Una vez trazadas las líneas iniciales, cada obra se
independiza de su autor y determina su identidad única y hermética. Contará su historia en exclusiva a cada
espectador, quien completará la trama visual desde su personalísimo
entendimiento marcado por su cultura, su tiempo y su entorno. Cada obra dialoga con quien se detiene a
contemplarla, en una conversación intima e irrepetible, decodificando cada
símbolo visual desde esa intimidad inviolable.
Si se desarrolla ese dialogo es que el arte operó la magia que lo define
como Arte.
En esta
conversación obra-espectador el artista es prescindente, no tiene intervención
ni importancia. La obra se escinde de su
creador y construye su historia en el juego autónomo con el Otro, el espectador
y destinatario. El artista se vuelve
anécdota y la Obra la única protagonista a la espera de la estrella invitada en
la función: su espectador ideal, aquel con quien compartirá la construcción de
la historia que vino a contarle.
Estoy convencida del rol del artista como mera herramienta, posibilitando que la Obra se determine y constituya, y, posteriormente, de gestor e intermediario para hacerla llegar a los distintos espacios donde se exhiba a la espera de ese encuentro mágico con su Espectador. Para que la magia opere.
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