Venia
avanzando muy bien con la composición de mi versión de El bibliófilo. El supuesto mapa que traza Stevenson y
con el que inicia el encadenamiento de personajes y trama de La Isla del
Tesoro encajó bien en el extremo inferior izquierdo, entrecruzado con
mi Cuervo, que según mi lógica les posibilitaba una reunión de
aves literarias con el Capitan Flint, el loro de Long John Silver.
Es
probable que esa idea de entablar amenas conversaciones me hiciera incluir al Sombrerero
ofreciéndole té a la alegoría de la Gramática.
Y de ahí en adelante fue el desbarranque total hacia el exceso y el absurdo. Porque ¿cómo evocar a Alicia sin Alicia (como si el Sombrerero no fuera suficiente…)? Necesitaba al Conejo Blanco, pero en amarillo, para de alguna manera dar complicidad al amarillo fosforescente del fondo de la estampilla de Wilde, fondo que me niego absolutamente a oscurecer porque es un amarillo dandy que le encantaría a Dorian Gray. No era la discreción cuestión que le interesara ni al personaje ni a su autor.
Ya sabiendo
que había incurrido en agregar más de lo prudente, y que era hora de parar para no arruinar definitivamente la
composición, no lo hice. Cervantes
es el origen, el punto cero, imposible no incluirlo. Y en el revoltijo intenté meter aspas de
molinos, escudo y lanza partida. Y solo
logré que parezca una escalera….
Suficiente,
ahora a tratar de integrar todo y rescatar el retrato a primer plano. Pero ¿y los angelitos? Tengo claro que Swedenborg no habla de angelitos rechonchos y desnudos, ya que sabemos que “Los trajes de los
Ángeles resplandecen según su inteligencia. “. Pero no puedo prescindir de los angelitos.
Empecinada pero lo suficientemente coherente para saber que no había espacio
donde incluirlos los dibujé en una hoja de libreta. Escogí un clásico trio de Durero,
sencillamente porque ya estaba en modo capricho absoluto. Después los recorté e intenté
superponerlos. Obviamente, no había lugar.
Tuve que prescindir de dos, y despunté
el gusto dejando uno solito en el extremo inferior izquierdo, portando un
cartel donde me veré obligada a darle algún sentido escribiendo algo que
explique que está ahí en honor a un
autor al que no representan en lo más mínimo.
Y ahora
habrá que trabajar en serio para que todo esto se integre y guarde sentido estético
y logre trasmitir que a Borges le bastaba cerrar sus ojos para crear en
su alrededor el mundo maravilloso construido por la literatura universal. Veremos si podemos.
Los Ángeles de Swedenborg
Durante los últimos veinticinco
años de su estudiosa vida, el eminente hombre de ciencia y filósofo Emmanuel
Swedenborg (1688-1772) fijó su residencia en Londres. Como los ingleses son taciturnos, dio en el
hábito cotidiano de conversar con demonios y ángeles. El Señor le permitió
visitar las regiones ultraterrenas y departir con sus habitantes. Cristo había
dicho que las almas, para entrar en el cielo, deben ser justas; Swedenborg
añadió que deben ser inteligentes; Blake estipularía después que fueran
artísticas. Los Ángeles de Swedenborg son las almas que han elegido el Cielo.
Pueden prescindir de palabras; basta que un Ángel piense en otro para tenerlo
junto a él. Dos personas que se han
querido en la tierra forman un solo Ángel. Su mundo está regido por el amor; cada Ángel
es un Cielo. Su forma es la de un ser
humano perfecto; la del Cielo lo es, asimismo. Los Ángeles pueden mirar al norte, al sur, al
este o al oeste; siempre verán a Dios cara a cara. Son ante todo teólogos; su deleite mayor es la
plegaria y la discusión de problemas espirituales. Las cosas de la tierra son símbolos de las
cosas del Cielo. El sol corresponde a la divinidad. En el Cielo no
existe tiempo; las apariencias de las cosas cambian según los estados de ánimo. Los trajes de los Ángeles
resplandecen según su inteligencia. En
el Cielo los ricos siguen siendo más ricos que los pobres, ya que están habituados a la riqueza. En el Cielo, los
objetos, los muebles y las ciudades son más concretos y complejos que
los de nuestra tierra; los colores, más variados y vívidos. Los Ángeles de origen
inglés propenden a la política; los judíos, al comercio de alhajas; los
alemanes llevan libros que consultan antes de contestar. Como los musulmanes
están acostumbrados a la veneración de Mahoma, Dios los ha provisto de un Ángel
que simula ser el Profeta. Los pobres de
espíritu y los ascetas están excluidos de los goces del Paraíso porque no los
comprenderían.
Jorge Luis Borges, El libro de los seres imaginarios