martes, 5 de julio de 2022

 







          Uno queda como espectador involuntario del sainete tétrico de los gobernantes de turno, viendo como se destruye el país y se desbaratan las últimas reglas económicas con las que veníamos sobreviviendo.  Otro espiral descendente con final (fatal) conocido.  A poner en pausa los proyectos y la vida, que de momento sólo podemos contener la respiración hasta que esta manga de irresponsables miserables acabe su patético juego privado.


 

           No es la primera vez, sospecho no será la última; esta costumbre argentina de autodestrucción parece arraigada en una gran parte de nuestra población.  ¿Qué se hace ante esto?  Aguantar, sostener, y seguir trabajando con obstinación.  Claro, con un creciente nivel de ira rojo punzó en sangre.  Por supuesto que conteniendo las ganas de salir con antorchas rumbo a la casa de gobierno.  Pero somos parte de ese grupo social -cada vez más escaso- que fue educado para trabajar perseverantemente por sus metas, para creer en un futuro construido con esfuerzo, convicción y constancia.  Seguramente  aguantar este entorno nos suba la presión arterial y nos quite años de vida, pero es lo que hay.









 

          Volvemos a refugiarnos en Finis Terra.  En el último derrumbe de cosas acumuladas en mi taller salió a superficie el rollo de cartón donde venía enrollado el papel con globitos que usé para embalar las obras para su traslado a Uruguay en enero pasado.  Un rollo de mayor diámetro que los de papel de cocina, muy adecuado, a mi criterio, para componer los Nutcrackers gorditos y bajos que integrarán la Guardia Real de Finis Terra.

























































 

           Y la frustración de estos días se ha paliado en parte jugando con cartón y cuentas de colores, confirmando mi teoría de que la energía negativa hay que sacarla por los dedos y convertirla en vibración de color y brillitos.

























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