Es difícil explicar la sensación de nada
que va paulatinamente colándosenos en las venas. Nada.
No hay posibilidad de expectativa, de proyecto, de mínima seguridad de
que mañana podremos hacer lo planeado.
Como si detrás de la puerta existiera un tinglado precario que apenas
pongamos un pie afuera de nuestro refugio se desmoronará estrepitosamente sobre
nosotros.
¿De
quién es la culpa? ¿De todos, de nadie,
del destino? No hay culpables, es lo que
es. El problema radica en uno, que no sabe como
reaccionar, como pararse frente a un cambio tan definitivo e inesperado. Veo a muchos hablando de reinventarse, de acomodarse ante la nueva normalidad, pero es
tan evidente que no pasa de un postulado de fantasía que por piedad solo atino
a darles la razón y correrme para no ser testigo de otro derrumbe. Qué triste todo.
Esta
sensación de ahogo se inmiscuye en mi trabajo.
Tengo -como siempre- muchas cosas entre manos pero no puedo terminar
ninguna. Me obligo pero no me hago
caso. La acción creativa no acepta
imposiciones. Deambulando entre esto y
aquello me detengo en un pedacito de papel color en el que alguna vez trabajé,
no me gustó el resultado, despegue lo pegado y dejé un despojo maltratado para
vaya a saberse qué pudiera servir.
El
resto de una cartulina con algo de papel blanco que no se pudo despegar, y el trazado en tinta de parte de algún mapa fallido.
¿Para
que puede servir? Para nada, pero yo no
tiro las cosas inútiles y en esta depresión me identifico con esa hoja
rota. Dibujo algo en ella, me desafío a
limpiar la imagen de alguna manera.
Jugar a salvar los restos del naufragio que flotan cercan.
Probablemente no lo termine tampoco, que estos días de desánimo me
sigan llevando de una cosa a la otra sin concretar nada. Pero por hoy nos mantuvo la atención y la
intensión de hacer. Y ha sido suficiente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario