lunes, 28 de septiembre de 2015


     Un nuevo derrumbe en mi taller (estaba buscando lo que quedó de un mazo de cartas que fuera diezmado por mis máscaras) puso en mis manos material viejo que reseña el intercambio de mails que precedió a la venta de Que dios detrás de Dios la trama empieza…

 


 
     La persona que finalmente lo adquirió vivía en Córdoba, y tras ponernos de acuerdo vía internet, viajó desde su provincia hasta mi casa para concretar la operación.  Hasta el día de hoy sigo sorprendida de la cantidad de molestias que se tomó para hacerse con mi obra.  Ya conmigo (vivía yo por entonces en un departamento de primer piso por escalera) le mostré algunas otras obras y terminó comprando también Estudio sobre la Dominación (obra de la que me han quedado sólo fotografías espantosas).


 


 
     Con el correr del tiempo quise volver a contactarla, pero la mudanza a dónde vivo ahora y el creciente amontonamiento de mi reducido taller actual, hizo que perdiera registro de sus datos.  Ayer por casualidad di con mis apuntes en uno de mis cuadernos de trabajo y hasta recuperé la data de lo que había comentado ella en su propio blog sobre este asunto:

 



 






























https://cuarentaypico.wordpress.com/2006/07/28/quiero-este-cuadro/



     Nueve años después (cómo corre el tiempo, es una vulgaridad pero así de cierto) revivo la emoción que fue su interés por mi trabajo y esa sensación que me dejó en el alma de que no estaba haciendo las cosas tan mal si provocaba que alguien se tomara un avión para reunirse con mi obra.  Sé que entonces le di las gracias en persona, y por si esto llega hasta ella hoy, tanto tiempo después, le sigo muy agradecida.  Uno puede creer en el por qué hace las cosas que hace, tener esa íntima convicción que nos justifica, pero que alguien más lo crea…  ¡es como haber llegado a algún lado! 

     Espero que no haya cambiado su mail, que este recuerdo la alcance y le provoque aunque sea una sonrisa de grata remembranza.  Y si están ahí, con ella aun, le comente a Que dios… y a Estudio… que desde Lanús se les manda saludos.   
 
 
 
 

sábado, 26 de septiembre de 2015

        Así se desarrolla mi línea de pensamiento un sábado a la mañana.

    Agrego el reloj con su linda cadena dorada a mi Conejo y,  ¿a quién puede caberle duda?, se mantiene erguido los cincos segundos que requiere el más estricto suspenso y allá se va de panza al suelo.





   -Si yo hubiera estudiado arte sabría cómo solucionarlo- me digo con reproche. –En Escultura I debe haber una materia específica sobre los contrapesos…

    Porque evidentemente el problema es el contrapeso… contrapeso… peso… ¡un peso!  Y por pura lógica le inserto una moneda de un peso en el pompón del rabo.




     Contrapeso con un peso.  Hasta ahora mi Conejo no volvió a irse de panza.  Así funcionamos los autodidactas: prueba/error.  ¿Suena tan descabellado?



viernes, 25 de septiembre de 2015

    Escuchaba hace unos días en la radio que era aconsejable desafiar al cerebro como terapia preventiva del Alzheimer.  Evitar el achanchamiento cómodo de lo conocido.  Que el horizonte sea un balcón, como canta Sanz.

     Así que tomo los arrebatos de frustración e ira que me provoca el Conejo con reloj aliciano como tratamiento terapéutico para agilizar mis neuronas, aunque se me deteriore el carácter y extinga el buen humor.

    Mi Conejo es reacio al equilibrio.  No hay forma de convencerlo.  Los juegos de contrapeso son precarios y apenas duran lo que tardo en agregar una pincelada espesa en una u otra dirección.  Como el buhito del Candy Crash, tengo que alternar un toque rosa en la nariz con una veta blanca en el pompón del rabo porque si no ¡panzazo!  Otra vida perdida…







     Reconozco que hay cosas que me sí me gustan (aunque ninguna de ellas contribuya al equilibrio).  El posicionamiento de los ojos, el sombreado de las pestañas, los bigotes que quedaron sorpresivamente simétricos.  Las manos que si en volumen vamos que venimos y no dejo de retocar, la gestualidad está cerca de lo que buscaba. 






