lunes, 25 de abril de 2016


 


     “Pintada de negro, la fachada contrasta con los edificios vecinos. En Wynwood, el barrio más cool de Miami, no parece haber metro cuadrado que no esté intervenido por artistas. A cada paso se encuentra una galería, una tienda de diseño, un bar repleto de jóvenes que hablan distintos idiomas.  Llama la atención por su perfil bajo el estudio de Romero Britto, famoso a nivel mundial por obras de colores primarios a las que, incluso, a veces agrega brillantina. Tal vez sea otra estrategia de marketing de este brasileño de origen humilde que logró cumplir como pocos el sueño americano: no sólo se hizo millonario, sino que logró ingresar en el restringido círculo de los principales líderes mundiales.

   ¿Cómo lo hizo? Lo contará en unos minutos, después de que sus asistentes hayan revisado el cuestionario de preguntas y recuerden que las entrevistas tienen un límite de tiempo. Exigen para él un trato similar al de las figuras que lo rodean en las fotos colgadas en las paredes: desde Bono y Shakira hasta Carlos Slim, Bill Clinton, Shimon Peres y el papa Francisco.

   Una carta con saludos de Navidad firmada por el príncipe Carlos y su mujer, Camila, acompañan el regalo enviado desde Inglaterra: un sobrio grabado realizado en tonos ocres por el artista británico Robbie Wraith, la única obra que no está firmada por Britto en este laberíntico espacio de 15.000 metros cuadrados.

  El bunker creativo, donde se exhibe cada artículo publicado en la prensa, aloja a decenas de personas que trabajan frente a sus computadoras en cubículos cerrados y silencio absoluto. Diez de ellas ayudan a diario a Britto con el infinito proceso de producción. Pinturas, grabados y el más variado merchandising, que abarca alianzas con algunas de las marcas más conocidas a nivel mundial, salen desde aquí hacia Britto Central, en Lincoln Road -la principal calle comercial de Miami Beach-, y a otras 200 galerías y comercios de distintos países.

   También se reciben encargos de todo tipo: intervenir autos, guitarras, aviones y cruceros; realizar esculturas públicas -como la manzana que recibe a los pasajeros en el aeropuerto J. F. Kennedy, en Nueva York, o la faraónica pirámide que instaló en Hyde Park, en Londres-, o participar como embajador de los próximos Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, donde portará la antorcha y presentará una edición especial de la botella de Coca-Cola con sus dibujos.”
 
 
 
     Al leer ayer, en la edición papel de la revista dominical de La Nación, este artículo sobre Britto me encontré primero decepcionada y después entré en abierta sospecha.  Soy testigo de la evolución marketinera de Britto.  Hace casi nueve años, en mi primer viaje a Miami, vi su puestito de venta de coloridos recuerdos en el aeropuerto.  Años después compré un Gato de Cheshire intervenido por él en el store oficial de un parque Disney.  Hace un par de años me choqué con su enorme corazón en el aeropuerto de New York.  Una progresión  creciente de claro perfil comercial y certera estrategia publicitaria.  Me lo imaginé entonces como una persona hábil en esto de los negocios, con una obra linda y adaptable.  Ayer leer que su personal chequea las preguntas que podrá hacerle un periodista en un limitado plazo de tiempo me desbarató toda la imagen elaborada en años de seguir su obra.     Pero lo que me descolocó por completo fue la cuestión del silencio en que se trabaja dentro de su taller ¿Silencio?  No encaja una cosa con otra. 
 
 
 
     Su obra, como corresponde, habla de la idiosincrasia de su autor y su contexto.  Conozco bastante Brasil (si no fuera que no puedo no vivir en Baires viviría en Río de Janeiro), y la estética de color de Britto es muy característica de los artistas brasileros.  Trasmite la energía vibrante que impone su geografía, un entorno imposible de deslindar de cualquier acción creadora.  Y Recife, en el nordeste, tiene además esa cadencia intangible de  una cultura menos “infiltrada” que el sur laborioso.  Pero en Brasil siempre hay ruido, una acompasada música de fondo que marca la propia naturaleza dominante del lugar.  Brasil es luz, energía y ritmo.  ¿Cómo un artista surgido de esa impronta va a exigir silencio en su taller?  La obra de Britto no es silenciosa, no es solemne, no es rígida.  Leí un artículo que reproducía la obra de un artista que conozco pero que hablaba de una persona que nada tenía que ver.
 


