Crónicas de Viaje III
Todo tiempo pasado fue
más fácil, o, siendo exacta, menos diversificado. Sentada a la mesa se desparraman las opciones
frente de mí, en auténtica progresión geométrica. Empecemos por el “físico” (obligada distinción
de época). En papel delimitamos los
catálogos tradicionales, porque es clásico y deviene en souvenir: un bello catálogo
se conserva. Tarjetas o tarjetones para entregar
en el stand, señalizando ubicación para asegurar que el visitante sepa dónde
volver. Y banners para la puesta del
stand. Agreguemos tarjetas personales con
vías de contacto directo si ya se acabaron o si queremos aggiornar las
existentes. Todo esto va para la gráfica
“física”, obviamente, y requiere diseños precisos para evitar conflictos y
tiempos extras para asegurar la impresión.
Eso es lo primero a cubrir. Y, de todo eso, no tengo nada concretado. Tic-tac, tic-tac.
El diseño
del catálogo está en veremos; puedo trazarlo a la antigua, sobre papel, pero
subirlo digitalmente, ajustar tipos de letras, fotos y textos, se me complica y
vengo postergando la tarea desde hace semanas.
Se que quiero, tengo más o menos la idea cerrada en mi cabeza, pero
sacarla de ahí y bajarla a la realidad es harina de otro costal. Hice media docena de diseños de tarjetones, formato
postal, pero ninguno me termina de gustar del todo y postergo a la espera de
iluminación divina. Los banners,
si, bien, gracias, otra vez será.
Tic-tac, tic-tac. Reloj, no
marques las horas…
Después viene
lo “no-físico”, lo puramente virtual, para una campaña por Instagram y
Facebook. También -aunque de formato
distinto- para invitaciones a nivel más personal por Whatsapp. Pero como lo
virtual es muchísimo más dinámico y múltiple (formato para posteo, formato
para reel, formato para historia), es necesario trabajar en paralelo con
cada versión, en distintas dimensiones, siempre
priorizando lo breve, atractivo e impactante.
Y con música, claro. Yo puedo
entender la lógica de todo esto, pero no me da la cabeza para concretarlo en mi planeta. Podría contratar a alguien, pero por
experiencia se que ese alguien después se dedica a enloquecerme pidiéndome fotos,
filmaciones breves, data constante, y termino perdiendo aun más del poco tiempo
que me queda que si me encargo por mi cuenta.
Sigo. Se me viene medio refranero
encima: en mitad del baile seguí bailando, vaca que cambia de querencia se
atrasa en la parición, a mitad del río no se puede cambiar de montura… Mi cabeza es un revoltijo variopinto.
Arriba de
mi mea está también desparramado el asunto de la “prensa especializada”, dos o tres
revistas -físicas y virtuales- donde convendría contratar alguna publicación. Eso implica redactar una gacetilla
informativa, seleccionar fotos, trabajar en el contacto, consultar precios y
fechas y de cerrar contrato preparar y enviar el material a tiempo para el
cierre de la edición que resulte previa o contemporánea al evento. Y seguimos a bingo.
No es que
no se pueda hacer todo, llevo años haciendo esto sola con mi alma. El tema es que las cosas cambian
constantemente, se suman nuevas posibilidades, la tecnología se complejiza, los
códigos del mercado del arte se bambolean en todas direcciones y el lenguaje
con el que se accede al público es una auténtica tormenta en ebullición. Cuesta adaptarse, cuesta estar contantemente
aprendiendo cosas, cuesta que el cuello no se resienta por estar encorvada
sobre la computadora veinticuatro horas al día tratando de darle forma a las doscientas
cosas que hacemos a la vez. Pero igual
se intenta. Insistimos en cubrir todos
los frentes. Que mi epitafio lo
recuerde.
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