“…Tal vez la mayor afirmación
del desinterés estético se hizo precisamente en la época en que, con la
experiencia de lo sublime, parecía que se celebrase nuestra implicación en el
desencadenamiento del horror o de la grandiosidad de los fenómenos
naturales. También el terror puede ser
placentero si no nos afecta muy de cerca.
Igualmente, respecto a lo sublime son bellas las cosas que placent, pero
solo si visa, si son vistas y no padecidas. El pintor que más ha celebrado la experiencia
de lo sublime ha sido, sin duda, Caspar Friedrich, y cuando Friedrich
representa lo sublime coloca casi siempre, ante el espectáculo natural, a seres
humanos que gozan de lo sublime.
El ser humano está de
espaldas y, en una especie de representación teatral, si lo sublime está en el
escenario, él se encuentra en el proscenio, dentro del espectáculo –respecto de
nosotros que estamos en la sala-, pero representando el papel del que está
fuera del espectáculo, de modo que
estamos obligados a distanciarnos del espectáculo contemplándolo a través de
él, poniéndonos en su lugar, viendo lo que él ve, sintiéndonos como él un
elemento insignificante en el gran espectáculo de la naturaleza, pero con la
posibilidad de huir de la fuerza natural que podría dominarnos y destruirnos.
Creo que a lo largo de los
siglos la experiencia de lo bello siempre ha sido la que se siente en esta
postura, como de espaldas, frente a algo de lo que no formamos ni queremos de
ningún modo formar parte. En esta
distancia se encuentra el débil hilo que separa la experiencia de la belleza de
otras formas de pasión.”
Umberto Eco, A hombros de gigantes – La
belleza (2005), página
60/61, Penguin Random House Grupo Editorial, Madrid, 2018.
No hay comentarios:
Publicar un comentario