A principio
de los 90, en una de mis primeras exhibiciones en solitario, expuse en la sala vidriera
del Diario del Viajero – Agencia Periodística CID, Av. De Mayo 666,
CABA. El único “costo” para tener esa sala
durante una semana era una obra en donación para la pinacoteca del Diario
del Viajero, lo que por entonces (y aún hoy) considero un precio de lo
más razonable y justo. Por lo general
uno elige qué donar, pero aquí accedí a dejar la obra que escogió la directora
de la Agencia CID, Elizabeth Tuma de Besanson. Cuando me pide especialmente por esa obra me
argumenta que le gustaba mucho “lo que había hecho con los rostros.” Recuerdo mi confusión en ese momento, yo era
muy jovencita y quien me manifestaba esa valoración artística tenía más
conocimiento y experiencia que yo en la apreciación del arte. Dentro de mi cabeza me dije: “¿de que me
habla? Si no hice nada en las caras…” Hoy, más de 30 años después, entiendo que ese
era precisamente el punto: no hacer nada en medio de lo demasiado que hago
siempre.
En los últimos años vengo prestando especial atención
a ese “no hacer nada”, el dejar el papel blanco base crudo y limpio
como piel luminosa en los retratos. Y me
vuelve ese comentario a resonar en el alma, confirmándome cuantas cosas hacemos
que ignoramos, que otros pueden ver fácilmente pero uno, que es quien esta inmerso en la acción
creativa, no tiene ni idea de que está sucediendo. Ni siquiera cuando a uno se
lo señalan o se lo valoran puntualmente.
Como en todo en esta vida, es cuestión de timming.
Hoy sigo tratando de hacer lo mínimo posible en los
retratos, de que la piel sea el respiro, la pausa, el remanso en medio de mi
revoltijo habitual de excesos y desbordes.
En lo que traigo entre manos
vamos por ahí:
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