lunes, 3 de febrero de 2025

 




      Suele suceder, cuando explico a un eventual espectador de mi trabajo, que boceto un retrato y luego lo quemo, que de inmediato me pregunten con cara de espanto: -¿No te da miedo  arruinarlo?  Y siempre respondo que arruinar los trabajos es mi constante. Con suerte, de cada diez cosas que emprendo hay una que llega a buen puerto. 

 

      No es exageración, es el método de trabajo típico de un autodidacta.  Se vive a prueba-error.  No hay reglas previas ni conocimientos dogmáticos a aplicar.  Probamos a ver qué sale.  Generalmente sale mal, pero cada tanto algo resulta muy satisfactorio.  Por eso no nos intimida el  error o el desastre (o que el fuego se nos descontrole), y mucho menos el tener que empezar todo de nuevo.  El autodidacta es un obrero, no un teórico. 

 

      Si a ese método de trabajo le sumamos el factor lúdico, el divertirnos con lo que hacemos, resulta obvio que lo que menos nos preocupa es el resultado final.  Todo se trata del proceso, la acción creativa.  El jugar a jugar.  Si encima de todo ese puro placer resulta que queda una obra medianamente aceptable, ¡bingo! el universo es muy generoso con nosotros.

 

       En estos días de caos, bajo la invasión de obreros que se empeñan en destruir paredes y techos de mi casa, me encontré con un montoncito de trabajos descartados que se habían caído detrás de un mueble.  Un fragmento de cartulina verde inglés que adoro pero que no pude conseguir más.  Debe datar de hace unos 20 años.  Había iniciado un trabajo al óleo que, a mi gusto actual, es horripilante.  El dibujo está desproporcionado, los ángulos de las cabezas fallan y la postura general de la composición carece de toda gracia.  Y si bien no suelo trabajar en la cara posterior de algo tan avanzado, ese verde esplendoroso  y la calidad de la lámina  ameritan la excepción.















     Ya puesta a jugar con cosas viejas, recupero también un dibujo de la Swanson que seguramente descarté por ser demasiado “simple” (o sea, un solo tipo de papel sin ningún maltrato o destrucción). Y obviamente, incorporé mi encendedor a la ecuación: “-¿Fuego querida?”

















































 

 

Sirenas, cisnes y ángeles:






















 

Y unas letras ornamentadas sólo para darme el gusto:



























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