las islas Marquesas, encontró esa porción del paraíso que un hombre puede gozar ya en la tierra.  En la Polinesia, el pintor carecía de predecesores, estaba libre de la influencias de escuelas y modelos y podía pintar con el fervor y la inocencia de los artistas primitivos.  Los habitantes de las islas lo adoraban… los blancos, por el contrario, lo evitaban.  Aquel francés extravagante, siempre sin dinero, que andaba semidesnudo y azuzaba a los indígenas contra el gobierno colonial, era un peligro público…  Los misioneros protestantes prohibieron a los indígenas que frecuentasen la cabaña del pintor, considerada como un lugar de perdición.  Pero Gauguin no podía renunciar a sus modelos.  Las mujeres eran su tema preferido y no se cansaba de cantar en sus cuadros su exuberante belleza, la gracia flexible de sus cuerpos, la fascinación de sus rostros, enigmáticos como ídolos… Alguna de ellas, después de haber posado, siguió a su lado; como Pahura, la muchacha más hermosa de Papeete, que le dio dos hijos.”


Femirama, Editorial Codex SA Buenos Aires 1963, Tomo II,  páginas 28/29.


miércoles, 29 de octubre de 2014


Por qué dedicarse al arte.  Casos prácticos.
     “Me sentía propicio y ávido ante el mundo teatral.  La escuela me producía un aburrimiento indescriptible y lo único que me interesaba era la maestra, una muchacha irlandesa alta, bien formada, de ojos azules, llamada Séneca, que recitaba Evangeline con voz profunda y dramática.  Nunca volví a oír nada semejante hasta que escuché a Barrymore recitar el soliloquio de Hamlet.  Su vibrante voz de contralto junto a sus otros encantos, me emocionaba… hasta que un día descubrí que le gustaban las mujeres, y eso fue el fin de Longfellow y de la señorita Séneca.

   El resto de mis estudios parecían completamente inútiles.  El álgebra y la geometría eran cosas endiabladas, creadas para amargar la vida de los muchachos estúpidos.

   Un día, hojeando el diario, la suerte se cruzó en mi camino.  Leí un anuncio en el World de la mañana: Se necesita muchacho cantante para protagonizar número de variedades.  Comida, alojamiento y cuatro dólares a la semana.

(…) Por entonces yo tenía quince años (…)  Me sentía algo nervioso acerca de cómo sentaría en casa el anuncio de mi marcha. (…) No sólo no hubo pesar ni recriminaciones, sino que mis palabras parecieron galvanizarlos hasta un estado de alegría que no había de volver a presenciar hasta algunos años más tarde, el día del Armisticio. (…)

     Mi equipaje consistía en una maleta de cartón y en una caja de zapatos llena de pan moreno, plátanos y huevos duros.  (…)  En cuanto a Chico y Harpo, eran mayores que yo y estaban demasiado ocupados para notar algo tan trivial como mi marcha.  Harpo había dejado la escuela inmediatamente después de graduarse en la clase de párvulos, y ahora ganaba tres pavos a la semana vendiendo carne y hortalizas a las familias más ricas de la vecindad.  Chico, el único hermano Marx que terminó los estudios en la escuela primaria, hacía buen uso de su educación.  Ahora estaba empleado como mozo en una lujosa sala de billares de la calle Noventa y Nueve, en uno de los sectores más pobres de Harlem.

   En todo caso, yo era parte del mundo del espectáculo, aunque sólo fuera por dos semanas. (…)  Era actor.  Mi sueño se había convertido en realidad.”

Groucho Marx, Groucho y yo Tusquets Editores, Barcelona 1995, Página 55/58
 
     “El sueño de mis padres era el típico sueño de una familia pequeñoburguesa que ha sido bendecida con dos hijos varones: uno sería médico y el otro abogado.  O por lo menos uno dentista y el otro asesor fiscal.  Esto, en nuestro caso, no se hizo realidad, en absoluto.  Mi hermano se convirtió en fabricante de bolsos en Nueva York. Yo… en los noticieros estadounidenses había visto a hombres jóvenes.  Llevaban un Burberry, en la cinta de su sombrero había metida una tarjeta en la que podía leerse ´Prensa´ y se dedicaban a hacer entrevistas a una brillante estrella o a un Rockefeller en un lujoso barco de vapor. ¡Periodista!  ¡Eso quería ser!
   La idea era fantástica.  Yo era impertinente, extraordinariamente fogoso, tenía talento para exagerar y estaba convencido de que en breve aprendería a plantear sin tapujos las más desvergonzadas preguntas.  Pero el problema era otro.  La tasa de paro en Austria era elevadísima y yo no disponía de ninguna clase de relaciones en el mundo del periodismo, ni tenía un sombrero donde poder poner mi tarjeta de prensa. Fui de redacción en redacción sin conseguir otra cosa que ser ignorado. (…)

   Era la época en que había un enorme paro y naturalmente todo el mundo aceptaba cualquier trabajo que se le ofreciera.  Puesto que pronto empecé a colaborar también, como ´negro´, en la elaboración de guiones, conocí a gente del mundo del cine.  A menudo, los periodistas y la gente del cine frecuentaban los mismos locales. (…)

   Me encanta contar historias cuando consigo que en una mesa grande todos suelten los tenedores para escucharme.  Me imaginaba el público del cine de una manera parecida.  También los espectadores debían olvidarlo todo escuchando y mirando: soltar los tenedores.  Quizá sea ese el único motivo por el que muchas de mis películas empiezan con una historia que llama la atención.”

Billy Wilder con Hellmuth Karasek,  Nadie es perfecto Ediciones Grijalbo SA, Barcelona 1994, página 37/55.
 
     “El piso donde vivía y trabajaba (Arthur Conan) Doyle ocupaba la segunda planta de un edificio viejo en un barrio obrero de Londres.  Era un alojamiento humilde, una sala de estar y un dormitorio pequeño, ocupado por un hombre modesto de recursos limitados y una firme confianza en sí mismo.  Por naturaleza, y ahora por oficio, un sanador, licenciado en cirugía desde hacía tres años, un joven a punto de cumplir los veintiséis y próximo a ingresar en aquella fraternidad tácita donde los miembros continúan discretamente su labor, a pesar de ser conscientes de su propia mortalidad.
  Su fe como médico en la infalibilidad de la ciencia estaba arraigada pero era frágil, y se hallaba entremezclada con gran cantidad de defectos.  A pesar de haberse apartado de la Iglesia católica una década antes, aún persistía en Doyle el deseo de creer; en su opinión, ahora era competencia exclusiva de la ciencia el establecer empíricamente la existencia del alma.  Confiaba plenamente en que la ciencia acabaría por guiarle a la más altas cotas del descubrimiento espiritual, y sin embargo, coexistiendo con esta férrea certeza había un deseo incontrolado por el abandono, por arrancar el velo de la molicie que enmascaraba la realidad y así incitar una unión con lo místico, una muerte en vida para conseguir una vida superior.  Este anhelo rondaba su mente como un espectro, y jamás se lo había mencionado a nadie. (…)

   A medida que profundizaba en los estudios, la lucha interior entre el espíritu y la ciencia, estas dos polaridades irreconciliables, se hacía más clamorosa y enconada… (…) el vivir con esos impulsos contradictorios –el deseo de tener fe y la necesidad de demostrar que era genuina antes de abrazarla- dejaba a Doyle con la comprensible necesidad humana de compensar estas contradicciones no resueltas.  Encontró el medio ideal en la escritura de obras de ficción, transformando las experiencias informes de este nebuloso mundo inmaterial en frases claras y precisas: relatos de planes místicos, fechorías y crímenes cometidos por siniestros malhechores y descubrimientos por hombres amigos de la luz y el conocimiento que –como él- se aventuraban sin parar mientes en las tinieblas.”

Mark Frost La lista de los siete  Ediciones B S.A. Barcelona 2006, páginas 18/20.
 
     “19 de Septiembre de 1894, 11 de la noche.

Vaya condenada molestia ha resultado ser toda esta charlatanería de Holmes.  Que semejante nulidad de hombre, una máquina calculadora ambulante y parlante que no demuestra más humanidad que un caballito de madera, haya podido inspirar tanta pasión en el seno del público lector es para mí un misterio mayor que cualquiera de los que he tramado para que él los resuelva.

(…)  ¡Qué ingenuidad la mía!, suponer que darle el empujón al viejo Holmes y desde las cataratas de Reichenbach acabaría con el revuelo de una vez por todas y me permitiría dedicarme a mi trabajo formal.  Ya ha pasado casi un año desde que ese Sherlock de pega dio el salto, y el público aún sigue indignado por su fallecimiento.

(…)  No habrá Resurrección.  El hombre cayó a plomo dentro de una grieta desde una altura de más de seiscientos metros.  Aplastado sin posibilidad de reparación, no existe ninguna esperanza de recobrarlo.  Está más muerto que Julio César.  Se debe guardar un respeto a los dioses de la lógica.

   Me gustaría saber cuándo lograré hacerles comprender no sólo que está muerto, sino que es un personaje de ficción: no puede contestar a sus cartas, en realidad no reside en el 221B de Baker Street y, a fin de cuentas, no puede prestarles la menor ayuda en la resolución de ese persistente misterio que los obsesiona.”

Mark Frost El sexto mesías  Ediciones B S.A. Barcelona 2006, páginas 17/18.

martes, 28 de octubre de 2014


Por qué dedicarse al arte.
    Hay cierta monotonía en esta cuestión.
   Constantemente estamos diciendo lo mismo: el arte es un destino ingrato, nadie te prometió la gloria y de esto no se puede vivir.  Un medio de acción altamente frustrante, la falta de apoyo de propios y ajenos, la necesidad de sobrevivir que nos vuelve mercenarios.  Entre la angustia existencial y la culpa vergonzante de venderse por dos pesos, ¿vale la pena tanto agobio por empecinarse en hacer algo que muy probablemente nunca nos va a compensar en esa vida?
   Esa pregunta me la vengo haciendo casi desde el mismo momento en que decidí que sería artista.  Tenía catorce años, era sábado y estaba copiando la tapa de una revista de cine  que me salió muy mal.  Debía decidir si seguir sobre una base mal trazada y acabar con un dibujo espantoso o romperlo y empezar de nuevo.  La duda estaba en que esa noche era la fiesta de 15 de una compañera de colegio y si empezaba de nuevo ese fin de semana no iba a terminarlo ya que en unas horas tenía que cambiarme para salir y el día siguiente me lo pasaría durmiendo para poder el lunes volver lúcida a la escuela.  Y ahí determiné mi escala de valores: rompí el trabajo, empecé de cero otra vez y esa noche no fui a la fiesta, por lo que el domingo lo pude pasar pintando. Aquel dibujo se perdió en el tiempo, lo que no lamento porque en su segunda versión tampoco me salió bien.  Pero desde ahí se volvieron claras mi  prioridad, mi convicción y la razón de todo en el universo.

 Hoy sé que no fue una decisión (a los catorce años uno no toma decisiones, actúa por instinto).  Era un destino.  Me limité a reconocerlo.
  Las personas que se dedican con pasión y convicción al arte (tengan  o no talento) no están haciendo elecciones, no es cuestión de voluntarismo.  No se puede “estudiar” para ser artista.  Uno tiene la tara genética y no hace más que acatar el mandato biológico. Luego estudia tratando de ser un artista bueno a nivel técnico y se dedica todas las horas del día (aunque no lo esté haciendo materialmente tiene la cabeza y el corazón siempre ahí)  y durante toda su vida a trabajar su obra.  Tiempo, obstinación, una perseverancia más sustentada en la ausencia de alternativas que en una iluminada visión.
 
   Los artistas somos artistas porque no podemos ser otra cosa.  Aunque tengamos oportunidades, aunque  otra cosa nos  sea más fácil, aunque pudiéramos acceder a la profesión más grata y a la fortuna más cuantiosa, no hay chance de elección.  Ya está.  Condenado por el arcoiris  diría Rimbaud. 

 

domingo, 26 de octubre de 2014
























     El suplemento Sábado de La Nación trajo ayer un interesante reportaje a Guillermo Kuitca, hoy por hoy el artista argentino consagrado internacionalmente más representativo de nuestro arte contemporáneo.

     Si bien personalmente no me gusta la obra de Kuitca (lo digo siempre: soy dibujante, tengo atávicos prejuicios hacia los artistas que no dibujan; es como un escritor que no sepa leer: altera mi sentido de la lógica), pero en esta entrevista explica su proceso creativo de un modo maravilloso y, por sobre todo, honesto.  Me temo que muchas estrellitas consagradas del medio artístico local ignoran el concepto de honestidad si se le acerca alguien a hacerles una nota (predomina el concepto de auto promoción), por lo que la franqueza de Kuitca me sorprendió y me lo develó como un artista contundentemente auténtico.

    Me puse como tarea para el hogar el sentarme a reconsiderar su obra y mis estúpidos prejuicios.

   Transcribo unos fragmentos:

Cuando mirás hacia atrás y ves todo tu recorrido, ¿cómo explicás el reconocimiento internacional al que llegaste?
-No tengo la menor idea.  Sé que trabajé mucho.  Mi vida es básicamente haber trabajado en mi obra, haber dado lo mejor y lo que podía, pero eso no quiere decir que los demás lo vayan a reconocer.  Tampoco es tan parejo y tan permanente ni todo el tiempo ni en todos los lugares.  Uno habla de reconocimiento y se imagina que es una situación que ya sucedió y que no va a cambiar nunca.  Algo curioso que quizá pasó en mi carrera es que haya transcurrido tanto tiempo y que se haya mantenido en ese nivel de aceptación.  Pero cambia.  Hay países donde expongo muy fluidamente y otros no.  No es que uno queda ahí como una especie de vaca sagrada y punto.
El arte es también un mercado complejo con muchos actores en juego.  ¿Qué aprendiste en todos estos años?
-Soy un muy mal observador del mercado del arte; tengo las antenas abiertas, pero no entiendo muy bien a qué reglas obedece.  Son demasiados actores, es cada vez más complicado, cada vez hay más subespecializaciones, y de a poco, se produce una especie de distanciamiento.  Tengo la suerte de no tener que vender u ofrecer mi obra, y eso me permite manejarme con mucha distancia sobre las transacciones concretas.  Además, hay todo un mercado secundario del cual yo no tengo ningún control ni beneficio.
¿Pensás en cómo el público va a reaccionar frene a tu obra?
-A veces pienso, y en general no.  Me interesa mucho que la gente vea mi trabajo y me importa.  Pero no tengo la menor idea de cómo pensar o ponerme en el lugar del otro.  Sería muy artificial y hasta demagógico decir que eso forma parte de mi proceso creativo porque no está ahí. (…) Sé qué tengo que hacer lugar a las intuiciones, estar muy alerta de que eso que pienso es la señal que debo seguir y no correrla pensando que es una mala idea.  Aprendo a seguir aún las malas ideas que se me ocurren cuando trabajo.  Y algo del proceso creativo tiene que ver con la edición de mi propia obra, con poner en combustión mi propio trabajo: lo que muestro y no muestro, las obras que dialogan entre sí, las que se enfrentan.  No es metódico, pero es un armado de un proceso más formal.  El acto de pintar es para mí cada vez más intuitivo.”


Entrevista de Nathalie Kantt, sección Mesa para dos: Guillermo Kuitca “No tengo grandes mensajes para dar”, La Nación,  suplemento Sábado  del 25 de Octubre de 2014,  página 8.


    Unos días atrás me llegó por mail una publicación titulada “Como ser un artista contemporáneo”.  No me detuve a leerla ya que, confieso, me pareció una premisa estúpida.  ¿Cómo “ser”?  Uno es o no es contemporáneo.  Punto.  Pero tras leer lo de Kuitca e influida por un espíritu revisionista, pasé a considerarla con amable atención.

  "Cómo ser un artista contemporáneo
Un proyecto para discutir cuál es la escena donde nos toca ser parte
por Pilar Altilio

En múltiples manifestaciones a las que podemos asistir presencial o virtualmente, la figura del artista contemporáneo no encaja fácilmente con aquellas definiciones con las que crecimos o fuimos formados en los sistemas de educación sistemática. No se trata solamente de querer definirlo, pues algo sabemos de lo difícil que resulta dar parámetros regulares para cada actividad cuando los soportes se multiplican, los accesos se expanden y lo presencial se desvanece. Pero es más que interesante discutir estas cuestiones, entre pares y adherentes, pues estamos de alguna u otra manera con los pies en el mismo plato, y lo que es interesante, preguntándonos lo mismo."

