viernes, 4 de enero de 2019







     Volvemos a las cosas y hay que cumplir (aunque sea parcialmente) con el compromiso de hacer prolija letra.  Pongo voluntad y me siento a preparar postulaciones a diversas convocatorias, siempre en la intensión de difundir la obra. 

     Arranco por lo más simple: postular dossier para el cronograma de muestras de la sede de la OEI (Organización de Estados Iberoamericanos) en Buenos Aires








     Entre los requisitos de la presentación se pide que la temática de la propuesta sea afín a los objetivos de la OEI en Iberoamérica: igualdad entre los sexos, inclusión, educación, democracia, “lo iberoamericano como valor cultural singular”.   Después hay que aportar en 250 palabras “un texto que conceptualice el trabajo y ofrezca la información necesaria para su correcta comprensión y cómo ésta se relaciona con los objetivos estratégicos de del Espacio Cultural OEI.”

     Y ahí se extingue mi buena voluntad.  “Conceptualizar” la obra me irrita, el “correcta comprensión” me enerva, y el requerimiento de relacionar la obra con los “objetivos estratégicos” me hace gritarle a la pared que se convocan artistas y no  ilustradores (con todo el respeto que me merecen, muchos de ellos artistas también) para elaborar un trabajo ad hoc de la convocatoria y a guisa de publicidad gráfica con costo cero.  Si soy la autora de la obra que postulo, y resulta que como autora soy una persona iberoamericana, que vive en Iberoamérica, que considera que realiza una actividad cultural, que la obra está determinada por el contexto territorial, histórico y –obviamente- educativo-cultural del autor, y que doy por hecho y ejerzo -¡desde hace años, cuando no era la moda de turno!- LA PLENA IGUALDAD DE DERECHOS DE LOS SEXOS, ¿qué tengo que explicar?






     Me calmo, razono civilizadamente y explico que si uno está completamente convencido de que cada obra tiene una lectura individual y exclusiva con cada espectador, es imposible concebir una “correcta comprensión”.  El artista es menos importante que la obra, “conceptualizarla” es pretender que el artista digite al espectador, como si el primero fuera el dueño de la verdad y la obra apenas una excusa para su discurso ideológico.  No es así.  Mi obra es libre de mí y significa lo que le venga en ganas.  Puede que yo estuviera diciendo algo en su concepción, pero eso es algo efímero y circunstancial, una cuestión privada y que no viene al caso.  La obra dice al mundo su propia historia, única, que construye independientemente de mí y en colaboración con cada eventual espectador.

     Entonces, resumiendo, (y dirigido a quién corresponda), ¿tiene sentido perder el tiempo armando un dossier para presentar en un sitio donde están pidiendo una domesticidad y una postura de moda que soy incapaz de proveer?  ¿No le estoy faltando el respeto a mi obra si trato de inventar un discurso (¡conceptualizar!, a pedido y conveniencia) que se adecue a la convocatoria aunque no tenga nada que ver con ella?  Si, ya sé.  Con esta postura sigo sin conseguir mostrar físicamente y en el mundo real lo que hago, pero bueno…  que se yo…  Ya estoy empezando mal.










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