Dado por
concluido el fondo -con un poco de dimensional para asegurar la unión del
trio de papeles de soporte y sus frágiles sectores chamuscados por el fuego-
llegó el grato momento de trabajar en la figura central.
Al dar una
primera capa de óleo ligero -imprescindible para impermeabilizar el papel y poder
luego subir con veladuras varias- tomo conciencia de que mi dama ha perdido,
literalmente, la cabeza. Debió evadirse
al mundo de Alicia y la Reina de Corazones hizo
cumplir su orden de “-¡Que le corten la cabeza!”.
A
reconstruir, pues, cabeza y peinado, mientras cumplimos con la primera mano de
óleo esta mañana de domingo.
El avance es siempre así: esbozar,
desarrollar, dejar que el fuego y el agua destruyan, y después trabajar sobre
las ruinas para recomponer el orden. ¿Podría
evitar la etapa de estropicio voluntario?
Seguramente, pero debe existir una lógica en hacerlo así (aunque conscientemente
yo la ignore).
Hace poco leía
un tweet en el que el autor se describía como “roto” para
referirse a los dolores del alma derivados de la distancia, el desarraigo y la
soledad. Puede que mi manera de crear mis
obras tenga un sentido similar: quizá alguna vez estuve (muy) rota, sin
perspectiva sensata de reparación. Y el
arte se metió en mi vida y me enseñó sobre la insistencia de líneas y pinceladas
hasta lograr el objetivo de una imagen de aparente integridad estética. Tal vez por eso destruyo y reconstruyo. Quizá es mi inconsciente replicando mi propia
vida. Quién sabe y, realmente, a quién
le importa.
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