miércoles, 16 de febrero de 2022

 








 

    Una vez trazadas las líneas iniciales, cada obra se independiza de su autor y determina su identidad única y hermética.  Contará su historia en exclusiva a cada espectador, quien completará la trama visual desde su personalísimo entendimiento marcado por su cultura, su tiempo y su entorno.  Cada obra dialoga con quien se detiene a contemplarla, en una conversación intima e irrepetible, decodificando cada símbolo visual desde esa intimidad inviolable.  Si se desarrolla ese dialogo es que el arte operó la magia que lo define como Arte. 

 

     En esta conversación obra-espectador el artista es prescindente, no tiene intervención ni importancia.  La obra se escinde de su creador y construye su historia en el juego autónomo con el Otro, el espectador y destinatario.  El artista se vuelve anécdota y la Obra la única protagonista a la espera de la estrella invitada en la función: su espectador ideal, aquel con quien compartirá la construcción de la historia que vino a contarle.

 

     Estoy convencida del rol del artista como mera herramienta, posibilitando que la Obra se determine y constituya, y, posteriormente, de  gestor e intermediario para hacerla llegar  a los distintos espacios donde se exhiba a la espera de ese encuentro mágico con su Espectador.  Para que la magia opere. 


















 



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