sábado, 31 de agosto de 2013




     ¿Por qué una persona –digamos como mínimo- prudente lleva un diario? ¿Es esa pulsión de registrar por escrito la verdad que tan laboriosamente se oculta una inevitable vocación suicida? No hay razón razonable para ir sembrando pruebas –contundentes por su autoría- que habrán de labrarnos una certera condena. ¿Entonces: por qué?






      Primera explicación, condicionada: por culpa. La voz de la conciencia. El Super Yo que nos vigila. Falso. Falso. Falso. Me pongo de conejito de Indias para la experiencia de laboratorio. Ejemplo clásico. Carezco de sentimiento de culpa. No es materia de discusión: como lo culpógeno no me pega jamás pude adherir a las religiones ni a las extorsiones emocionales de parientes y allegados. Y como una cosa es la contracara de la otra, al no sentir culpa queda demostrado que uno no tiene conciencia. La “vocecita” interior. O.K.: yo escucho voces como toda esquizofrénica no medicada que se precie, pero no es una ni es chiquitita. Son varias y todas unas señoras voces. Definidas y con personalidad. No he llegado al extremo de ponerles nombre –todavía- pero las distingo con facilidad: la voz de la madre de familia, la voz de anteojos y la voz rubia que es mi debilidad. Pero ninguna de ellas tiene que ver con la conciencia, ni Jimmie Cricket ni Pepe Grillo. ¿Y el Super Yo? No funciona cuando uno es tanta gente que resulta imposible diferenciar en la multitud quién es, al final, el que manda.


    Definitivamente, no se trata de sublimar la culpa por lo que uno lleva un diario en el que inexplicablemente ES SINCERO.






     Segunda explicación, sospechosa: Por perverso sentido del humor. Ahí ya me entran más dudas. En mí hay demasiadas cosas perversas, de las que obviamente no voy a escribir acá (aunque sí lo haga en mi otro diario, ob-via-men-te, sino ¿de qué estaríamos hablando?). Y mi extraño sentido del humor es la peor de todas. El filar el abismo siempre me divierte y el vértigo y hasta el pánico me resultan tan graciosos como el absurdo. ¿Es divertido correr el riesgo de que todo se desbarate en un instante en que la verdad salga a la luz, una verdad que por escrito nos cuidamos de preservar mientras construimos un imperio de mentiras a nuestro alrededor? 

      Tal vez lo que resulta divertido es el exceso de adrenalina y no se trate de un chiste sino de una adicción…






     Tercera explicación, vergonzosa: Por arrogancia intelectual. Nos comportamos tan civilizadas, tan “adaptadas”, luciendo tan correctas y previsibles a simple vista que al reseñar la verdad verdadera disfrutamos el poner en evidencia la estupidez de los que compran la versión conveniente y doméstica de nosotros, quienes, a pesar de los años, seguimos siendo los mismo marginados de siempre. Desde nuestra trinchera literaria dejamos sentadas las pruebas de que tras la falsa realidad de papel maché nuestra diferencia ha sido sustentada con obstinada convicción. Que pese a todo NO PUDIERON VENCERNOS.






     Cuarta explicación, simple y certera: Porque un diario personal es un testamento que proclama lo que fuimos y lo que quisimos ser. No la versión de los demás sino la propia, la única que cuenta. Porque no queremos malos entendidos. Somos lo que somos porque queremos serlo. Punto.





martes, 27 de agosto de 2013




     ¿Por qué estoy tan molesta? Respuesta obvia: a veces el claro menosprecio puede colmar la paciencia del más calmo. Ya estoy acostumbrada a ese trato pero, de vez en cuando, me harto de soportarlo con mi inexplicable estoicismo. Así que soy, ¿qué? ¿mediocre? ¿estúpida? ¿del montón, inferior a, como corresponde, cualquier hombre por imbécil que éste sea? Y me callo la boca y sonrío como corresponde a una dócil mujercita doméstica que sabe que tiene que asumir su inferioridad con gracia y simpatía.