  
     Y está el asunto de las texturas.  Es interesante comprobar cómo siguen vigentes las palabras que me dijera un viejo pintor de Lanús  cuando, siendo muy chica, lo mío era pintar sólo gatitos: “Que el pincel vaya en la dirección del pelaje; pintalo como si lo estuvieras acariciando.”  Con mi Conejo no es el pincel sino el aplicador de pintura dimensional, pero el truco funciona igual: ir en el sentido –presunto- del pelo de un conejo.  Texturiza y sugiere sombras y profundidades (a más de disimular uniones y defectos de la cartapesta).




     Como con mis Bandejas Enmascaradas, la cuestión sigue siendo los dichosos ángulos y los variables puntos de vistas, que en el Conejo hay 360 grados de posibilidades.





     Le falta trabajo todavía, pero supongo que mi cerebro demasiado acomodado al papel plano ha tenido suficiente zarandeo como para permitirme la licencia de volver por un rato a la placidez segura de las dos dimensiones.  Dibujar como recreo.


miércoles, 23 de septiembre de 2015






Cantos de sirena al dormirme
si sé que me despierto con tu amor
cantos de sirena al dormirme
si sé que me despierta tu calor

cuando me miras despacio
haces que se pare el tiempo
sólo cerrando los ojos
puedo sentir la canción 

Inma Serrano, Cantos de Sirena





    “Me llaman Odiseo y unos dicen que tal nombre se deriva de ´jefe´ y otros de ´lobo´, pero yo estoy mejor informado… es ´el odiado por muchos´. ¡Bien se cumplió en mí esa profecía!  He sido jefe y lobo, sin duda, pero ante todo he sido odiado por muchos: me alivia pensar que volveré a ser Nadie, como en la cueva de Polifemo, y que tal es quizá mi verdadero nombre.
     A fin de cuentas ¿qué héroe puede serlo realmente y no granjeare el odio de los muchos? (…)  Descubrí un secreto mortal que los hombres no me han perdonado  ni quizá me perdonen jamás: no hay arma tan aniquiladora como la red de las palabras, como la urdimbre razonable que penetra todas las corazas y desvía la amenaza de los más fuertes brazos.  Ya el mundo antiguo es imposible y todos me culpan de ello, sólo porque me he adaptado demasiado bien al bífido manejo de las encrucijadas verbales.  (…)  Casi siento lástima (no sé si de mí mismo o de los otros) al decirlo: soy el más fuerte.  Cuando navegamos frente a las rocas donde acechan las sirenas, hice taponar con cera los oídos de mis compañeros y pedí que me ataran al palo mayor, para no arrojarme a sus musicales garras; pero nunca he contado lo que de veras oí entonces.  Pues bien, no oí nada: sin duda las sirenas escuchaban.  Entonces rompí a cantar.”


Fernando Savater, Criaturas del aire – Monólogo séptimo: Habla Ulises Alfaguara S.A. Buenos Aires 2004 páginas 35/38






     -¡Son cantos de sirena!- me grita. -¡Te están distrayendo!

     No es cierto. Yo me distraigo sola, que no necesito provocación externa para perderme tras una docena de cosas a la vez.  

     Y lo que no entiende es que las sirenas –como cuenta Savater le sucediera a Ulises- no me están cantando sino que soy yo quien les parlotea para convencerlas de que se suban a mis planes. Yo les canto.  ¿Estoy confundiendo sirenas con  musas?  Probablemente, pero ¿no era que teníamos que fabricar  mitologías?   Bueno, yo mixturizo todo, hasta los mitos.  







martes, 22 de septiembre de 2015




     No hay mal que por bien no venga, dice el refrán que es refrán porque es una obviedad  todoterreno.  Esta peste que me ha tirado dos días en cama, que me amenaza con su larga compañía, y que desbarató con crueldad todo mi plan de trabajo (aprontar la base de mis plagiarias Cuatro Estaciones amarillas para laquear y luego arremeter con óleo; terminar la primera etapa de mi Conejo con reloj para dejar el ajuste de color y detalles al tiempo de cierre de toda la puesta), me dio un bache para el regodeo literario y el análisis crítico.

