lunes, 27 de mayo de 2019








     ¿Qué he aprendido después de tantos años involucrada en el mundillo del arte?  Primero, en no creerle demasiado a nadie.  Cualquier promesa de acceso a la gloria –para nosotros- es a cambio de una fortuna -para ellos-.  La premisa que gobierna sobre las otras es que el artista tiene que pagar por todo, somos el burro de carga que sostiene el endeble andamiaje glamoroso de galeristas, dealers y curadores varios. 









     Segunda verdad: que si no queremos alimentar alimañas debemos multiplicarnos en los roles secundarios que se requieren para poder hacer algo en este ambiente.  No sólo debemos abocarnos a nuestra obra sino, por sobre todo, dedicarnos a su difusión.  Conseguir espacios, arbitrar la logística de la cuelga, ver embalajes y fletes, negociar seguros, hacer de publicistas, redactar gacetillas y deambular por las redes para promocionarlas. Jugarla de fotógrafos para atraer la atención en Instagram, discutir en Twitter, sociabilizar en Facebook.  Y si después de tamaño multitarget logramos una venta, a lidiar con la AFIP para poder emitir una factura y que no se nos vaya en impuestos el magro precio al que hemos logrado cotizar después de tanto esfuerzo.  Quizá la posdata de la segunda verdad sea volver cabizbajos a la primera verdad y aceptar gustosos pagarle a quién sea para que haga esto por nosotros y poder volvernos a nuestro taller.








     Tercera verdad: el arte nunca será un buen negocio, sobre todo para el artista. Haríamos (mucho) más dinero dedicándonos a otra cosa y, probablemente, viviríamos con menos crisis existenciales.  Pero siendo el arte un destino y no una opción, está cuestión se vuelve retórica, y para qué perder el tiempo en lo irrevocable.








     Cuarta verdad –la que me agobia en este instante-: los artistas terminamos enredados en amistades muy extrañas, de esas que uno se pregunta seriamente como llegamos a conocer, luego a frecuentar y finalmente a resignarnos a su interferencia.  Es evidente que nuestra propia esencia de bicho raro nos vuelve gregarios con la manada general de esperpentos…
















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