lunes, 30 de julio de 2018








     Aunque contradiga mis más profundas antipatías, debo reconocer que (a veces) un crítico de arte puede ser tan certero que no me queda más que aplaudir sus palabras.  Este es el caso.  "El arte sólo sirve al arte."  Exactamente.






Hubertus von Amelunxen, crítico de arte
“Si el arte sirve para algo, ya no lo es”
LLUÍS AMIGUET, para La Vanguardia - La Contra

Nunca tantos vieron tanto arte ¿Es tan bueno para el arte como para ellos?
La afirmación que usted hace es correcta: los museos nunca tuvieron tantos visitantes. Y nos alegramos.
Estupendo.
Dicho lo cual, debo añadir que mi equipo ha investigado y descubierto que la media de cada visitante ante las grandes obras de arte hoy es de ocho segundos.
¿Eso es malo?
Bueno, también es lo que solemos detenernos de media ante un anuncio en el metro.
Supongo que un Rembrandt merece algo más que un vistazo.
Y esa estadística para los museos hay dos modos de tomársela: o te sumas a la corriente, como el Museum of Modern Art de Nueva York (MoMa) y dejas que todo el mundo se haga selfies en todos los rincones. O enseñas a mirar un cuadro y no sólo a verlo.
En su universidad, además, hacen terapia con el arte.
Son cuestiones diferentes. El arte puede ser terapéutico, claro. Porque si es arte, cambia el modo de ver el mundo de quien lo entiende. Pero es importante aprender que lo que hace el artista, porque si en verdad es arte, no tiene que ver con los museos, el mercado, las galerías...
¿Con qué tiene que ver?
Con nada. El arte sólo sirve al arte. Si un ser humano desesperado encuentra en la obra de otro consuelo e incluso curación; si le hace mejor persona, pues es una de las más profundas vivencias de la experiencia humana. Pero no puedes pedir a ningún artista que cure a nadie.
¿Por qué?
Hanna Arendt lo explicó muy bien: “La obra de arte es el corazón de una sociedad, pero si la creas para que lo sea, la destruyes”. Al arte no puedes asignarle una función o una utilidad sin convertirlo en otra cosa.
¿Qué no es arte?
Por ejemplo, Twitter no es literatura.
¿Por qué? ¿No podría llegar a serlo?
Sólo cuando no sirva. Hoy es instrumental.
¿Quién decide qué es arte? ¿Usted?
Duchamp fue el primero en crear una obra para un museo diciendo: “Usted que está mirando esta obra de arte decide si lo es”.
Y era un urinario, ¿o una obra de arte?
Al principio fue una provocación y el urinario se perdió. Después, para los museos los urinarios ya dejaron de ser un problema: eran contenido después de todo. Y podían exhibirse.
Pero no repetirse.
Exponer otro urinario sólo hubiera sido una estupidez. Y un urinario.
¿Cuándo se emocionó usted por última vez ante una obra de arte?
Hace tres días. Y aún estoy emocionado. Un amigo me llevó a ver en Berlín un trabajo de Ran Ortner.
¿Qué era?
Un gran cuadro. Una enorme figuración del mar.
¿El mar? ¿Aún puede ser original?
Sí, y mirarlo era descubrir que no habías visto nunca el mar antes.
¿Va usted a muchas bienales?
Cuantas más hay, menos veo. Y ahora hay más de doscientas en todo el mundo.
¿Por qué?
Eso me pregunto. Antes había tres o cuatro: yo sólo iba a algunas y a veces descubría cosas. Ahora he ido a muchas más sin descubrir nada. No es que sea malo que haya tantas bienales, pero ahora hay que saber elegir.
¿Por qué?
Bueno, el arte se ha democratizado; que no quiere decir exactamente masificado. Y no por eso tienes que ir contra la democracia. Simplemente hay que escoger.
¿Por qué hay tantos artistas?
Porque no todos lo son.
¿Cómo saber quién lo es?
Mire, si usted o cualquiera siente la necesidad de ser artista, no habrá nada en este mundo que le impida serlo.
¿De esos hay pocos?
El hecho de que produzcas cuadros, fotos, películas o lo que sea no te convierte en artista. Los grandes, como Ran Ortner de quien le hablaba, son incapaces de hacer otra cosa que no sea lo que hacen.
¿Y eso les da para comer o al menos para merendar?
La verdad es que los buenos de verdad, los excepcionales, suelen despreocuparse de eso, porque crear es todo lo que necesitan para sentirse vivos. Luego tienen que comer, claro, pero sólo comen para seguir haciendo lo que les gusta, que es arte.
¿Cómo enseñan terapia del arte?
Enseñamos a ser críticos; esto es a apreciar las posibilidades de ser humano.
¿Eso se aprende?
Le aseguro que sí, pero no estoy seguro de que se pueda enseñar, aunque he visto a seres extraordinarios que lo han aprendido y después lo han compartido con todos.
Dígame uno.
Francis Bacon nos da esperanza porque vivió desesperado. Vaya a verlo y en cada ocasión descubrirá algo nuevo –y no siempre agradable, pero siempre profundo– sobre si mismo y sobre el ser humano.

