sábado, 28 de febrero de 2015



     Leo en una reseña del libro de Luis Racionero “Los tiburones del arte” (Editorial Stella Maris, febrero 2015) una serie de consideraciones que convalidan mi fe en la humanidad: no estoy sola en mi declaración de guerra a Damien Hirst y su acción degradante del arte real.  Transcribo  por sentirme comprendida y acompañada en mi cruzada por el rescate del más básico sentido común:

 

  “Un tiburón en formol vendido por 12 millones de euros. Una calavera de diamantes cuya puja fue artificialmente inflada por el propio artista. Un urinario convertido en objeto de exposición en las más famosas galerías del mundo. Ya no hay modo de saber si algo es bueno o mediocre: ni siquiera sabemos si algo es arte o no lo es.

¿Cómo hemos llegado a que el mercado y las agencias de marketing controlen el arte? ¿Llegaremos a realizar esculturas en carne viva gracias a la manipulación de los códigos formativos en proteínas? ¿Es el láser un pincel que espera su Leonardo?

Luis Racionero traza un análisis contundente y polémico sobre cómo el mercado ha abducido el arte y lo que cabe esperar en el futuro.

¿Cómo conferir valor a las obras artísticas si no existen criterios para evaluarlas? Los marchands y los propios artistas dan este valor a partir de tres criterios: la galería, el crítico y el millonario que compre. La crítica del arte contemporáneo se enfrenta al muro infranqueable del «todo vale», alzado por las vanguardias a partir de 1910 y que sirve como refugio para la incompetencia. Estos tres criterios «no tienen nada que ver con el objeto en sí, solo con hábiles movimientos de relaciones públicas».

«Ya no hay modo de saber no sólo si algo es bueno o mediocre, sino que ya ni siquiera sabemos si algo es arte o no lo es. La última y repulsiva disolución del arte contemporáneo ha tomado forma de animales en formol. »

La obra del taller de Damien Hirst ha significado «el encuentro del arte y de la vida, del tiburón ‘artístico’ con el tiburón financiero. El tiburón es así el punto de contacto entre dos mundos que solían y deberían permanecer separados: la especulación financiera y el arte.» Este fenómeno ha provocado las ansiadas protestas entre las gentes del arte, que arrastran su silencio desde el error con los impresionistas.

Con esta obra, Racionero elabora un ensayo incisivo para intentar «desligar el valor uso de una obra de su valor de cambio y, para ello, comprender cuál es el valor uso de una obra. »”

Reseña de Maria Jesús Burgueño para Revista de Arte – Logopress 27 de febrero de 2015.-


 


 

     Indagando un poco más, descubro que el autor, Luis Racionero, escribe en el suplemento Babelia de El País de España, en coincidencia con  Arco 2015, un artículo donde se explaya sobre el mismo tema:

 

  “Dado que, a partir de las vanguardias, los creadores, los teóricos y los marchands se dedicaron a destruir los criterios estéticos, en 1920 ya no se sabía –merced a la inestimable colaboración confusionista de Marcel Duchamps- qué era una obra de arte. Si no hay criterios, todo vale, y la obra de arte solo se calibra por su precio en el mercado, nada que ver con los criterios neoclásicos de Winkelmann, con los románticos de la emoción, ni siquiera con el estructuralismo, la semántica o la deconstrucción: solo el dinero y las relaciones públicas.

  Cuando no hay criterios es imposible decidir qué es y qué no es arte, basándose en la obra en sí. Por eso son los marchands y los propios artistas quienes confieren valor a las obras por medio de campañas publicitarias, técnicas de relaciones públicas u operaciones comerciales de subasta y recompra: si se expone en la galería X, el crítico Y dice que aquello es arte y el millonario Z lo compra a un alto precio, lo presentado es arte, aunque sea un urinario vuelto del revés.

  Los tres criterios que he enunciado para convertir cualquier cosa en obra de arte, galería, crítico y dinero, no tienen nada que ver con las propiedades esenciales del objeto, solo con hábiles movimientos de relaciones públicas.