     El último viernes, siguiendo mi religioso ritual de apostar a la magia (o al destino), revolviendo los cajones de usados de una librería de calle Corrientes topé con dos policiales de autor italiano: Maurizio de Giovanni.  No tenía referencia de él, pero la reseña de la contratapa me lo reveló como el creador del Comisario Ricciardi y de una trama situada en Nápoles en 1931 bajo el esplendor del fascismo. 

    Siempre dispuesta a conocer gente nueva –mientras sea de papel- me traje los dos títulos que había.  El apestamiento que me obligó a mantener la cabeza bajo varias almohadas rehuyendo de la luz me dio tiempo en los  baches que recuperé la capacidad de abrir el ojo sano (mi ojo con uveítis sabe independizarse y permanecer cerrado sin que requiera mi atención) para dedicarme a la lectura.  Cuando me agotó el cansancio de mi forzada condición de cíclope, la inacción a oscuras me permitió demorarme en el análisis literario y en ese delicioso juego de la intertextualidad.




    Mi nuevo conocido, el Comisario Ricciardi, no sólo ve sino que escucha a los muertos en su última manifestación de vida.  La referencia inmediata es Charlie Parker, el personaje (ex policía, detective privado en Maine) de John Connolly.  ¿Quién copia a quién?  Diría que De Giovanni a Connolly, porque de Charlie Parker ya he leído media docena de títulos, circulan varios más, y es un best-seller a lo americano de lo más publicitado.  Pero Connolly es casi diez años más joven que De Giovanni, por lo que uno tiende  a pensar que quién corre detrás mira al de adelante.  Pero la realidad es que aunque los personajes pueden referir a un canon común (“veo gente muerta” como el nenito de Sexto Sentido) el desarrollo de cada escritor es completamente distinto y fascinante a su única y personal manera.

      Connolly es irlandés  -aunque ahora esté radicado en EEUU, escriba en ese contexto y su personaje sea norteamericano-, y su carga poética se le cuela en cada frase.  Charlie Parker es un personaje romántico, decadente, torturado pero con fe, alguien que vive en la oscuridad pero aspira a la luz.  Charlie Parker es –como su autor describe en uno de sus títulos más complejo y místico- uno de los ángeles caídos.  En cambio, el Comisario Ricciardi es…  italiano.  Tal y como son los italianos que he conocido en Baires, esos que emigraron tras la guerra: duros, práctico, poco sentimentales, carentes de paciencia y sutilezas sociales.  El Comisario Ricciardi es también un ser torturado pero sin esperanza, triste y visceral,  un personaje carente de vuelo poético, absolutamente terrenal.  Uno y otro hablan con los muertos (de hecho, los escuchan) pero fuera de esa coincidencia son completamente distintos y sus autores dos magníficos escritores que partiendo de un mismo punto desarrollan universos propios y claramente identificables.




    En esta medio ceguera que me malhumora y me demora en mis cosas, he estado deleitándome con el descubrimiento de un nuevo autor al que habré de perseguir hasta obtener toda su producción.  Concluí en uno de mis tantos análisis en forzada oscuridad que debo leer más autores italianos, ya que hay muy pocos en mi biblioteca (y no cuento a Eco, porque este ya es un pariente y su estilo me es tan natural que no le reconozco nacionalidad).