 
     ¿Eso hace el merchandising?  ¿Modifica la esencia de una persona para hacerla más compatible con las normas del mercado?  ¿Necesariamente hay que prefabricar todo, falsear lo que originariamente era característico, bueno y único,  para que sea convenientemente comercial?  ¿En qué momento se perdió la verdad, el sostén real de una obra muy auténtica en su origen, muy identificable, muy cierta al trasmitir el espíritu lúdico de su creador, quién consagra en su visión estética todo su bagaje étnico y cultural? 
     No me desilusioné, no, sencillamente me enojé.  ¿Realmente Britto eligió esto o es una víctima de un sistema que produce en serie?  Claro, ya se.  Britto es un multimillonario, no una víctima.  Si todo funciona de maravillas, ¿quién se va a quejar?  Pero no, me niego a creer que el mercado está por sobre la libertad (libre) de un artista auténtico. Y me pregunto, ¿hasta cuándo funciona algo así? (Sí, que importa, si ya se facturó).  ¿Cuánto puede sobrevivir la pulsión creativa aprisionada entre la estructura funcional del mercado? Cuando el arte pasa a ser chuchería de intercambio, souvenir barato, baratija de mercado de pulgas, ¿qué se hace?
 
 
 
 
 
 
 

domingo, 24 de abril de 2016


    Crónicas equinas – reflexivas-



     Cuando comencé a exponer, allá en mis juveniles comienzos, la más habitual crítica que recibía de los artistas de más edad era que hacía mucho en poco espacio.  Que en cada obra había demasiadas obras.  Que amontonaba, que exageraba, que dentro de mi trabajo faltaba aire.  Nunca puse en duda que lo que me decían era escrupulosamente cierto.  Siempre he tendido al exceso.  

     Con el correr de los años traté de controlar mi natural tendencia a decir de todo y  al mismo tiempo.  Presté especial atención a los silencios en la composición de cada obra y me obligué prolijamente a ellos.  Después, en algún momento que no se si puedo precisar, dejó de importarme todo: la prudencia, el deber ser y la reticencia estética.  Un día asumí sin culpas que  hacemos lo que somos, y me ocupé exclusivamente en el placer de hacer lo que me venía en ganas.






     Hoy, trabajando en mi Caballito, recordé ese (buen) consejo de mis inicios y vi que seguía siendo lo mismo.  Exagero en los detalles.  Trabajo cada pedacito de montura como si sólo eso fuera todo el conjunto.  Me desespero por encontrar una pintura dimensional que permita definir las crines una por una, mechón por mechón.  Necesito una laca que haga que la textura se la piel de papel de servilleta sepa al tacto como el pelaje aterciopelado de un caballito de verdad.  ¿Para qué?  ¿No se supone que tiene que lucir como una estructura de carrusel, lustrosa, colorida y estática?  No.  Yo quiero muchas cosas, todas al mismo tiempo, que mi Caballito  sea la síntesis del recuerdo infantil y la añoranza adulta.  Quiero que mi Caballito saque al espectador de toda lógica de tiempo y lugar. 










     Como el asunto del pie.  Le agregué unos falsos engranajes de cartón más que nada para sostener unificada la estructura y que no se desmorone con tanta facilidad (aún se tambalea, pese a todos mis esfuerzos y al pegoteo de sogas).  Después quise que recordara en la forma y en el colorido a la idea de una calesita.  Pero claro, yo tengo mi propia imagen de calesita, la del barrio, la que era un poco pobre en sus animalitos deslucidos, pero que alegraba todo con abundancia de fileteados porteños.  Así que decidí que el escalón bajo del pie tiene que ser fileteado, por lo que voy a volver a desmontar al Caballito para trabajar el soporte en un concepto absolutamente localista. 

     ¿Es necesario?  Sí, totalmente.  Y sí, son demasiadas cosas al mismo tiempo.  Un agobio.  Pero que se le va a hacer…  He sabido oír los buenos consejos pero nunca he podido dejar de ser quién soy.








viernes, 22 de abril de 2016


     Como siempre, se trata sólo de jugar.  Papel de diario como excusa de experimentación, trato de dar entidad tridimensional a mi Maniquí decimonónico.  Pierdo el tiempo en mi personal y exclusiva  diversión.

















jueves, 21 de abril de 2016

martes, 19 de abril de 2016



     Vida (real) de un artista emergente y autogestionado.


