miércoles, 31 de julio de 2013




     Se hace difícil mantener la costumbre de sentarse a escribir un par de veces a la semana cuando uno no tiene –literalmente- tiempo de sentarse. 

     Pero pasado el huracán de mi peregrinación religiosa (¡perdón a quién le resulte blasfemo!) a las tierras místicas donde Disney es el señor y Mickey Mouse su profeta llegará el momento de la calma y el retorno a las buenas costumbres. Uno puede dárselas muy de intelectual y mirar con desdeñosa superioridad las manifestaciones chapuceras de la cultura “popular”, rústicas, primitivas. Que el arte con “A” mayúscula es otra cosa. Pero uno llega a estas tierras soleadas de la Florida, ve cómo se pueden hacer las cosas con vocación de perfección y recuerda esa repetida frase de don Walt de que no había que olvidarse de que todo empezó con un ratón… 

     Y yo evoco aquella otra frase (¿latiguillo?) de “haciendo dibujitos no vas a llegar a ninguna parte” y me digo, convencida, que no habré llegado lejos pero que me conformo con pasar la tarde con el pato Donald, the original angry bird. En un par de días estaré de vuelta, muriéndome de frío, en Baires y abocándome a cosas serias y profundas, pero por ahora disfruto los últimos resabios del polvo mágico de Campanita y marcho para Neverland.





domingo, 21 de julio de 2013




     Aunque sigo sin saber dónde está la obra (¿en un hostel en San Martin de los Andes?), encontré por casualidad una foto de ella en la web. Sé que alguna vez yo tuve varias fotografías, ya que la expuse en Punta del Este y en un par de galerías porteñas, pero después –como es habitual- tanto las fotos como la obra empezó un periplo confuso y desordenado, y mientras me ocupo en algo nuevo que me absorbe por completo la atención, todo acaba en el limbo. Hoy de casualidad googleando otra cosa me tropecé con Alicia en el principio II.






La reconocí y recordé lo bonita que era. Y caí en la cuenta que, habiendo perdido el rastro de ella hace tiempo, no la había reproducido en mi blog. Salvo esa omisión en este acto.





viernes, 19 de julio de 2013




Sin embargo, Ludovico se ha puesto al tanto del interés de Leonardo por la cocina, y le solicita que planifique una modificación para las cocinas del Castello Sforza, en el centro de Milán. Leonardo, encantado, pone en marcha su inventiva y creatividad. Se sienta en su gran estudio y de su lápiz comienzan a brotar las más fantásticas máquinas con las que alguien soñó equipar una cocina, para cubrir las necesidades que, para Leonardo, debe cubrir cualquier cocina que se precie: una fuente de fuego constante y una fuente de agua hirviente constante. Aparatos para cortar, moler, pelar y limpiar. Otros para espantar los humos y mantener el aire límpido. Otros para mantener el suelo limpio. Tambores mecánicos, ya que con música los hombres trabajan mejor, y, finalmente, un aparato que elimine las ranas del agua destinada al consumo humano. Gracias a Matteo Bandelli, novelista de la Corte, conocemos algunos detalles acerca de qué fue lo que Leonardo inventó, de los procedimientos que seguía y del resultado final de la aventura. Para cada necesidad un aparato, para cada aparato un considerable tiempo de estudio y exámenes: pasó días estudiando los fuegos de las distintas maderas para aislar el factor importante para obtener su fuente de fuego constante, y llegó a la conclusión que radicaba en el número de troncos, para lo cual inventó una sierra circular accionada por ocho caballos y cuatro hombres ubicados fuera de las cocinas que, mediante una cinta transportadora lleva los troncos junto al fuego. De este modo, pensaba Leonardo, se ahora un hombre dentro de la cocina alimentando el fuego, pero pasaba por alto los que están afuera, además de los caballos. Vemos que la supuesta economía de esfuerzo de Leonardo es sólo aparente. Cosa similar sucede con el suministro de agua caliente, para lo que idea una especie de serpentina alimentada por carbón, que pasa a reemplazar a la vieja encargada de la tarea hasta el momento. Para mantener el suelo limpio diseña unos enormes cepillos giratorios acarreados por bueyes. Para mantener el aire limpio, instala grandes fuelles que cuelgan del techo. Los aparatos para procesar alimentos son varios, desde un asador automático que gira más rápida o lentamente según la intensidad del fuego, pasando por una máquina rebanadora de pan y el moledor de ganado, un artefacto descomunal accionado por un pequeño ejército de hombres (y otro de caballos). La música será provista por tambores mecánicamente accionados y por tres hombres ejecutando un instrumento que se halla en la fase de desarrollo y que él llama órgano de boca. Además, agrega un sistema de lluvia artificial para casos de incendio y unas novedosas trampas para las ranas de los barriles de agua potable. Una vez que la fase de invención estuvo concluida, Leonardo pasó a la remodelación. Cayeron paredes y otras nuevas se levantaron, las remodelaciones llegaron a lo impensado: las nuevas cocinas de Leonardo ocupan la mitad del Gran Comedor del castillo, la armería contigua, los establos cercanos y las seis habitaciones que ocupa, en el piso superior, la madre de Ludovico. Éste, ante tamaña revolución, decide trasladarse al campo. Finalmente, llega el día del estreno de las nuevas cocinas. Leonardo, muy temprano, ha debido ya afrontar una cuasi sublevación en las cocinas, ya que los cocineros no consideran lícito que se les pida que tallen una remolacha con los rasgos de Ludovico para cada comensal: su arte no llega a tanto. La comida se retrasa y los comensales están impacientes. Una hora más tarde de lo que debería haber comenzado el banquete, comienzan a oirse, provenientes de las nuevas cocinas, estruendos y gritos ensordecedores. Intrigados, Ludovico y un grupo de amigos se adelantan a ver qué sucede y encuentran un espectáculo desolador: todo está cubierto de agua, la máquina proveedora de leña se ha descontrolado y lanza leños sin detenerse, los fuelles del techo, en vez de echar fuera el humo hacen crecer desproporcionadamente las llamas, que se tornan peligrosas, los bueyes que arrastran el cepillo rodante están asustados y corren de un lado a otro… En fin, Leonardo siempre ha sido más fuerte en la teoría que en la práctica.”

 Leonardo Da Vinci, Apuntes de Cocina (Códice Romanoff), Traducción, introducción y notas de Rafael Galvano, Editorial Astri S.A. España 2003, Pag. 26/29





