sábado, 30 de julio de 2016





     Bienvenido a casa.  Y es un reencuentro en todas las de la ley, porque reconozco la textura y el amarillento de las páginas: es la misma edición que  yo encontré olvidada en un galpón por un albañil allá en mi infancia.  Sólo que aquel ejemplar estaba sin tapas y sin el primer y el último librillo de encuadernación.

 
     Por primera vez leo su prólogo y me río a carcajadas.  ¿Múltiples imágenes, múltiples yo?  Bueno, es lógico que, aunque circunstancialmente lo desconociera entonces, ese texto perdido haya sido iniciático en mi vida.  El laboratorio de los Espejos.






     “(…) Era una inmensa sala de paredes de espejos…  Las puertas eran casi invisibles…  Aquellas puertas hacia las que uno avanzaba viéndose distinto y saliendo de la misteriosa estancia que cerraban…  Aquellas puertas que se abrían hacia fuera, de tanto que salía por ellas la imagen que nos devolvía la luna del espejo; imagen que era nuestra, pero no la nuestra.

     Había sentido cómo aquella tercera puerta me llamaba y me marché hacia ella.  Yo marchaba hacia ella y de ella salía una imagen mía –que no es la imagen mía- que marchaba hacia mí.  Me reconocí en ella, desde luego; y me asombré de reconocerme en aquella manifestación inesperada de mi plural ontología literaria.

     Todos sabéis que se habla mucho –desde que Sigmund Freud se hizo tan popular como Jack Dempsey o Alejandro Dumas- de los diferentes yoes…  Ya hasta los egoístas más fanáticos y contumaces condescienden a hablar del “otro-yo”.  Es decir, que la gente admite eso tan sugestivo y tentador –que muchas veces conduce a los delirios voluptuosos de la proesquizofrenia- de ser más de uno en sí mismo, quizá para justificar el hablar solo, acaso para tener a quien echarle la culpa de los desafueros cometidos, tal vez para sentirse más fuerte…  La gente admite, pues, la existencia del “otro-yo” y también la del “super-yo”.  Aquí se arma un poco de tomate con el subconciente y la sobreconciencia; el diablillo de la proclividad al mal, y el Ángel de la Guarda.  Pero no es cosa de ponernos aquí a remontar la ciencia ni la conciencia, la psicología ni la vida angélica; aquí tenemos que hablar, sencillamente, del laboratorio de los Espejos…

     Estamos de acuerdo en que el hombre tiene varias personalidades, según se mire él, o lo miren sus amigos, su mujer, sus jefes, sus subordinados, sus hijos, su madre…  Según es en realidad y según lo juzga Dios.  Por cierto, es muy complicado.  Pero el hombre es proteico de varias maneras.  No solamente en la latitud de los otros-nos y en la longitud de la fama, sino también en su capacidad de crear –de segregar, casi mejor dicho- seres a su imagen y semejanza que asumen las responsabilidades de algunas manifestaciones biogénicas de la mente literaria.  Es lo que el literato tiene de prodios.  Es su capacidad de dar vida pública a criaturas latentes en a memoria hereditaria –los personajes-, pero es también su facultad de eonizarse en seudónimos y anagramas, que se distinguen unos de otros –cuando son realmente distinguidos- y se diferencian en sus modos de ser y de hacer.  No se trata de fregolismos ni de cosmética, sino, real y verdaderamente, de cariocinesis ontológica.  Su sede natural es, por suputo, el laboratorio de los Espejos.

     Avancé hacia la luna de la tercera puerta y de ella avanzó hacia mí la imagen clara de Troyam Japrysh.  Nos confundimos en un abrazo integrador de tan comulgado y me metí por aquellos dominios sin necesidad de abrir la puerta; pues la verdad es que aquellas puertas se abrían sin abrirse; sencillamente se pasaban.

