domingo, 28 de enero de 2024

 


     Soy una persona simple, aunque lo barroco -por recargado- de mi estilo parezca indicar lo contrario.  Soy realmente simple, con pocas ideas sostenidas en el tiempo.  Siempre he querido lo mismo (dibujar) y siempre he creído que lo que determina que una obra se valore es que se la vea.  Después, cada obra labra su destino, pero si no la ven, si no sale del taller, de la intimidad solitaria del artista, es imposible que llegue a su espectador ideal y construya su historia.

 

     En un debate en mi adolescencia con uno de esos pocos amigos que he conservado a lo largo de los años, mi postura inicial era que lo que determina que una obra se imponga como referente de una época y de su entorno cultural era la calidad.  Mi buen amigo se burlaba de mi diciendo que lo único que marcaba la diferencia era la publicidad.  Me ofuscaba ante eso, porque la publicidad me resultaba algo malo, engañoso, una especie de trampa.  El tiempo -la edad- me hizo entender que esa publicidad era sólo el mostrar la obra lo más masivamente posible, de manera de potenciar esa chance, casi mágica, de que la obra diera con su espectador ideal.

 

        Por los años en que me negaba a considerar la “publicidad” como herramienta de desarrollo de la obra, intentaba participar en muestras y cuelgas donde fuera (bares, plazas, la sala de espera de una clínica médica), y me tomaba el trabajo de mandar gacetillas al diario Clarín con la esperanza de aparecer en la sección Panorama de la Plástica o en la Agenda.  A principio de los 90 eran secciones que aparecían en las últimas páginas del diario y donde se reseñaban las exposiciones del día.  Era algo discreto, atrás de todo, pero que los que estábamos en el mundillo del arte local leíamos para saber quién estaba haciendo qué.  Todos desesperábamos porque incluyeran nuestra muestra en esos mínimos y poco lucidos espacios.  Porque estar ahí publicitaba la exhibición, daba trascendencia a nuestro nombre y generaba que algunas personas concurrieran a ver la muestra.  Era publicidad, de la real y concreta.  Era tratar de hacer que la obra se viera.


























 

     Llegaron los 2000 e internet empezó a involucrarse en todo, y las redes y la publicidad se convirtieron en una cuestión cotidiana.  Hacer que la obra se viera nunca resultó tan fácil (si, es un trabajo a destajo: buena fotografía, presentarla en forma atractiva, usar el lenguaje visual y veloz que impone la modernidad, mantenerse en tiempo real, actualizar constantemente, mejorar con los avances tecnológicos, aprender códigos y reglas, compartir y difundir a diario). Hoy no discuto que la publicidad es lo que determina que la obra pueda trazar su camino escindida del artista, proyectarse y arribar al lugar que le corresponda.  Publicidad.  Que la obra se vea.

 

       Así que eso es lo que hago: buscar exposiciones y eventos donde mi obra pueda verse y comunicar.  Ninguna vía es mejor o peor que otra, todas tienen el mismo objetivo: que la obra se vea.  Una muestra en un evento masivo donde mi obra se presenta reproducida (en la Scuola Grande di San Teodoro, en el marco del Carnaval de Venecia el próximo 10 de febrero), o donde viaja físicamente para un proyecto curatorial (como Latin Blood, también en Venecia, en el Palacio Mora, a través de la galería chilena South Trip Art Gallery de abril a noviembre). 































     O las exhibiciones de pequeño formato, donde obras muy chiquitas que se trasladan por correo postal integran exhibiciones de múltiples artistas internacionales (como Within the Limitations en Ashford, Inglaterra o RoCo 6X6 en Nueva York)





























 https://roco6x6.org/



     O mediante la exhibición de la imagen de la obra  en pantallas led en el marco de una feria, como será en la Art Expo New york el próximo abril a través de Circle Foundation, participación de The Empire Almanac que he cerrado ayer.














 

     Todo es para que la obra se vea y, tal vez, si la magia se produce, encuentre a su espectador ideal y se vaya con él a seguir su historia.














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