     Y, entonces, ¿por qué estoy molesta? ¿Por qué de un modo infantil y “romántico” espero recibir respeto de quién jamás lo he recibido? ¿Y qué me puede importar el respeto de quién no me respeta? El error está en ese empecinamiento de “ganar” su respeto. Yo ya soy yo, no tengo que hacer nada más que ser. Si eso no es suficiente, ¿para qué perder el tiempo? Y sobre todo a esta altura del partido…






     Una voz confusa repica a mis espaldas “¿Y ahora que le agarro? ¿Un ataque de sentimentalismo? ¿Espera que alguien se lo crea?”. Otra de mis voces sólo se ríe y la voz rubia, mi leal defensora, trata de encontrar un justificativo a mi patético arrebato: “Se supone que en tu casa no se atrinchera el enemigo. Es molesto tener que cuidarse las espaldas hasta cuando dormís.” Siento un poco de culpa ante su defensa. Tampoco es cierto. Que no confíe en nadie y jamás me relaje es verdad, pero también es un hecho que mi sensibilidad es la propia de un cactus. 

      O.K., estoy dramatizando de un modo exagerado y totalmente absurdo. No hay razón para que todo esto me afecte y, de hecho, no me llega más allá de provocarme la protesta aireada e innecesaria. Soy quién soy, ellos son ellos, cada uno tiene lo que se merece y cada cual seguirá siendo lo que siempre fue. Fin de la cuestión.







viernes, 23 de agosto de 2013

Work break o de como la locura puede ser la única opción para vencer el desquicio.






     No es que me haya muerto ni que definitivamente renunciara a este seudo diario electrónico, sólo ha sido demasiado trabajo, todo junto y bajo presión. No es anormal, uno más o menos sabe que se dan estas rachas, y cuando aparecen uno hunde la cabeza entre los hombros, traba los músculos y le da para adelante. Y si bien soy una de las que siempre está despotricando sobre lo ingrata e inhumana que se ha vuelto la profesión que ejerzo en mi vida civil, realmente lo siento, lo digo, pero no me importa mucho.






     Pero cuando tengo frente a mí a una colega que, con voz ahogada y celeridad de desesperación, me relata como ya no puede soportar más esta actividad me alegro de la invulnerabilidad que me otorga mi apatía. Me dice con ojos húmedos en mitad de un pasillo que ya no soporta a la gente que demanda y demanda de un modo absurdo (llama un lunes, llama un martes, llama un miércoles ¡y los tres días uno le dice lo mismo! y llama el jueves, y llama el viernes…); el maltrato cotidiano de los empleados públicos que suponen que uno concurre (a trabajar) sólo para molestarlos; el tráfico que pareciera ser atraído por imanes todos juntos a las mismas intersecciones justo cuando uno tiene un límite horario que no puede posponer (los benditos vencimientos); y el dinero, ese dinero que no se consigue porque nadie paga y, cuando lo hacen excepcionalmente, los impuestos y cargas se llevan la mayor parte. 

     Sé (porque es lo que hago mecánicamente, como reflejo) que le sonreí con comprensión y simpatía y traté de que supiera que lo mismo sufrimos todos, por lo que le sirviera de consuelo el mal de todos. Y eso derivó –previsiblemente- en el enunciado de la pormenorizada nómina de todos los colegas que han ido cayendo como moscas los últimos meses. Infartos, accidentes cerebrovasculares, ataques de pánico. “Me bloquié” –me decía con una cara de espanto que me asustó más que la idea- “estaba sentada en la computadora y no sabía que tenía que hacer. Llamé una amiga y pensó que la cargaba. Cuando entendió que le hablaba en serio me quiso mandar una ambulancia.” Es triste, pero ese tipo de episodios se lo escuché contar a más de una persona. Parece un mal contagioso. Una de mis voces me susurró en paralelo “Y vos tan preocupada porque tu Buey Apis te salió con cara de langosta…” Ya bien adiestrada a no contestar en voz alta a mis voces (para disimular una normalidad acorde al medio), mientras seguía haciéndole de oyente terapéutica a mi colega, repliqué para mis adentros que realmente ese sí era un problema.






     Estructuré la hermosa y soberbia cabeza de mi Buey, cuidando que tuviera el porte suficiente para sostener la parte superior del Totem (mi Monito Gagool, mi León-Medusa, la Anfisbena y el Buho Oráculo); le dí solidez y prestancia, y cuando retrocedí tres pasos comprendí que lucía como ¡un insecto! 

