sábado, 31 de agosto de 2019










     Siempre he tenido claro que mi asignatura pendiente es la escultura.  Pero es una disciplina demasiado compleja, que requiere conocimientos  técnicos que dificulto uno pueda aprender de la mera y empecinada práctica.  Mi entusiasmo autodidacta ha sabido reconocer el límite: las tres dimensiones.

     Los últimos años, con mis cachivaches de papel, he logrado algunas satisfacciones jugando de modo inofensivo con sencillas estructuras  3D.  Sé que lo sensato sería buscar un taller y un maestro, e incursionar en esta disciplina que toda la vida ha estado ahí, tentándome y desafiándome.  Pero ya tengo demasiadas complicaciones en la vida –en una y en la otra-  que, me digo, puedo vivir con ese pendiente.  Y siempre puedo compensarme con mis falsas esculturas de papel…








    Casi como queriendo justificarme ante mi misma, me propuse intentar esculpir una cabeza con papel maché, algo clásico, de esas tareas que en un estudio formal debería cumplir.  Pero, seamos honestos: el papel maché requiere también una estructura base hecha con la lógica de la proporción y anticipando el diseño final.  Esa planificación no va conmigo, que soy de dejar que la obra se autodetermine sobre la marcha.  La cartapesta es mi fetiche, que me permite estructurar sobre, literalmente, cualquier cosa.

     “Cualquier cosa”, en mi planeta y como sostén de una cabeza de líneas clásicas, sería una caja de pañuelos y una lata de cerveza:











 ...y una careta de plástico de esas que suelen rondar por mi taller…







…y un infaltable rollo de cartón de papel de cocina…




















Cartapesta y rollitos de servilleta y vamos dando forma a la cabeza…

































     Agregamos una base de madera circular para dar peso y estabilidad, y un poco de porcelana fría –que se quebró- y enduído plástico rebajado con cola -para rellenar los quiebres- y le damos más definición a los rasgos…




















     Y muchos rollitos de papel de servilleta para rellenar, dimensionar e ir dando una forma estética…































viernes, 30 de agosto de 2019









     A lo primero que se acostumbra uno, cuando decide tomarse esto del arte en serio, es a convivir con el fracaso.  A  fin de mostrar la obra, se la postula a concursos y salones de distinta índole, más o menos importantes, más o menos respetables.  Con lo que se juega seguro es que la obra no será seleccionada, que no entre a la muestra, que ni la desenvuelvan para que el jurado le de un vistazo.  La variable constante en la ecuación empieza a ser que jamás nos cuelguen.  Así, nuestro inocente objetivo de mostrar nuestro trabajo se frustra muy rápidamente.  La vida real es así de real y, puede, que así de cruel.












     Un artista independiente, autogestionado y lo suficientemente empecinado, con el tiempo, insistencia y arreando a sus espaldas una variopinta colección de rechazos, va aprendiendo a distinguir los recovecos por donde tiene alguna que otra chance de entrar.  Y corroboramos que la única garantía 100% eficaz de cuelga es pagando de nuestro bolsillo el espacio, (con el riesgo de que los que cuelguen alrededor nuestro también hayan pagado y la calidad del entorno nos haga añorar la digna decepción del rechazo).

      Pero se sigue, y se postula, y se convive con el rechazo, al que uno acaba no haciéndole mucho caso, y sigue y sigue...  Se sigue y alguna vez nos aceptan, y otra nos cuelga, y un día vemos que valoran favorablemente nuestro trabajo para seguir de inmediato y sin solución de continuidad con media docena de estrepitosos rechazos.

     If you can meet with triumph and disaster/ And treat those two imposters just the same… dice Kipling (Si puedes encontrarte con el triunfo y el fracaso, y tratar a esos dos impostores de la misma manera). Y uno acaba dándose cuenta en la práctica que es así de simple.  La misma obra que hoy te premian mañana no pasa la preselección en un certamen de muy discutible pedigrí.  ¿Cuál es el problema?  Da lo mismo, que te seleccionen o no, aquí o allá, uno busca mostrar, compartir, dejar que la obra circule.  De la manera que sea.









     Durante muchos años sostuve  convencida que me convenía más armar mi curriculum citando los sitios donde me habían rechazado, que sería una presentación más larga y más impactante por la variedad de referentes.  Después concluí que debería incluir en mi bitácora ambas incidencias, que si uno se sentaba a pensar  al respecto por cinco minutos descubriría un patrón reconocible de por dónde va la cosa.  Hay sitios que te rechazan y no podés objetar nada.  Hay sitios que te seleccionan y te dejan tantas dudas.  Y hay convocatorias que son, incuestionablemente, una falta de respeto hacia los artistas.

     Tal vez hablo por despecho, ya que rechazaron mi postulación, pero no puedo dejar de indignarme de la poco seria (por decir lo menos) convocatoria para una bienal provincial con pretensión  nacional.    Producido el fallo e informando los resultados, anuncian que se seleccionaron 22 de 280 postulaciones recibidas.  Y que de las aceptadas, 11 eran artistas locales.  Ergo, sobre el total de artistas que respondieron a la convocatoria a nivel nacional sólo un 4% (11 artistas) fueron aceptados.  ¿Tan poco espacio tienen para el montaje?  Fantástico, puede ser, cuando no hay lugar no hay lugar, pero entonces ¿es necesaria la pretensión de hacer un llamado nacional?  Con tan poco espacio –insisto, lo supongo de la escueta selección- no organicen “bienales”, hagan un evento anual  y duplican chances si la idea es acercar a una provincia del centro del país a artistas de todos los extremos del territorio.  Si se quiere integrar,  dar un pantallazo a la creación contemporánea argentina, dividan el llamado a artistas locales de los artistas nacionales.  O, al menos, avisen que así son las cosas al momento de lanzar la convocatoria.  El que avisa no traiciona











     Claro, que importa, si ahora las postulaciones son vía web, la obra no se mueve físicamente, el artista sólo manda imágenes digitales.   Entre otras cosas (las ilusiones, esa honesta necesidad de mostrar, de cotejar entre pares, de aprender en la competencia justa) el tiempo del artista no tiene ningún valor para los organizadores, curadores y jurados de estos eventos.    Se lo trate como se lo trate (siempre mal) el artista va a seguir viniendo, arreando su obra, siempre dispuesto a intentarlo, a mostrar su trabajo sin pedir nada a cambio, ni siquiera el debido respeto que cualquier persona merece.

     Será la edad la que me hace cada vez menos paciente con los organizadores y/o curadores y/o jurados que lo único que realmente tienen para lucir ante el público general es el mal trato generalizado a los artistas.  Qué, también es cierto, por esto de estar tan acostumbrados a los rechazos, terminamos siendo víctima propiciatoria para cualquier cosa.