jueves, 27 de agosto de 2020

 






 

          El problema es la duda- le explico, aunque me parece una obviedad. -La duda de si realmente somos lo que decimos que somos, lo que creemos que somos, lo que tan desesperadamente necesitamos ser.  ¿Y si no es así?  ¿Si en realidad somos otro montón de cosas pero “artista”, artista no hemos sido nunca?

 

     La duda es permanente.  No existe diploma, ni matrícula ni patente que nos certifique que somos  un artista.  No hay forma de tener la certeza, ninguna garantía de que esto no se trate de un error.  Ningún procedimiento certificado que determine que no somos impostores, una falsedad, una trampa.  Podemos llevar la vida abocada al juego creativo, dedicando más horas a ello que a cualquier otra actividad, podemos haber hipotecado nuestro destino, nuestra calma y nuestra fe, podemos haber tirado lo simple y lo fácil despectivamente por la ventana, pero nada de esos nos asegura el objetivo.  ¿Catalogamos para artista?  Quién sabe.  Es dudoso.  Cuestión de interpretación.







 

     Hay días que la duda lo cubre todo, que la angustia nos gana y nos preguntamos -desbordados por el llanto- qué estamos haciendo, por qué nos empeñamos en perder el tiempo y la vida en algo que evidentemente hacemos mal.  Y lo hacemos mal porque no obtenemos nada a cambio, porque invertimos e invertimos y nunca hay compensación.  Porque los fracasos se acumulan, porque los proyectos se caen, porque es el silencio y la indiferencia la respuesta mayoritaria cuando tocamos las puertas.  Porque después de tanto sembrar, una mala tormenta nos frustra la cosecha y nos quedamos al final de tanto esfuerzo con las manos completamente vacías.

 

    Hay días que la duda es la única certeza y no podemos prometernos nada.  La duda y la nada son las dos caras de esa moneda que llamamos futuro.

 

 


 


    

 









2 comentarios: