viernes, 30 de septiembre de 2016


   


    Como corresponde -cuando todo alrededor parece desmoronársenos encima- nos refugiamos en nuestra realidad paralela y retornamos al juego con nuestra Caja de Frutillas que, como el cosmos, sigue expandiéndose hacia todos lados…  Quién sabe dónde vamos a terminar (literalmente)...









     Jugar a jugar.  Uno de los derechos inalienables del hombre (y del artista).  Jugar a jugar.












miércoles, 28 de septiembre de 2016











































    ¿Qué necesita un artista para sobrevivir como artista?  ¿Talento? (no necesariamente, si desde que se inventó el “arte conceptual” cualquier cosa es cualquier cosa); ¿inspiración? (sospecho que no tanto, que al plagio ahora se lo llama “recreación”, “homenaje”, “cover” y se evade fácil el copyright y las acciones legales); ¿originalidad, autenticidad, compromiso? (para qué, si ya está asumido que nada nuevo hay bajo el sol y que lo único que cuenta es la oportunidad y el buen marketing).  No, no y no.  Lo que se necesita es una coraza de amianto para repeler las “buenas intenciones”, los “sabios consejos”, todas las afirmaciones que  “por nuestro bien” nos proveen los que dejamos que se nos acerquen emocionalmente.  El enemigo del artista es sus afectos.  Las personas en las que confiamos, en las que creemos y suponemos de nuestro lado, son nuestros arteros talón de Aquiles.

     Y su justificación es infalible y correcta: el arte es una pérdida de tiempo, no pueden apoyarnos en este “capricho” inútil y antieconómico.  Tienen que hacernos abrir los ojos, hacernos comprender que podemos generar dinero real, tener una vida digna y bien vista si abandonamos este berretín ridículo e infantil y nos dedicamos a otra cosa.  Otra cosa que nos va a dar ganancias (a nosotros y a ellos, obviamente) y que es más propia para nuestra edad y condición.  Que ya está.  Que ya “jugamos” a esto del arte y que es hora de aceptar que no hemos ido en ninguna dirección (productiva).






     El dios que sea nos libre de esas personas tan bien intencionadas, tan dueñas de toda verdad, tan dispuestas a dirigirnos la vida con su infalible e incuestionable sapiencia.  Tan capaces de desbaratar toda la lealtad que le hemos dispensado durante años para apuñalarnos por la espalda y en ocasión de nuestra mayor vulnerabilidad.

    El artista necesita la obcecación asnal, la insensibilidad de un cactus y la promesa de venganza en el acto de continuar siendo quienes siempre hemos sido pese a todos sus (¿“bienintencionados”?) intentos. 

No digas tu verdad ni al más amado,
no demuestres temor ni al más temido,
no creas que jamás te hayan querido
por más besos de amor que te hayan dado. 


Almafuerte,  ¡Molto piu avanti ancora! (fragmento)









lunes, 26 de septiembre de 2016




     ¿Se puede ser tan hijo de puta?  Evidentemente sí. 
     Calmada la angustia y sosegada la indignación, la curiosidad antropológica puede detenerse a analizar cómo ha sido capaz de sorprendernos.  Un grado más en la escala de hijoputez.  Creí que no podía superarse pero me equivoqué. La miserabilidad del alma humana no tiene límites.  Pero todo tiene un ángulo positivo: ante los hechos consumados (somos esclavos de las palabras que hemos dicho)  confirmo que la única virtud es la lealtad.  Y  quién ha agotado las formas de demostrar que no incluye entre sus dotes la capacidad de ser leal –a nada- no merece de nuestra parte ni siquiera compartir el mismo oxígeno que respiramos.  Hasta acá llegamos. 
 
 

















 

viernes, 23 de septiembre de 2016




    ¿Cómo te explico?  Aunque, en rigor de verdad, la pregunta debería ser: ¿para qué te explico?