  El taimado Damien Hirst reconoció con toda candidez que su maestro no es el macabro doctor Moreau, que intenta hacer arte orgánico con los cromosomas, sino el magnate de las relaciones públicas Saatchi.  En vez de criterios estéticos, lo que hay es un entramado de galeristas, exposiciones y museos por medio del cual se otorgan prestigios, se sostienen famas, se fomentan carreras y se alzan precios, sea lo que sea lo que se vende: tanto da un urinario al revés, que una tela en blanco, que una vaca en formol.

  Por fortuna, todo esto no quiere decir que el arte se haya terminado o que no nazcan artistas, quiere decir que las siete artes tradicionales han agotado sus ciclos creativos y será necesario que surjan el octavo, noveno o décimo, cada uno basado en un soporte material nuevo, como la cinta fotográfica lo fue para el cine. Incluso el cine, que fue el arte del siglo XX, está en el periodo manierista de su ciclo: Spielberg es Veronese, no Rafael.

  Las artes nuevas surgirán de soportes desarrollados con la tecnología atómica, genética, bioquímica, digital y espacial. El pincel podría ser un haz de electrones, neutrones o rayos gamma. La escultura se podría basar inquietantemente en ingeniería genética por manipulación de códigos de proteínas.  El ordenador se podrá conectar directamente al cerebro para inculcarle un curso universitario o pasar la noche con Marilyn Monroe de puertas adentro; las puertas de la percepción a que se refería Huxley.

 Los instrumentos artísticos los dará la ciencia, los temas que profundamente interesan a la sociedad en cada época los intuirá y expresará el arte. Ha terminado el ciclo de unos, pero aparecerán otros nuevos. Acaso poner color sobre tela se convierte en venerable artesanía, como escribir novelas, filmar películas o cincelar estatuas, pero nuevas formas de arte surgirán por cada una que agote su ciclo. La ciencia proporcionará los nuevos medios e instrumentos, el artista se hará científico y el científico artista, para realizar el sueño de Leonardo: competir con la naturaleza en la creación de obras excelsas.”

Luis Racionero,  El arte moderno como montaje comercial” – El País


 

     (Obvia acotar que proclamo formalmente mi amor incondicional a don Racionero.  Alguien que llama “taimado” a Hirst será por siempre el dueño de mi corazón.)





     Siento que, al menos por hoy, mis conocidos prejuicios contra publicistas, agentes de prensa y hacedores de mercadotecnia en el arte no serán tomados como un capricho sino como una proclama de principios.  Han metido tanta maleza infame entre las dignas plantitas decorativas que mientras éstas no florezcan todo se ha vuelto un informe yuyal. Pero por suerte con el tiempo las flores aparecen y ponen a la hierba mala y al mero yuyo en su lugar.  Lo bueno decanta, me decían alguna vez.  No hay que preocuparse por lo demás, sólo abocarse a ser realmente bueno. Y lo que deba ser, será.



viernes, 27 de febrero de 2015


Me deshago, me desdigo,
me desclaso, me desnudo,
me distancio, me despido,
me discuto, me desahucio,
me diluyo, me doy cuenta,
desespero y…
yo hago de todo por volverte a ver
yo hago de todo por volverte a ver
Hay días, hay días que
nacen sin tu luz.
Hay días, hay días…
yo hago de todo por volverte a ver
yo hago de todo por volverte a ver...

Miguel Bosé,  Hay días…


     Hay días –sobre todo si uno es un pseudo-porteño como yo- que arrancan con una melancolía grisácea tiñéndonos la vida desde el interior del cráneo.  Y aun saliendo a la calle con toda la energía nerviosa que requiere un intenso día de trabajo -trabajando a destajo en algo que no nos gusta ni nos interesa ni nos motiva pero que igual hacemos a pura voluntad  porque somos ¡tan serios y responsables!-, todo a nuestro alrededor se pone de ese pesado gris de tango irrespirable que nos agobia y nos vuelve la viva imagen de la derrota y la sinrazón.