      He pasado los últimos días, corriendo y bregando en mi trabajo civil, tratando de comprender porque mi inconsciente me jugó tan mala pasada. Atribuí la culpa –según mi particular lógica- a Woody Allen, ya que él fue la voz original de Flick en la película Ants, pero el tema es que mi Buey no se parece a una hormiga. Tiene cara de langosta. Salta, salta, salta, pequeña langosta, ve con el Pequeño Saltamontes… Pero no, no estaba pensando en Kung Fu. No sé. Un auténtico misterio.


 “Estoy buscando un trabajo en relación de dependencia. De lo que sea”- me seguía diciendo mi desesperada colega. “Necesito algo fijo, no puedo seguir así. Hay que pagar el alquiler de la oficina, el teléfono, la luz, las matrículas de Provincia y Capital, el aporte jubilatorio obligatorio porque si no te inhibe la Caja, el monotributo , las resmas de papel y los cartuchos de tinta de la impresora. ¡Ya no puedo cubrirlo todo! ¡No doy más! “ 

      Una parte de mi comprendía cada una de sus quejas, porque yo también las recito una o dos veces por semana. Pero para ella (más joven, tal vez por eso más vulnerable a la falsa fe de que una profesión liberal te da “libertad”) esas cuestiones la angustiaban de un modo físico que semejaban el fin de su mundo . Pensé con cierta filosófica curiosidad que esas mismas cosas a mi me angustian… cinco minutos. Y después se me corporiza en la mente mi Buey cara de langosta y me devano los sesos en cosas más ¿profundas? Digamos que distintas.






     Al rato cuando me separé de ella deseándole “suerte” (expresión estúpida si las hay) me quedé con dos sensaciones contundentes: la primera –obvia e indiscutible- de que soy una persona rara; la segunda, que mi locura me viene salvando de enloquecer en el ejercicio de un trabajo profesional que se ha vuelto manifiestamente insalubre. Y por asociación de ideas (cadena que si la explayara aquí haría que viniera alguien con el chaleco de fuerza) colegí que a la Zoología Fantástica de Borges que plagia a la de Plinio yo puedo aportarle una Zoología chanfleada donde la morfología de mis bestias es el resultado de una personalidad múltiple demasiado influenciable (esquizofrenia dubitativa). Y recordé a Eco contando la decepción de Marco Polo frente a los unicornios y su preocupación por las vírgenes:






Ante el fenómeno desconocido, a menudo se reacciona por aproximación: se busca ese recorte de contenido, ya presente en nuestra enciclopedia, que de alguna manera consiga dar razón del hecho nuevo. Un ejemplo clásico de este procedimiento lo encontramos en Marco Polo, que en Java (lo comprendemos nosotros ahora) ve unos rinocerontes. Se trata de animales que no ha visto jamás, pero, por analogía con otros animales conocidos, distingue el cuerpo, las cuatro patas y el cuerno. Como su cultura ponía a su disposición la noción de unicornio, precisamente como cuadrúpedo con un cuerno en el hocico, Marco Polo designa a esos animales como unicornios. Luego, puesto que es un cronista honrado y minucioso, se apresura a decirnos que, sin embargo, esos unicornios son bastante extraños, quisiéramos decir poco específicos, dado que nos son blancos y esbeltos, sino que tienen ´pelo de búfalo y patas de elefantes´, el cuerno es negro y poco agraciado, la lengua espinosa, la cabeza parecida a la de un jabalí. ´Trátase de bestia muy repulsiva a la vista. No es, como decimos nosotros, que se deje capturar por la doncella, sino lo contrario.´(Million, 143). 

 Umberto Eco, Kant y el ornitorrinco Random House Mondadori SA, Uruguay 2013, pág. 65








lunes, 19 de agosto de 2013

Regreso definitivo a RAGNARÖK






     Definitivamente arranqué con la parte final de mi Totem. Mi Buey Apis enfurecido. No lo boceté ya que no se me ocurre como lograr con papel tissue hacer una animal imponente, parado en las dos patas traseras y amenazante con las dos delanteras, que tenga el poder suficiente de sostener todo el grupo superior. Confío que en el “ir haciendo” la idea surgirá sola. Estructuré la cabeza con cajas para sostener la base del Buho Oráculo y de la Anfisbena. De la cabeza para abajo veremos. El experimento es tan divertido resulte bien o resulte pésimo. Y aunque parezca mentira, en reparar cada pifia está el camino certero hacia la perfección.