     Troyan Japrysh era alto y fuerte, con unos inmensos ojos a un tiempo dulces y firmes, donde alumbraban la bondad y la resolución.  Allí estaba, en medio de las vidas que yo le había ofrecido, tratando de interpretarlas y transmitirlas.  Aquellos hombres y mujeres que Troyan Japrysh había descubierto en su camino, porque yo se los había puesto por delante, mantenían el secreto de sus vidas, de sus pensamientos y sus obras.  A Troyan Japrysh le tocaba penetrarlos, descifrarlos, describirlos, manifestarlos.

     Eran hombres y mujeres de muy distinto tipo, y todos ellos habían sentido, de alguna manera, el álgido paso cauteloso de Tanatos.  Se habían visto mezclados en siniestros asesinatos, y algunos, entre ellos, eran los mismísimos jinetes del Caballo Pálido que habían osado volver al polvo el polvo de su hermano…

     Troyan Japrysh tenía que poner a los asesinos en trance de confesión,  No le correspondía a él resolver si la confesión sería un alarde de cinismo o un acto de constricción.  Troyan Japrysh no era un juez, ni siquiera un crítico.  Troyan Japrysh era, sencillamente, un narrador.  Un testigo omnividente, quizá; un cronista veraz, sin duda.  Es decir: no un historiador, sino un novelista.

   De ahí que Troyan Japrysh pueda decirnos aquí como cuentan su cuento un asesino enamorado, un asesino perdido, un asesino vanidoso y un asesino melancólico…

     Pasad la hoja.

                                                                                                                           Walter Ego”


Abel Mateo, El Asesino cuenta el cuento  El Triángulo Verde, Buenos Aires 1955, página 7/9.-








jueves, 28 de julio de 2016



 

    Tras casi treinta de años de búsqueda creo que finalmente encontré ese libro de autor y título desconocido.  Probablemente la mitad de mi biblioteca –la de temática policial- sea consecuencia de esa búsqueda empecinada.  Le debo a ese librito roto, sin tapa y sin sus páginas iniciales y finales, haber descubierto autores maravillosos y a una cantidad de horas inolvidables y gratas enredada en misterios y sospechas.

     Pero, decía, creo que finalmente lo encontré.  Siguiendo mi rutina de caza, compré entre otros títulos un librito usado de editorial Kapeluz “Cuentos Policiales Argentinos” (Buenos Aires, 1995), con selección de textos y estudio preliminar de Fermín Fevre.  Ya desde la tapa auguraba a Borges y a Bioy, y eso sólo (aunque seguramente ya hubiera leído esos cuentos y los tuviera en otros libros) era sobrado justificativo para rescatarlo de los anaqueles de la librería de viejo de calle Corrientes y lo trajera a casa.





    Y todo libro que compro tiene un mismo recorrido: primero mi mesa de luz, lectura apacible, después lo inventarío en un archivo de mi computadora y lo llevo a mi biblioteca, en la parte alta de casa, y escojo cuidadosamente su lugar: por autor inicialmente y por temática si no tiene antecedente.

    Mi reciente adquisición resultó deliciosa ya desde su primera página.  Fermín Fevre hace un compendio de los orígenes del relato policial y cita autores y títulos, la mayoría que he leído y poseo, y recorrerlos de nuevo con él fue un paseo divertido.  Pasó de autores internacionales a centrarse en los argentinos y ahí si bien conocía y eventualmente había leído algo de cada uno de los citados mis posesiones eran menores.  Hasta que llegamos a la reseña del año 1955:

“Año 1955:  Se publica la novela La muerte baja en ascensor, de María Angelica Bosco, con la cual la autora obtiene el Premio Emecé de 1954.  Novela ésta de buena factura y compleja trama, está ambientada en una casa de departamentos de la calle Santa Fe.
  Se da también a conocer Marco Denevi, que con su Rosaura a las diez obtiene el Premio Kraft.  Se trata de una novela psicológica, muy bien estructurada, que permite ser incluida en el género.  Se publica también El asesino cuenta el cuento, de Abel Mateo. (…)” (página 26, obra cit.).


    La obra de Bosco la conocía de referencia y a Deneví lo he leído y su Rosaura está presente entre mis libros.  Pero de Abel Mateo era la primera vez que tenía noticia.  Y ese título “El asesino cuenta el cuento” era uno de los que consideraba probable para mi libro buscado, sólo que en inglés –ya que los personajes y el escenario que yo recordaba era británico o norteamericano-.  Marqué la página (ya era entrada la noche cuando leía esto) y me propuse indagar sobre este autor argentino.

Y (¡bendita!) internet mediante, al día siguiente leía (artículo de Gonzalo Santos para Perfil):

     “La literatura argentina abunda en grandes olvidados que antes o después terminaron desenterrados de la amnesia general. Pero aún no le llegó el turno a Abel Mateo, escritor de novelas policiales que se ubica entre los pioneros de un género hoy en auge, pero que en los años 30 representaba casi un gesto de excentricidad. La literatura argentina abunda en grandes olvidados que antes o después terminaron desenterrados de la amnesia general. Pero aún no le llegó el turno a Abel Mateo, escritor de novelas policiales que se ubica entre los pioneros de un género hoy en auge, pero que en los años 30 representaba casi un gesto de excentricidad. (…)  Para el crítico Jorge Lafforgue, autor junto con Jorge B. Rivera del clásico ensayo Asesinos de papel (1977), si bien “sus empeños no fueron revolucionarios (Borges, Walsh), ni brillantes (Bioy, Pérez Zelaschi, Martini, Piglia, De Santis), su actual borramiento es inmerecido”. Si revisamos diccionarios (de Adolfo Prieto a César Aira), manuales diversos e historias  (en la canónica de Enrique Anderson Imbert, que supo cultivar el género en la misma época que Mateo, apenas aparece su nombre incluido en una enumeración), es ninguneado una y otra vez.  En la página de la Biblioteca Nacional, donde debiera estar su biografía dice: “Es el autor que más ha escrito en la tendencia policiaca”. Eso es todo. Ni siquiera figura la fecha de su deceso…”  






    Bueno, un autor olvidado con “obras editadas hoy inhallables” sonaba como muy apropiado, aunque insisto que mi convicción era que yo buscaba a un escritor inglés o norteamericano no un compatriota.  Seguí indagando por la web, que aunque no fuera el objetivo final de mi búsqueda ya era objeto de mi total interés.

    Y Google me trae el link a “El asesino enamorado” de El Asesino cuenta el cuento (http://www.bn.gov.ar/media/page/el-asesino-enamorado.pdf), y en el listado de personajes que encabeza el cuento me reencuentro (¡finalmente! y juro que casi puedo llorar) con algunos de esos viejos personales perdidos: Percival Garden, Francine Viamont…  ¡¡¡¡LO ENCONTRE!!!!






     Hay un vértigo inenarrable en llegar a ese lugar al que durante tanto tiempo estuvimos bregando por llegar sin creer realmente que arribaríamos alguna vez.  Busqué ese libro perdido tanto tiempo, con tanto tozudo empeño, dudando de que alguna vez lo encontrara.  Cacería infinita por el placer de la caza tras una presa que sospechamos inexistente.  Pero de pronto, sorpresa, lo encontré…

     Rápidamente me deshice de la emoción diciéndome que encontré autor, título y editorial pero que todavía no tenía el libro en mis manos (releerlo en línea no es exactamente lo mismo que colocarlo en SU lugar en el estante de mi biblioteca donde siempre podré volver a él).  Mercado Libre mediante (que después de internet en general y Google en particular es la tercera pata de mi Santa Trinidad) ubiqué un ejemplar disponible a la venta.  Se supone que el sábado próximo me reuniré con el vendedor y finalmente volveré a tener ese libro en mis manos y física y oficialmente nos habremos reencontrado.  La ansiedad me impide hacer mucho más por estos días.

