sábado, 17 de julio de 2021

 






     Intento trabajar pese a esta -excesiva- disminución de visión.  Entre la medicación que dilata mis pupilas y las persistentes mosquitas que lo enturbian todo y que me tienen más concentrada en discernir si son reales o no espantando la nada frente a mi rostro, la precisión de la línea y la nitidez de la forma me son esquivas.  Pero igual intento pintar, porque no hacerlo me sume en la depresión y entonces el dolor de cabeza es lo único que queda.  Combato la realidad apelando al oficio.  Si no veo lo suficiente intuyo la forma, reemplazo la exactitud por el impacto -tosco- del color.  Me embarco en lo confuso como si fuera premeditado hacer las cosas mal.

     Y lejos de lo patético que suena, dibujar -aun de modo limitado y tinto de resignación- es tan placentero como siempre.  Una vez que abandono la aspiración a lo exacto y relajo la intensión, el juego domina la acción creativa y el goce es la única regla a seguir.  Nosce te ipsum.  Me conozco y conozco mi destino, pero en el mientras tanto todavía puedo jugar a jugar.  















































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