     Es un hecho que la obra de un autor destila su  realidad, su país, su tiempo; que si uno lee con cuidado y la cabeza abierta se puede descubrir la idiosincrasia real de los pueblos a través de su (buena) literatura. Y jugar después a la inversa: leyendo un texto tratar de descubrir la identidad de su autor por la forma en que cuenta su historia.  En las artes plásticas es fácil (al menos para los que nos dedicamos a ella) descubrir nacionalidades viendo la obra de distintos artistas (tanto por el uso del color, los estilos, las posturas ideológicas en el discurso); pero si uno presta atención en la literatura pasa lo mismo.  Será que uno es siempre quién es, y si es honesto y auténtico en su obra –plástica o literaria- se nota.  Tal vez esa sea la meta real de cualquier creador: deschavarse.

   Y tratando de poner al mal tiempo buena cara (la peste me vuelve decididamente cursi), ya que no podré pintar en la medida que quiero -la uveítis me impide la minuciosidad y los largos ratos de trabajo- voy a desquitarme estos días completando mi biblioteca.





Post data: si alguien lee esto y le entra curiosidad por un policial entretenido y bien escrito, los de John Connolly son un número seguro. Y si lo esotérico de la trama puede en algún momento agobiar, se compensa con dos personajes habituales, Angel y Louis, asesinos ellos redimidos en violentos vengadores éticos, absolutamente cínicos e implacables, leales amigos de Charlie Parker y consolidada pareja gay, que son, a mi humilde criterio, unas queribles criaturas literarias destinadas a la inmortalidad.  Soberbios.







jueves, 17 de septiembre de 2015

     Afactys, red de profesionales de arte y cultura publicó hoy en su sección Noticias un artículo sobre mi trabajo. 







    A más de emocionarme el que me hayan prestado atención y tan generosamente refieran su interés por mi obra, me fascinó hasta el alucine el título que le pusieron a la nota: “La aventura de arriesgar por lo que amas.” Aunque realmente sé que no hay nada heroico en mi pasión por el arte y que lo mío va más de hedonista que de mártir (¡no hay nada más placentero que la acción meramente creativa, el juego lúdico del arte!), siento que hay una cuota de verdad en eso de tomarse la vida como una aventura enfocada en aquello que amamos hasta el tuétano de los huesos.  Es una sensación de completitud absoluta.  Y pese a que el resto del día ha sido un infierno de realidades (ingratas), descubrir esta publicación bajo semejante título ha tornado mi jornada en indiscutiblemente maravillosa.  ¡Gracias Esther!  ¡Gracias gente de Afactys!



























miércoles, 16 de septiembre de 2015




     Fue una batalla de sentido común contra sentido común.  Mi imprentero me hablaba de costos: un sistema de impresión  que permite pocas cantidades deriva en un costo por catálogos de doce pesos cada uno; el sistema tradicional permite hacer una gran cantidad a un peso con treinta y dos centavos la unidad.  Yo sostenía que hacer dos mil quinientos catálogos para un evento de arte de tres días es un desproporcionado acto de fe: difícilmente pueda repartir ni el 5% de esa cantidad entre un eventual público asistente a la muestra.  Aunque más barato hacer 2500 catálogos es condenar dos mil cuatrocientos a la basura.  Soy realista, la cultura en general y la plástica en particular no son actividades que convoquen a las masas.  ¿Para qué quiero tantos?  Mi sentido común estima un número por demás suficiente unos doscientos catálogos; mi imprentero quiere que ahorre por unidad aunque tire el 95% de la producción.  

     Evidentemente los dos teníamos razón en nuestras respectivas posturas y el único final lógico fue no hacer nada.  Así que mi proyecto de catálogo de las Bandejas Enmascaradas quedará como fallido, otra buena intensión para empedrar la senda infernal.    

      Para el recuerdo mi chapucero diseño inicial:







martes, 15 de septiembre de 2015





















     Para algo sirve Twitter (ya escucho las exclamaciones indignadas); tenía registrado que hoy era el aniversario del nacimiento de Adolfo Bioy Casares pero no recordaba la coincidencia con el de Agatha Christie.  Como corresponde a todo lector ideal (Eco dixit)  mi encuentro con ambos signó la magia perfecta de una literatura destinada a la eternidad.  Las primeras historias de Agatha Christie llegaron a mis manos allá por mis quince años, y a estas alturas he leído (más de una vez) todas sus novelas y un par de libros de memorias y apuntes personales.  A Bioy llegué obviamente por Borges y hoy es casi un pariente.

     Por ese juego de asociaciones libres cuando vi la foto de ambos en Twitter esta mañana me vinieron de inmediato dos novelas a la cabeza: Dormir al sol (mi favorita entre la obra de Bioy Casares, novelita absolutamente de-li-cio-sa, compartiendo “la señora” y la perra el mismo nombre y similar destino) y Maldad bajo el sol (una donde Christie hace elegante uso de su experiencia de campo como esposa de arqueólogo).  Las tramas son completamente distintas, los estilos incomparables, el marco geográfico del todo dispar, pero ambas me produjeron al leerlas (por primera, por segunda, por tercera vez…) el mismo placer absoluto que me produce evocarlas en este momento.  Somos definitivamente los autores que amamos y los libros que nos han mejorado.  

     Feliz cumpleaños a ambos allá en su cielo literario de los grandes escritores.


Post data:  ya busqué ambos libros en mi biblioteca y los bajé a mi mesa de luz.  Maravilloso don de poder revivir el placer de las letras cuantas veces se nos antoje.  El auténtico paraíso.






lunes, 14 de septiembre de 2015


     Voy a contradecirme con conciencia de contradicción: ser autodidacta es una bosta.  Me explico. 

     Mi formación ha ido conmigo desde el vamos, siguiendo el camino de mis preferencias y afinidades lógicas.  Como dibujante natural, arranqué por el dibujo y acabé en la pintura.  La pata floja de este asunto ha sido siempre lo tridimensional: me debo la escultura. Alguna vez pensaron que era un chiste estúpido mi afirmación de que me adiestré para ver todo en dos dimensiones, pero es absolutamente así.  Yo miro y veo sólo en alto y ancho, y trato de descubrir cuál es el truco de la luz  y la comba de la línea que me convencen de que la persona u objeto que tengo en frente tiene volumen.  El universo es plano, el resto es trompe l´oeil.

     Resulta que estoy colaborando con una amiga en la ambientación de un evento cuya temática es Alice in Wonderland.  Cuando me lo propuso entré en una especie de éxtasis alucinatorio.  Alicia ha sido desde siempre una de esas historias que acompañan y signan mi existencia.  Obviamente, esto no tendrá nada que ver con mis Alicias, las iniciáticas…
 
 

 Las traspasadas…

 


Las mutantes…

 


O las que aguardan la Entrevista con el Vampiro

 
 


     Mi serie de Alicia no tendrá nada que ver con la recreación onírica de los personajes de Lewis Carroll aggiornados a una fiesta familiar.  Pero sigue siendo la posibilidad de jugar con licencia amplia con esos viejos amigos de toda la vida.  Y acá estoy, descubriendo que me falta formación escultórica.  Aunque sea con cartapesta y papier maché, aunque me permita los trucos que conozco para suplir estructuras bases que ignoro, la tercera dimensión me desconcierta.  Me pierdo, me distorsiono, ¡me frustro!  Por algo que logro hay un revoltijo de brazos y patas que pierden proporción, una cabeza que no se inclina según la naturaleza y toda una figura que en vez de quedar de pie se empeña en irse de panza.

      Estoy descubriendo -mientras deterioro mi sistema nervioso y mi autoestima- que es verdad que la educación académica es útil proporcionando atajos.  Que uno aprende cosas que puede no interesarle o no usar durante años, pero el conocimiento es siempre una buena inversión.  Necesitaría retroceder en el tiempo y recapacitar el permanecer en la escuelita de Bellas Artes de Lanús un poco más de los dos escasos meses que soporté.  Aunque más no fuera por llegar de oídas a los fundamentos básicos del escultor, al a-b-c salvador que te impida que todas tus figuras tiendan con tal contundencia hacia el suelo.  Y ahí va mi Conejo con el reloj en una nueva demostración de la existencia de la ley de la gravedad.  Estoy gritando (otra vez).