     Como el grupo ya tiene bastante porte (un metro treinta desde el pie del Buho Oráculo hasta la cabeza del Monito Gagool, y unos metro diez de amplitud de las alas), al retomar el trabajo me ocupa un espacio importante en el talle, convirtiéndose en un estorbo ineludible. Esa propia incomodidad es la clave para evitar que me distraiga en otra cosa. Mientras el Totem esté en trabajo no puedo abrir los caballetes. Por eso es empezar y seguir hasta el fin. En cierta forma siento que si termino el Totem, como símbolo lúdico de Ragnarök, la serie terminará cerrándose y concluiré las otras obras que tengo en la cabeza de un modo absolutamente natural.






     Muchas (¡muchísimas veces!) me he burlado con sarcasmo de los artistas que dan complejas explicaciones sobre el factor psicológico-inconsciente de su proceso de creación. Pavadas, a mi criterio. Todo se trata de tener la imagen en la cabeza (la idea, el concepto) y después trabajar a lo bestia días y días, semanas y meses, para lograr en los hechos la mayor aproximación posible a esa idea. Pero ahora, escribiendo esta especie de diario, me veo reconociendo la cantidad de factores aleatorios (estados de ánimo, elaboración inconsciente, el factor desconocido –suerte, casualidad, magia- que solucionará el conflicto técnico) que incluyo en mi trabajo. No se trata sólo de concepto/trabajo. Hay más. 

      Pero como no me gusta (no estoy acostumbrada) dar trascendencia a cualquier cosa que no sea escrupulosamente racional y que mi cerebro haya masticado hasta deglutir por completo, voy a hacer como que este factor inexplicable no fue registrado por mi radar y que jamás, ¡jamás!, he reconocido lo que acabo de reconocer. He visto este tipo de negación en los discursos diarios de los políticos, si ellos pueden, ¿por qué yo no?





miércoles, 14 de agosto de 2013

 


     Es imposible concentrarse. En la mesa vecina un psicótico (¿oligofrénico? ¿border line? Alguien evidentemente violento, alguien evidentemente simple, alguien evidentemente a punto de ebullición) habla a los gritos y gesticula aparatosamente. Paré por café, pausa a mis pies y refugio al frío de la calle, dispuesta a conceder unos minutos de calma a mis pensamientos. Pero elegí mal la mesa. No puedo elucubrar sesudamente la viabilidad de usar películas de acetato cristal para proteger las obras cuando alguien a menos de metro y medio despotrica audiblemente (muy) contra un montón de gente.

     Por más que me tuviera sin cuidado la vida ajena, este individuo pretendía que todos los presentes supiéramos detalles escabrosos (a su criterio) de sus parientes cercanos, compañeros de un presunto empleo y de la institución dónde (supongo) lo aíslan con periodicidad en beneficio de la sociedad. Por dios, que se calle. Al parecer lo que más lo indigna es que apaguen los cigarrillos en las macetas que le mandan a regar a él. “-¿Qué? ¿Tengo que regar los filtros? ¿Qué, van a brotar?”. Y, ¡oh, lo peor!, esta misma gente corta las factura en rodajas… Tengo que aprender a elegir mesa. 

    La mujer que está con él (me da la espalda y apenas habla) parece alimentar su indignación al replicar con gestos y monosílabos. Ahora la ira es contra los bomberos, prefectura y defensa civil, quienes, parece, visitan con frecuencia el lugar y permiten que se tiren los cigarrillos en las macetas y se rebanen las medialunas. Se inclina sobre la mesa, hablando muy bajito a su compañera, mirando alrededor como si sospechara de pronto una confabulación en su contra. Yo evito mirarlo, por si las moscas. Pero no puedo evadirme de su barullo. De pronto exclama teatralmente -¿Hace frio afuera?” y parándose apresuradamente se va con la mujer, a la que arrastra de un brazo. El mozo no lo corre, así que doy por hecho o que pagó antes o que lo conocen y no le cobran.






     Habemus silencio. Trato de volver a mis meditaciones sobre mi Silk Road y los recaudos para su traslado a la Córdoba andaluza. Una mujer aparece y ocupa la mesa liberada por el loco. Habiendo tantas otras mesas… La observo con desconfianza, pero ella está atenta a su celular. Parece normal y silenciosa. Vuelvo a lo mío. ¿Y si trato de conseguir esas cajas planas de acrílico donde suelen resguardarse los documentos y fascímil en exhibición en los museos? La mujer de la mesa vecina saca una pequeña notebook. Una Vaio. Y pidió medialunas con su café. ¿Irá a cortarlas en rebanadas? La verdad, ¿qué me importa? Por qué me distraigo... 

      Las cajas de acrílico pueden ser una idea, pero son frágiles para un traslado en bodega de avión, donde tiran y apilan los bultos de cualquier manera. Menos frágil que un vidrio, cierto, pero no lo suficientemente resistente. Si bien lo del doble paspartú es potable para unificar estéticas y continuar con el espíritu barroco que impera sobre toda la serie, no alcanza para asegurar que las obras estén en dignas condiciones de cuelga. Para eso hay que enmarcar –madera, metal, o hasta plástico- pero enmarcar a la vieja usanza. Y los marcos tampoco sobreviven los viajes, ya lo hemos experimentado. Parece que a esto no hay salida. De golpe una voz de mujer, con contundente acento español, parlotea con rapidez desde la mesa de la mujer. Desde su computadora. ¿Está viendo una telenovela o una película? Suena como Victoria Abril en una vieja película de Almodovar. ¿A las 10:30 de la mañana, en la mesa de un bar? ¿Es necesario? ¿Y cómo come las medialunas? Todavía no las tocó, ocupada en romper dos sobres de azúcar en su café. Azúcar, no edulcorante. No está a dieta. Se nota. Pero, ¿qué me importa? Vigilo con lo que supongo cierto disimulo el plato con las medialunas (de manteca, no de grasa). Repentinamente un destello me ciega y me distrae de mi distracción. En la mesa de atrás de la mujer un hombre mayor esgrime una lupa gigantesca para leer con atención no sé qué página del diario. El reflejo del sol contra la lupa me pega en los ojos obligándome a desviar la vista. Una lupa de quince centímetros de diámetro, como menos. La mujer agarra una medialuna y la hunde por completo en la taza de café. ¡Qué horror! ¿Dónde me metí? El hombre de la lupa pasa la página y veo que lee el Clarín. Clarín miente, recito por reflejo condicionado. La mujer termina la segunda medialuna mientras las voces desde su computadora hacen de música de fondo.







     No estuve ni veinte minutos en el bar y ya estoy completamente agobiada. ¿No hay normalidad en ninguna parte? O tal vez eso es normalidad y yo no lo entiendo porque soy la no-normal. Mejor me voy, antes que el dolor de cabeza que me asecha desde temprano me atrape por completo. Decido con resignación que la vida me supera y que debería remitir las obras enrolladas y que las enmarquen al recibirlas. Todo se ha vuelto demasiado complicado esta mañana.




martes, 13 de agosto de 2013

Última parada de mi Silk Road: Nubia.






 


     El plan de montarlas sobre doble paspartú recortado no está funcionando. En el primer experimento (en proporción, con un dibujito ad hoc para ver el efecto) no me convence. Los bordes de los recortes quedan toscos, demasiado irregulares; los cartones tienden a curvarse en distintas direcciones, y, para que den efecto tienen que ampliar en demasía la obra (y la idea era que no fueran tan grandes. Y no veo como colocarles sostenes en el dorso para la cuelga sin torcerlos aún más. Mal, mal, mal. Tal vez aplicando una lámina de acrílico al montaje pueda mantenerlos derechos, aunque sigo con el problema del tamaño y agrego, probablemente, el peso y el riesgo de quiebre. Habrá más “trabajo de campo” a ver si encontramos la solución. Enmarcar en destino es la última opción.








viernes, 9 de agosto de 2013

Apuntes sobre RAGNARÖK






     Después de una pausa que sirve para dar aire y asentar ideas, retorno a dedicarme obsesivamente a mi Ragnarök. Y a más de terminar algunas obras que andan todavía en mero proyecto (La lista de Ángeles y Demonios, la Inquisición en América) la idea es también ya empezar a buscar espacio para su exhibición. Como siempre (soy metódica y ordenada en esto, aunque invariablemente fracase) primero voy a intentar conseguir un espacio cultural sin costo, sometiéndome a selección y crítica. Estoy compilando convocatorias para presentar carpeta de propuesta y ver si alguien se interesa. No diré que mi fe es profunda a este respecto pero mi obstinación alcanza y sobra para suplirla. El primer intento será a la convocatoria hecha por el CCEBA (Centro Cultural de España en Buenos Aires) para programar los años 2014/15. Piden dossier con resumen del proyecto, imágenes y curriculum. Seleccioné algunos textos del blog donde divago sobre el sentido de Ragnarök y fotos de las obras concluidas, no creo que haya mucho más que explicar (apenas vean La Santa Inquisición –I y II- probablemente dejen de considerar el resto sin necesidad de más data).







     El texto compilado me gusta mucho y creo que define bien la idea. Lo transcribo. 


Dice Borges al final de Ragnarök: “Sacamos los pesados revólveres (de pronto hubo revólveres en el sueño) y alegremente dimos muerte a los dioses.” 


 No pude apartarme de esa imagen jamás. Cuando leí por primera vez Ragnarök (allá en mi adolescencia) el texto me maravilló aunque no conocía que significaba la palabra. Años después supe que era una referencia nórdica al apocalipsis. El ocaso de los dioses. Después me reencontré con el término con referencia a montones de cosas distintas. Y lógicamente yo también le atribuí mi propia significancia: mi opinión definitiva sobre la religiosidad (la fe, la superstición o eso en lo que se cree cuando uno no cree en nada o cree en todo). Ragnarök es mi pasar en limpio mis convicciones. 


 Ragnarök me suena la palabra perfecta para definir que las religiones históricas tuvieron un desarrollo en el tiempo y un final racional al evolucionar el hombre culturalmente. En el catecismo te adoctrinaban que “tener fe” es no preguntar. No preguntar implicaba no pensar, porque pensar te lleva a notar contradicciones e incongruencia y por eso preguntas. Si preguntas incurrís en el pecado (¡gravísimo!) de no tener fe. Si no tenés fe estás condenado al infierno, al tormento eterno, donde te rechinan los dientes (las imágenes que se te pegan en la infancia…). Pero lamentablemente (o no) el excesivo contacto con los libros termina volviéndote hereje. La culpa la tendrá la imprenta. O la excesiva cantidad de librerías de Buenos Aires. O la escuela primaria que te enseñó a leer. Y llega el día en que aceptás el precio (¿el infierno?) de usar la cabeza para pensar. Y de preguntar. Y de querer buscar respuestas que te convenzan. La “fe” es buena excusa para justificar la ignorancia. Pero se supone que debemos propender a una mayor, profunda y más inclusiva educación. A “erradicar” la ignorancia, ¿no? Y llega también un día en el que comprendés que el que los dioses estén muertos (hasta asesinados a los tiros en la alegre imagen borgiana) te otorga real libertad de pensamiento.

Ragnarök, explico, es el resumen del divagar de mi curiosidad tras los dogmas de las religiones históricas, de mi pacífica rebelión contra el “es así y no se explica, es la fe”. Es mi absoluta sorpresa cuando (ya bastante grande y suficientemente agnóstica) me topé en un libro con la argumentación histórica e historiográficamente sólida de la identidad del padre (biológico) de Jesús. Literalmente se me cortó la respiración al tropezarme con Judas de Gamala, el líder de la Rebelión del Censo. Después me enojé: ¿Cómo no supe de esto antes? Ragnarök es una búsqueda de verdad. Ragnarök es la recuperación de la libertad de pensamiento. Ragnarök es un tema que no me tienen que sacar en una reunión social porque –sospecho con fundamento- es un tema del que la gente no tiene ganas de hablar. Ya viven sin dioses, ¿para qué más? Ragnarök es una serie de trabajo cuyas reproducciones adjunto (obras terminadas y obras en ejecución). 

     Y siguen las reproducciones que arruinan (quizá) la probable buena voluntad que hasta ahí tuvo el jurado. Es un deja vú; esto ya lo viví (¡tantas veces!) antes.









martes, 6 de agosto de 2013




     Una cosa por vez, insisto en decirme aunque que sé por experiencia que no me hago demasiado caso. Pero a veces es imprescindible el orden para poder concretar las cosas. Como si se tratara de una lista de supermercado, mentalmente voy tildando la nómina de hipotéticos pasos que delimité para convertir en realidad la muestra de mi trabajo en España el próximo febrero. Primero, obviamente, tener listas las obras que quiero exhibir. Espero este fin de semana terminar la última parada de mi Silk Road. Le falta un poco más que un par de días de trabajo, pero como por el viaje llevo casi veinte días de abstinencia, ese furor hace que probablemente de un saque la acabe. Listas las seis obras que expresamente preparé más las dos que irán de complemento, ítem obras está OK.






