-¡Timming!-
me grito, aunque en mitad del actual caos doméstico posiblemente no me escuche. ¿Cuán probable es que se estalle en una casa
la instalación de gas, la de agua y la eléctrica al mismo tiempo? Evidentemente, muy probable. Me rindo ante la evidencia y me resigno. Entonces, me aferro a la estrategia y la
sincronización: ajustar la poca paz, el mínimo espacio y la casi nula intimidad
para aplicarla a tareas concretas. Timming. No puedo ser creativa cuando un obrero está
con el taladro derribando mis paredes, ni intentar afinar el dibujo cuando me
han interrumpido totalmente la iluminación eléctrica de mi tablero. Menos aun aplicar una delgada capa de pintura
a nada con el polvillo invasor flotando en el aire en todo mi derredor. Se hace apenas algo en los ratos de silencio
y soledad, al anochecer, más que nada para calmar los nervios. Y a los
pendientes urgentes: timming.
Dibujo y quemo el boceto original, pero no
fotografío el proceso porque al estar sin luz no pude cargar la batería del celular. Sólo puedo documentar, posteriormente y
cuando por un rato tuve suministro eléctrico, el final del grato y tranquilizante
juego de dibujar con el encendedor. Auténtica
obra en colaboración.
Y bajo tanta presión e incomodidad física
mi lógica me desafía con emprender una recreación del Gran Carro Triunfal
de Maximiliano I de Durero.
Un jolgorio de líneas y detalles del 1500, acomodado a mi gusto y a mi
diseño con sus bordes chamuscados:
Después me consiento volviendo a mi era de confort, los principios del siglo 20, agregando unas letras ornamentadas y neoyorkinas. Después més texto, dimensionador y suficiente dorado.
Ahora ya
estamos en condiciones de emprender con pasión y trabajo el rescate del retrato
de tanta vorágine recargada del entorno, la parte divertida, que habrá que
acomodarla a los lapsus de actividad de la invasión vigente en mi hogar.