domingo, 13 de noviembre de 2022

 

                                                           

                                                                           






      Dado por concluido el fondo -con un poco de dimensional para asegurar la unión del trio de papeles de soporte y sus frágiles sectores chamuscados por el fuego- llegó el grato momento de trabajar en la figura central.

 
































      Al dar una primera capa de óleo ligero -imprescindible para impermeabilizar el papel y poder luego subir con veladuras varias- tomo conciencia de que mi dama ha perdido, literalmente, la cabeza.  Debió evadirse al mundo de Alicia y la Reina de Corazones hizo cumplir su orden de “-¡Que le corten la cabeza!”. 

     A reconstruir, pues, cabeza y peinado, mientras cumplimos con la primera mano de óleo esta mañana de domingo.

 



























      El avance es siempre así: esbozar, desarrollar, dejar que el fuego y el agua destruyan, y después trabajar sobre las ruinas para recomponer el orden.  ¿Podría evitar la etapa de estropicio voluntario?  Seguramente, pero debe existir una lógica en hacerlo así (aunque conscientemente yo la ignore). 

     Hace poco leía un tweet en el que el autor se describía como “roto” para referirse a los dolores del alma derivados de la distancia, el desarraigo y la soledad.  Puede que mi manera de crear mis obras tenga un sentido similar: quizá alguna vez estuve (muy) rota, sin perspectiva sensata de reparación.  Y el arte se metió en mi vida y me enseñó sobre la insistencia de líneas y pinceladas hasta lograr el objetivo de una imagen de aparente integridad estética.  Tal vez por eso destruyo y reconstruyo.  Quizá es mi inconsciente replicando mi propia vida.  Quién sabe y, realmente, a quién le importa.  





























No hay comentarios:

Publicar un comentario