    ¿Con que pasión perdida rellenaré el hueco que este encuentro imposible dejará vacante?   ¿Detrás de  qué otra estrella fugaz e intangible podré corretear como excusa para perder el tiempo entre libros viejos en librerías desordenadas llenas de polvo y olor a vainilla?  Tengo que hallar otro grial que perseguir...






























miércoles, 27 de julio de 2016


Jugar con basura – Segunda parte







     El destino de la basura es ir a parar –precisamente- a la basura.  El destino de mis diversos cachivaches probablemente sea también terminar en la basura.  Entonces, ¿qué importancia tiene que antes de llegar a ese destino común e inevitable se entretengan jugando un rato conmigo?













lunes, 25 de julio de 2016






     Trato de explicarle el asunto de las texturas, pero no me entiende porque asocia textura a pintar al óleo con espátula.  Puede haber textura aunque no haya relieve, la diferencia que otorga el soporte de papel y la superposición de medios.  Ese pretender que el color haga la trampa.  Trompe- l´oeil.  Engaños estéticos.






     Estoy jugando.  Hago lo que hago porque sí, para reflejar una idea, una sugerencia, una posibilidad.  No hay razón lógica, ¿por qué tendría que haber reglas?  Si al final la imagen que me devuelve la obra concluida coincide con el placer de hacerla, entonces para mí todo está bien.  Muy bien.







sábado, 23 de julio de 2016




     Dice el personaje de Gillian Anderson (Stella, aunque siempre será Scully), en el último capítulo de la segunda temporada de The Fall, que lo que más temen los hombres es que las mujeres se rían de ellos; lo que más temen las mujeres es que los hombres las maten.

     Y como las cosas suelen confabularse para rondar en grupo en ese supuesto desorden que es el universo de la web, en la TimeLine de mi cuenta de Twitter aparen comentarios de artículos sobre la artista Ana Mendieta y actuales protestas frente a la Tate Modern Gallery de Londres.





      En el artículo  publicado en el suplemento cultural de El Pais, Babelia,  Estrella de Diego  (http://cultura.elpais.com/cultura/2016/07/12/babelia/1468319700_895797.html), tras recordar el constante maltrato psicológico de Picasso a sus mujeres -en especial a Dora Maar-  pasa a referir:

     "Ahora, un grupo ha protestado frente a la Tate Modern por la presencia del escultor minimalista Carl André. Le piden cuentas sobre la muerte de su mujer, la artista cubana Ana Mendieta, quien cayó por una ventana en circunstancias oscuras y de cuyo asesinato André fue acusado primero y absuelto después -igual que tantos hombres que también hoy ejercen la violencia de género."







     "El pasado mes de junio se inauguraba en Londres, entre mensajes triunfalistas, la ampliación de uno de los centros de arte contemporáneo más conocidos del mundo, la Tate Modern. (…)  Pero entre el clima generalizado de euforia un grupo de manifestantes se reunió en las escaleras de la catedral de San Pablo antes de atravesar el Millenium Bridge y llegar hasta la Tate portando pancartas y gritando consignas con rima consonantes como:

“Oi, Tate, we’ve got a vendetta – where the fuck is Ana Mendieta”(“Oye, Tate, queremos venganza: ¿dónde coño está Ana Mendieta?)”.

     …protestaban porque la obra de la fallecida artista Ana Mendieta, de la que la Tate posee varias piezas en sus fondos, permanece en los almacenes de la institución mientras quien fue su marido, Carl André, está bien representado en la exposición permanente del nuevo edificio. (…)

     …la madrugada del 8 de septiembre de 1985 Ana Mendieta y Carl André, casados desde hacía unos meses, discutían a grandes voces en su domicilio, situado en lo alto de una torre de apartamentos del Greenwich Village de Manhattan. El portero declararía haber escuchado cómo ella gritaba varias veces “¡No, no, no!” justo antes de que su cuerpo recorriera los 33 pisos que la separaban del asfalto o, más exactamente, del techo del deli en el que se estampó, falleciendo en el acto. Los hechos también dicen que Carl André llamó entonces al teléfono de emergencias, y explicó al operador con sorprendente serenidad: “Mi esposa es artista, y yo soy artista, y tuvimos una pelea sobre el hecho de que yo estaba, eh, más expuesto al público que ella. Y ella fue al dormitorio, y yo fui tras ella, y ella saltó por la ventana”. Cuando la policía llegó al dormitorio, lo encontró todo revuelto y a Carl André con arañazos en los brazos y la nariz.  André fue acusado de asesinato en segundo grado y sometido a un juicio que duró tres años. (…) 

     ...el veredicto oficial fue favorable a Andre, declarado no culpable en base al principio de “duda razonable”. "







Hombre pequeñito, hombre pequeñito,
Suelta a tu canario que quiere volar...
Yo soy el canario, hombre pequeñito,
déjame saltar.

