Hay
cierta monotonía natural en el proceso creativo, donde invariablemente nos
restringimos a temas, formas y colores de nuestra preferencia. El que yo tenga preferencias tan amplias (excesivas
y tendientes a lo kitsch como todo en mi) no quita verdad a esa afirmación.
Estaba entre varias cosas a la vez, y ninguna de ellas lograba reclamar
mi atención en exclusiva. Sigo dando
vueltas a hacer algo “distinto” dentro de lo que h ago y me gusta,
aferrada a darle forma a esa idea de usar más papeles como soporte pero que
asciendan (redundantemente) “hacia arriba”. Y como
no logro encontrar algo que sea mínimamente satisfactorio en ese plan
ascendente, me distraigo sobre seguro para no desesperar.
Vuelvo a trabajar sobre Borges desde la visión de Silvia Rins
y su El penúltimo infierno de Borges. Hay un proyecto común de que la próxima
edición de su libro cuente con mis obras inspiradas en su prosa y por un rato
me evado trazando en imágenes lo que ella delimitó en palabras.
Me
centro en el capítulo Dos Rostros, y es fácil jugar con la
dualidad: “Al otro, a Borges, es a quien le ocurren
las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para
mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el
correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario
biográfico. Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo
XVII, las etimologías, el sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro
comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en
atributos de un actor. Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil;
yo vivo, yo me dejo vivir para que Borges pueda tramar su literatura y esa
literatura me justifica. (…) Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es
del olvido, o del otro. No sé cuál de los dos escribe esta página.” J.L.B., Borges y yo
Mi plan era sencillo y altamente
gratificante según mis preferencias. Iba
a hacer un retrato donde sólo destacara una mitad y luego replicarlo invertido
al lado, como un juego de espejos. Y en el medio, entre los dos retratos, una
serpiente, Kundalini, una columna vertebral para enlazar los dos medios
rostros (a los que quemaría como de costumbre).
Pero buscando mi serpiente espiritual me topé con un dibujo
presuntamente holandés del siglo XVI donde se satiriza al papa y a la curia como una pirámide de
serpientes. Serpientes con coronas,
mitras, birretas y galeros. Una absoluta delicia. Lo intrincado del diseño me capturó y pasé
varios días componiendo viboritas…
Finalmente, seguí con el medio retrato en
espejo, cumplí mi ritual con el fuego y dejé listo el doble soporte de papel para (una vez que seque el agua con el que
apagué el fuego y la cola con que adherí lo chamuscado al papel base) trabajar
todo el diseño en conjunto.

















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