Estaba
buscando papel para arrancar una nueva obra de la serie inspirada en El penúltimo
inferno de Borges, el libro de Silvia Rins. Quería trabajar con el capítulo Un
Ejercicio de memoria: “Somos nuestra memoria, somos ese quimérico
museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos. J.L.B. La memoria, madre de las musas, es una furcia
por infiel...”
Juegos de
memoria, superposición de imágenes, ese batiburrillo total de múltiple miscelánea
que se configura en mi cabeza apenas cierro los ojos. Con esa intención fui a buscar papel de dimensión
mayor a la que venía usando en esta serie, pero el amontonamiento precario de
mi taller nuevamente propendió al derrumbe y me vi obligada a dedicar mi tiempo
a realizar limpieza y a cambiar el orden de mi desorden para obtener un poco de
estabilidad.
Acabé
separando trabajos terminados de inconclusos, inconclusos más o menos aceptables
de inconclusos espantosos, y definí aquello que debía ir de una buena vez a la
basura.
Me mudé dos veces en mi vida: la primera de la casa
de mi infancia a un departamento con una especie de galponcito en la terraza que fue mi
taller por 5 años. En esa mudanza mucho
de todo lo hecho desde mis amagues infantiles hasta llegada la treintena o
quedaron ahí o se destruyeron tras mi partida.
Solo estuve 5 años en ese luminoso departamento cuando me mudé a mi
casa, en esa mudanza poco se perdió y casi todo vino conmigo, donde los últimos 20 años se
ha ido acumulando sobre mi tablero y en cajoneras improvisadas en derredor. Y en esta forzada limpieza di con un trabajo que
vino conmigo en mi segunda mudanza y que quedó sin terminar aunque no recuerdo
por qué la abandoné.
No tenía
registro de esta obra hasta el momento en que la reencontré, con su cúmulo de
juegos tan personales: el Indi de la primea película, jeroglíficos egipcios,
mapas por todos lados y la evolución de Mickey Mouse cruzando como la
línea del Ecuador de la obra. Es
evidente que laqueé el diseño del fondo para trabajar en óleo el retrato de Borges
en primer plano, y la base que di a la piel de rostro y manos parece óptima
para empezar con los detalles a pincel, lo que obviamente no hice. Supongo que cuando esperé a que secara la
base de óleo para trabajar encima algo pasó y mi atención se fue para otro
lado. Pero es extraño que no volviera,
porque ahora que la veo recuerdo que me gustaba el conjunto.
Puede que
coincidiera con la ruptura de mi tercer caballete (porque la lámina es de un metro
de alto por 70 centímetros de base y requiere se la monte de pie para pintar
sobre ella) y es bastante probable que dejara el trabajo final del rostro para
cuando comprara un nuevo caballete. Lo
cierto es que nunca compré un cuarto caballete de pie porque nunca logré tirar
los tres anteriores, totalmente destartalados e inservibles, que siguen
ocupando espacio pero que son demasiado cercanos a mis afectos para deshacerme
de ellos. Seguramente la obra quedó
sobre mi tablero a la espera, y en el interín apoyé otro cosa sobre ella, y después
otra, y otra, y otra, y llegué hasta acá.
Pero ahora,
encuentro este trabajo inconcluso digno de recomponerse e intentar concluirlo
como un verdadero Ejercicio de Memoria.
Limpié el papel del polvo de los años de olvido, y definí un
poco la imagen de Indi con acrílicos y trabajé con marcadores por
arriba de la laca para acentuar algunos sectores del laberinto del fondo. Di tinta negra los contornos evolutivos de Mickey. Voy a completar el retrato central pero no
con óleo (sigo sin caballete de pie), probablemente juegue con otras tintas y un
poco de grafito color. Y voy a
incorporar superponiendo otros papeles (porque eso es lo que hago ahora) para
recargar -como si hiciera falta- un poco más la composición. Veremos que queda, si es finalmente una
inconclusa concluida o termina regresando a su destino de no salir nunca de mi
tablero.
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