   Bueno, hasta ahí íbamos bien, sólo que lo que yo suelo preguntarme es qué es arte y que no, el hecho de ser contemporáneo es una mera circunstancia temporal. Sigamos.


  "Cuando despuntaban los ochenta del siglo pasado asistimos a la reformulación de paradigmas a partir de un encuadre que tomaba el término acuñado por Lyotard como posmodernidad, una mirada que nos permitía segmentar como quisiéramos la historia y valernos de esa mixtura para poder expresar lo contemporáneo. Pero a poco de avanzar, leíamos en autores como Michel Maffesoli y encontrábamos otra visión, algunos países no habiendo alcanzado la modernidad, mal podrían encuadrar en la posmodernidad. Lyotard había anticipado y lo que es mejor, acertado en que el conocimiento iba a funcionar como a medida, es decir por pedido, no como algo codificado por los académicos sino democratizado al punto de que cada uno determinaría un acceso personal al mismo enorme bagaje que la humanidad almacena. En esa sustancia teórica hay unas claves importantes para acercarnos al escenario de lo que nos muestra el arte contemporáneo. No es un corpus homogéneo sino extremadamente heterogéneo, lo que fue mainstream, dominante en una época, se traslada a otros campos y territorios totalmente disociados de esa expresión. "

  Bien, mis prejuicios no siempre están necesariamente mal fundamentados.  Cuando un texto que pretende explicar algo se cierra sobre sí mismo para tornarse inentendible se enciende la lucesita roja que chilla “dange, danger” y la mano de un “crítico de arte” se eleva arrogante como autor de la maraña.  ¿Quería decir que el arte contemporáneo es una mescolanza, que no sigue una línea, que es tan actual y palpitante como gente actual está haciéndolo a un mismo tiempo?  No era tan difícil de decir.

   Pero parte la autora de un error:  los paradigmas no se formulan a gusto y piacere de críticos, curadores o coleccionistas.  Los paradigmas son, se descubren, se interpretan.  Responden al ethos colectivo y suelen estar delimitados por etnias, geografías, y –obviamente- su tiempo.  Me temo que siempre el paradigma es contemporáneo a la comunidad que lo conforma y que el observador necesita distancia (que sea pasado) para poder apreciarlo.

   El artículo seguía un poco más y prometía una segunda parte.  Su fuente para el que le interese:


     Sobre la cuestión prefiero adherir a  Stéphane Mallarmé, quien  dijo que ningún verdadero artista es contemporáneo de su época: su tiempo es el futuro.  Lo que ratifica Wilde:   “Hay algo de vulgar en el éxito; los grandes hombres fracasan o, al menos en su época, parecen haber fracasado.” 



viernes, 24 de octubre de 2014


   Recién me entero –gracias a un mail que me envió la Directora de la Bienal María Elena Beneito- que en la 2da. Bienal Internacional de Arte Contemporáneo de Argentina mi obra El Portal recibió una Mención de la Organización del evento.   Dado que no pude asistir el día de cierre y entrega de premios y luego no volví a comunicarme con los organizadores, si no me hubieran mandado la nómina de premiados seguiría ignorando el reconocimiento a mi trabajo.  (No debería estar confesando públicamente este desliz informativo, ya que será seguramente utilizado en mi contra por ciertas personas que disertarán por horas y horas, hasta el absoluto aburrimiento, sobre mi inexcusable desidia y el pésimo manejo de mi carrera.)

   La verdad y lo que me importa a mi es que acabo de tener una gratísima sorpresa y esta inesperada noticia me alegrará todo el fin de semana (el que por esas inevitables obligaciones domésticas tendré vedado de pintar).

  Lo que sigue es la nómina completa de Premiados por el Jurado y de las Menciones de la Organización de la 2da. Bienal Internacional de Arte Contemporáneo de Argentina.