jueves, 30 de mayo de 2019












         Otra gran verdad que he aprendido en estos años es que no hay reglas.  No existe un manual de cómo actuar en el mercado del arte para garantizar una relativa (y mínima) visibilidad. Ningún instructivo de uso.

     Ni antes  (cuando yo empecé), en ese tiempo prehistórico sin internet y su sociabilización masiva, ni en los últimos años dónde vertiginosamente todo se ha puesto patas para arriba gracias a la Red de Redes.  Nunca hubo una plataforma básica  dónde pararse y desde ahí arrancar a competir con algunas reglas de juego respetadas por todos. Ningún fair play para los artistas. Antes se trataba de llamar la atención de alguna galería tradicional y más o menos conocida, de presentarse en concursos nacionales que eran seguidos por la prensa especializada, de ser parte de eventos populares donde concurrían más personas que nuestros parientes y amigos, de conseguir (costeándolo de nuestros bolsillos) que una de nuestras obras apareciera incluida en las revistas de arte que existían entonces…  Era lograr que la obra se viera, aunque fuera por unos pocos.  La web vino a desbaratar eso y mostrar la obra a montones de personas  pasó a ser lo más fácil de hacer.  Pero ni antaño a unos pocos ni ahora a millones implica per se que mostrar la obra signifique al artista posicionarse en un mercado que funciona a fuerza de caprichos, modas transitorias y negocios inconfesables tras bambalinas que nadie menciona pero todos conocemos.







     ¿Qué se supone que haga el artista para labrarse un caminito que le permita crear, desarrollar una obra vital y coherente y a, la vez, vivir de su trabajo creativo?  Quién sabe.  Puro azar y la única garantía de que va a ser todo sino imposible decididamente MUY DIFICIL.   Como en muchas otras cosas, la clave está en perseverar a pesar de todo, en sobrevivir, en hacerlo del modo difícil.  Y ese mismo mantenerse empeñado en la sinrazón resulte la clave que –al final- permite reconocer al verdadero artista del que no lo es.  O no...










































lunes, 27 de mayo de 2019








     ¿Qué he aprendido después de tantos años involucrada en el mundillo del arte?  Primero, en no creerle demasiado a nadie.  Cualquier promesa de acceso a la gloria –para nosotros- es a cambio de una fortuna -para ellos-.  La premisa que gobierna sobre las otras es que el artista tiene que pagar por todo, somos el burro de carga que sostiene el endeble andamiaje glamoroso de galeristas, dealers y curadores varios. 









     Segunda verdad: que si no queremos alimentar alimañas debemos multiplicarnos en los roles secundarios que se requieren para poder hacer algo en este ambiente.  No sólo debemos abocarnos a nuestra obra sino, por sobre todo, dedicarnos a su difusión.  Conseguir espacios, arbitrar la logística de la cuelga, ver embalajes y fletes, negociar seguros, hacer de publicistas, redactar gacetillas y deambular por las redes para promocionarlas. Jugarla de fotógrafos para atraer la atención en Instagram, discutir en Twitter, sociabilizar en Facebook.  Y si después de tamaño multitarget logramos una venta, a lidiar con la AFIP para poder emitir una factura y que no se nos vaya en impuestos el magro precio al que hemos logrado cotizar después de tanto esfuerzo.  Quizá la posdata de la segunda verdad sea volver cabizbajos a la primera verdad y aceptar gustosos pagarle a quién sea para que haga esto por nosotros y poder volvernos a nuestro taller.








     Tercera verdad: el arte nunca será un buen negocio, sobre todo para el artista. Haríamos (mucho) más dinero dedicándonos a otra cosa y, probablemente, viviríamos con menos crisis existenciales.  Pero siendo el arte un destino y no una opción, está cuestión se vuelve retórica, y para qué perder el tiempo en lo irrevocable.








     Cuarta verdad –la que me agobia en este instante-: los artistas terminamos enredados en amistades muy extrañas, de esas que uno se pregunta seriamente como llegamos a conocer, luego a frecuentar y finalmente a resignarnos a su interferencia.  Es evidente que nuestra propia esencia de bicho raro nos vuelve gregarios con la manada general de esperpentos…
















martes, 21 de mayo de 2019



     Un poco más de trabajo de entre horas de semana laboral (dónde, obviamente, trabajo en otra cosa):