Pese al
descontrol general actual (Argentina es estos días la esencia
misma del surrealismo: eufórica y optimista por el fútbol, destruida y al filo del
estallido por la economía, ansiosa de huir para afuera por mérito de la
política), prolijamente trato de priorizar la organización de actividades
para el primer semestre del 2023. Y no
debería ser complejo, pero lo es, sobre todo en las cuestiones prácticas.
Un par de
propuestas para plataformas digitales requerían que hiciera unos pequeños
pagos, unos en libras esterlinas otros en dólares. Odisea absoluta. Aunque
habláramos de valores inferiores a los cincuenta dólares (en moneda local
equivalente a una comida discreta para dos en una pizzería de barrio) las absurdas
restricciones gubernamentales convierten esa operación en una sospechosa acción
de lavado de activos. Yo soy una persona
simple: en mi lógica los pagos de ese tipo los quiero hacer desde la página de
mi banco, tocando dos teclas y mandando el dinero de mi cuenta de divisas a las
cuentas de mis acreedores, en el país que sean que estén. Pero eso desde hace unos años es im-po-si-ble. El modo simple, legal y a todas luces regular
y “en blanco” es obstaculizado.
No, hay que actuar por conductos oscuros, sistemas de envíos raros,
hacer gestiones físicas en oficinas distantes para lograr que 40 libras sean
pagaderas desde BAires en el exterior. Para el actuar gobierno, difundir
mi trabajo fuera de las fronteres en vez de proyectar la cultura nacional y contribuir
al afianzamiento de la marca país es alta traición a la patria. Esta gente me tiene harta.
Pero es Argentina
entrando al verano, así que después de hacer cola en la vereda al rayo del
sol durante más de una hora, cuando entro al local de Western Union y
llego a la caja me anotician de que se cayó el sistema por un corte de
luz. Tuve que irme y volver tres veces (los
cortes de luz son un clásico en estas épocas) hasta conseguir hacer los
pagos.
Para poder
cumplir con otros aranceles tuve que triangular con amigos en el exterior para
que paguen con su tarjeta desde ahí y yo entregar el dinero físico a algún familiar
que vive por estos lados. Es como vivir
en el medievo y entregar a los Templarios locales el dinero físico para que lo
restituyan outre-mer. Disparate
sobre disparate.
Pero
siempre hay margen para una nueva sorpresa.
Ayer intenté despachar mi pequeña postal para la TAE23 Vancouver. Voy a la sucursal local de Correo Argentino con
un sobre de 25x15 cms., con mi postalita asegurada en una improvisada carpeta
de cartón ligero. El sobre no pesa nada,
al tacto se nota que tiene un cartoncito o papel grueso. La empleada me rechazó por estar “cerrado”
el sobre, que como va al exterior tiene que ir ABIERTO para que lo revisen en
el proceso. Me quedé anonadada, me vino
a la boca preguntar por los scanners que verifican los envíos, pero se
me cruzó al mismo instante que tampoco deben estar funcionando por la falta de
luz o repuestos importados que ya no entran al país. Dije algo estúpido como “bueno, abrilo
y despachalo así”, y la empleada -con cara de indignación por mi
osadía- me dijo que por supuesto que no, que se iba a notar que lo habían abierto
ellos, que era yo quién tenía que mandarlo abierto. Me fui sin hacer el despacho, ¿qué más?
Al diablo
con el principio de la inviolabilidad de la correspondencia -que supo ser
delito federal cuando éramos un país normal-, es evidente que en el correo
oficial quiere revisar todo lo que salga del país a ver si por ahí se mandan
billetes en formato papel y rapiñarlos, otra explicación no se me ocurre. Es tan estúpido e indignante todo que dan
ganas de salir a la calle a patear buzones.
Pero
estamos domesticados, así que en vez de revelarnos vamos a rehacer el sobre,
sacar el cartón, poner varias páginas de una carta imaginaria entre las que
proteger la postalita y volver a intentar hacer el envió diciendo, cuando me
pregunten de que se trata, que es una (larga) confesión de amor a un
inexistente amante extranjero. Dicen que
el amor lo puede todo, veremos si funciona.
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