     Asumo –al menos racionalmente- que nuestra identidad está configurada en gran parte por la opinión de los demás.  Que nos acepen, que nos aprueben, que nos quieran…  Siempre depende del pensamiento ajeno el mérito de nuestra existencia.   Pero a veces sucede que, hagamos lo que hagamos, nunca llega esa aprobación externa que nos dé definitiva entidad.   Y entonces, en tanto no somos por la mirada inexistente del otro, somos, sencillamente, por nosotros mismos.  Y eso puede volverse una mala costumbre…




     Y vuelvo al punto: ¿para qué perder tiempo explicándote?  Para vos el “éxito” se mide contablemente.  Cada acción que puede resultarnos satisfactoria a nivel emocional para vos carece de mérito si no implica un rédito económico, una facturación, un “clink, caja”.  ¿Para qué perder el tiempo y acabar seguro en una discusión innecesaria?  Yo siento que voy por el camino correcto cuando la imagen de una de mis obras recibe el “me gusta” de un alguien que no conozco y que está en la otra punta del planeta.  Para vos soy estúpida, pierdo el tiempo en ingenuidades, derrocho la energía que podría aplicar en prácticos utilitarismos varios.  Entendemos distinto el mundo.  Hablamos idiomas diferentes.  Estamos en dos dimensiones incompatibles.   Haya paz. 

“Ya no te preocupes, ya no hay razón
Lo que dices no me importa
Sólo tu voz…”


Alejandro Sanz, Un zombie a la intemperie








miércoles, 21 de septiembre de 2016


    El saber popular lo consagra: todos somos víctimas de nuestros propios demonios y creamos nuestros propios infiernos

     Mi demonio es el Satanás de la Basura y la eterna dispersión mi infierno personal.  ¿No se supone que estás trabajando en otra cosa?  Sí, estoy, pero… ¿cómo resistirse a una caja de frutillas?  Literalmente, una caja de frutillas.  Y esas cajitas rectangulares tan vistosas de las cápsulas de café gourmet y esos recipientes de plástico donde me venden la ensalada caesar en la estación de servicio.  Suena extraño –muy extraño- pero es así.






     Y le agrego una máscara de plástico sobre el cajerío y arremeto con la cartapesta.  ¿Para qué?  Para no tirar la caja de frutillas, obviamente.  Es que cuando la miro veo toda la composición final que posibilita mi exuberante imaginación (se diagnostica como episodios alucinatorios y se puede medicar, lo tengo claro, pero mi fobia a los médicos me autoriza a tildarlo de inspiración creativa).









    Y los contenedores de ensalada piden cuernos imponentes y me desparramo. El conjunto exige expandirse en todas direcciones, multitud de planos divergentes que broten de mi caja de frutillas y se lancen a las infinitas  posibilidades del papel, y el cartón, y las cintas y, seguramente, los cascabeles.  ¿Y dónde vas a meter semejante armatoste?  Ni idea.  Pero no puedo evitarlo.  Mi infierno está atiborrado de enormes cachivaches coloridos que no sirven para nada.








martes, 20 de septiembre de 2016





























    Ignoro por donde iba la conversación.  Él llevaba hablando largo rato y yo me limitaba a mi mejor expresión de atento interés mientras mentalmente cronometraba las dos docenas de cosas que tenía que hacer, organizándolas para que pudieran concretarse en los próximos veinte minutos.  Entonces me citó el precedente british de “mi casa es mi castillo” como conclusión contundente a lo que fuera que me estaba explicando.  Sonreí,  asentí con la cabeza confirmando su acierto y me apuré a darle un beso de despedida mientras salía disparada en otra dirección a ocuparme de mi millón de pendientes. 


     Pero me quedó repiqueteando en la cabeza. Mi casa es mi castillo.  O, en lo personal, mi casa es mi taller.  He ido invadiendo cada rincón de la casa por pura necesidad, por carecer de un espacio definido y exclusivo donde amontonar mis bártulos.  Y ya no se trata de que demasiado pronto voy a tener que asumir que no hay más lugar, que algunos proyectos (tan básicos como enmarcar obra) van a ser materialmente imposibles de llevar a cabo.  Lo grave es que tampoco puedo mostrar mi obra a algún circunstancial interesado, porque es muy poco serio hacer una recorrida deshilvanada por baños y dormitorios para ir exhibiendo partes de una serie por aquí, partes por allá.  Ni casa, ni castillo, ni taller.  







