Ignoro si
es habitual que les suceda a otros artistas, pero en mi caso es una regla
establecida: apenas me siento cómoda con una serie de trabajos necesito abandonarlos
y buscar por otro lado. Si un material
me es excesivamente grato tengo que alejarme y experimentar con otro distinto. La comodidad me aburre y dispara mi veta más errática. Si voy bien por ahí tengo que correr para
otro lado.
Culpo a esa
fobia por lo cómodo y seguro por la sinrazón absoluta que vengo desplegando en
mis últimos trabajos. Arranco, me
disperso y me frustro. Nada me convence. Boicoteo descaradamente cualquier intento de
trabajo. Así, tras trazar uno de esos
retratos clásicos que se supone me gustan (definitivamente, me gustaban
hasta hace 5 minutos) y pasarlo por la llamita del encendedor, lo adherí a
una horrible cartulina escolar fucsia. ¿Por
qué tengo esas cartulinas sobre mi tablero? Porque quedaron como sobrante de
una ambientación, donde como base de unas mariposas metalizadas lucieron bien,
pero como soporte para una mixtura son definitivamente inadecuadas.
La cuestión
es que usé una de esas cartulinas sabiendo que no podía salir nada bueno de eso. Y me propuse trazar dibujos y ornamentaciones
en tinta verde con una intensidad y magnitud que hicieran al espectador
olvidarse del rosa. Lo que no sucedió,
obviamente. En mi desesperación por
omitir el fucsia acudí a acuarelas metalizadas en verde y tornasol para dar
preponderancia a una multitud de colas de sirenas y caballitos de mar. Un enjambre absurdo que no apagó el rosa pero
hundió al retrato central por completo.
Sabía que iba a pasar, pero igual lo hice.
Ya dispuesta al estropicio, agregué unos pedacitos de papel glasé plateado en una punta, para hacer después alguna cosa con eso (nadie sabe qué). Traté de sacar el retrato un poco, con unas tintas y algo de acrílico, pero el mejunje del fondo del mar del entorno no dejó gran espacio para nada.
Y acá estoy,
preguntándome por qué no abandoné esto de inmediato, o, mejor aun, por qué no tiré
todas esas odiosas cartulinas fucsias a la basura en su momento. Me digo que podría agregarle algo más (¡algo
más a esa exorbitada cantidad de absurdos que abarrotan el diseño!) y, tal
vez, llevar finalmente el rosa al olvido recuperando el retrato. Esta sensación de querer algo que no sé qué
es lleva semanas interfiriendo en un trabajo que de habitual me es tan grato... Que fastidio.
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