     Costos y aranceles: solucionado el problema. El viaje a la Florida me permitió en territorio extranjero volver realidad lo que en mi tierra era una utopía inalcanzable: cambiar mis ahorros por euros. Cuestión financiera: solucionada. Montaje: en mi incursión por la movida artística foránea (uno, aunque viaje por cualquier otra razón, presta atención a su business y a la competencia) he obtenido ideas interesantes de como montar obras pequeñas sobre papel de manera que sea fácil (y barato) su traslado allende los mares. Ya compré algunos artilugios para experimentar la viabilidad material de esas ideas. Si el resultado es satisfactorio, podría remitir las obras ya preparadas para su cuelga. Eso –a más de abaratar costos- me asegura mayor control: las obras se mostraran exactamente como yo quiera. Curaduría a larga distancia. Supervisar hasta el menor detalle es algo que no puedo evitar pretender por instinto de psicópata, aunque me relaje cuando la realidad me recuerde que tanto es imposible.






     Envío: en los próximos días voy a comprar los diversos modelos de cajas de encomiendas que provee el Correo Oficial, para probar cual de ellas concuerda mejor con mis planes. Siempre puede recurrirse a otro tipo de embalaje (si mal no recuerdo de envíos anteriores, el límite es un metro de lado, medida que me sobra, y los límites de peso tampoco me preocupan ya que se trata en definitiva de papel y un poco de cartón).






     Prensa: Unas postales con las imágenes de mi Silk Road para distribuir de los dos lados del Atlántico. Aunque debiera ser lo más simple siempre es lo que al final falla: las imprentas y la puntualidad parecen ser cuestiones intrínsecamente incompatibles. Pero supongo que hay tiempo y, de última, si algo tiene que salir mal por ley natural, que esto sea lo único que falle es un daño colateral aceptable.






     Tras tildar toda mi lista creo que puedo considerar que esto ya está. ¡A otra cosa mariposa! Y entonces será tiempo de volver a concentrarme exclusivamente en acabar también mi Ragnarök.





sábado, 3 de agosto de 2013




     Tal como corresponde hago exactamente lo contrario a lo que las “buenas” (por así decirlo) lenguas me aconsejan. La mayoría de las veces no es porque e-xac-ta-men-te lo esté buscando, sino porque surge, se da, y, sobre la marcha, me convence (me resulta divertido o estéticamente satisfactorio) y le doy para adelante. Quienes por alguna razón que ignoro se consideran mis “asesores” pegan gritos de espanto, aúllan que qué cosa estoy haciendo, que tengo que dar coherencia de estrategia de marketing a mi carrera, que tengo que guardar cierta compostura para que el mercado no me rechace, y bla, bla, bla con sus etcéteras. Es muy probable –probabilísimo- que sea así y es del todo cierto que precisamente ese factor es el que me tenga más sin cuidado. Ahí voy yo, como siempre, haciendo lo que me venga en gana. Siguiendo el viento y el cálido placer de creer que lo que deba ser será.






     Al fin y al cabo –digo, y elevo la voz en una pueril e indignada defensa de mi postura- si siempre he dibujado gente desnuda, ¿a que sorprenderse que haya aceptado ser incluida en un sitio netamente erótico? (-Lo que te dicen es que de ahí a la pornografía hay un pasito- me traduce con paciencia una de mis voces. Lo que te dicen es que si querés que te cuelguen más seguido dejá de filar el precipicio.) En mi criterio (errado, puede ser, pero absolutamente mío), se trata sólo de difundir la obra y uno no anda discriminando al público para ello. Yo muestro mi trabajo a quién lo quiera ver, la mirada con que lo mire ya es cuestión del espectador. Como ya me aburrí de decirme a mi misma: no soy responsable de las fantasías ajenas, que a duras penas cargo con las propias.






    Y así, desde hace un par de días, varias de mis chicas se despliegan en www.onlyeroticart.com y yo me he ganado que otros galeristas y art dealers me borren de sus agendas. Que se le va a hacer.