     Pero como corresponde a mi espíritu veleta, enseguida me pregunto si el desordenado amontonamiento en el que vivo no es mi entorno necesario.  Si podría trabajar lejos de mis libros, de mis cachivaches experimentales, de esas obras mías-mías, de esas que hice exclusivamente para mi disfrute privado o que terminaron por esas vueltas de la vida siendo tan íntimas que nunca voy a poder separarme de ellas.  ¿Puedo pintar en otro lugar que no sea mi cocina, incómoda y torcida en una punta de la mesada, pero cálida junto a la hornalla donde mantengo la pava al rescoldo –porque el mate lavado es parte esencial de proceso creativo-?  ¿Puedo ser yo fuera del lugar que más me define, alejada del alboroto colorido, recargado y lúdico de mi castillo?  El hombre y su circunstancia, el artista y su revoltijo.  La pura lógica del desorden: porque siempre antes de la creación fue el caos (¡la excusa perfecta!).  Además, en el estado actual de mi economía, la posibilidad de poder costearme un lugar extra es cada vez es más improbable...









viernes, 16 de septiembre de 2016

  Dedicado a los que ponen cara de escepticismo ante los que cantamos loas a las infinitas posibilidades de la tecnología.  Este diálogo hubiera sido imposible sin internet:









 

     Esta conversación me agarró a las seis de la mañana, apenas sonar el despertador de la rutina diaria y sin haber bebido mi primer café –el que despabila-.  Ahora, ya funcionándome un poco más la cabeza, traduzco el significado de la frase en latín que encabeza el antiguo mapa que entremezclo en Resabio de Conquista:

AMERICAE SIVE QUARTAE ORBIS PARTIS EXACTISSIMA DESCRIPTIO – 1562


LA MÁS EXACTA DESCRIPCION DE AMERICA O LA CUARTA PARTE DEL MUNDO – 1562


THE MOST EXACT DESCRIPTION OF THE AMERICA THE FOURTH PART OF THE WORLD - 1562










jueves, 15 de septiembre de 2016























  Un hombre pinta a una mujer. Hasta aquí, lo normal: las mujeres han sido educadas para ser miradas, no para ser protagonistas. En los manuales de Historia del Arte ellas no pintan hombres, ni tienen permitido ser más que musas. Y como tales, invisibles, objetos. Volvamos a intentarlo: un hombre pinta a una mujer, pintado por una mujer. La autora de este juego de reflejos entre el cuadro y el espectador es Sofonisba Anguissola (1535-1625), que a los 18 años firma una obra soberbia sobre la construcción de la autoría al retratar a su maestro, Bernardino Campi, pintándola. El ha sacado a la luz su talento como artista,  ella lo supera al sorprenderle en pleno acto y se reivindica como pintora soberana.

  Ni musa, ni muda,  Anguissola fue una mujer “que se saltó las normas de su género y de su condición social para demostrar a todo el continente que una dama virtuosa podía poseer el mismo talento que cualquier hombre, y que ni su género ni su apellido tenían por qué impedirle desarrollar su vocación, aunque las condiciones de su trabajo fueran muy diferentes de las de cualquier colega varón”, explica la escritora, periodista e historiadora del arte Ángeles Caso, que acaba de publicar una historia del arte contra el olvido: Ellas mismas. Autorretratos de pintoras (Libros de la letra azul), un repaso por 80 mujeres artistas invisibles en la Historia del Arte.

  Sofonisba, después de permanecer en la corte de España durante 13 años, pintando al rey Felipe II, una y otra vez, a su segunda mujer Isabel de Valois y a la tercera, Ana de Austria, al príncipe don Carlos, etc. la artista desaparece del mapa. Sólo abandonó los pinceles a los 80 años, casi ciega, en su casa de Palermo, donde recibió la visita del pintor Anton van Dyck, que la representó en varias ocasiones, en homenaje a su fama y reconocimiento.

