Los artistas independientes debemos
desarrollar –entre muchas otras cosas- una soberana paciencia ante la estupidez
y mala fe de nuestro entorno, tanto en lo que llamamos nuestra vida “civil”
como en el ámbito artístico. No se puede
confiar en nadie pero estamos obligados a vivir insertos entre montones de
gente, así que hay que resignarse a la sociabilización mientras nos cuidamos constantemente
las espaldas, los costados y el frente.
Aprendemos pronto que lo que nos dicen
nunca jamás es la verdad. “Obra interesante, pero no es la línea de la
galería en este momento” significa que no nos ven 1) suficiente dinero
propio para esquilmarnos, o 2) estado absoluto de desesperación por el que podrían
explotarnos por escasos centavos. Así,
vamos moviéndonos prudentemente, siempre a la espera de la trampa, el abuso o
el maltrato, mirando para los dos lados varias veces antes de adelantar un
pie. Perfecto, es así, reglas de este
juego que acatamos sin chistar.
Pero a veces el cinismo de actuar con
absoluta cortesía, poniendo cara de que aceptamos la literalidad de lo que nos
dicen, nos agota. Me cansa y me aburre
seguir con el intercambio de frases hechas mientras ambas partes sabemos que la
realidad es que me ponen condiciones cuando me están cobrando por colgar. Y yo quiero decir lo obvio: si pongo el
dinero soy quién tiene que poner las condiciones. Pero no, pretenden que actúe como si me
estuvieran haciendo un favor y adaptar lo que yo quiero mostrar a lo que más les acomoda a ellos exhibir.
O a lo que me pueden cobrar más caro.
Por lo general opto por la cortesía y los
buenos modales y en lugar de replicar o discutir (en modo amable) suelo desaparecer y a otra cosa. Evito el disgusto de rebajarme a pelear y mi
adversario pierde el dinero que planeaba cobrarme. Solución justa. Pero en este momento, en una de esas rachas
de mala salud y excesivo stress que suelen desembocar en crisis de uveítis y la
consecuente imposibilidad de pintar, comienzo a sospechar que mi táctica de
buenos modales ha sido el error más grande de mi vida.
Por supuesto que entiendo que el
galerista, art-dealer o curador que organiza tiene todo el derecho a montar una
puesta según su “visión” o conforme al “mensaje” que quiere trasmitir al
público. Sí, es su prerrogativa. Pero si yo estoy pagando por cierto espacio (tanto el metro…) ¿por qué no puedo
mostrar las obras que me parezcan según mi “visión” y dar el “mensaje” que me
venga en gana? Estoy pagando los metros –carísimos-, ¡son mis metros!, es mi
prerrogativa. Regla básica de mercado:
el cliente tienen la razón. En cuanto
pago (con IVA incluido) soy “el cliente”.
Tengo la razón. Y como no me la
dan, me voy (antes de pagar, claro). Fin de la cuestión.
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