     Alguna vez sostuve, frente a un detractor feroz, que el tango me gustaba.  La poesía de sus letras, su entramada musicalización.  El tango me ha sabido siempre a alta literatura.  Pero me es ajeno, claro, no habla de mis vivencias y por eso, suponía,  no me afecta en lo personal.  Aquel detractor -¡sabio!-  sostenía que el tango es un karma.  Que apenas bajamos la guardia y  le damos chance, se nos cae encima como un piano. 

     A mí, reconozco, me gustan los que hablan de Buenos Aires como de una amante añorada y esquiva:  “Tirao por la vida de errante bohemio/ estoy, Buenos Aires, anclao en París./(…) Lejano Buenos Aires ¡qué lindo que has de estar!(…)/¡Cómo habrá cambiado tu calle Corrientes..!/ ¡Suipacha, Esmeralda, tu mismo arrabal...!/ Alguien me ha contado que estás floreciente/ y un juego de calles se da en diagonal.../ ¡No sabes las ganas que tengo de verte!/ Aquí estoy varado, sin plata y sin fe... / ¡Quién sabe una noche me encare la muerte/ y, chau Buenos Aires, no te vuelva a ver!”


    Pero estos días, complicados por dónde se los mire, tomo conciencia de que realmente el tango no es la música de fondo ideal para hacerle frente a la vida cuando ésta viene con las cartas equivocadas y las apuestas para abajo.  ¿Sería más fácil si sonara un corrido o una bachata?  ¿Un poco de bossa nova o un son?  Sé que con Bach me cortaría directamente las venas.  Baires es a estas horas un lastimero tango derrapando cuesta abajo en su rodada y con pronóstico de caída libre sin final a la vista.

 

     De nada vale que en el plano personal uno tenga alguna que otra expectativa, proyectos en curso o una prohibida fantasía agazapada y tentadora factible de realización.  La queja común y social, la desgana colectiva, ese sentir en la calle que todo está más o menos mal y que no hay esperanza que se justifique, hace que uno se contagie de la dejadez tanguera y decadente, afloje el paso y sienta que aunque se quiera algo distinto esta es la única música con la que tenemos que bailar. Eternamente.  Un tango llorón.







miércoles, 25 de febrero de 2015


     Las art-dealers con las que mi trabajo irá a New York han cambiado la feria de asistencia: en lugar de la Affordable Art Fair NY (que se desarrolla a fines de marzo) se han pasado a la ArtExpo New York  que acontece en abril próximo.  A efectos prácticos, para mí es lo mismo, aunque el corrimiento temporal (de marzo a abril) me permite que me dedique de lleno a la feria local de Arte La Plata primero, para luego poder tranquilamente seguir (a la distancia) el evento neoyorkino.  

 http://acuarellarte.com.ar/

















     La vez anterior que logré que una obra mía se exhibiera en las tierras del norte (a fines de 1999), no tuve manera de estar muy al tanto ya que internet era incipiente e inaccesible para mí.  El material llegaba a uno después, cuando regresaba el curador y la obra.  Se veía todo con delay.

     Ahora, al poder estar en tiempo real en todas partes gracias al misterio inconmensurable de la web, uno puede seguir de cerca los devenires de los eventos a miles de kilómetros de distancia.  Si bien uno enloquece un poco por estar a la vez en tantas partes (las personalidades con leve tendencia a la esquizofrenia ni que decir), uno puede acompañar la difusión de la obra con un mínimo de inversión y menos movimiento.  Ya no es necesario malvender lo que tenemos para costearnos un pasaje y salir a la aventura con nuestras obras bajo el brazo.  En ese sentido, internet  ha sido puro avance de la civilización (artística).


     Allá en 1999, con organización de The Pictorial Bardon Group, viajó a New YorkHuellas”, parte de la serie Primitiva.  







