Uno queda como espectador involuntario del
sainete tétrico de los gobernantes de turno, viendo como se destruye el país y
se desbaratan las últimas reglas económicas con las que veníamos sobreviviendo. Otro espiral descendente con final (fatal)
conocido. A poner en pausa los proyectos
y la vida, que de momento sólo podemos contener la respiración hasta que esta
manga de irresponsables miserables acabe su patético juego privado.
No es la primera vez, sospecho no
será la última; esta costumbre argentina de autodestrucción parece arraigada en
una gran parte de nuestra población.
¿Qué se hace ante esto? Aguantar,
sostener, y seguir trabajando con obstinación.
Claro, con un creciente nivel de ira rojo punzó en sangre. Por supuesto que conteniendo las ganas de
salir con antorchas rumbo a la casa de gobierno. Pero somos parte de ese grupo social -cada
vez más escaso- que fue educado para trabajar perseverantemente por sus metas, para creer en un futuro construido con esfuerzo,
convicción y constancia. Seguramente aguantar este entorno nos suba la presión arterial y nos quite años de vida,
pero es lo que hay.
Volvemos a refugiarnos en Finis
Terra. En el último derrumbe de
cosas acumuladas en mi taller salió a superficie el rollo de cartón donde venía
enrollado el papel con globitos que usé para embalar las obras para su traslado a
Uruguay en enero pasado. Un rollo de mayor
diámetro que los de papel de cocina, muy adecuado, a mi criterio, para componer los Nutcrackers gorditos y bajos que integrarán la Guardia Real de Finis
Terra.
Y la frustración de estos días se ha
paliado en parte jugando con cartón y cuentas de colores, confirmando mi teoría
de que la energía negativa hay que sacarla por los dedos y convertirla en
vibración de color y brillitos.
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