     Los artistas autogestionados (léase: sin galería ni representante, sin mecenas ni espónsores, o sea, los que se pagan de su propio bolsillo todo lo que hacen) debemos elegir con criterio economicista las diversas acciones que emprendemos para difundir nuestra obra. Nuestro presupuesto es muy escaso. Debemos contar las monedas cuando nos enfrentamos a la opción de costearnos participar en una muestra, incluir obra en algún libro o catálogo, difundir vía web en sitios pagos.

     Una de las acciones que parece haberse puesto de moda en los sitios web dedicados al arte  y revistas digitales es la de reseñar los talleres de artistas.  Proponen (por un módico arancel) entrevistar al artista en su entorno cotidiano de trabajo, ilustrando con las debidas fotografías del lugar.  Mostrar el detrás de escena, el “contexto” creativo.  Que el espectador vea la génesis de la obra, la realidad de las cual surge la visión estética del autor.  Todo muy lindo, íntimo y simpático.  Consideré durante casi dos minutos completos el contratar este servicio de “difusión de artistas”.  Y al cabo de los dos minutos me pregunté: ¿qué taller?

     Mi taller es una auténtica falacia, que como tal, parece pero no es.  Una expresión de deseo sin correspondencia física.  Yo no puedo traer a nadie a mi “taller” por la sencilla  razón de que no existe en un determinado lugar físico, sino que se desparrama por donde encuentre espacio.  Casi, casi, un lugar imaginario.  Mi Ávalon personal.

     Sí, tengo mi tablero y mis caballetes, unas cajoneras de archivo, un par de armarios con porquerías varias y una mesa de pino que puedo ensuciar libremente,  en un punto concreto de mi casa (lugar que  no uso para pintar ya que generalmente trabajo en la mesada de la cocina).






Pero también puede teóricamente considerarse mi taller el hueco del costado de la escalera donde amontono obra…




…un sector de mi biblioteca, donde apilo sobre los respaldos de los sillones y en los rincones de detrás de la mesa de la computadora…




…otro rincón de una habitación momentáneamente sin uso…




…la ducha del baño de planta alta, donde fueron a parar mis Bandejas Enmascaradas






… y  todo el baño auxiliar donde tanto mi Caballito de Carrusel como el maniquí se esconden de la humedad eterna de este clima lluvioso -con la esperanza de poder secar para avanzar sobre ellos-,  y donde suelen ir a refugiarse las cosas que voy terminando y las obran enmarcadas cuyos marcos quiero preservar del roce de ir apoyándolos por el piso hoy aquí mañana allá…









     No es serio llamar “taller” a mi desordenada colección de rincones y huecos  de mi casa que he ido invadiendo a lo largo de los años.  Suena poco serio.  Supongo que un artista “de verdad”, de esos que tienen agente, marchand y RRPP, lo primero que tiene (aun antes de tener obra) es un taller como corresponde.  Triste.  Me hubiera gustado contratar uno de esos simpáticos artículos del artista y su taller, pero resulto demasiado impresentable.  Mi vida real (de artista) no cumple los requisitos de una (auténtica) vida de artista.


Post data: Si, es verdad.  En mi casa es normal una conversación en estos términos:

-¿Dónde está el caballo?
-En el baño.
-¿Y las máscaras?
-En la ducha.



domingo, 17 de abril de 2016

 Bajo la lluvia van la gente y las historias,
los momentos van, buscando los motivos,
la casualidad en medio de la lluvia va,
ella camina en los espejos harta de volar,
yo sigo aquí entre sábanas y música ¿dónde estarás?

Que llueve, reflejos que se ahogan duele,
qué quieres se me antoja verte, y duele.

Bajo la lluvia va la gente buena y mala,
todos por igual, el pobre, el rico,
la estresada y lo vulgar, y en medio de la lluvia van,
comienzos y finales, gota a gota harán de luchas y de treguas,
vidas únicas ¿dónde estarás?

Que llueve, tu pelo se te moja y duele,
no importa tanto pero hoy llueve... llueve. 


Alejandro Sanz,  Hoy llueve, hoy duele







     Y sigue lloviendo.  No se puede nada, pero yo soy terca, y no tengo otro tiempo que el tiempo relativamente “libre” de los fines de semana.  Así que el clima se empecina en la humedad y yo me empecino en seguir siendo yo y mi circunstancia (entendiendo “circunstancia” por mi pasión actual por la cartapesta de servilletas de cocina).

