Temporada errática. Las obras inconclusas se amontonan en mi
tablero. Llego hasta ahí y algo pasa y
me desconecto. Aun de aquellas obras
que, a nivel consciente, me gustan. Mi
experimento de lunares rojos por momentos me atrae, me invita a seguirla, pero
es una invitación poco convencida y no paso del amague y del sí, puede ser… pero el “pero” que sigue es más
concluyente y se queda sobre el tablero.
Al lado de Geometría, que ignoro por qué no puedo sentarme
a terminarla de una vez. Sí, Geometría
está bien, pero… otra vez el pero se impone y no hago nada. Abajo queda el dibujito cuadrado que avanzó
hasta que no lo hizo más. Auténtica
temporada de inconclusas.
Es un
repelente mutuo, hay algo en esas obras que no me quiere cerca y algo en mí que
anda distraído buscando otra cosa. Esos
angustiantes momentos en que el inconsciente se impone y quiere pegar la vuelta e ir
para otro lado, pero el consciente está en babia de hacia dónde ir y para
qué. Algo me ronda pero no lo alcanzo, no
lo veo, no soy capaz de entender. Días
de nada. Días de sinrazón y apatía creativa.
Y como soy
mujer, cuando me encuentro perdida me refugio en la cocina. Esto podría ser un comentario sexista y de
estereotipo histórico-cultural, pero también es un hecho. Me acovacho al rescoldo de la hornalla,
compartiendo mi angustia con el mate, mientras estructuro a mi Conejo
Chelista con el que iniciaré la Orquesta de Finis Terra. Huyo haca mis cachivaches de papel y
descartes de cartón. Me voy a la basura
para pensar que quiero de mi vida. Quedo
en espera de la inspiración atareada en la mesada con mis juegos de papel. Bueno, puedo estar angustiada y confusa pero
no necesariamente infeliz…
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