Estuve en tu jaula, hombre pequeñito,
hombre pequeñito que jaula me das.
Digo pequeñito porque no me entiendes,
ni me entenderás.

Tampoco te entiendo, pero mientras tanto
ábreme la jaula que quiero escapar;
hombre pequeñito, te amé media hora,
no me pidas más
.

Alfonsina Storni, Hombre Pequeñito










jueves, 21 de julio de 2016





     Concuerdo con Eco en eso de que somos lo que hemos aprendido en los ratos perdidos cuando nadie nos estaba enseñando nada. Como muchos de mi generación tuve por niñera y compañero de juegos un televisor blanco y negro que reproducía una programación muy limitada, de escasas diez horas al día y con productos extranjeros de más de una década de antigüedad que se repetían con excesiva frecuencia.

     No exagero si afirmo que almorcé cada día de mi infancia con Los Tres Chiflados.  Moe, Larry y su variable tercero (Shemp, Joe, Curly) fueron la presencia masculina más constante de mi niñez, por lo que probablemente el estereotipo de hombre que se formó en mi inconsciente  fue la de un ser ni muy brillante y ni muy gentil aunque sí (¡increiblemente!) muy querible.  La rubia espléndida que solía aparecer en los episodios, seduciendo y usando a los protagonistas, dejaba muy en claro que la mujer era en ese universo el ser bonito e inteligente que detentaba el control del juego.  

    Al rato, por la tarde al volver de la escuela,  consumía el estereotipo femenino  coincidente de Emma Peel de Los Vengadores y de la memorable Gatúbela del Batman de Adam West.  






     Las mujeres, en mi infancia, eran los personajes estéticamente perfectos e intelectualmente astutos y sabios que conocían todos los trucos para manipular a los hombres que, aunque formalmente los protagonistas, eran en los hechos adorables satélites de esas damas gloriosas.   Esas cosas se te graban en la memoria y te condicionan.  ¿Cómo tomar en serio al machismo si no podés escindirlo de la imagen de un Larry con sus escasos rulos al viento o de la pancita decadente de un Batman simplón?

     Debo decir que si uno se pone a analizar el paradigma conformado durante los últimos veinte años por Los Simpson, se concluye lo mismo: Homero es adorablemente querible (¿quién puede no amar a Homero?) pero el cerebro le tocó a la chica.  Lisa no sólo es inteligente sino que es también noble,  sensible, responsable y leal; el personaje a imitar.  Nadie va a reconocer públicamente que su ideal a copiar es Homero…  

     Ya hay muchas generaciones de mujeres y jovencitas que cuando le hablan de machismo la imagen que se les viene a la mente es la del muestrario simpsoniano: Homer, Ned Flanders, Moe, Barney, Smithers, Montgomery Burns, el señor Skinner con su mamá… 




     Es esta educación no oficial, supuestamente subliminal, la que –al menos en mi caso- destruyó toda posibilidad de convencerme de que las mujeres somos “inferiores”, “débiles”, “necesitadas de protección”, de una categoría por debajo de la del varón y con la domesticidad como único destino.  Y si se arranca desde una convicción natural de igualdad todo lo demás (todas las limitaciones o fracasos que se enfrentan a lo largo de la vida) tienen que ver sólo con nuestra capacidad o nuestro mérito, no con el género.  Se asume que si no logramos lo que queremos es pura y exclusivamente nuestra responsabilidad y no por el estigma de haber nacido con el sexo equivocado.  




