Hace unos años (no muchos más de 10, 15
tal vez) me lamentaba por no haber tenido una educación que incluyera idiomas. Fui a un colegio primario público dónde sólo
se manejaba el español e hice un secundario privado de formación mercantil
donde recibí escasas nociones de inglés (y mucha contabilidad y matemática
financiera; no hay explicación racional, que lo académico estuviera tan lejos
de mi interés contribuyó a mi convicción por el arte). En mi educación universitaria tuve un año de
inglés jurídico que tampoco contribuyó a que aprendiera ese idioma. De ahí que en la primera década del Siglo XXI
me sintiera tan disminuida e indefensa por mi incapacidad de entenderme por
fuera de la lengua castellana.
Pero internet se apoderó de mi vida y puso
patas para arriba el universo conocido y mis falencias educativas y -traductor
mediante (aunque con horrores gramaticales)- me ha permitido entender e
interactuar con quién sea en cualquier idioma.
La red de redes ha venido a completar mi educación y a cimentar mi creencia de que si uno le pone ganas hay muy pocas cosas que hoy en día no se
puedan hacer. No me digas que no puedo, grita el John Locke de Lost.
Cierto que los cambios son vertiginosos y
que la realidad digital hace que en lo cotidiano debamos hacer espacio en la
cabeza para adquirir nueva data tecnológica, pero vale la pena. El mundo se volvió pequeño y aunque estemos
encerrados por una peste infernal nada impide que la obra interactúe y se
muestre en cualquier parte del mundo.
Arranqué el día con un mail en ruso
confirmando la participación de mi obra en un evento que se realizará hoy a las
8 de la noche en Moscú. Ni la
distancia ni la escritura cirílica es obstáculo para que algunas cosas
pasen. Mi veneración por internet es
absoluta.
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