sábado, 30 de abril de 2022

 







    ¿Para qué sirven las Ars liberales?  Te explico.  La dialéctica te permite arrancar de asumir ser un mero copista para después (ahí entra la elegancia de la retórica) asegurar que lo tuyo es plagio reverencial.  Avanzas con que, en realidad, es normal abrevar de quienes te precedieron en tu línea estética, para terminar invocando el espíritu de Macedonio Fernández y recitar sus palabras como mantra: “…porque es tan escasa la originalidad que hoy no queda otra que la del primer copista de autor nuevo, “primera copia” es un subgénero sancionado de originalidad (Carta abierta argentino-uruguaya”, Revista Martin Fierro 34, 5-X-1926).










 

     Una frase de música del pueblo me cantó una rumana y luego la he hallado diez veces en distinta obras y autores de los últimos cuatrocientos años.  Es indudable que las cosas no comienzan.  O el mundo fue inventado antiguo.”  Macedonio Fernández

 

     Yo por aquellos años lo imité, hasta la transcripción, hasta el apasionado y devoto plagio (…) No imitar es canon hubiera sido una negligencia increíble.”  Jorge Luis Borges, sobre Macedonio Fernández, revista SUR 209-210, marzo abril 1952.

















         Sigamos con lo nuestro.  Empezamos otra vez:



























































jueves, 28 de abril de 2022

 










    The Circus ha seguido su camino y hoy es parte de una colección privada en Esperanza, provincia de Santa Fe. Ha encontrado a su espectador ideal y continuará con este su destino. Sigo asombrándome de esa magia que encierra el arte y que permite la conexión entre obra-espectador, generando un vínculo único donde el artista queda totalmente afuera, prescindible, ajeno.  Quién sabe que sensaciones, qué secretos, que sueños y misterios compartirá The Circus en su nuevo hogar. Magia pura.  Qué maravilla.


















Muestra virtual año 2019












Hotel temático Boca, diciembre 2019









Muestra virtual año 2020











                            Fundacion Ramseyer Dayer, Esperanza Santa Fe, marzo 2022











 













lunes, 25 de abril de 2022

 

 

 

    Hay preguntas con respuestas simples: ¿qué quiere un artista?  Mostrar su trabajo.  De esa acción se desprende todo lo demás (la difusión, tal vez el reconocimiento, excepcionalmente la posibilidad de vivir del arte). Después vienen las otras preguntas cuyas respuestas son un complejo galimatías: ¿Cómo se muestra la obra?  ¿Dónde? ¿Cuál es la herramienta para discernir que sirve y que no?

 

     Uno empieza tratando de mostrar lo que hace en pequeños salones, en muestras colectivas, después intenta en algún concurso y pareciera que la meta es una individual.   Sigue, en esa lógica, hacer idéntico caminito pero tratando de acceder a espacios de más prestigio: los salones se vuelven nacionales, los concursos internacionales y se intenta exponer en solitario en alguna galería de reconocida trayectoria con cobertura de prensa especializada.

























 

     Esa estructura de base se complejizó cundo internet se volvió masivo.  Entonces se sumaron en paralelo las muestras virtuales, y esa exhibición permanente que puede obtenerse manejando con cierta habilidad las redes sociales.  Instagram se volvió un recurso básico, un portfolio interactivo que hay que mantener actualizado y hacer circular.  Lo físico y lo digital en paralelo.  Si el artista ya tenía bastante quehacer, hubo que empezar a adiestrarse en nuevas tecnologías y equilibrar la presencia en el mundo físico y en el mundo virtual.

 

     Vino la peste y simplificó las decisiones: sólo se pudo mostrar en línea, lo que hizo que se multiplicaran y complejizaran las propuestas.  A los golpes se aprende.  Pero como es lógico, todo tiene un límite y la historia siempre se mueve de modo pendular, y tras casi dos años de encierro la necesidad de volver al fase to fase (aun con barbijo) se volvió imprescindible.  Pero, de vuelta, los códigos y reglas mutaron y se cambiaron otra vez las reglas.














































































 

     Son tiempos de acciones híbridas, lo físico tiene que implicar su reflejo digital.  Si se hace algo pero no se ve en redes es como si no existiera.  El artista necesita crear la obra, diagramar un discurso expositivo, conseguir un lugar donde colgar, coordinar traslados y puestas, una buena gráfica que acompañe y una campaña de prensa que difunda el evento, crearle un hashtag, hacer breves reels, muchas fotos y posteos, interesar (o contratar) un influencer para que asegure réplica de las imágenes.  Filmaciones en tiempo real, imágenes musicalizadas, capturas y reposteos de fotos de los visitantes a la muestra, como un espejo frente a un espejo que refleja hasta el infinito.























 

     El desafío es grande, la decisión de exponer se volvió asumir que el trabajo será mucho y no ya diario, sino permanente durante cada minuto del evento.  Y caro, porque es obvio que un artista no puede cubrir solo todos los frentes.  Así, optar por cada paso que se da genera un cúmulo de cálculos tanto de dinero a invertir como posibilidades concretas de hacerse cargo de múltiples tareas, tiempo a aplicar a cada gestión paralela a la cuelga, y la suficiente salud mental para afrontar ese despliegue sin una crisis de nervios cada media hora. Demasiadas decisiones juntas y, claro, siempre con data parcial y tendenciosa.

 

     En eso estoy, buscando un lugar físico que aún no consigo, bregando por obtener la información real de los costos de ferias internacionales para la segunda mitad del año, tratando de identificar los carriles más idóneos no solo para sacar la obra del país sino por dónde poder hacer pagos al exterior, ya que mi país considera que hacer algo por fuera de las fronteras (sin pagar peaje al político de turno) es alta traición  a la patria.  Todo el tiempo haciendo cálculos logísticos, dejando márgenes para errores y teniendo plan B, plan C, y así hasta un plan Z porque la Argentina se especializa en entorpecer, trabar y desquiciar a cualquier emprendedor.
























 

   Si, dan ganas de bajar los brazos, encerrarse en el taller y escindirse del mundo.  Pero los años pasan, uno le ha dedicado la vida a esto y renunciar ya no es opción. Se sostiene el ideal, se estudia y se aprende sobre las nuevas y mutantes plataformas, se prueba, se falla, se sigue, se vuelva a intentar.  No hay objetivos finales, es siempre un mientras tanto.  La acción creativa (y compartirla con el espectador) es siempre un acto del presente.