  Y a pesar de todo, su nombre desapareció de las colecciones reales y cuando se inaugura el Museo del Prado, en 1819, sus retratos fueron expuestos como lienzos de los pintores de cámara del rey, Alonso Sánchez Coello y Juan Pantoja de la Cruz. Mujeres para ser miradas, no para mirar. Artistas invisibles, sometidas a la creación de un relato dominado por una historiografía “androcéntrica”. Casi dos siglos después, sigue sin aclararse su autoría en los cuadros que pasaron a ser de hombres. En El Prado hay tres retratos de ella y uno en duda. Aunque quién sabe si ese silencio no le ha arrebatado otras obras. El futuro es de Sofonisba.

  “Ojalá Fumiko tenga suerte en el juicio y caiga con un juez sensible, que muestre interés en estos temas”, cuenta la autora de la investigación sobre el caso de la demanda de la pintora japonesa a Antonio de Felipe, “el Warhol español”. Tal y como cuenta la autora nipona a este periódico, la primera parte de la jornada laboral la pasaba en el taller, ejecutando las ideas y órdenes que le encargaba De Felipe. Por la tarde, en su casa, se dedicaba a su trabajo personal otras tantas horas, la pintura abstracta de inspiración en Tàpies. Así durante 20 años hasta que fue despedida, a los pocos meses de tener un contrato que reconocía su labor.

  “Las mujeres pintoras han trabajado siempre en condiciones muy difíciles”, subraya Ángeles Caso. Vivieron “apartadas durante mucho tiempo de los mejores centros de enseñanza artística, sometidas a las presiones de una sociedad que nunca las vio con buenos ojos, obligadas a compatibilizar su trabajo con sus deberes como esposas, madres o hijas y a veces, incluso, condenadas a trabajar con peores materiales porque se les pagaba menos que a los hombres”. Dice que todas, hasta las mejores, se desvanecieron sin dejar rastro en la Historia. “La mirada de los historiadores del arte ha sido particularmente miope. Incluso, en algunos casos, misóginamente miope”.

  Las mujeres han estado en talleres, trabajando para los maestros, sin reconocerles la autoría, mientras los discípulos crecían y eran reconocidos por su labor. No es verdad que las mujeres no existieron en la historia de la pintura: fueron menos que los hombres, pero más de las que aparecen en el canon. Anuladas en los círculos académicos, vetadas para triunfar y disfrutar de la independencia, salvo si fueran ricas. El resto, tenía que trabajar, atender a las tareas domésticas y pintar los cuadros de su marido o su maestro.


NI MUSAS, NI MUDAS - Fumiko y la estirpe invisible de las mujeres pintoras, artículo de Peio H. Riaño para El Español  


























  La figura de la mujer en la Historia del Arte ha estado casi siempre asociada al de mero objeto carnal: la mujer que posa frente al pintor que la dibuja, la prostituta que exhibe sus pechos, las musas 
desnudas que inspiran a decenas de señores con barba y bigote... Sin embargo, poca gente ha reparado en la cantidad de pintoras con carreras fulgurantes que se han borrado de los libros, desvaneciendo su figura hasta la más mínima existencia, diluida en un mundo de hombres que les robaban la imagen y les prohibían el talento.

  Cansada del concepto de musa, de mujeres pasivas e inspiradoras, la escritora e historiadora del arte Ángeles Caso, reivindica la pintura de la mujer en Ellas mismas, un libro que recoge los autorretratos de 80 artistas que han quedado relegadas al olvido y que es fruto del trabajo de muchos años de investigación. "El discurso tradicional de la Historia del Arte tradicional nos ha dicho siempre que no hubo mujeres artistas, pero la realidad es otra", dice Caso.

  La ganadora del Premio Planeta por Contra el viento decidió seguir la pista de los autorretratos de mujeres tras hacer un trabajo para el Museo del Prado sobre pintoras del siglo XVIII, aunque lleva gran parte de su vida interesada en las investigaciones de género. Según la escritora y, a pesar de lo que suele pensar la gente, las mujeres se autorretrataron más que los hombres, "tratando de dar una imagen de mujer seria, profesional y culta", señala.