     Viendo lo que viajará ahora (la serie de Hondius), siento que me he vuelto una especie de pornógrafa (¡cuántos desnudos!), situación de la que –para encontrar una salida elegante- inculparé también a internet.







martes, 24 de febrero de 2015



     Creo firmemente en que las cosas –esas cosas en las que hemos intervenido de modo fugaz como sus creadores- tiene un destino propio, por completo independiente de nuestros deseos y de nuestros designios.  Que aun la propiedad intelectual que ejercemos sobre ellas es meramente circunstancial, que si queremos el dominio absoluto debemos optar por no crear nada.  Lo que hacemos es para afuera, para el otro.  Nuestras obras a la larga nos serán ajenas.  Y, honestamente, me parece muy bien que así sea.

     Supongo que a todos los artistas les pasa.  Hay obras que hicimos hace veinte años y que hoy nos resultan tan extrañas como si jamás hubiéramos tenido que ver con ellas. Que nos hacen sentir incapaces de repetir la experiencia.  Si hay suerte (y nuestro trabajo es lo suficientemente bueno para merecer trascender) la obra hará su camino, construirá su propia mitología y al significado original del que la dotó su autor se enriquecerá con los sentidos y la historia que sus eventuales espectadores o sus posteriores propietarios le agreguen.

     Cada vez que tuve la posibilidad de vender una obra (a más del personal halago que implica que alguien aparte de mí la quiera y desee tenerla ante sus ojos cotidianamente), intenté por todos mis medios de posibilitar esa venta, aun cuando en números y beneficios no saliera yo –precisamente- bien parada.  Siempre me interesó que la obra siguiera su camino.  Que avanzara.  Que se fuera lejos de mí.  Y, claro, conservando la fantasía de algún día, dentro de muchos años, volver a encontrarnos y saber que fue de su vida mientras le digo de la mía, como esos viejos amigos del alma que se conservan pese al tiempo y las distancias.



     Ha surgido la oportunidad de que cuatro pequeñas obras pasen a manos de un coleccionista inglés.  La gente normal se estaría planteando esta cuestión como un asunto de negocios.  Yo sólo me preocupo de no obstaculizarle a mi trabajo el llegar a su futuro.  Las cuestiones sensatas (de esas de las que los art-dealers, galeristas y publicistas me sermonean constantemente) me suenan un idioma desconocido  y ajeno a mi interés.  Yo sólo puedo concentrar mi atención en asegurar que mis obras lleguen hasta quién las quiere.  Inician su peregrinar con fe en un buen puerto.  A mi alcance está darles el empujón inicial, encomendándolas a todos los dioses que amparan los largos viajes y aseguran el grato arribo.

     Bon voyage, good trip, gute reise, hasta que nos volvamos a encontrar…






domingo, 22 de febrero de 2015




























   “Hemos oído varias veces…  un curioso neologismo que fue forjado hará unos dos mil quinientos años por los estoicos, y ese neologismo que sigue siendo asombroso, ambicioso y generoso es la palabra “cosmopolita”.  Pensemos en lo que significa aquello, pensemos que los griegos se definían por la ciudad en que habían nacido: Zenón de Elea, Tales de Mileto, después Apolonio de Rodas y pensemos en lo extraño de que algunos de los estoicos quisieran modificar aquello y llamarse no ciudadanos de un país, como todavía mezquinamente decimos, sino ciudadanos del cosmos, ciudadanos del orbe, del universo, si es que este universo es un cosmos y no un caos como parece ser muchas veces.  

     Pues bien, recuerdo también un gran escritor americano, Herman Melville, que dijo en alguna página de “The White Whale” que un hombre tenía que ser a patriot to haven, es decir tenía que ser leal al cielo y creo que es buena esa ambición de ser cosmopolita, esa idea de ser ciudadanos no de una pequeña parcela del mundo que cambia según las convenciones de la política, según las guerras, con lo que ocurra, si no de sentir todo el mundo como nuestra patria.  (…) Ahora al decir cosmopolita podemos pensar en turistas, en algo  tan borroso como internacional, pero yo creo que el verdadero sentido es éste: somos ciudadanos del mundo o debemos tratar de serlo y que en esa palabra está cifrado de algún modo el destino de Victoria Ocampo. Ser cosmopolita no significa ser indiferente a un país, y ser sensible a otros.  Significa la generosa ambición de querer ser sensibles a todos los países y a todas las épocas, al deseo de eternidad, al deseo de haber sido muchos…  (…)