     A mí me resulta todo muy lógico.  Pinterest me enloqueció con un jolgorio de imágenes de caballitos de carrusel (¿cómo resistirme?), pero también de maniquíes intervenidos.  Así que mientras entraba en un frenesí encaprichado por conseguir un caballito creíble con rollos de cocina y servilletas de papel, de reojo miraba una botella de limpiador de pisos que podría resultar el sostén central de un maniquí estilo art-decó.  Dibujé con lapiceras de gel  esa bonita imagen de inspiración (absurda).




    En las pausas obligadas en la espera de que Caballito seque una capa para avanzar con la otra, despunté el vicio con una botella de plástico de Harpic, dos botellitas de un tratamiento para cabello teñido y una pequeñita de shampú de hotel con su linda tapita redonda.  Las apilé pegotéandole papel en un obstinado (e infantil) empeño por vencer la ley de la gravedad.  Obviamente, ni las diversas botellitas se sostenían, ni la cola diluida secaba, ni el papel servía de soporte.  Tras muchos derrumbes y una irritante frustración logré esta mañana que el esperpento quedara en pie:







     Se necesita, claro, mucha imaginación y muchísimo trabajo irracional y fundamentalista para aproximarse a la meta.  Y que el clima seque.  ¡Basta de llover!




sábado, 16 de abril de 2016


     Reservé ayer el espacio para participar de una muestra colectiva en Roma, Italia, en octubre próximo, coordinada por Loft Espacio Alfa (info@loftespacioalfa.com.ar).  Elegí participar con la obra reproducida en impresión sobre tela, y postulé “Resabio de conquista”





     La muestra se hará en la galería DELLA PIGNA - PALAZZO PONTIFICIO MAFFEI MARESCOTTI

















     Mientras, el fenómeno de El Niño sigue provocando días y días de lluvia, que hacen que la habitual humedad de BAires sea más que húmeda mojada.  Y es un hecho: este clima no es el idóneo para la cartapesta.  Nada seca, lo húmedo se desprende, las estructuras se desmoronan.   Este es uno de esos momentos que mi poca sociabilidad beneficia al mundo: mi humor está claramente atravesado por la frustración y el fastidio. Muy mal humor.  Muy húmedo mal humor.







jueves, 14 de abril de 2016



 


     Confirmando mi espíritu veleta, pese a detestarlo por un montón de (fundados) motivos no puedo no coincidir con parte de lo que dice Koons en el reportaje que le publica hoy La Nación, en estos días que lo tenemos de glamorosa visita por BAires:

“Pienso que ser honesto, ser verdadero, es lo que va a shockear al público. Si alguien intenta shockear, no tiene relevancia. Si los artistas jóvenes quieren hacer obras con la intención de provocar, eso va durar muy poco tiempo. No va a penetrar en la sociedad. Pero si los individuos son honestos y persiguen sus intereses, eso siempre es shockeante, porque es directo. Es refrescante. El arte tiene el poder de llevarte a un mayor nivel de conciencia. Tiene la capacidad de revelar cuál es nuestro potencial como seres humanos.”
http://www.lanacion.com.ar/1889100-jeff-koons-los-juicios-alienan-y-segregan-todo-es-perfecto-tal-cual-es


 
 
 

     Por supuesto que uno podría detenerse a debatir que cosa llama él “honestidad”, cuando de la simple observación del desarrollo de su obra uno observa una escrupulosa estrategia de marketing como sostén y direccionamiento, lo que por acá decimos no dar jamás puntada sin hilo.  Pero aun cuando los hechos no compatibilicen con ellas, sus palabras me parecen por demás certeras. 

     La coherencia es shockeante, sin duda, y en todas las esferas de la vida.  Tratar de vivir acorde lo que se piensa es todo un desafío, sobre todo si partimos de que por lo general no solemos detenernos a catalogar qué pensamos, cuáles son nuestras verdades innegociables y hasta dónde se extienden los límites que nos negaremos a traspasar a cualquier precio.  Conocerse, cierto, es el ejercicio al que lleva el arte.  Descubrir quiénes somos para poder trasmitirlo hacia afuera estéticamente.  Es interesante que alguien con quién –a nivel de teoría artística y concepción de cómo debe “comercializarse(¡con perdón!) la obra de arte- no concuerdo en nada, coincido totalmente en la honestidad como fundamento visceral del artista. Se ve que no estamos tan lejos ni de aquellos que nos ponemos en el extremo más opuesto. El mundo es chico y la vida corta.

     Y es la honestidad (intelectual) la que me obliga a reconocer que no me resultó tan detestable Koons en el reportaje que he leído esta mañana.

 
 
 


     Postdateo esta captura porque la vi recién y me pareció una respuesta a lo que escribí mas temprano: