Se
supone que a cierta edad (a esta edad y
en las anteriores, el designio fatalista es atemporal y empecinado), uno
debe asumir la derrota, proclamar solemnemente que con el arte no se va a
ninguna parte y dejar de insistir. “Haciendo
dibujitos no vas a llegar a ningún lado” me dijeron –asumo que sin mala fe- hace tantísimos
años. Entonces (y ahora) sigo preguntándome cuándo di yo la impresión de querer ir
hacia algún lado. Finis Terra, claro, pero
ya sabemos que no es, desgraciadamente, un lugar físico en esta dimensión. Nunca tuve otra aspiración que la que me
dejaran pintar en paz. Lo sigo
intentando. DÉJENME EN PAZ.
Pero no, todo sigue como era entonces: la casa, la calle, el río, los árboles con
sus hojas y las ramas con sus nidos…, Andrade dixit. La mirada despectiva del
entorno, la insistencia en que uno capitule y se dé por vencido, la constante
voz de censura. El eterno bla-bla-bla.
Lamentablemente (para ellos), para el artista no suele haber opciones. El arte es un destino no una elección
vocacional de una carrera corta con la que ganarse la vida sin gran
esfuerzo. No es un negocio, no es un
emprendimiento de estación. El arte no es una decisión post estudio de
marketing ni el análisis de nicho disponible para posicionarse en el
mercado. El arte es otra cosa. Ni fortuna ni gloria, ni siquiera el respeto por hacer las cosas
con honestidad.
¿Y entonces? Entonces nada, como siempre. Uno se corre al margen y los deja pasar con
sus afirmaciones de preclara sabiduría y su reprobación contundente por nuestra
sin razón. Nos salimos del juego, nos
bajamos de escenario, nos ponemos al costadito, ahí, dónde no estorbemos y casi
no nos vean. Puede que el margen sea la antesala de Finis
Terra…
No hay comentarios:
Publicar un comentario