La lógica de la composición tiene su
propia lógica, una que se desarrolla con cada obra. No hay reglas generales, cada trabajo se va
configurando bajo principios individuales y exclusivos que el mismo avance de
la obra va determinando sobre la marcha.
O sea: cada obra decide que va a
ser y lo que necesita para ello. La
autodeterminación del arte. O algo así.
Yo inicio invariablemente con lo que me
gusta dibujar, el primer esbozo de un retrato de apacible belleza de inicios
del Siglo XX. Estética clásica que me
permite reducir al máximo las líneas, no tanto la forma como la intensidad, no
los ojos sino la mirada.
Después mi voluntad desaparece y me dedico
a observar y acatar órdenes. Antes de montar el papel blanco sobre un soporte más firme
de papel color me deshago del sobrante y como hoy no pinta usar el fuego para
eso, sencillamente rasgamos lo innecesario:
La base de color siena tostado determina
la gama predominante, y ahí a recordé la bolsa de papel que guardé de la compra
en la Tienda del Museo del Prado en mi última visita, en enero del
2017. ¿Por qué guardé tanto tiempo una
bolsa de papel? Supongo que esperaba la
oportunidad de incluirla en alguna obra.
Surgió la oportunidad.
En este momento de la composición, la obra
pide otros dos fragmentos de la bolsa de papel con texto impreso, a los que no
puedo negarme por que coincido plenamente con lo que transcriben. Siempre compro algo en las tiendas de los
Museos en la creencia que colaboro aunque sea mínimamente con su mantenimiento. Y, claro, siempre reciclo (porque soy incapaz
de tirar nada, pero el resultado es el mismo).
Algo más de pintura y un poco de foil
champagne y considero que el fondo está lo suficientemente alistado como para
dedicarme al rostro. Lo divertido será
tarea para el domingo.
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