En recuadro:  Algo más que pasear
Nunca como hoy tantos humanos visitaron tantos museos, pero tampoco nunca antes se les ha dedicado menos tiempo y reflexión a las obras en ellos exhibidas. Acercar a los grandes artistas a la mayoría de las personas es un buen principio, pero, advierte Amelunxen, quedará en paseo banal –ocho segundos por cuadro es la media actual avisan los museólogos– si al darlo nos preocupa más fotografiarnos con la obra que entenderla. Mejor quedarse en la piscina que salir de un museo como si no hubieras entrado nunca en él. Es decir, habiendo perdido el tiempo y llenado las estadísticas. Porque si una obra de arte no cambia algo en ti, es que o no era arte o no has sabido verla.


https://www.lavanguardia.com/lacontra/20180724/451070600723/si-el-arte-sirve-para-algo-ya-no-lo-es.html?utm_campaign=botones_sociales&utm_source=twitter&utm_medium=social

















domingo, 29 de julio de 2018





     ¿Lo que hacemos está tan condicionado por el cuándo lo hacemos que sería válido afirmar que somos víctimas del contexto?  ¿Las circunstancias por encima de nuestra voluntad consciente?  Podríamos estar debatiendo sobre el punto semanas completas, pero no tendría sentido ya que yo sé que el cobre en acrílico con el verde glitter de la lapicera de tienta en gel se combinan por mi exclusiva voluntad y con el único fin de dar ese toque de suntuosidad que me gusta incluir en mis texturas.  Nada tiene que ver mi estado de ánimo, ni el clima, ni ese cúmulo de fatídicas contingencias que vienen acosándome (y maltratándome) desde hace días.  Me gusta el verde, me gusta el cobre.  Fin de la discusión.



















sábado, 28 de julio de 2018






















     Compensemos la espantosa tarde de lluvia (lluvia eterna, cinco días de lluvia ininterrumpida), con un poco de color:
























martes, 24 de julio de 2018



     En mi lógica, la graficación cartográfica de unas islas es sucedánea al papel picado.  Dan equilibrio simétrico en extremos diagonales de la pequeña obra en que me entretengo de momento...





















     Cuenta la leyenda que una vez, al borde del abismo, lo que evitó la caída fue un dibujo inconcluso, el que, por el mero placer de acabarlo, pospuso la decisión de final.  Desde ahí, ha sido la pulsión hedónica –y no el mentado Eros- la que mantuvo a Thánatos en su lugar.

     No hay otra necesidad que la del disfrute personal, intrascendente, puro, exclusivamente sensual, en la elaboración de la obra  y desde el lugar del hacer.  Si además esa obra trasmite a otro un concepto, una reseña temporal, una visión puntual –histórica y geográfica- de cara al mundo, son facetas que el hacedor probablemente ni siquiera consideró.  Cuando se juega a jugar uno atiende al juego, todo lo demás es colateral.

     Tanta literatura, tanta profundidad, tanta “visión” cósmica que desarrollan algunos artistas (más los que se auto-titulan conceptuales) me suena a pose y arrogancia.  Ser artista es algo tan íntimo, tan intangible, que uno a duras penas puede definir nada.  Se es y la más de las veces ni siquiera se puede explicar cómo, por qué, ni desde cuándo.  Es una identidad ajena a la voluntad y a las explicaciones. Es lo que hago, es lo que soy.










     Para consolarme, supongo, y rescatarme en estos días oscuros,  trata de enredarme en las estrategias de marketing que usar los colegas que “triunfan” en el mercado.  Hacer pancartas descriptivas, posicionarse desde relatos aparatosos sin necesidad de dar vistazo a la obra. Disfrazarse de artista.  Querría explicarle que no me cabe eso, que yo soy una circunstancia y que lo único que cuenta es mi obra, esa obra que de cierto modo me ha salvado la vida desde hace demasiado tiempo.  Pero estamos hablando idiomas distintos, desde planetas diferentes, en dimensiones antagónicas.  Le agradezco el consuelo, reconozco sus buenas intenciones.  Gracias.  Pero como muchas otras cosas, esto tampoco es para mí.














domingo, 22 de julio de 2018
















     Debería estar en otro lugar (con sol, con mar, con mucha luz), pero no pudo ser.  Quedé varada porque la vida -como siempre-  decide por encima de mi voluntad  y lo que es es y lo que debe ser será.  Jamás deberían hacerse planes, no esperar y no creer; sólo dejar que sea lo que el destino traza a su capricho y que nos arrastren como hoja seca al viento.  Lo que sea.

   Hace demasiado frío y lo nublado amenaza metérseme en las venas.  Pero me revelo y me consiento: si el mundo se derrumba todavía nos queda la tinta (la tinta de verdad, a la antigua, con olor a tinta) y jugar con ella contrarresta cualquier pesadilla.  Por un rato dejo la realidad del otro lado de la puerta.  No molestar .                                                                               















martes, 17 de julio de 2018







Que otros se jacten de las páginas que han escrito;
a mí me enorgullecen las que he leído.
(…) … a lo largo de mis años he profesado
la pasión del lenguaje.
Mis noches están llenas de Virgilio;
haber sabido y haber olvidado el latín
es una posesión, porque el olvido
es una de las formas de la memoria,
(…) y ahora, a través de siete siglos,
desde la Ultima Thule,
tu voz me llega…

Jorge Luis Borges,  El Lector


“-Ya lo sé, Señor Nicetas, que el centro del universo sois vosotros, pero el mundo es más vasto  que vuestro imperio, están la Última Thule y el país de los Hibernios.  Está claro que, ante Constantinopla, Roma es un amasijo de ruinas y Paris  una aldea fangosa, pero también allí sucede algo de vez en cuando, por vastas y vastas tierras del mundo no se habla griego, y hay incluso gente que para decir  que están de acuerdo dicen: oc.”