“-Pepe Carvalho, el detective de Barcelona. (…) -No puedo perder ni un minuto. Me espera el gobernador del Banco de España, aún he de considerar los últimos detalles del premio y luego vendrá lo que vendrá. Charlaremos mientras almorzamos. ¿Ya está el almuerzo en marcha? -Lo está. ¿Te interesa saber de qué restaurante? -Un zumo de pomelo y un filete, vuelta y vuelta. No puedo distraer el paladar. He de morder mucho esta tarde. (…)- No se la había escapado a Conesal el mohín de disgusto que apareciera en la cara de Carvalho (…). –Presiento que mi menú no le ha gustado. -No lo comparto. -¿Lo desaprueba? -Es usted muy suyo, pero yo en su lugar, de tener pendiente una visita con el gobernador del Banco de España procuraría ir desde una sensación de dominio de la situación, dominio imposible de establecer si uno se ha tomado un vaso de zumo de pomelo, probablemente de lata, y un filete a la plancha o a la parrilla, vuelta y vuelta. (…) -…Sea, aconséjeme un menú previo a un encuentro con el gobernador del Banco de España. Carvalho ganó tiempo mientras examinaba la expresión irónica, condescendiente, casi divertida del financiero y finalmente emitió un veredicto, como si fuera la ficha más adecuada encontrada por la memoria de un ordenador. -Como entrante una combinación de verduras y mariscos serios, por ejemplo, unas ostras. Recuerdo un glorioso minestrone de ostras de Girardet que usted podría reconvertir en un minestrone de cangrejos de río, regado por un Ribera del Duero blanco o un Albariño o un Penedés, porque es importante que ante una comida de tan altos negocios usted registre variedad de gustos, desde la evidencia casi absoluta de que el señor gobernador del Banco de España va a tomarse unas judías tiernas cocidas aliñadas con aceite y una tortilla a la francesa muy hecha. A continuación algo barroco y sabroso, al estilo del brioche de tuétano y foie que yo probé en Jockey hace años, acompañado de un Rioja Alta, por ejemplo un 904 o un Centenario. Es posible que usted acumule la tentación de tener mala conciencia por haber abusado de la cantidad y la calidad y es aconsejable entonces un postre restaurador de la buena conciencia: frutas del bosque, por ejemplo. Sin nada. Ni vinos acompañantes, ni zumos, ni natas. Eso sí, café, un habano de reglamento y una copa de aguardientes viejos, de coñac para arriba. No cometa la tontería de tomarse un orujo o un licor de frambuesas. Los excelentes aguardientes blancos son coloquiales. Después de una comida de matrimonios o entre amigos. Para negociar con el gobernador del Banco de España no hay nada como un Armañac o un Calvados. Conesal repasaba mentalmente el menú y no tuvo más objeción que decir: -No fumo. -Usted se lo pierde y el gobernador del Banco de España se lo gana. Después de un Partagás Grand Connaisseur las victorias están aseguradas y sobre todo sobre un personaje que tiene cara de abstemio.”

 Manuel Vázquez Montalbán El Premio Editorial Planeta Barcelona, 2005 pág. 169/171






El lacayo anunció que la cena estaba servida. Todos lo siguieron en tropel del ala de los huéspedes al espléndido comedor de gala, lleno de retratos con barrocos marcos dorados de miembros de la familia real fallecidos. Era demasiado espacioso para la ocasión y Elsa se preguntó por qué lo había elegido el príncipe de Gales. Los cortinajes y la alfombra rojos daban calor a esa especie de cripta catedralicia de paredes dorado pálido y techos abovedados y calados. Aun así los hacía sentirse pequeños, y la mesa daba impresión de perderse en su enormidad. Las lámparas de araña estaban encendidas, y la luz que irradiaban sobre el cristal y la plata era cegadora. La repisa de la chimenea y el mantel eran de un blanco prístino como la nieve. El olor de los lirios que adornaban la mesa le hizo pensar en un invernadero. Por todas partes había lacayos con librea de relucientes botones dorados y guantes blancos inmaculados. (…) Anunciaron la cena y todos se dirigieron a la mesa… Se sirvió el primer plato de sopa juliana, rodaballo con salsa holandesa o salmonete, a elegir. Elsa comió muy poco. Sabía que seguiría un plato fuerte de carne o ave, un tercer plato de carne más pesada, tal vez caza, venado seguramente en esa época del año. Luego habría un cuarto plato, probablemente alguna clase de repostería, como tarta de fruta, tarteletas, natillas, y por último un postre de uva u otra fruta fresca, y después de la comida, queso. Se alargaría interminablemente antes de que las mujeres se retiraran dejando a los caballeros con el oporto y los puros. Los caballeros hablarían de África y el ferrocarril; las damas, si hablaban, se limitarían a chismorrear.”


