martes, 4 de noviembre de 2025

 



     Hay cierta monotonía natural en el proceso creativo, donde invariablemente nos restringimos a temas, formas y colores de nuestra preferencia.  El que yo tenga preferencias tan amplias (excesivas y tendientes a lo kitsch como todo en mi) no quita verdad a esa afirmación.

 

     Estaba entre varias cosas a la vez, y ninguna de ellas lograba reclamar mi atención en exclusiva.  Sigo dando vueltas a hacer algo “distinto” dentro de lo que h ago y me gusta, aferrada a darle forma a esa idea de usar más papeles como soporte pero que asciendan (redundantemente) “hacia arriba”.  Y como no logro encontrar algo que sea mínimamente satisfactorio en ese plan ascendente, me distraigo sobre seguro para no desesperar.

 

     Vuelvo a trabajar sobre Borges desde la visión de Silvia Rins y su El penúltimo infierno de Borges.  Hay un proyecto común de que la próxima edición de su libro cuente con mis obras inspiradas en su prosa y por un rato me evado trazando en imágenes lo que ella delimitó en palabras.

 

     Me centro en el capítulo Dos Rostros, y es fácil jugar con la dualidad: “Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario biográfico. Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVII, las etimologías, el sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. (…) Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro. No sé cuál de los dos escribe esta página.  J.L.B., Borges y yo

 

     Mi plan era sencillo y altamente gratificante según mis preferencias.  Iba a hacer un retrato donde sólo destacara una mitad y luego replicarlo invertido al lado, como un juego de espejos. Y en el medio, entre los dos retratos, una serpiente, Kundalini, una columna vertebral para enlazar los dos medios rostros (a los que quemaría como de costumbre).  Pero buscando mi serpiente espiritual me topé con un dibujo presuntamente holandés del siglo XVI donde se satiriza  al papa y a la curia como una pirámide de serpientes.  Serpientes con coronas, mitras, birretas y galeros. Una absoluta delicia.  Lo intrincado del diseño me capturó y pasé varios días componiendo viboritas… 















































 

     Finalmente, seguí con el medio retrato en espejo, cumplí mi ritual con el fuego y dejé listo el doble soporte de papel  para (una vez que seque el agua con el que apagué el fuego y la cola con que adherí lo chamuscado al papel base) trabajar todo el diseño en conjunto.    
























































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