La totalidad de las imágenes que se reproducen en este blog corresponden a obras de mi autoría.
lunes, 31 de agosto de 2020
viernes, 28 de agosto de 2020
jueves, 27 de agosto de 2020
El problema es la duda- le explico, aunque
me parece una obviedad. -La duda de si realmente somos lo que decimos que
somos, lo que creemos que somos, lo que tan desesperadamente necesitamos ser. ¿Y si no es así? ¿Si en realidad somos otro montón de cosas
pero “artista”, artista no hemos sido nunca?
La
duda es permanente. No existe diploma,
ni matrícula ni patente que nos certifique que somos un artista.
No hay forma de tener la certeza, ninguna garantía de que esto no se trate
de un error. Ningún procedimiento
certificado que determine que no somos impostores, una falsedad, una trampa. Podemos llevar la vida abocada al juego
creativo, dedicando más horas a ello que a cualquier otra actividad, podemos
haber hipotecado nuestro destino, nuestra calma y nuestra fe, podemos haber
tirado lo simple y lo fácil despectivamente por la ventana, pero nada de esos
nos asegura el objetivo. ¿Catalogamos
para artista? Quién sabe. Es dudoso.
Cuestión de interpretación.
Hay
días que la duda lo cubre todo, que la angustia nos gana y nos preguntamos -desbordados
por el llanto- qué estamos haciendo, por qué nos empeñamos en perder el tiempo
y la vida en algo que evidentemente hacemos mal. Y lo hacemos mal porque no obtenemos nada a
cambio, porque invertimos e invertimos y nunca hay compensación. Porque los fracasos se acumulan, porque los
proyectos se caen, porque es el silencio y la indiferencia la respuesta mayoritaria
cuando tocamos las puertas. Porque después
de tanto sembrar, una mala tormenta nos frustra la cosecha y nos quedamos al
final de tanto esfuerzo con las manos completamente vacías.
Hay días
que la duda es la única certeza y no podemos prometernos nada. La duda y la nada son las dos caras de esa
moneda que llamamos futuro.
sábado, 22 de agosto de 2020
martes, 18 de agosto de 2020
Es difícil explicar la sensación de nada
que va paulatinamente colándosenos en las venas. Nada.
No hay posibilidad de expectativa, de proyecto, de mínima seguridad de
que mañana podremos hacer lo planeado.
Como si detrás de la puerta existiera un tinglado precario que apenas
pongamos un pie afuera de nuestro refugio se desmoronará estrepitosamente sobre
nosotros.
¿De
quién es la culpa? ¿De todos, de nadie,
del destino? No hay culpables, es lo que
es. El problema radica en uno, que no sabe como
reaccionar, como pararse frente a un cambio tan definitivo e inesperado. Veo a muchos hablando de reinventarse, de acomodarse ante la nueva normalidad, pero es
tan evidente que no pasa de un postulado de fantasía que por piedad solo atino
a darles la razón y correrme para no ser testigo de otro derrumbe. Qué triste todo.
Esta
sensación de ahogo se inmiscuye en mi trabajo.
Tengo -como siempre- muchas cosas entre manos pero no puedo terminar
ninguna. Me obligo pero no me hago
caso. La acción creativa no acepta
imposiciones. Deambulando entre esto y
aquello me detengo en un pedacito de papel color en el que alguna vez trabajé,
no me gustó el resultado, despegue lo pegado y dejé un despojo maltratado para
vaya a saberse qué pudiera servir.
El
resto de una cartulina con algo de papel blanco que no se pudo despegar, y el trazado en tinta de parte de algún mapa fallido.
¿Para
que puede servir? Para nada, pero yo no
tiro las cosas inútiles y en esta depresión me identifico con esa hoja
rota. Dibujo algo en ella, me desafío a
limpiar la imagen de alguna manera.
Jugar a salvar los restos del naufragio que flotan cercan.
Probablemente no lo termine tampoco, que estos días de desánimo me
sigan llevando de una cosa a la otra sin concretar nada. Pero por hoy nos mantuvo la atención y la
intensión de hacer. Y ha sido suficiente.