sábado, 14 de septiembre de 2019








     Los artistas independientes debemos desarrollar –entre muchas otras cosas- una soberana paciencia ante la estupidez y mala fe de nuestro entorno, tanto en lo que llamamos nuestra vida “civil” como en el ámbito artístico.  No se puede confiar en nadie pero estamos obligados a vivir insertos entre montones de gente, así que hay que resignarse a la sociabilización mientras nos cuidamos constantemente las espaldas, los costados y el frente.

     Aprendemos pronto que lo que nos dicen nunca jamás es la verdad.  “Obra interesante, pero no es la línea de la galería en este momento” significa que no nos ven 1) suficiente dinero propio para esquilmarnos, o 2) estado absoluto de desesperación por el que podrían explotarnos por escasos centavos.  Así, vamos moviéndonos prudentemente, siempre a la espera de la trampa, el abuso o el maltrato, mirando para los dos lados varias veces antes de adelantar un pie.  Perfecto, es así, reglas de este juego que acatamos sin chistar.











    Pero a veces el cinismo de actuar con absoluta cortesía, poniendo cara de que aceptamos la literalidad de lo que nos dicen, nos agota.  Me cansa y me aburre seguir con el intercambio de frases hechas mientras ambas partes sabemos que la realidad es que me ponen condiciones cuando me están cobrando por colgar.  Y yo quiero decir lo obvio: si pongo el dinero soy quién tiene que poner las condiciones.  Pero no, pretenden que actúe como si me estuvieran haciendo un favor y adaptar lo que yo quiero mostrar  a lo que más les acomoda a  ellos exhibir.  O a lo que me pueden cobrar más caro. 

      Por lo general opto por la cortesía y los buenos modales y en lugar de replicar o discutir (en modo amable) suelo desaparecer y a otra cosa.  Evito el disgusto de rebajarme a pelear y mi adversario pierde el dinero que planeaba cobrarme.  Solución justa.  Pero en este momento, en una de esas rachas de mala salud y excesivo stress que suelen desembocar en crisis de uveítis y la consecuente imposibilidad de pintar, comienzo a sospechar que mi táctica de buenos modales ha sido el error más grande de mi vida.









     Por supuesto que entiendo que el galerista, art-dealer o curador que organiza tiene todo el derecho a montar una puesta según su “visión” o conforme al “mensaje” que quiere trasmitir al público.  Sí, es su prerrogativa.  Pero si yo estoy pagando por cierto espacio (tanto el metro…) ¿por qué no puedo mostrar las obras que me parezcan según mi “visión” y dar el “mensaje” que me venga en gana?  Estoy pagando los metros –carísimos-, ¡son mis metros!, es mi prerrogativa.  Regla básica de mercado: el cliente tienen la razón.  En cuanto pago (con IVA incluido) soy “el cliente”.  Tengo la razón.  Y como no me la dan, me voy (antes de pagar, claro).  Fin de la cuestión.













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