Irse
como volver. ¿Volver a dónde? A ese tiempo oscuro dónde nos decían que no
merecíamos nada, que nada nos correspondía, que éramos descarte, que éramos
apenas lo que quedó. Nunca nos dijeron
que podíamos aspirar a algo, todas las desgracias nos habían elegido como destino, así que ¡a
resignarse y aguantar!
Sin expectativas a
uno le quedaba suicidarse o vegetar. El
arte se metió en el medio y desbarató los oscuros planes que todos tenían trazados para
mí. Por esta estúpida cortesía mía nunca
los mandé al diablo. Pero todo
llega. Hasta el momento de irse dando un
portazo. Aunque nos vayamos para
adentro, aunque nos marchemos retrocediendo.
¿Para qué volver a esos días cuando no
había manera de tener esperanza, cuando la convicción de haber perdido antes de
empezar a jugar que nos habían adoctrinado era la única voluntad que nos regía? Porque eso que fuimos indudablemente lo
seguimos siendo y porque soy la confirmación tangible de que se puede quebrar
el destino impuesto e inventarse uno a gusto propio.
Aun recuerdo (Funes otra vez) cuando la
crítica a mis intentos de dibujar eran signados de inútiles, cuando se me
lapidaba en la adolescencia por mi falta de talento, mi carencia de
originalidad, cuando se me auguraba el fracaso en cualquier cosa que
intentara. El “no es para nosotros”
constante. Nada era para mí. Habiendo arribado a este puerto donde hago
mayoritariamente lo que quiero ¿por qué no navegar hacia esas aguas viejas a rememorar que, pese a todo, no pudieron vencernos? Vuelvo con mi hoy (siempre vamos a dónde sea
con nuestro hoy a cuestas, ¿alguien puede dudarlo?).
Y volver es
irse, y yo solo me quiero ir de una vez…