domingo, 23 de septiembre de 2018









    ¿Regresar es una forma de irse (no huir)?  Pero si todo es tan diferente, otro contexto, otra visión, otra forma de entender la vida, ¿sigue siendo regresar?  ¿Tan distintas circunstancias no hacen que ese pasado ya no sea lo que fue sino lo que será a partir de ahora?  Se ríe y me dice que me gustan demasiado los laberintos dialécticos.  Que el agua del río nunca es la misma…    Me acusa qué, como en mis cuadros, se trata de variaciones sobre un mismo tema.









     Probablemente sea cierto.  Me aferro a las cosas, me cuesta abandonar, deshacerme.  Junto basura con la excusa de estar al aguardo de la inspiración, conservo relaciones nefastas por exceso de cortesía y dejadez.  Debería irme (y tal vez, ¡hasta huir!) si es el único modo de apartarme de esas personas que me arrean como lastre hacia abajo.  No se puede volar con tanta carga…









     Qué tramposa es la memoria (la memoria de Funes, esa memoria innecesaria e inoportuna).  Recuerdo la amenaza enredada en una encantadora charla romántica  de que había que cortarme las alas por precaución.  Me reí y hasta puede que comprendiera que era una frase boba, sin ninguna mala intensión.  Tuve en privado mi ataque de pánico y desaparecí poco después.  Pocos años más tarde, alguien –a quien quise mucho- me comparó con un pobre pez atrapado en un anzuelo.  Nunca superé la indignación y  mantuve mis sentimientos controlados y a la defensiva.  El anzuelo ha dejado marcas, pero igualmente pude mantenerme libre y a resguardo.   No.  Las cosas suelen ser demasiado complicadas.  No creo laberintos por placer, sólo propendo a meterme dentro de ellos por soberana estupidez.


















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