  Desde las manos que las pintoras de la prehistoria dejaron en las paredes de las cuevas, hasta los autorretratos de las artistas de las vanguardias, Caso hace un recorrido por lo mejor de la pintura femenina, haciendo hincapié en la evolución estilística, pictórica, técnica y sociológica de cada una de las etapas, que explican el papel de las mujeres en cada una de ellas. Según la época, estas mujeres tuvieron una mayor o menor visibilidad. Si en los siglos XVI y XVII lo habitual era que las mujeres se formaran como discípulas de sus padres, con lo que accedían con relativa facilidad al aprendizaje y a la maestría, el siglo XIX cerró de golpe las puertas a estas mujeres, que vieron cómo les era imposible acceder a las academias, no sólo por concebir que no tenían suficiente talento, sino por una cuestión moral. "Las convenciones sociales impedían que las mujeres pudieran dibujar a modelos desnudas", afirma.

  Lo que queda claro es que todas ellas lucharon por hacerse valer, y algunas lo consiguieron. Cerca del 80% de estas mujeres tuvieron carreras importantes, triunfaron e incluso se hicieron muy ricas. "No eran pintoras desconocidas, mujeres que pintasen en la esquina de la cocina", reconoce Caso. La pregunta es "¿por qué no están en los libros de historia?". Para la escritora, "los historiadores las descartaron de un plumazo, las condenaron, las tiraron a un pozo oscuro y probablemente hemos heredado ese relato sin cuestionarlo", explica.

  Sofonisba Anguissola, Anna Dorothea Therbusch, Artemisa Gentileschi, Vanessa Bell, Berthe Morisot, Marianne von Werefkin o Leonora Carrington son algunas de las heroínas silenciadas que Ángeles Caso ha rescatado en este ensayo ilustrado. Carrington (1917-2011), a la que la autora enmarca dentro del grupo Las Modernas, fue una pintora surrealista inglesa que abandonó su vida de lujo para entregarse al "París del arte y del amor" guiada por su amante, el pintor alemán Max Ernst. Su autoretrato, tomado en 1938, parece reflejar "un combate interior entre el amor y la libertad". Un ansia de independencia que manifestó también Paula Modersohn-Becker (1876-1907), que se retrató desnuda, embarazada y con un collar de ámbar desafiando a quiénes la tacharían de prostituta; una obra que representaba "una bofetada profunda al mundo burgués".

  A diferencia de sus compañeras injustamente olvidadas, la autora cita como polo opuesto a Frida Kahlo, que se ha convertido en todo un icono. Caso atribuye parte de ese éxito a su marido, Diego Rivera. "Creo que es tan conocida más por su historia personal", dice. "A todas las demás las tenemos que rebuscar porque están metidas en un pozo y con este trabajo trato de iluminarlo y sacarlas a la luz", apunta. Para hablar de arte no puede dejar fuera la fotografía; por eso ha querido incluir los autorretratos de ocho fotógrafas, Lee Miller, Wanda Wulz o Kate Matthews entre ellas, en los que reconoce que son una parte importante de la historia. "Son la transición hacia las artes plásticas del siglo XX", sostiene.

  No sólo en la pintura, en el resto de artes parece que las mujeres se ven obligadas a abrirse un hueco a trompicones. "Se nos trata de manera diferente", se queja Caso, que recuerda a las mujeres poetas que la literatura olvidó. "Realmente es asombroso que, mientras que comercialmente las escritoras tenemos mucho éxito, luego en cambio el porcentaje de las mujeres premiadas es ínfimo".

  Para financiar este proyecto, Caso llamó a varias puertas y, después de que se la cerraran en unas cuantas editoriales -que no estaban dispuestas a asumir los gastos de un libro tan costoso-, decidió apostar por la fórmula del crowdfunding, con la que la escritora logró reunir a 1.600 mecenas con los que financió el proyecto. "Yo tenía muy claro que el libro merecía la pena, así que o me ponía a llorar y lo guardaba en un cajón o tiraba para adelante", señala.

  La escritora fundó su propia editorial, Libros de la letra azul, y ha conseguido dar vida a un proyecto necesario. "Las mujeres necesitamos que se reconstruya la genealogía cultural que nos pertenece, pero que nos han robado", concluye.

Las mujeres que pintan, artículo de Rosa Santiago para El Mundo