Después de pasar horas (días, meses, ¡siglos!) discutiendo lo
mismo, cada uno en su postura inconmovible, lo ideal es retirarse y poner
kilómetros de distancia física a efectos de no seguir escuchando nuestros
mutuos, irreductibles e insoportables argumentos. A esta altura poco importa
quién tenga razón (ninguno) o cuál se
aproxima más a un resultado práctico y eficaz (nadie); nuestras teorías son una postura de vida y con la edad que
tenemos no vamos a cambiar y a desmontar la estructura sobre la que venimos sosteniéndonos
la existencia. Lo sensato es mantener
distancia, cada cual en lo suyo, y que por lo menos nos quede la
remembranza de lo que alguna vez fue una grata amistad.
Somos lo que somos y hacemos
lo que hacemos. Es lo que hay y
punto. Quién prometa una mágica solución
para mutar destinos, aggiornar
talentos y rejuvenecer convicciones, está mintiendo. Ni coach,
ni gurú ni santo patrono, estamos demasiados viejos, cansados y hartos para
soportar el advenedizo de turno que pretende con sus carabelas descubrirnos las
Américas. Ya existían, mi amigo, desde antes de ser
descubiertas y con nosotros adentro. Sigamos
en paz, cada cual con su versión de la historia, pero no pretendas que compre
el relato estúpido del “buen negocio”
a costa del trabajo ajeno. Los artistas tendemos a ser amables y tranquilos pero hasta nuestra paciencia tiene límites.
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