    

     “A mediados del siglo diecinueve Domingo Faustino Sarmiento había proclamado que era posible juzgar el nivel de civilización de un país por la posición social de sus mujeres.  Citando a Fenelón y a Rousseau, dijo que los hombres de una nación sólo podían ser tan grandes y virtuosos como las mujeres que los criaron, pero sugirió, además, que las mujeres podían tener un destino político propio, como instaban en la época en Europa voces más progresistas. Fuera lo que fuera lo que deparara el destino, decía Sarmiento, el punto de partida debía ser igual educación para la mujer, y bajo su guía se llevaron maestras de los Estados Unidos, quienes iniciaron las primeras escuelas para mujeres en la Argentina.  Los progresos que se hicieron en el campo de la educación durante su mandato presidencial fueron indirectamente responsables de las primeras actividades feministas organizadas en el país a comienzos del siglo veinte.  Las mujeres con título universitario decidieron unirse para combatir la discriminación que habían conocido de estudiantes y luego como profesionales en una sociedad que obcecadamente insistía que el lugar de la mujer era el hogar.  

(…)  Intentando organizar a las mujeres para su propia defensa, Cecilia Grierson, la primera médica argentina, fundó el Consejo Nacional de Mujeres en 1900.  Más tarde, en 1903, ella y otra médica, Julieta Lanteri, iniciaron una organización de mujeres universitarias para promover la educación superior de la mujer.  Activistas de estos y otros grupos fueron responsables de la organización del Primer Congreso Feminista Internacional, que tuvo lugar en Buenos Aires en 1910 con representantes del resto de las Américas y de Europa.  Las delegadas, ignoradas por el gobierno argentino de ese momento, votaron a favor de la igualdad civil y económica para la mujer, la reforma del sistema educativo (los consejos de Sarmiento habían sido seguidos sólo en parte) y la ley del divorcio.  El primer partido feminista de la argentina fue fundado por Lanteri en 1919.  Ese mismo año, Elvira Rawson de Dellepiane, médica y maestra, fundó la Asociación de Derechos de la Mujer, instando a que las mujeres de todas las clases sociales lucharan por iguales derechos.  Dellepiane, Sara Justo y Alicia Moreau de Justo, prominentes feministas que trabajaban desde el Partido Socialista, fueron responsables de la adquisición de ciertos adelantos en la legislación protectora de las mujeres y menores trabajadores, promulgadas por el Congreso a principios de siglo.

(…)  Varios ensayos que escribió Victoria a mediados de la década de 1930, poco después de conocer a Virginia Wolf (pero antes de que esta publicara Tres guineas en 1938), demuestran que compartían las mismas ideas con respecto a la influencia civilizadora que pueden ejercer las mujeres sobre la sociedad.  El patriarcado había producido guerras y dictaduras, competencia y materialismo, y todo esto, combinado, había contribuido a degradar el espíritu de la civilización moderna.  Si las mujeres no hubieran sido tiranizadas por los hombres, tal vez los valores morales serían diferentes.  La sociedad debe buscar una armonía de influencias masculinas y femeninas o de lo contrario enfrentarse a la destrucción.

(…)  Una mujer responsable moralmente entiende la maternidad como deber sagrado que acarrea el poder de influir en las generaciones futuras.  “Mujeres”, seguía diciendo Victoria, “eso es lo que importa.  El hombre está en vuestras manos, puesto que desde la entraña se os entrega.  El hombre es moldeado por vosotras.  Y la única modificación lenta que puede sufrir la humanidad depende de vosotras…”  Este poder, y no el poder mágico atribuido a las mujeres como musas, es el que importa, y es algo que las mujeres nunca deben abdicar en favor de los hombres.  Naturalmente, para que este poder sea esgrimido con responsabilidad, las mujeres deben ser educadas en un pie de igualdad con los hombres, y disfrutar de todos los derechos civiles y políticos que tradicionalmente les han sido negados.  La misión que prevé Victoria para las mujeres presupone igualdad y justicia para su propio sexo.”


Doris Meyer, Victoria Ocampo – Contra viento y marea  Editorial Sudamericana Buenos Aires 1979,  páginas 212/214 y 288/289.-


Espíritu femenino
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