miércoles, 24 de abril de 2019









     “…Tal vez la mayor afirmación del desinterés estético se hizo precisamente en la época en que, con la experiencia de lo sublime, parecía que se celebrase nuestra implicación en el desencadenamiento del horror o de la grandiosidad de los fenómenos naturales.  También el terror puede ser placentero si no nos afecta muy de cerca.  Igualmente, respecto a lo sublime son bellas las cosas que placent, pero solo si visa, si son vistas y no padecidas.  El pintor que más ha celebrado la experiencia de lo sublime ha sido, sin duda, Caspar Friedrich, y cuando Friedrich representa lo sublime coloca casi siempre, ante el espectáculo natural, a seres humanos que gozan de lo sublime.

     El ser humano está de espaldas y, en una especie de representación teatral, si lo sublime está en el escenario, él se encuentra en el proscenio, dentro del espectáculo –respecto de nosotros que estamos en la sala-, pero representando el papel del que está fuera  del espectáculo, de modo que estamos obligados a distanciarnos del espectáculo contemplándolo a través de él, poniéndonos en su lugar, viendo lo que él ve, sintiéndonos como él un elemento insignificante en el gran espectáculo de la naturaleza, pero con la posibilidad de huir de la fuerza natural que podría dominarnos y destruirnos.

     Creo que a lo largo de los siglos la experiencia de lo bello siempre ha sido la que se siente en esta postura, como de espaldas, frente a algo de lo que no formamos ni queremos de ningún modo formar parte.  En esta distancia se encuentra el débil hilo que separa la experiencia de la belleza de otras formas  de pasión.” 

Umberto Eco, A hombros de gigantesLa belleza (2005), página 60/61, Penguin Random House Grupo Editorial, Madrid, 2018.















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