martes, 16 de enero de 2024

 

     Ignoro si es habitual que les suceda a otros artistas, pero en mi caso es una regla establecida: apenas me siento cómoda con una serie de trabajos necesito abandonarlos y buscar por otro lado.  Si un material me es excesivamente grato tengo que alejarme y experimentar con otro distinto.  La comodidad me aburre y dispara mi veta más errática.  Si voy bien por ahí tengo que correr para otro lado.

 

     Culpo a esa fobia por lo cómodo y seguro por la sinrazón absoluta que vengo desplegando en mis últimos trabajos.  Arranco, me disperso  y me frustro.  Nada me convence.  Boicoteo descaradamente cualquier intento de trabajo.  Así, tras trazar uno de esos retratos clásicos que se supone me gustan (definitivamente, me gustaban hasta hace 5 minutos) y pasarlo por la llamita del encendedor, lo adherí a una horrible cartulina escolar fucsia.  ¿Por qué tengo esas cartulinas sobre mi tablero? Porque quedaron como sobrante de una ambientación, donde como base de unas mariposas metalizadas lucieron bien, pero como soporte para una mixtura son definitivamente inadecuadas.






 


     La cuestión es que usé una de esas cartulinas sabiendo que no podía salir nada bueno de eso.  Y me propuse trazar dibujos y ornamentaciones en tinta verde con una intensidad y magnitud que hicieran al espectador olvidarse del rosa.  Lo que no sucedió, obviamente.  En mi desesperación por omitir el fucsia acudí a acuarelas metalizadas en verde y tornasol para dar preponderancia a una multitud de colas de sirenas y caballitos de mar.  Un enjambre absurdo que no apagó el rosa pero hundió al retrato central por completo.  Sabía que iba a pasar, pero igual lo hice.






































 

   Ya dispuesta al estropicio, agregué unos pedacitos de papel glasé plateado en una punta, para hacer después alguna cosa con eso (nadie sabe qué).  Traté de sacar el retrato un poco, con unas tintas y algo de acrílico, pero el mejunje del fondo del mar del entorno no dejó gran espacio para nada.














































 

      Y acá estoy, preguntándome por qué no abandoné esto de inmediato, o, mejor aun, por qué no tiré todas esas odiosas cartulinas fucsias a la basura en su momento.  Me digo que podría agregarle algo más (¡algo más a esa exorbitada cantidad de absurdos que abarrotan el diseño!) y, tal vez, llevar finalmente el rosa al olvido recuperando el retrato.  Esta sensación de querer algo que no sé qué es lleva semanas interfiriendo en un trabajo que de habitual me es tan grato...  Que fastidio.














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