   …Victoria… indudablemente fue una buena argentina: padeció una honrosa prisión durante la época de la dictadura y luego uno de sus últimos actos fue firmar, éramos pocos, realmente, una protesta contra cierta absurda guerra que se planeaba entonces.  Es decir, ella sentía la patria y sentía también las otras patrias… (…)  Nosotros, desde esa vida nostálgica que llevamos, podemos sentir Europa y eso más allá de lo étnico, más allá de las aventuras de la sangre, eso no importa.  Podemos pensar en la cultura occidental…  (…) …¿cuántas sangres se juntan en nosotros?  En mí, que yo sepa, sangre portuguesa, sangre española, sangre inglesa, quizás alguna muy lejana e hipotética sangre normanda y sin duda sangre judía. (…)  ¿Y qué seríamos nosotros sin Grecia, ya que Virgilio es inconcebible sin Homero y Homero sin duda es inconcebible sin otros griegos, si es que hubo alguien que se llamó Homero? (…)

     Yo creo, yo diría que debemos tratar de atenuar nuestras diferencias y de sentir nuestras afinidades, pero ese es un error.  Yo creo que lo más exacto sería lo que hizo Victoria Ocampo, sentir que el mundo era una fiesta y que esa fiesta le ofrecía muchos sabores y querer gustarlos a todos y hacer que los otros gustaran de ellos. (…)

     La historia de Victoria Ocampo es un ejemplo, un ejemplo de hospitalidad.  Esa hospitalidad la llevó a recibir tantas culturas, tantos países a  través de su memoria llena de versos en diversos idiomas.  No siempre estábamos de acuerdo.  Ella cometía para mí la herejía de preferir Baudelaire a Hugo y yo cometía para ella la herejía de preferir Hugo a Baudelaire.  Pero nuestras discusiones eran discusiones gratas.  Yo no recuerdo que ella cometiera el error común, que yo suelo cometer, de admirar a alguien contra alguien.  No, era fundamentalmente generosa.  Si admiraba a un escritor no lo admiraba contra los demás escritores.  Ella no admiraba a Baudelaire contra Hugo o contra Verlaine, no, era mucho más sabia que yo.  Yo suelo tender al fanatismo y ella no lo tenía.  El recuerdo de Victoria Ocampo me acompañará siempre.  Yo no era nadie, yo era un muchacho desconocido en Buenos Aires, Victoria Ocampo fundó la revista Sur y me llamó, para mi gran sorpresa, a ser uno de os socios fundadores.  En aquel tiempo yo no existía, la gente no me veía a mí como Jorge Luis Borges, me veía como hijo de Leonor Acevedo, como hijo del Dr. Borges, como nieto del coronel, etc.  Pero ella me vio a mí, ella me distinguió cuándo casi no era nadie, cuando yo empezaba a ser  el que soy… (…)

     Si me piden un recuerdo de Victoria, es curioso, yo recuerdo que nunca estábamos de acuerdo y que siempre nos queríamos mucho, y no nos poníamos de acuerdo, pero este es un rasgo grato, el hecho de poder estar en desacuerdo con alguien es mucho… (…) Y ahora sólo me resta decir que es importante honrar a Victoria, pero que es más importante ser dignos de aquella alta memoria de Victoria Ocampo.  Debemos tratar  de continuar su labor, debemos tratar de interesarnos no en un solo país, en un solo proceso histórico, sino iniciar esa aventura imposible y generosa de la humanidad, debemos interesarnos en el universo.”