Umberto Eco, Baudolino








     “(…) Arribo, ahora, al inefable centro de mi relato, empieza aquí, mi desesperación de escritor. Todo lenguaje es un alfabeto de símbolos cuyo ejercicio presupone un pasado que los interlocutores comparten; ¿cómo transmitir a los otros el infinito Aleph, que mi temerosa memoria apenas abarca? Los místicos, en análogo trance prodigan los emblemas: para significar la divinidad, un persa habla de un pájaro que de algún modo es todos los pájaros; Alanus de Insulis, de una esfera cuyo centro está en todas partes y las circunferencia en ninguna; Ezequiel, de un ángel de cuatro caras que a un tiempo se dirige al Oriente y al Occidente, al Norte y al Sur. (No en vano rememoro esas inconcebibles analogías; alguna relación tienen con el Aleph.) Quizá los dioses no me negarían el hallazgo de una imagen equivalente, pero este informe quedaría contaminado de literatura, de falsedad. Por lo demás, el problema central es irresoluble: La enumeración, si quiera parcial, de un conjunto infinito. En ese instante gigantesco, he visto millones de actos deleitables o atroces; ninguno me asombró como el hecho de que todos ocuparan el mismo punto, sin superposición y sin transparencia. Lo que vieron mis ojos fue simultáneo: lo que transcribiré sucesivo, porque el lenguaje lo es. Algo, sin embargo, recogeré. En la parte inferior del escalón, hacia la derecha, vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa (la luna del espejo, digamos) era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo. Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo, vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó, vi en un traspatio de la calle Soler las mismas baldosas que hace treinta años vi en el zaguán de una casa en Frey Bentos, vi racimos, nieve, tabaco, vetas de metal, vapor de agua, vi convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena, vi en Inverness a una mujer que no olvidaré, vi la violenta cabellera, el altivo cuerpo, vi un cáncer de pecho, vi un círculo de tierra seca en una vereda, donde antes hubo un árbol, vi una quinta de Adrogué, un ejemplar de la primera versión inglesa de Plinio, la de Philemont Holland, vi a un tiempo cada letra de cada página (de chico yo solía maravillarme de que las letras de un volumen cerrado no se mezclaran y perdieran en el decurso de la noche), vi la noche y el día contemporáneo, vi un poniente en Querétaro que parecía reflejar el color de una rosa en Bengala, vi mi dormitorio sin nadie, vi en un gabinete de Alkmaar un globo terráqueo entre dos espejos que lo multiplicaban sin fin, vi caballos de crin arremolinada, en una playa del Mar Caspio en el alba, vi la delicada osadura de una mano, vi a los sobrevivientes de una batalla, enviando tarjetas postales, vi en un escaparate de Mirzapur una baraja española, vi las sombras oblicuas de unos helechos en el suelo de un invernáculo, vi tigres, émbolos, bisontes, marejadas y ejércitos, vi todas las hormigas que hay en la tierra, vi un astrolabio persa, vi en un cajón del escritorio (y la letra me hizo temblar) cartas obscenas, increíbles, precisas, que Beatriz había dirigido a Carlos Argentino, vi un adorado monumento en la Chacarita, vi la reliquia atroz de lo que deliciosamente había sido Beatriz Viterbo, vi la circulación de mi propia sangre, vi el engranaje del amor y la modificación de la muerte, vi el Aleph, desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo.”

Jorge Luis Borges, El Aleph



  “[...] Si en aquella misma ciudad [se refiere a Roma] había una gran construcción circular donde ahora los cristianos se comían a los leones y en cuya bóveda aparecían dos imitaciones perfectas del sol y la luna, del tamaño que efectivamente tienen, que recorrían su arco celeste, entre pájaros hechos por manos humanas que cantaban melodías dulcísimas. Si bajo el suelo, también él de piedra transparente, nadaban peces de piedra de las amazonas que se movían solos. Si era verdad que se llegaba a la construcción por una escalera donde, en la base de un determinado escalón había un agujero desde donde se veía pasar todo lo que sucede en el universo, todos los monstruos de las profundidades marinas, el alba y la tarde, las muchedumbres que viven en la Ultima Thule, una telaraña de hilos del color de la luna en el centro de una negra pirámide, los copos de una sustancia blanca y fría que caen del cielo sobre el África Tórrida en el mes de agosto, todos los desiertos de este universo, cada letra de cada hoja de cada libro, ponientes sobre el Sambatyón que parecían reflejar el color de una rosa, el tabernáculo del mundo entre dos placas relucientes que lo multiplican sin fin, extensiones de agua como lagos sin orillas, toros, tempestades, todas las hormigas que hay en la tierra, una esfera que reproduce el movimiento de las estrellas, el secreto latir del propio corazón y de las propias vísceras, y el rostro de cada uno de nosotros cuando nos transfigure la muerte [...]”

Umberto Eco, Baudolino 









     Juegos circulares de lector.  En algún momento, tratando de determinar las coordenadas geográficas de Finis Terrae, la confundimos con la Última Thule (Tile, Tule, Thila, Thyïlea).  Deberíamos haber virado para Islandia, pero a ninguno  de los dos nos gusta el frío.  Así que revolvimos memorias lectoras y recordamos que cuando Eco incluye el fragmento de El Aleph en Baudolino, cuando el Diácono admirador de las maravillas de Occidente pregunta por un orificio en el escalón de cierta escalera, refiere a las muchedumbres de la Última Thule, porque estaban a los comienzos del 1200 y América aún no había sido oficialmente catalogada como existente.


     La Última Thule como América.  Entonces ya llegamos, aunque prefiramos simular que aún estamos camino a nuestro destino final, a nuestra tierra prometida.