Jugar con imágenes de mis obras para crear
historias en Instagram se ha vuelto una adicción. Otra nueva forma de
distracción y pérdida de un tiempo que debería estar usando en otras cosas. No todo debiera
resultarme tan interesante…
Vuelvo a lo mío. Y trato de explicar que
en mi proceso creativo hay una lógica básica del reciclador (o del acopiador compulsivo):
no puedo tirar nada. Ni siquiera hojas
escolares parcialmente usadas. Como una número 5 que
quedó garabateada de los dos lados, pero que aun así elijo para dibujar como ejercicio de agilidad y placer.
Avanzo un poco, me gusta, y una forma de
deshacerme del exceso de papel es quemarlo.
Si, el fuego maltrata y el agua con el que lo apago a estos papeles de
tan bajo gramaje lo arruina aún más.
Mojados son casi traslúcidos.
La
solución es pegarlo sobre otro papel y, claro, hay otra hoja escolar, esta vez
negra, con el dibujo leve de una pinza.
Perfecto dentro de mi criterio de encontrarle uso a un par de rezagos
que debieron ir a la basura hace tiempo.
Solo por inercia (esta vez no fue intencional, sólo fue porque tenía el encendedor en la mano), quemé también la hoja negra. Bien. El método paranoico-crítico de Dalí: automatismo psíquico inconsciente. Así, me quedé con dos papeles muy precarios y húmedos.
¿La solución? Pegar ambos, finalmente, sobre un buen papel de
alto gramaje. ¿Por qué no dibujé
directamente sobre una de mis magnificas hojas de papel alemán para
mixturas? Porque soy así. Y porque estoy jugando.
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