martes, 18 de octubre de 2022

 

Crónicas de Viaje III





















 

    Todo tiempo pasado fue más fácil, o, siendo exacta, menos diversificado.  Sentada a la mesa se desparraman las opciones frente de mí, en auténtica progresión geométrica.  Empecemos por el “físico” (obligada distinción de época).  En papel delimitamos los catálogos tradicionales, porque es clásico y deviene en souvenir: un bello catálogo se conserva.  Tarjetas o tarjetones para entregar en el stand, señalizando ubicación para asegurar que el visitante sepa dónde volver.  Y banners para la puesta del stand.  Agreguemos tarjetas personales con vías de contacto directo si ya se acabaron o si queremos aggiornar las existentes.  Todo esto va para la gráfica “física”, obviamente, y requiere diseños precisos para evitar conflictos y tiempos extras para asegurar la impresión.  Eso es lo primero a cubrir. Y, de todo eso, no tengo nada concretado.  Tic-tac, tic-tac. 









     El diseño del catálogo está en veremos; puedo trazarlo a la antigua, sobre papel, pero subirlo digitalmente, ajustar tipos de letras, fotos y textos, se me complica y vengo postergando la tarea desde hace semanas.  Se que quiero, tengo más o menos la idea cerrada en mi cabeza, pero sacarla de ahí y bajarla a la realidad es harina de otro costal.  Hice media docena de diseños de tarjetones, formato postal, pero ninguno me termina de gustar del todo y postergo a la espera de iluminación divina.  Los banners, si, bien, gracias, otra vez será.  Tic-tac, tic-tac.  Reloj, no marques las horas…








     Después viene lo “no-físico”, lo puramente virtual, para una campaña por Instagram y Facebook.  También -aunque de formato distinto- para invitaciones a nivel más personal por Whatsapp. Pero como lo virtual es muchísimo más dinámico y múltiple (formato para posteo, formato para reel, formato para historia), es necesario trabajar en paralelo con cada versión, en distintas dimensiones, siempre priorizando lo breve, atractivo e impactante.  Y con música, claro.  Yo puedo entender la lógica de todo esto, pero no me da la cabeza para concretarlo en mi planeta.  Podría contratar a alguien, pero por experiencia se que ese alguien después se dedica a enloquecerme pidiéndome fotos, filmaciones breves, data constante, y termino perdiendo aun más del poco tiempo que me queda que si me encargo por mi cuenta.  Sigo.  Se me viene medio refranero encima: en mitad del baile seguí bailando, vaca que cambia de querencia se atrasa en la parición, a mitad del río no se puede cambiar de montura…  Mi cabeza es un revoltijo variopinto.














































     Arriba de mi mea está también desparramado el asunto de la “prensa especializada”, dos o tres revistas -físicas y virtuales- donde convendría contratar  alguna publicación.  Eso implica redactar una gacetilla informativa, seleccionar fotos, trabajar en el contacto, consultar precios y fechas y de cerrar contrato preparar y enviar el material a tiempo para el cierre de la edición que resulte previa o contemporánea al evento.  Y seguimos a bingo.



 





     No es que no se pueda hacer todo, llevo años haciendo esto sola con mi alma.  El tema es que las cosas cambian constantemente, se suman nuevas posibilidades, la tecnología se complejiza, los códigos del mercado del arte se bambolean en todas direcciones y el lenguaje con el que se accede al público es una auténtica tormenta en ebullición.  Cuesta adaptarse, cuesta estar contantemente aprendiendo cosas, cuesta que el cuello no se resienta por estar encorvada sobre la computadora veinticuatro horas al día tratando de darle forma a las doscientas cosas que hacemos a la vez.  Pero igual se intenta.  Insistimos en cubrir todos los frentes.  Que mi epitafio lo recuerde.

















 

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