 Anne Perry Un crimen en Buckingham Palace, Editorial Sudamericana S.A:, Buenos Aires 2008, pag. 147/148






Todo su cuerpo zozobró por dos veces de un lado para otro arrastrando las mantas y, por fin, extendió un brazo, cogió la jarra del agua antes de alcanzar el teléfono y, por fin, una voz gruñó: -Oiga… Sentado en la cama, mal sentado, pues no había tenido tiempo de colocar el almohadón y debía sostener aquel maldito teléfono, tenía ya una seguridad, una seguridad humillante: y era que, a pesar de los discursos indudablemente irónicos del capitán O´Brien sobre las virtudes diuréticas del whisky, sentía dolor de cabeza. -Maigret, sí… ¿Quién está al aparato…? ¿Cómo? Era MacGill y no tenía nada de agradable que le despertara un tipo por el que no sentía ninguna simpatía. Sobre todo, cuando el otro reconocía por su voz que estaba todavía en la cama y se permitía decirle: -¿Apuesto algo a que se acostó tarde? ¿Pasó por lo menos una buena noche? Maigret buscó con los ojos su reloj, pero no lo encontró aquella mañana. Terminó por descubrir un reloj eléctrico empotrado en la pared y abrió los ojos desmesuradamente al comprobar que eran las once. -Dígame, señor comisario… Le llamo de parte del jefe… Se sentiría muy contento si pasara a verle usted esta mañana… A partir de ahora puede ir, sí… Quiero decir en cuanto se haya arreglado. Inmediatamente…Se acuerda del piso, ¿verdad? El séptimo, al fondo del pasillo B… en seguida. Buscó por todas partes un timbre, como en Francia, para llamar al maitre d´hotel, al mozo, a cualquiera que acudiera, pero no encontró nada que se pareciera a eso y durante un momento tuvo la sensación de encontrarse perdido en aquella habitación ridículamente grande. Pensó, por fin, en el teléfono y tuvo que repetir tres veces en su imperfecto inglés: -Quisiera tomar mi desayuno, señorita… Desayuno, si… ¿Eh?... ¿Qué no comprende…? Café… Y ella le decía algo que él no lograba comprender. -¡Le pido mi desayuno! Creyó que le había colgado, pero le puso con otra línea donde oyó una nueva voz que le decía: -Room-service… Era muy sencillo, desde luego, pero era necesario saberlo y, en aquel momento, sintió un profundo desprecio por toda América por no tener la idea elemental de instalar timbres en las habitaciones de los hoteles. Para colmo, estaba en el baño cuando llamaron a la puerta y tuvo que gritar: -¡Entre! Pero continuaron llamando. No tuvo mas remedio que ponerse la bata, completamente mojado como estaba, e ir a abrir, pues había echado el cerrojo. ¿Qué esperaba el maitre d´hotel? Tenía que firmar la ficha. ¿Qué otra cosa quería? El otro continuaba esperando y Maigret comprendió, al fin, que deseaba la propina. ¡Y sus ropas estaban tiradas por los suelos!” 


Georges Simenon, Maigret en Nueva York, Hyspamerica Ediciones Argentina Sa Buenos Aires 1984, pag. sin numerar.









martes, 16 de julio de 2013




    Cuarta parada de mi Silk Road: Marechmorum. Probablemente una obra que no resista al tiempo. Abusé de las mixturas en forma desordenada: acuarela y acrílico, aburrimiento y fastidio, laca, y al final óleo. El papel (de boceto) no suele resistir tanto. Pero cada vez que amagué a destruirla hubo algo (las letras, la rosa de los vientos, la impecable blancura del fondo a pesar de mi despliegue de desprolijas e incongruentes técnicas) que me hizo tenerle cariño. La dejo en paz ahora. Veremos como va.








lunes, 15 de julio de 2013




Spices, silk, and souls attracted hardy Renaissance Europeans willing to risk their lives on perilous journeys to discover routes across vast deserts or through uncharted waters to Catay and the Indies. To obtain these valuable trade goods for thriving European markerts, they traveled across the width of Asia over a network of caravan trails kown as th Silk Road or navigated sailing ships via a maritime Silk Road around Africa and across the Indian Ocean. Profits from the spice and silk trades brought power to succesful seekers, and the winning of souls would reward the evangelizing efforts of misionaries who traveled with them. The background of these parallel sagas is reveled here by examining original maps covering more than two millennia, from the fourth century B.C. to influence Europe´s geographical revolution by facilitating and recording the West´s progress and its knowledge of place and people in the East. For centuries before the time of Christ the ancient spice trade delivered condiments from South an Southeast Asia to European dinner tables. They were brought by Chinese and Malayan ships from the Molucas (Spice Island) to emporiums at Malacca, Ceylon, and India. From these centers they traveled in Arabic vessels to the Persian Gulf, up the Euphates River on through the Red Sea, and then on to Alexandria on Egypt´s Mediterranean coast, the bustiest commercial center of the Greek and Roman world. From there, aromatic and pungent spices, including nutmeg, cloves, cinnamon, and sandalwood, found their way to markets throughout Europe.” 