Jorge Luis Borges,  Homenaje a Victoria Ocampo -  Discurso pronunciado en la sede central de la Unesco el 15 de Mayo de 1979.  Borges en Sur 1931-1980   Emecé Editores S.A.  Buenos Aires 1999 pág. 326/331.


sábado, 21 de febrero de 2015

“He llorado en Venecia, me he perdido en Manhattan,
he crecido en La Habana, he sido un paria en París,
México me atormenta, Buenos Aires me mata,
pero siempre hay un tren que desemboca en Madrid,
pero siempre hay un niño que envejece en Madrid,
pero siempre hay un coche que derrapa en Madrid,
pero siempre hay un fuego que se enciende en Madrid,
pero siempre hay un barco que naufraga en Madrid,
pero siempre hay un sueño que despierta en Madrid,
pero siempre hay un vuelo de regreso a Madrid.”


Joaquín Sabina,  Yo me bajo en Atocha




https://www.lagaleriadearcotangente.tumblr.com


































viernes, 20 de febrero de 2015




   Pausa (pseudo) infantil.



    Crecí viendo por TV Plaza Sésamo (cuando era un producto típicamente mexicano) y el Show de los Muppets (cuando eran un producto inglés).  Pasaron los –muchos- años, las dos pandillas de títeres se mudaron a los Estados Unidos, a la Rana René la llamaron Kermit y pude ver (es vergonzoso, pero ha sido varias veces) su espectáculo 3D en los parques de Disney y cantar a coro con las Gallinas  en cines de Buenos Aires durante la proyección de sus dos últimas películas.

     Y ayer, cuando alguien que no nombro y no soporto, me daba el habitual discurso sobre las conveniencias de tener un Community Manager para posicionarme en los medios sociales, y me citaba ejemplos saltando en Twitter de comentarios promocionados a comentarios con entidad de hashtag (sea lo que sea eso), vi la imagen de uno de mis amados Muppets en el MOMA y desde ese momento nada más me importó que recuperar esa imagen. 


      Las imágenes son varias, del entrañable Cookie Monster recorriendo los museos neoyorkinos.  Hubiera vendido lo que me queda sin vender del alma por haber coincidido con él en septiembre pasado cuando recorrí por primera vez esos museos.  Pero me conformo con guardarme estas imágenes -que hurto de la web- con el recuerdo de mi propia visita, con la esperanza de que, en el transcurrir del tiempo que todo borronea y confunde, ambas visitas se mezclen y en alguna dimensión perdida los dos disfrutemos de Van Gogh juntos.















jueves, 19 de febrero de 2015


Análisis –intencionado- del Art Brut.  Curso práctico de “autodidactismo”.  Trabajo de campo.

 
    Tras leer un poco más, resulta una definición consensuada la de que se considera como Art Brut  u  outsider art  la obra realizada por  personas «marginales de la sociedad», como serían “los enfermos mentales, los delincuentes, los visionarios, los  autodidactas y  los médiums, entre otros individuos presuntamente «excéntricos»” (Wiki sic)

    Me reconozco como una artista marginal, literalmente marginal por trabajar por fuera del mercado del arte.  Traducido: no vivo del arte, tengo que trabajar de otra cosa (ciertamente nada artística) para poder pagar  bastidores, óleos  y los pinceles.  Yo no he obtenido beneficio económico alguno por dedicar desde siempre mi vida al arte.  Mi existencia no es registrada por el establishment del arte.  Estoy afuera.  Soy definitivamente una outsider.   

     Si me detengo en la tipología prevista para ser incluida en la bolsa común del Art Brut supongo que habrá quién podrá fundamentar que encuadro perfecto en lo de “enfermo mental”; allá ellos, yo me niego a cualquiera de los tipos citados salvo al de autodidacta.  Porque lo soy, y a mucha honra.

     Entonces es así, aunque observando las imágenes de la web que vienen a tropel apenas googlear Art Brut no me identifico para nada (adhiero a una técnica más clásica, la perspectiva y la proporción no me son incompatibles), pero, ¿quién soy yo para discutir las clasificaciones hechas por los críticos y académicos del arte –que sí están dentro del mercado-?  Soy una artista bruta.  Fin de la cuestión.

 

     Sentado lo anterior (que indica mi formal sumisión al sistema y mi debido acatamiento  al deber ser) me detengo a considerar la posibilidad de que haya un malentendido respecto de lo que es ser autodidacta.

