Hay una sensación (una especie de
instinto) que se traduce en insatisfacción cuando a una obra le falta “algo”. Puede que la composición nos guste, que
algunos sectores nos resulten francamente divertidos (como el angelito y su
arco, las colas de las sirenas o la estampilla de dos centavos de la libertad
con escudito), pero al mirarla en conjunto algo está mal. Definitivamente mal y molesto.
Puede que
sea el tono del papel base (ya me pasó antes, tiene una opacidad que desluce,
que se come la intensidad de la tinta) que reste fuerza al conjunto. Pero si fuera solo eso debería poder
contrarrestarlo con mayor ferocidad en la paleta. Aunque intento acentuar colores y empastar
luces, sigue habiendo algo que falta.
Es en estos
momentos en los que se desata una pelea en la que siempre pierdo. Trato de salvar la obra, de trabajarla un
poco más, de descubrir que es eso que me molesta tanto, lo que falta o lo que
sobra, ese “algo” que desequilibra todo.
Pero por lo general no lo descubro y allá va la lámina a la pila de las
inconclusas. Puede que la falla esté en
mi mirada, puede que alguna preferencia personal sea lo que entorpezca todo (falta
una mirada, un gesto que transmita emoción). Alguna que otra vez una inconclusa para mí fue
rescatada tiempo después por la mirada
de alguien más y yo ya no volví a verla con ese “fallo” de insatisfacción.
Pero de cualquier
manera, voy a trabajarla un poco más, no más no sea por el angelito lila que ha
disparado una flecha directo al corazón
de mi chica de la Bristol.
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