Bendito descontrol mérito de la
peste. Tantos cambios, durante tanto
tiempo, han logrado que al caos habitual de mi existencia se le sumara la
absoluta pérdida de registro y control de la actividad por fuera de las paredes
de mi casa.
Muchas de las postulaciones de 2019 que debían
concretarse en 2020 fueros postergadas con la ilusión de un 2021 normal. Ahí se superpusieron eventos unos sobre otros
-todos cancelados y corridos hacia adelante- y el mínimo orden que llevaba
sobre lo programado para mi obra desapareció por completo. No sólo ya no sé en cuales eventos tengo mi
obra propuesta o comprometida, sino que ignoro que completo que obra en
particular está postulada en cada exhibición, muestra o certamen. Recibo mails anunciándome nuevas cancelaciones
o probables mutaciones a lo virtual de eventos en los que -evidentemente-
me he presentado, pero no tengo la más mínima idea de cuál de mis obras postulé
o comprometí. En una espiral de pánico,
no sabiendo como recuperar el control en medio de un mundo que cada vez luce
más descontrolado, opto por quedarme quieta y esperar. ¿Qué espero?
Tampoco tengo idea. Sólo espero.
El
mail que me angustia hoy es sobre una feria de arte en Brooklyn que -supuestamente-
sucederá físicamente en julio de 2021.
Es obvio que me postulé, ignoro con qué.
Ignoro si para julio las fronteras se abrirán por estos lados (lo más
probable: no). Ignoro
mis posibilidades concretas de cubrir los costos del envío, de contar con la
obra correcta alistada, y si la logística
local me permitirá un traslado seguro y a tiempo. ¿Qué se hace ante tanta incertidumbre? Nada, supongo. No se hace nada, uno se paraliza y
espera. ¿Qué espera? Nada.
Es un estado permanente y circular de nada.
Los artistas somos seres naturalmente quietos,
que desarrollamos una gran parte de nuestra vida en la solitaria intimidad del
taller. Podemos soportar en gran medida
el aislamiento impuesto por la pandemia porque nuestro universo personal se
desarrolla hacia adentro sin necesidad de mucho afuera. Pero entre el encierro, el miedo y la
incertidumbre, no hay cabeza que se mantenga incólume y se empiezan a pagar el precio con nuestra salud mental. No
será culpa de nadie en particular, pero nuestra triste condición de víctima es
inevitable.
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