lunes, 24 de septiembre de 2018







     Irse como volver.  ¿Volver a dónde?  A ese tiempo oscuro dónde nos decían que no merecíamos nada, que nada nos correspondía, que éramos descarte, que éramos apenas lo que quedó.  Nunca nos dijeron que podíamos aspirar a algo, todas las desgracias nos habían elegido como destino,  así que ¡a resignarse y aguantar! 

     Sin expectativas a uno le quedaba suicidarse o vegetar.  El arte se metió en el medio y desbarató los oscuros planes que todos tenían trazados para mí.  Por esta estúpida cortesía mía nunca los mandé al diablo.  Pero todo llega.  Hasta el momento de irse dando un portazo.  Aunque nos vayamos para adentro, aunque nos marchemos retrocediendo.








     ¿Para qué volver a esos días cuando no había manera de tener esperanza, cuando la convicción de haber perdido antes de empezar a jugar que nos habían adoctrinado era la única voluntad que nos regía?  Porque eso que fuimos indudablemente lo seguimos siendo y porque soy la confirmación tangible de que se puede quebrar el destino impuesto e inventarse uno a gusto propio.  

     Aun recuerdo (Funes otra vez) cuando la crítica a mis intentos de dibujar eran signados de inútiles, cuando se me lapidaba en la adolescencia por mi falta de talento, mi carencia de originalidad, cuando se me auguraba el fracaso en cualquier cosa que intentara.  El “no es para nosotros” constante.  Nada era para mí.  Habiendo arribado a este puerto donde hago mayoritariamente lo que quiero ¿por qué no navegar hacia esas aguas viejas  a rememorar que, pese a todo,  no pudieron vencernos?  Vuelvo con mi hoy (siempre vamos a dónde sea con nuestro hoy a cuestas, ¿alguien puede dudarlo?).  

     Y volver es irse, y yo solo me quiero ir de una vez…













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