Kenneth Nebenzahl, Mapping the Silk Road and Beyond, Introduction Phaidon Press Limited London 2005, pag. 7







(“Especias, seda, y almas atraen ferozmente a la Europa Renacentista, disponiéndola a arriesgar sus vidas en peligrosos viajes de descubrimiento a través de vastos desiertos o a través de aguas desconocidas, hasta Catay y las Indias. Para obtener esos valiosos productos comerciales que hacían prosperar los mercados europeos, viajaron a lo ancho de Asia por una red de senderos de caravanas conocidos como La Ruta de la Seda o navegaron en barcos de vela a través de vías marítimas alrededor de África y el Océano Índico, conocidas también coma la Ruta de la Seda. Las ganancias generadas por las especias y la seda daban poder y prestigio a los comerciantes, y las almas conquistadas eran la recompensa al compromiso evangelizador de los misioneros que viajaban con ellos. El trasfondo de estas sagas paralelas se revela aquí mediante el examen de los mapas originales que cubren más de dos mil años, desde el siglo Cuarto después de Cristo hasta el siglo Diecinueve. Estos documentos son cruciales para entender la influencia de la revolución geográfica de Europa, facilitando y registrando el progreso de Occidente y su conocimiento de los países y los pueblos en el Este. Durante siglos, desde antes de Cristo, el comercio de las especias hacía llegar desde el sud y el sudeste asiático los condimentos a las mesas europeas. Eran trasladados por barcos chinos y malayos desde las Molucas (Isla de las Especias) hasta emporios de Malacca, Ceilán y la India. A partir de estos centros viajaban en barcos árabes por el Golfo Pérsico, hasta el río Éufrates o a través del Mar Rojo, y luego a Alejandría, en la costa mediterránea de Egipto, y de allí trasladadas a los centros comerciales del mundo griego y romano. A partir de ahí, las especias aromáticas y picantes, como la nuez moscada, clavo de olor, canela y sándalo, encontraron su camino a los mercados de toda Europa ".  

  Kenneth Nebenzahl, Cartografía de la Ruta de la seda y más allá, Introducción Phaidon Press Limited London 2005, pag. 7)









sábado, 13 de julio de 2013




     Tercera parada de mi Silk Road: Alexandri Magni Expeditio. Óleo y tinta en gel sobre cartulina de color. Pequeña, vistosa y deliciosa en el mientras tanto. De esas obras que me recuerdan que pinto sólo por que no existe en el mundo nada que sea más placentero que pintar.









viernes, 12 de julio de 2013




     Como si se tratara del engranaje milimétricamente exacto de un viejo episodio de TV de Misión Imposible, apronto los pasos definitivos para burlar el cerco y concretar la muestra en España. En unos días viajo al exterior, lo que me permitirá coordinar desde fuera (ya que desde dentro el reino del absurdo desquiciado del régimen k me lo impide) tanto el envío de fondos como la remisión de las obras.






     Aunque la concreta chance de cerrar los preparativos de esa muestra me complace y me libera para otras cosas, la primera reacción que me provoca es FURIA. ¿Por qué no puedo desde mi país hacer las cosas con la calma lógica y la levemente apática languidez que corresponde en estos casos? ¿Por qué debo depender de un circunstancial viaje –motivado en otras razones- para disponer arreglos simples (compra de moneda extranjera, girar fondos para cancelar costos operativos, tramitar permisos de remisión de obra propia) que son acciones habituales y rutinarias cuando se desarrolla una carrera artística?






   ¿Qué mal oprobioso causo a la ilusoria patria de la faraona y su piara camporista? ¿Qué traición imperdonable cometo al pretender que mi Silk Road muestre sus desnudeces varias y coloridas en tierra andaluza? Tal vez si desvistiera en una obra a una Eva propiciatoria para el cruce de caminos (NO HAGAS ESOS CHISTES – NO HAGAS ESOS CHISTES – NO HAGAS ESOS CHISTES) me vería bendecida con Venecia (o con una bomba. ¿Los de la Triple A eran peronistas, o esos eran los montoneros? Los vaivenes peronistas me superan).





     De cualquier manera los sumergidos artistas del subdesarrollo sabemos sobrevivir atándolo todo con alambre. Y un grupejo de políticos corruptos, ignorantes y déspotas no constituyen obstáculo suficiente para alguien que ha hecho de su obstinación por el arte el único sentimiento real que ha sentido nunca.








martes, 9 de julio de 2013




     Segunda parada de mi Silk Road: Bengala. Acuarela y lapiceras de gel. Me obligué a parar ahí. Me vino a la cabeza el recuerdo fugaz de alguien, hace añares, tratando de convencerme de la conveniencia de trabajar con una paleta restringida. Entonces (y ahora) me pareció una teoría realmente estúpida. ¿Limitar el color? ¿Limitar las texturas? Puede que en los momentos en que trato de lograr una imagen más limpia y sencilla el argumento aletee en mi inconsciente, pero dada mi tendencia al abuso y al exceso puedo seguir ignorándolo un rato más.








lunes, 8 de julio de 2013




     Por causas que desconozco la última semana me ha sido materialmente imposible subir nada a mi blog. Intenté varias veces, días distintos, pero siempre fue un fracaso. Mi antigüedad intrínseca hace que escriba en papel o en el ordenador ante de subir al blog cualquier texto, por lo que mi ejercicio de llevar mi diario de exorcismos varios transcurrió sin pena pese a la indescifrable problemática que me impidió proyectar en el ciberespacio mis pensamientos. Pero ahora que puedo retornar al ruedo prefiero seguir para adelante y no subir lo que para mí ya es viejo. Avanzamos, como de costumbre.






     Dispuesta a redondear en los próximos días mi serie Silk Road para, con tiempo, aprontar su traslado a España para la muestra en Febrero del 14, estoy tratando de dedicar el tiempo que puedo a pintar cuatro obras en simultáneo. Pequeñas, sí, pero, de cualquier manera, cuatro obras paralelas es un desafío a mi capacidad de concentración y a mi incapacidad de dispersión continua. Me había dispuesto a simplificar (¡ja! escucho la risa de mis tres hienas por detrás), y había sacado del fondo del armario un set de magníficas acuarelas inglesas. Un par de trabajos traslúcidos, acuosos, de siluetas esbozadas con cálida sensualidad. Sencillo y, dentro de lo que me es posible, rápidos. Pero el revivir el placer que me provocó volver a la acuarela no fue suficiente para vedar mi pulsión hacia los experimentos varios. Y esas obras sencillas se complicaron y sigo enredada en mixturas complejas que en un instante y por un mínimo error de cálculo arruinan un trabajo de semanas y a empezar otra vez.






     Me justifico con el argumento de que pretendo la textura untuosa que imagino propia de oriente. Mis odaliscas no pueden ser simples, deben ser ricas en color y en promesas sensoriales, exuberantes desde su factura, una invitación al derroche de los sentidos. Y esa búsqueda “conceptual” me da justificativo suficiente para perderme en prueba y contraprueba, en “veladuras” falsas gracias a lacas y barnices para superponer una sobre otras distintas técnicas que puedan después, en un vistazo conjunto, prometer todas las posibilidades. Mi Silk Road propende al todo.