     El autodidacta es alguien que sabe lo que quiere (pintar, pongamos por caso), y que por diversas razones no cuenta con la posibilidad directa de hacerlo (supongamos: objeciones familiares, falta de recursos, imposibilidad física determinada por la salud o la geografía, etc.).  Entonces, el autodidacta se decide a hacer lo que quiere pese a todos los obstáculos que existan, que se le interpongan o que se auto-invente.  El autodidacta es terco y perseverante.  El autodidacta se niega la posibilidad de otras opciones.  El autodidacta es alguien con una sola idea (y fija).  El autodidacta es insufrible, pero que le va a hacer.  Es el burro con la zanahoria (una única y eterna zanahoria).

     Entonces, el autodidacta usa lo único que tiene a su alcance: él mismo.  Observa, analiza y prueba.  Observa, analiza y prueba.  Falla. Reintenta.  Falla.  Vuelve a observar.  Vuelve a analizar.  Lo intenta otra vez.  Se acerca un poquito.  Sigue.  Al infinito.

     El autodidacta es un observador puntilloso.  Observa a los grandes maestros, observa a sus contemporáneos que triunfan, observa a sus contemporáneos que fracasan.  Observa todo.  En paralelo, prueba, prueba, prueba.  La práctica hace al maestro, dicen, y el autodidacta lo cree a rajatabla.  Pinta, pinta, pinta.  Podrá no tener nunca talento pero tendrá oficio.  Quizá más que alguien de formación académica.  Porque el autodidacta que quiere pintar pinta toda su vida.

     Pero el autodidacta no sólo observa como pintan los que saben sino que también observa  a los que sin saber demasiado triunfan en el mercado (a un Rembrant y un Murillo  pero también a un Koons y a un Hirst), para entender cómo funciona la cosa.  Mastica la información, saca conclusiones, y en la medida de sus posibilidades (y de sus intereses: yo personalmente no me casaría con una actriz porno por más modelo gratis que obtenga por esa vía) los aplica en su vida. 

      Es un gran malentendido pensar que el autodidacta no tiene conocimientos: simplemente no los adquirió del modo fácil y directo, pero los tiene.  A veces, en mayor cantidad y profundidad que los que simplemente cumplían horario en las academias de arte.   El autodidacta suele ser la persona más informada del mercado del arte en su realidad real.  El autodidacta puede ser un “marginal” o un “bruto”, pero no  es jamás un improvisado. 

     ¿Trabajo de campo?  Voy con los ejemplos concretos.  Pongamos un autodidacta reconocidamente marginal y por fuera de todo: yo.  Pongamos un autodidacta “niño dorado” del mercado y dentro de todo: Milo Lockett.  Ambos nacimos en el mismo año, 1967 (aunque yo soy tres meses más vieja).  Ambos vamos a coincidir en el próximo marzo en un mismo evento: Arte La Plata  (http://www.artelaplata.com/
 

     Él (Lockett) es el primero en la página 1 de artistas participantes:
 
 
     Yo soy la primera en la última página, la 4:
 
 

      Él hace un Art Brut que no desentonaría (si me apuran a opinar) con el estereotipo del arte bruto.

 

     Yo hago lo que hago y que suelen preguntarme ¿qué es? ¿cómo está hecho?

 


     Él se define como autodidacta  pero desde el año 2001.  Antes era empresario textil (http://www.milolockett.com.ar/).  Yo nunca he hecho otra cosa que pintar.  A él lo maneja una colección de relacionistas públicos y publicistas;  tiene representante y galería que lo comercializa.  Su propio espacio (Cabrera 5507, Palermo Hollywood).  Merchandising vario.  Él vive del arte. Yo abomino de sociabilizar con  quién sea, más si son agentes de prensa, dealers, marchands, RRPP o cualquiera de sus adláteres. 
     Es sencillo  ver  como no somos todos brutos en igual medida.  Como hay autodidactas que SABEN HACERLA y como hay autodidactas (estoy alzando la mano) QUE NO.